jueves, 12 de noviembre de 2009

El poder de la convocatoria y el rol de la militancia

Una comunidad organizada con fuerza de impulso

La decisión de plantear la búsqueda de un consenso nacional incluye reconocer la existencia de una crisis profunda; o al menos de una situación que, desde varios ángulos de mira, se advierte como un obstáculo que detiene o disminuye la marcha del país. Para salir de esta inercia, se requiere contar con todas las energías de la comunidad haciendo fuerza en un mismo sentido; y así entrar en la fase positiva de la crisis, que trae también consigo la oportunidad de una acción original y creativa dirigida al futuro.

Sucede que, por su naturaleza, las crisis nacionales resisten la mera aplicación de los instrumentos disponibles por el gobierno y el Estado -muchas veces mediados por una burocracia lenta e ineficaz- y solicitan el aporte renovador de una comunidad organizada con fuerza de impulso. En tal aspecto, el desafío de retomar nuestro crecimiento y desarrollo, tiene como principal problema la inacción, que a menudo va acompañada de indiferencia ciudadana, o lo que es peor: de abulia y fatalismo.

En consecuencia, la capacidad real de fortalecimiento y reactivación nacional se adquiere funcionando en conjunto, y no en forma aislada o compartimentada. En este tono, es procedente realizar una convocatoria inclusiva y amplia, para identificar motivaciones y propósitos comunes que permitan, a su vez, formular integralmente las pautas de superación de los problemas principales.

Estos problemas son de carácter estructural, no coyuntural, exigiendo un esfuerzo constante de mediano y largo plazo, que siempre termina por sobrepasar los turnos presidenciales. De esta manera, sin márgenes adecuados de previsión y planificación, se pierden las oportunidades que se presentan en cada período; y se malgastan los recursos que deberían haber vertebrado, al menos, algunos tramos de un proyecto estratégico.

La franja de cuadros compatibles

Por suerte, ya hay una franja apreciable de cuadros compatibles en lo político, social y técnico convencidos de la urgencia de debatir sobre el Proyecto Nacional, como soporte prospectivo de la elaboración concertada de políticas de Estado fundamentales. Y estos argentinos, que somos de diferente formación, procedencia y matriz generacional, estamos dispuestos a dialogar, con la actitud propositiva e interactiva que califica a la libertad de pensamiento, cuando ésta se asume con responsabilidad constructiva.

Hace falta ahora un poder convocante de este encuentro de voluntades políticas -en la mejor versión de la palabra- sabiendo que esta convocatoria, para alcanzar trascendencia, se ubicará por encima de las individualidades que puedan participar; afirmando la articulación horizontal de un trabajo con resultado de conjunto. Por consiguiente, es clave enunciar con mucho tacto las metodologías preparatorias de los pasos de aproximación y acercamiento entre personalidades, equipos y sectores, que parecen confluir en principio con la gran tarea pendiente.

Es más, si la convocatoria no partiese de las autoridades gubernamentales o partidarias correspondientes, ella tendría que surgir en forma espontánea de cientos de mesas de trabajo desplegadas en todo el país; como tantas veces lo hizo la militancia en momentos históricos. Tal clamor, constituyendo una corriente interpelante de la vieja práctica política, distante de la realidad sin adulteraciones, será tenida en cuenta tarde o temprano por la propia verdad y necesidad que la sustentan.


Concertar exige saber ceder y conceder dentro de una línea estratégica


Por otra parte, es menester aclarar que dialogar con el fin de acordar medidas y posiciones consensuadas, contempla el ejercicio de la cuota necesaria de persuasión, paciencia y flexibilidad. Por eso, y ya en curso de las conversaciones -que proyectarán de inicio sólo nuestras propias experiencias y conceptos- hay que estar predispuestos a ceder en muchas cosas secundarias respecto al objetivo estratégico, sin cuyo logro efectivo todos perderíamos por igual.

