miércoles, 29 de diciembre de 2010

Paz social para el desarrollo integral.

Evitar el péndulo entre extremos beligerantes

El último juicio a responsables militares de la dictadura que, con complicidad civil, resultó la más desastrosa y cruenta de las sufridas por nuestro país, puede servir para cerrar la etapa cumplida bajo la consigna necesaria de “memoria, verdad y justicia”. Por la complicidad citada de grupos influyentes del orden económico, jurídico y mediático, cuando no por la adhesión o indiferencia de vastos sectores de la sociedad, el juicio histórico será sin duda más amplio, abarcando especialmente a los que especularon y medraron con el telón de fondo de la violencia fratricida.

La clave ahora, si hemos aprendido algo de la lección del sufrimiento y el desgarramiento de nuestra comunidad, es no exacerbar los sentimientos y resentimientos que suelen desembocar en el determinismo trágico y sin destino de las luchas internas. Es decir: no reiterar el péndulo entre extremos, que ha frustrado recurrentemente gran parte del potencial nacional en dos siglos. Tal es el reclamo masivo del festejo pacífico y ejemplar del bicentenario, que sólo pueden desoír los sectarios y los provocadores, alejados por igual del concepto superior del bien común.

El setenta tuvo el mérito innegable de una generación jugada a lograr la libertad y la realización de la patria, en una épica aún no igualada por otras promociones argentinas, como lo reconoce incluso la juventud que accede hoy a la mística de la militancia. Pero sus protagonistas debemos admitir, con autenticidad ética e intelectual, que esa década exhibió también las desviaciones y conflictos entre los grupos extremos de “apresurados y retardatarios”, que paradójicamente coincidieron en demostrar que la democracia no sólo es amenazada por la dictadura, sino también por la anarquía.

Vale la pena recordar que Perón regresó en 1972 como prenda de paz, para poner en marcha un proceso primero de reconstrucción y luego de liberación nacional. Esta secuencia era fundamental, porque como lo aclaró muchas veces, no se podía liberar lo que estaba destruido. La herramienta estratégica de tal proceso era la unión nacional, convalidada en la contienda electoral sin proscripciones de 1973 por más del 60% de los votos; y ratificada paralelamente en la mesa de la concertación por el 90% de la representación política y social de la república.

Si se repasan los logros económicos y de la política exterior soberana de este breve período de gobierno, tan acotado por los graves problemas de salud del líder, es imposible no asombrarse. Recuperación productiva y del empleo; control inflacionario; desendeudamiento externo; política latinoamericanista; apertura a Cuba, China, Rusia y la Europa Oriental , etc. Así como es difícil de entender la actitud de los sectores que, por ángulos opuestos, pretendieron disputar la conducción intransferible -como se demostró luego- del movimiento popular más grande del continente.

La perspectiva se agranda, sin caer en una apología indiscriminada, al recordar que eran tiempos de un imperialismo manifiesto, con múltiples intervenciones militares estadounidenses cubiertas y encubiertas. Y con su “doctrina de la seguridad” que, en nuestra región, se expresaba en los golpes de estado que cercaron prácticamente a la Argentina , y fueron precursores de la ruptura constitucional de 1976.

Aprender de la experiencia viva del pasado

Habida cuenta de las diferencias de circunstancias y formas de dominación y dependencia, existen varias similitudes útiles para profundizar la reflexión sobre la actualidad. Por supuesto, hoy es el imperio globalizado de las transnacionales, “justificado” y alentado por las corporaciones mediáticas y sus campañas de desinformación y operaciones psicológicas a escala; en un mundo donde la lucha es por los recursos naturales y el trabajo, que resultan vitales si se los sabe aplicar al desenvolvimiento nacional y regional.

Aquí también, entonces, hay una secuencia: primero el crecimiento económico y luego el desarrollo integral, porque nada se puede desarrollar sobre la base del vaciamiento y la entrega, como en las décadas del 80 y 90 regidas por las imposiciones neoliberales de Washington. Por eso lo importante, junto con defender lo alcanzado, es discernir cuando culmina una etapa y comienza otra, haciendo un esfuerzo de pensamiento y voluntad política para trascender las tareas tácticas y de administración pública con la creatividad exigida por la estrategia pendiente.