La crisis es también una ocasión extraordinaria para perfeccionar el liderazgo de un país, como sistema orgánico y autosostenido, con eslabones forjados para asegurar el enlace de las promociones sucesivas de cuadros y líderes comunitarios. Este trasvasamiento generacional es el único factor político capaz de trascender los personalismos intemperantes que marcan, a uno y otro lado, la prolongación indefinida de la irresolución de los problemas. Un terreno pantanoso de por sí, que acumula cada día el peso de nuevas incertidumbres y riesgos innecesarios.

Hay que suspender, pues, por un tiempo prudencial, el ajetreo prematuro y exagerado de candidaturas demasiado individuales, que aún no tienen el marco apropiado de acompañamiento de programas de acción, agendas de trabajo y equipos de gestión. Discutir en estas condiciones, únicamente referidas a perfiles personales -cuando no está en juego un liderazgo real e histórico, como si lo hubo en el pasado- es discutir en el aire.


Delinear una nueva identidad política de base institucional

Para sortear entre todos esta situación, hace falta delinear una nueva identidad política de base institucional, a partir de la cual sea posible recuperar -sin sectarismos ni exclusiones- la pertenencia partidaria en las posteriores alternativas comiciales. Pero lo nuevo tiene que enfocarse, sin dogmatismos ni prejuicios, en una realidad esencial y compleja que rechaza las “soluciones” fáciles llenas de consignas vacías. Especialmente al recordar que, de cara al futuro, la estabilidad y apoyo del gobierno emergente, sólo se mantendrán firmes con el cumplimiento de las promesas electorales.

Los pueblos se cansan de la infidelidad flagrante de los círculos gobernantes a los planteos fundantes de su propio poder. Y, por la velocidad de la información actual, vemos que en todos los países este cansancio político ocurre más rápidamente que nunca. La propia recesión económica y sus efectos en el tiempo, se adjudican a quienes están hoy en la conducción [incluyendo al presidente estadounidense Barak Obama] y no a quienes la produjeron en los turnos anteriores de la administración local o a la especulación transnacional.


En este contexto que afecta, de un modo u otro, a todos los partidos oficialistas del mundo, se registra una gran ola de reclamos sociales de creciente angustia, urgencia y consistencia. Un fenómeno multiplicado por la globalización asimétrica, que es imprescindible comprender y canalizar para evitar el caos y el deterioro institucional. Sobre todo porque, aprovechando el desborde y la anarquía, pueden reaparecer las tendencias neoliberales más intransigentes y duras, olvidando las lecciones aprendidas.

La historia es “maestra del liderazgo”, y sus enseñanzas sirven a los hombres y mujeres que demuestran el coraje moral de iniciar algo nuevo, cambiando la protesta por la propuesta, que es lo que vale para transformar la realidad. En esta tesitura, el Proyecto Nacional no se alcanzará por la retórica ni la nostalgia, sino en el desarrollo perseverante de las instituciones de un orden democrático dinámico y legítimo; cuyos sólidos contenidos superen lo episódico, y devengan de la educación, la capacitación y el compromiso del pueblo argentino, como un todo activo orientado al bien común.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Institucionalización de la participación social

Recoger un mensaje histórico de solidaridad

Nuestra preocupación por el Proyecto Nacional no es repentina ni accidental, tiene al menos el tiempo de una generación de militancia, cuya gran mayoría quedó atrapada entre dos fuegos por las alas extremas que creían, equivocadamente, que la solución del país era por la violencia y no por la inteligencia y la organización. Nosotros pensábamos y todavía pensamos, con sinceridad, en el daño causado a la comunidad argentina por las ideologías originadas en otras latitudes, en contra de la pertenencia cultural e histórica que nos identifica.

Nuestra adhesión a una tercera posición filosófica, social, económica y política contenía entonces, y aún contiene, las aspiraciones de soberanía, independencia y justicia que definen la realización plena de un pueblo organizado. Doctrina que, sin sectarismos ni exclusiones, y al margen de imposiciones dogmáticas, puede ofrecer su aporte singular a un amplio arco de alternativas y propuestas para orientar el rumbo presente y futuro de nuestro país, que sigue caminando entre contradicciones y peleas de escaso significado estratégico.