En el plano económico, y en una aplicación de los términos sencillos de nuestra breve evocación histórica, los “retardatarios” son hoy los que se reducen a la primera etapa, de crecimiento económico, cuyos beneficios suelen absorber mayormente los grupos concentrados que explotan al máximo nuestras ventajas comparativas. Y los “apresurados” son los provocadores que no dan tiempo ni espacio al gradualismo de la soluciones de fondo, que sólo aporta el desarrollo; poniendo en riesgo la paz social con una serie de ocupaciones y choques, que cuestiona de raíz todo balance mínimo de deberes y derechos en una comunidad civilizada.

En el plano social, y como el crecimiento no se transforma por sí en desarrollo, queda claro el trabajo de formación y capacitación que hay que realizar, para forjar los recursos humanos compatibles a un cúmulo de emprendimientos productivos de toda índole. Por eso se dice, con razón, que el único progreso social sustentable es el impulsado por la educación, y el horizonte abierto en el empleo y la calificación laboral y profesional.

La responsabilidad de los actores sociales

La Presidenta ha venido predicando la necesidad de superar el concepto de crecimiento económico, más allá del aumento notable del consumo, por la inversión productiva y la iniciativa empresaria en proyectos de desarrollo a la medida de las posibilidades del país. Lo ha hecho en los foros tripartitos por ramas de la producción; señalando que el marco macroeconómico favorable ofrece las garantías para dar este nuevo paso, fundado en el nivel de reservas, el superávit comercial y fiscal, las expectativas del comercio exterior y la capacidad de los trabajadores y los técnicos argentinos.

Por lo demás, ha señalado lo pernicioso de una puja irracional de precios y salarios, recordando el aforismo de que los primeros suben por ascensor y los segundos por escalera, en las estructuras perimidas de una distribución desigual de la riqueza.

Como la evolución sindical argentina, aún de los gremios más pequeños o alejados, no admite lucrar con la ignorancia de la ecuación económica y las reivindicaciones legítimas, el planteo razonable de toda negociación es la mejor contribución a la dinámica del equilibrio social. Porque hay una fuerza considerable, con muchos cuadros capaces y buen nivel de disciplina y movilización, como para atender con pareja eficacia la coordinación del Movimiento Obrero Organizado en sus correspondientes objetivos políticos y sindicales.

Si éste es un dato singular e insoslayable de nuestra realidad, la problemática social parece correr por los bolsones de miseria que no ha conseguido incluir en el sistema el simple crecimiento económico, y que exarceba cierta ostentación del consumismo. Resulta que, en esta nueva situación, la asistencia estatal no alcanza para cubrir las carencias de los sectores excluidos; sin contar que este asistencialismo, al principio de buena fe, al extenderse en forma indefinida, alienta el conocido esquema oportunista del “clientelismo político”.

La contracara del clientelismo, a menudo ejercido en la base por punteros de ambigüedad ideológica, es un ánimo generalizado de pasividad crónica, que se transmite en algunos casos por vía familiar, fomentando una expectativa de supervivencia centrada sólo en la ayuda estatal y la solidaridad comunitaria. El uso y abuso de este método, que por definición es adverso a la dignidad del trabajo, trae en momentos de saturación la extorsión de la violencia marginal, sea espontánea por desesperación social, o incitada por agitadores.

Un problema complejo de inseguridad

Se completa así un problema de inseguridad, ya difícil de encarar ante el viejo nudo gordiano -de la colusión entre la inoperancia política, la venalidad judicial, la corrupción policial y el crimen organizado- al que ahora se agrega un panorama incierto de violencia y contraviolencia vecinal. El hecho desborda las mutuas acusaciones entre funcionarios de distintas jurisdicciones, que terminan por afectar a toda la política como arte de conducción social. Y también, las advertencias sobre conspiraciones, siempre posibles, aunque difíciles de judicializar.

La solución, más bien, debe darse en tres ejes convergentes. En el largo plazo, una política de distribución poblacional y asentamientos productivos en un territorio nacional de contrastes y grandes vacíos demográficos. En el mediano plazo, un plan extraordinario y racional de construcción de viviendas e infraestructura, aplicando parte de las reservas acumuladas a potenciar esta “industria de industrias” e incorporar, a la vez, patrimonio inmobiliario. Y en el corto plazo, restaurar el orden sin amagar con la abstención de la fuerza pública, porque ésta es distintiva del ejercicio del gobierno como obligación ineludible.

Una estrategia de aplicación siempre legal y gradual de esta fuerza es loable, si va acompañada de otras medidas complementarias de la acción civil y humanitaria; y si se realiza la labor persistente de identificar, aislar y sancionar a las conductas criminales. Sin embargo, hay que distinguir la prevención, la prudencia y la moderación de toda actitud ambigua, para no incitar a una violencia mayor o permanente por las contradicciones políticas y técnicas del mando.

martes, 28 de diciembre de 2010

La idea superior del bien común en acción.