Esta doctrina es fruto de una experiencia concreta, tanto en la lucha legítima por el poder y la resistencia a la opresión, como en la gestión de gobierno en un período constitucional de cambio pacífico y profundo; por lo cual ya no es ni una hipótesis teórica discutida por los diletantes, ni una realidad histórica negada por una oposición extemporánea. Ella extiende desde su creación una mirada abarcadora de la integración continentalista de los pueblos, vigente hoy como nunca en la transición del localismo aislado de los siglos pasados al universalismo inexorable que adviene.

La implosión del comunismo soviético con la caída del Muro de Berlín, y el colapso especulativo del imperialismo financiero de Wall Street, han venido a confirmar lo esencial de aquella propuesta exitosa, que sin duda alguna debe analizarse, actualizarse y enriquecerse con múltiples aportes del pensamiento argentino. Pero resulta evidente que es preciso recoger un mensaje que -más allá de un largo listado de obras y logros- tiene su núcleo central en la necesidad de actuar a partir de la unión y solidaridad de las grandes mayorías populares: porque con la marginación de las mayorías, y sus lideres representativos, ningún país puede constituirse legalmente.

Sólo con estas premisas de unidad podremos contribuir protagónicamente a la imprescindible integración regional con nuestros países hermanos y vecinos; y en conjunto liberarnos de las rémoras de todo neocolonialismo territorial o económico. El destino del mundo requiere el tipo de recursos que nosotros disponemos con gran generosidad de la providencia, y que es menester proteger de la voracidad de las corporaciones transnacionales, para aplicarlos en proyectos propios y mancomunados de desarrollo sostenido y equilibrio ambiental.


La primera victoria es la política

En esta lucha, como en todas las otras, “la primera victoria es la política”, para que su direccionalidad sea válida en las diferentes áreas y aspectos de ejecución de la actividad del país; pero esta afirmación no se refiere a la práctica lamentable del partidismo sectario o al contubernio del reparto de ventajas o cargos. Por el contrario, nos enfocamos en el esfuerzo de voluntad política que quiera realizar la sociedad civil, desde el fondo del alma colectiva, para transformar totalmente la situación de anomia y frustración que paraliza nuestras mejores energías.

En la naturaleza humana, todo lo sufrido como adversidad o desencanto tiene sentido, cuando se recupera como experiencia y se transmite con humildad. Para ello son necesarias dos virtudes que parecen contradictorias, pero no lo son: la persistencia de las convicciones que nos lleva a hacernos fuertes en nuestra fe y creencias y, a la vez, la tolerancia a las ideas fundadas de los otros que participan igualitariamente de una misma comunidad. Sólo así se mantiene la esperanza y el optimismo en un destino compartido, y se renueva el fenómeno de la vida gregaria, alimentada por la fecundidad del trabajo, y por los lazos solidarios de reconocimiento y afecto de los ciudadanos entre sí, por encima de las ideologías y partidos.

Esta disposición espiritual para retomar una senda ascendente, surge lógicamente del estado de necesidad en que nos encontramos, y se asienta por medio de la reflexión que suscita la responsabilidad de saber que los argentinos tenemos suficientes reservas de recursos humanos y materiales para construir la nueva etapa de un país prominente. Un país cuya ubicación especial, “en el confín austral del planeta”, le ofrece todas las posibilidades de acceso a una geopolítica de futuro para la integración, el transporte y el comercio internacional.


El diálogo social institucionalizado

Es fácil deducir que toda la participación necesaria que se reclama, a fin de erigir una democracia plena de justicia y equidad, no puede caber únicamente en los moldes tradicionales de los partidos. Estos conservan su rol, reconocido por la Constitución como vía de acceso al funcionamiento político general, y puntualmente a la actividad parlamentaria y legislativa del Congreso; pero hace falta incluir la amplia gama de configuración social de organizaciones laborales, empresariales y profesionales que existen y actúan con diferentes modalidades.

Tales organizaciones, que contienen y expresan a los ciudadanos y ciudadanas del país, pero en su condición de creadores y productores de bienes y servicios culturales y económicos, pueden aquí aportar su propia versión o matiz del Proyecto Nacional. A este fin es imperioso escuchar sus voces, clarificadas primero en sucesivos debates internos para armonizar sus posiciones, y establecer después el diálogo social institucionalizado al máximo nivel.

Los países que han conseguido definir un estilo propio -por el cual se han consagrado como referentes internacionales en distintas épocas históricas- tuvieron la capacidad de “pensarse a sí mismos”; a veces como requisito imprescindible para resistir agresiones o salir de crisis muy profundas. Nosotros, integrando un pueblo comparativamente joven, con más tiempo de vida colonial que independiente, necesitamos acortar la distancia para alcanzar la encarnación substancial, no sólo formal, de la categoría nacional. En este desafío, debemos recurrir obligadamente a una real “toma de conciencia” que, en la medida de nuestra sinceridad y compromiso, motivará coincidencias básicas e iniciativas congruentes.

En este gran propósito, las acepciones de “oficialismo” y “oposición” no se mantendrán estáticas ni rígidas, porque será posible ir encontrando, en una síntesis factible, los objetivos ponderados de coordinación, cooperación y colaboración. Valga aclarar que acordar sobre las materias del Proyecto Nacional, no es pactar de forma espúrea o a espaldas del país, sino dejar de lado discrepancias, a veces absurdas, tras la finalidad superior de conquistar la grandeza y felicidad de nuestro pueblo.


Un sistema republicano, federal y municipal

Es cierto que la sociedad evoluciona o involuciona por sí misma, pero la maduración de ella es sensible a la responsabilidad social de los dirigentes que son capaces de incentivarla y movilizarla, detrás de las constantes más positivas de nuestra nacionalidad. Ello hará posible generar un espacio de conocimiento y respeto mutuo, para concertar una línea política de Estado de carácter integral. La alternativa negativa al consenso, como lo enseña la historia, es la reiteración del quiebre periódico de nuestra trayectoria democrática, “por falta de fuerza política y exceso de política de fuerza”.

Por eso el Proyecto Nacional tiene que consolidar el sistema republicano y federal, con una influencia mayor de los gobiernos locales y municipales, en los términos de un verdadero poder comunitario de base; el cual coincide -en el despliegue y ordenamiento territorial- con las organizaciones ya señaladas de expresión y acción social. En virtud de esta concepción más abarcadora de los valores y principios participativos, la democracia puede revertir su decadencia por corrupción, y emerger con nuevo impulso, sin abstracciones teóricas, desde las raíces vivas del esfuerzo de trabajo, el orgullo de pertenencia y los lazos solidarios de la comunidad.

martes, 3 de noviembre de 2009

Construir una voluntad de sentido y convivencia.

Equilibrar realismo e idealismo

Reflexionar sobre política y estrategia, desde la perspectiva de una necesaria actualización del Proyecto Nacional, presupone arrostrar la incomprensión y aún las críticas de quienes creen que alentar un pensamiento con contenidos teóricos y técnicos, va en contra de apreciar y responder efectivamente a la realidad actual. Una realidad, sin duda, plena de incertidumbres, urgencias y confrontaciones, con o sin causas de fondo. Todo lo contrario: considerar aquí este proyecto es un aporte válido -aunque modesto- para salir de las frustraciones que se manifiestan, a veces con excesiva dureza, sumando entonces a una corriente de voluntad de sentido nacional y convivencia.