De la politización a la cultura política

En el pensamiento clásico, sólo es realmente acción el proceso que se organiza para realizar un fin (Aristóteles); porque en la actividad que impone su conclusión, se concreta la concepción que la genera. En la gran política, esta concreción exige la clara percepción de la realidad, donde actúa la dinámica de poder, que es necesario conocer por la doctrina y conducir con prudencia hacia los objetivos de bien común.

El destino de los pueblos sigue las vicisitudes de sus dirigentes, en el ciclo corto de sus manifestaciones propias de cada época; aunque siempre termine por confluir en el ciclo largo de la formación de la conciencia nacional. En esta evolución histórica, de estrategia anónima y sin tiempo porque supera todo individualismo, la lucha por la verdad es lo único que forja la identidad cultural de una comunidad, que así se constituye en Estado para verificar la idea ética en la acción (Hegel).

En el balance entre idealismo y realismo, entre la eticidad pura y el puro pragmatismo, se abre el campo del arte de conducir, que para elevar sus miras requiere marchar de la politización a la cultura política; es decir: de la política vulgar y masificante, a la participación política consciente y orgánica. Esta calificación cultural, indispensable para afianzar lo popular en el molde nacional y regional, como lo señala Perón, es la base del desarrollo con sentido integral, y no del mero crecimiento económico que absorben los grupos concentrados.

Estas definiciones esenciales distinguen por igual al justicialismo de las variantes menores del “populismo” y del “progresismo”. Del primero, en tanto se demore en el liderazgo personal sin las categorías necesarias de la formulación doctrinaria, la planificación estratégica, la formación de cuadros políticos y técnicos, y el despliegue organizativo. Y del segundo, en tanto no trascienda la simple retórica de la transgresión, cara a ciertos sectores medios, sin aportar a la superación en sí de las condiciones de vida y de trabajo de nuestra base social.

La gestión estratégica distingue el estadismo de la politiquería.

Contrariando estas lecciones elementales, el debate de argumentos e imágenes de estos últimos días ha mezclado todos los temas de superficie, para uso y abuso de grupos contrapuestos, siempre con verdades a medias que resultan en conclusiones falaces, a menudo con prejuicios sociales y raciales que exacerban lo peor de las personas manipuladas mediáticamente. Pocos se han referido en lo profundo al problema estructural de una Argentina, con vacíos y distorsiones demográficas, que hace décadas carece de una política poblacional.

La economía transnacional, de una globalización asimétrica, aquí y en todo el mundo, ha despoblado los espacios rurales, expandiendo la monoproducción con alta tecnología y bajo empleo, para obtener las ganancias de una codicia desbordada que fractura la cohesión de los países sin planificación estratégica. Como consecuencia, se destruye la diversidad productiva y la fijación de población que, en forma caótica, es desplazada del vacío territorial al hacinamiento suburbano en condiciones infrahumanas.

Con la exclusión total que genera la falta de trabajo y de futuro, se vulnera incluso el espíritu de las leyes de protección acordadas por los países para las migraciones internas de nuestra región [Mercosur]. Porque es obvio que nadie emigra para quedar cautivo en el campo de concentración de las villas de emergencia, a disposición de punteros inescrupulosos y como carne de cañón de diversas formas del delito y del crimen organizado. Lo que enfatiza, además, que toda libertad, para no afectar los derechos de otros, debe operarse en el marco normativo correspondiente: “dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”.

Las falencias del Estado, en sus tres niveles [nacional, provincial, municipal] no tienen que computarse solamente en un campo asistencial sin término, si no se regenera la cultura del trabajo; porque, más allá de la urgencia humanitaria a cubrir, hay que crear las condiciones para la solución laboral adecuada a esta realidad evidente. Por esta razón, es necesario el horizonte estratégico, la profundización del modelo productivo y la concertación social; con cuya ausencia lucran las corporaciones que, desde las décadas del 80 y 90, cuentan con un creciente “ejército industrial de reserva” para precarizar el empleo, sumergir los salarios y monopolizar la economía.

La planificación y gestión estratégica, precisamente, distingue la conducción de los estadistas de las maniobras de la politiquería. Éstas son de vuelo corto y acumulan sin cesar problemas que van comprimiendo la situación social hasta hacerla estallar, con o sin señales anticipatorias. De allí las previsiones y grandes objetivos que deben implementarse, junto con la administración nada fácil del día a día cuando se está apenas saliendo de una profunda crisis general.