Dicho de otra manera: mientras atendemos a lo urgente, en términos de necesidad, no dejamos de discernir lo importante, en términos de un futuro diferente, más acorde a las extraordinarias posibilidades de nuestro gran país. Nos repartimos, pues, entre el realismo y el idealismo, entre lo táctico y lo estratégico; trabajando en lo concreto sin dejar de soñar, despiertos, el sueño de los padres fundadores de la patria.

Es un modo de cumplir un axioma clave de la filosofía de la acción, tan simple como eficiente: “cuando no se puede hacer lo que se debe, se debe hacer lo que se puede”. En este aspecto, si el foco de la idea estratégica -que es aquella que constituye la esencia del proyecto- dejase de iluminar definitivamente nuestro camino, empezaría a morir la propia nacionalidad. Esto ha ocurrido muchas veces en la historia, como resultado de angustiosas crisis de identidad nacional, producto de divisiones, enfrentamientos, o sencillamente de períodos de anomia y desagregación. Crisis que, al agravarse, hacen que algunos países desaparezcan, o sus partes se fragmenten para integrar otras unidades territoriales y políticas.

Decimos esto para patentizar las alternativas reales que presenta la complicación indefinida de la situación de una comunidad, que puede involucionar hasta el punto crítico en que requiera ciertas formas de arbitraje externo [Honduras], o aún operaciones de paz [Haití]. También en nuestra propia historia, sabemos cuantas veces se recurrió a instancias extranjeras para el apoyo de facciones en cuestiones de lucha interna [la corona británica, el imperio del Brasil], y la costosa balcanización consiguiente de la dimensión geopolítica del Virreinato del Río de la Plata [Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay].

Aquella vieja y mala consigna liberal, que decía que “el problema de la Argentina es la extensión”, nunca estuvo tan desmentida como ahora, en que la nueva realidad internacional se basamenta en una ecuación de grandes países continentales [Estados Unidos, China, Rusia, India, Brasil] y bloques regionales [Unión Europea, Unasur]. Referencias breves pero suficientes para destacar la importancia fundamental de la integridad territorial, que es donde el mapa mundial registra con la verdad de la realidad, cuál es y cómo se expresa la voluntad de unión, pertenencia y convivencia de cada pueblo sobre la faz de la tierra.


El pensar estratégico debe preservar la integridad nacional

Vemos así como algunos conceptos que parecen abstractos, configuran situaciones muy concretas que afectan, incluso, la identidad cultural primaria y las vicisitudes de la vida cotidiana. Son, precisamente, los obstáculos y problemas que el pensar estratégico debe prevenir, o tratar de solucionar, no sólo con la acción de gobierno y las instancias del Estado, sino con la franca intervención de la oposición y la participación de la sociedad civil en su conjunto. Son los factores estimulantes del poder nacional que, por dicha razón, deben manifestarse en el proyecto, descartando por igual el autoritarismo, la indiferencia y la oposición indiscriminada.

Un compromiso básico entre las organizaciones políticas y sociales, y principalmente entre los distintos matices de las fuerzas populares, tiene que constituirse en el motor impulsor de una renovación democrática, proclive al diálogo y a la propuesta seria, cuando se trata de encarar una problemática que nos afecta a todos, en nuestra condición de ciudadanos argentinos. Hecho que es, sin duda, independiente de nuestras opciones, tradiciones y adhesiones partidarias.
Las diferencias políticas son naturales y propias del orden democrático; orden que distingue la libertad responsable de la anarquía sin destino; porque el dinamismo democrático, sin ocultamiento ni doble discurso, hace posible tanto el disenso como el consenso. Máxime cuando la madurez del pueblo, y la prudencia de los dirigentes, es tal que saben distinguir entre una y otra alternativa: el consenso para lo general y el disenso para lo particular, preservando siempre el eje central del bien común.

Agreguemos que el consenso, como fruto directo del diálogo y el debate de altura y respetuoso entre posiciones diferentes, ha reinado más de una vez en nuestra trayectoria institucional. Esta actitud trascendente ha determinado momentos verdaderamente históricos, que es preciso vincular entre sí para profundizar sus contenidos patrióticos; a la par que emular en el presente para reencontrarnos con lo mejor de la argentinidad.

Sí, por el contrario, no hay disposición para escuchar al otro, o una parte se abroga la condición excluyente del todo, ocurre la desaparición del espacio de encuentro e intercambio de fundamentos y propuestas. Por ello, negar la existencia de problemas reales, no sólo es arrogancia, sino imponer la misma negación a las personas afectadas por dichos problemas, paso previo a la violencia de la represión o a las distintas manifestaciones de una intolerancia inconcebible.


Asumir los compromisos de la sociedad de pertenencia

Esta secuencia de malos hábitos públicos que siempre terminan por dañar el desenvolvimiento legal y constitucional, exige comprender y superar ciertos mecanismos regresivos de nuestra conducta individual, grupal y colectiva, para eliminar o disminuir el periódico retorno de los antagonismos políticos irreductibles. Estos se originan en una subjetividad excesiva, que desprecia la interacción necesaria entre los miembros de la comunidad; factor de obligada convivencia, que llama a la solución pacífica de los conflictos, generados éstos por intereses particulares o sectoriales distintos y beligerantes

Conviene recordar que, en la naturaleza humana, individuo y comunidad no se contraponen sino se complementan, ya que se integran para poder existir. El ser individual nace del ser colectivo de la comunidad y hacia ella, directa o indirectamente, vuelca todas sus acciones y esfuerzos para alcanzar sentido. A la vez, la comunidad se constituye en una entidad organizada por el entramado vital de los lazos personales, familiares y vecinales que determina su base productiva y reproductiva.

El juicio de realidad y el sentido común resultan, precisamente, de combinar en su adecuada proporción el mundo interior de cada persona -en el marco del derecho a la identidad, la libertad individual y la privacidad con el mundo exterior de la comunidad- en el marco de la pertenencia cultural y de las reglas de comportamiento que exige toda organización plural. La ciudadanía alcanza así su pleno significado, cuando cada uno de sus miembros asume e internaliza los compromisos que exige vivir en sociedad.

Este equilibrio espiritual y material entre persona y comunidad, se rompe por obra de los extremos igualmente perniciosos del egocentrismo y la masificación. El primero, porque desconoce o rechaza las normas que instituyen los principios de la conciencia moral de la comunidad organizada; y la segunda, porque confunde la convivencia voluntaria con una estructuración rígida y uniformante, negadora de la multiplicidad de personalidades que la componen con sus propios sentimientos, pensamientos y acciones.


La prédica del Proyecto Nacional es irremediable

Por los motivos enunciados, la escena política de un país se verifica en función de los distintos grados de evolución de las relaciones humanas, surgidos entre la adhesión y la agresión. Madurar como sociedad implica, por consiguiente, descartar la exigencia de obediencia incondicional, que impone la sumisión de los iguales, y evitar la lucha irracional que dictamina la muerte política y aún física de quien se considera “enemigo”. En estas nociones equívocas del carácter propio de las contiendas partidistas, subyace el fantasma de la lucha civil, en contra del arte civilizatorio de la persuasión, el acuerdo y la concertación que corresponde al espíritu republicano.

Estas últimas categorías deben pasar a ser las primeras en nuestras preocupaciones cívicas, que es menester encaminar por la educación, la contención y la demarcación de límites legítimos a la confrontación política. Una empresa dirigida a moderar y modular las exigencias y consignas de cada sector involucrado, para canalizar correctamente las energías profundas de la sociedad en orden a un futuro mejor, de prosperidad compartida.

Es la mediación, justamente, que puede ejercer en nuestro ánimo el plexo de principios, criterios y grandes objetivos de un Proyecto Nacional en debate. Él se construye inicialmente sobre un piso preexistente de diferencias, desavenencias y contradicciones, pero -al reconocer el valor y la participación del otro necesario en la conformación de la comunidad- puede avanzar en el rumbo decidido de un destino común.