Una tarea gigantesca de construcción, no de destrucción

Hay que tomar conciencia del enorme esfuerzo pendiente que esto significa, y que es clave para seguir aprovechando las oportunidades que ofrece la crisis mundial y la aparición de polos de integración regional. Resulta imperioso, entonces, como lo hemos reiterado tantas veces, debatir los lineamientos de un proyecto de destino nacional. Reclamo que no es gratuito ni abstracto, sino funcional para asegurar la paz social y el desarrollo, en un régimen democrático demasiado vulnerable, como se ha visto hasta hoy, a las exacciones económicas, las operaciones mediáticas y las provocaciones ideológicas; causa y efecto de una participación aún imperfecta, que hay que ampliar sin sectarismos ni exclusiones.

Tareas como completar paulatinamente nuestra ocupación territorial; el despliegue poblacional consiguiente con condiciones de viabilidad habitacional y productiva; el desarrollo a gran escala del plan de vialidad e infraestructura que implica; el apoyo mutuo con las unidades de despliegue de defensa que a veces son los únicos testimonios de soberanía (cooperación civil- militar); y la restauración de la protección ciudadana amenazada por la criminalidad económica y la violencia del narcotráfico, etc. son tan necesarias como extensas en el espacio y prolongadas en el tiempo.

Para llevarlas a cabo hay que superar el número partidariamente válido para un triunfo electoral, convocando, antes o después de los comicios, al bloque histórico de fuerzas de todo el campo nacional y popular, que es imprescindible para darle un impulso directo y contundente. De igual modo, y habida cuenta que su ejecución a largo plazo puede exceder el turno de uno o más gobiernos constitucionales, es menester dialogar con sinceridad y constancia hasta lograr los consensos básicos del ejercicio institucional y del debate parlamentario con los diferentes sectores.

No deja de ser una cruel paradoja que tamaña estrategia de unificación y construcción, exigida por décadas de abandono, salga a la luz como una lucha destructiva en ambas orillas de la necesidad y la miseria; y como una carrera de apropiación sin más de espacios públicos y privados. Esta realidad, que supera la problemática de los estándares de solidaridad y seguridad, revela la asimetría intolerable de una sociedad con dos opuestos que se realimentan por debajo de la superficie del sistema: la extrema pobreza y la extrema riqueza.

Del crecimiento actual al desarrollo integral

Quizás sea útil comparar esta situación con dos países cercanos, a menudo elogiados por los analistas liberales. En Chile, por ejemplo, la tragedia sísmica dió origen al descontrol social de los saqueos, mientras más recientemente se sucedía las serie de accidentes mineros por obra de una explotación irresponsable, y ayer mismo ocurrían los cruentos motines de presidiarios develando el horror de su sistema carcelario. En Brasil, por su parte, el popular gobierno de Lula tuvo que reprimir con fuerza la favelización del narcotráfico, incluyendo el espectacular empleo de vehículos blindados.

Sin duda, no significan argumentos para consolar la impotencia de las actitudes sociales y pacíficas con que corresponde resolver estos conflictos de fondo, que hablan de la injusta distribución de la riqueza que reina en nuestra región. Por no ver más allá lo que ocurre en el “modelo” europeo, donde se reprimen abiertamente las protestas de los trabajadores afectados por la crisis especulativa global en España, Grecia, Portugal, Italia, Francia, Irlanda, etc.

Todo este panorama local y mundial constituye la gran lección a asimilar, ahora o nunca, para consolidar las propuestas nacionales y regionales de integración y desarrollo, con una visión histórica. Para abrir camino en esta dirección salvadora, no tenemos mucho que teorizar, sino inspirarnos en las experiencias exitosas de nuestra misma trayectoria. Del pasado, emular la forma en que fuimos capaces de establecer colonias productivas con distintas corrientes propias y migratorias. Y del presente, imitar el ejemplo de las provincias que supieron multiplicar su capacidad habitacional y su moderno despliegue vial; así como de aquellas otras que promovieron iniciativas y proyectos para radicar población productiva y equilibrar la densidad poblacional del país.

En el laborioso pasaje del crecimiento al desarrollo, el buen ejemplo contrasta con el mal ejemplo, en particular el demostrado por gran parte de una dirigencia incapaz o desactualizada, corrupta o indiferente, que para el caso es lo mismo en términos de imprevisión e inoperancia. Es lo que las nuevas generaciones argentinas tienen que evaluar en este resurgir auspicioso de la militancia, para “comprender el poder a través del deber”. Y a fin de administrar premios y sanciones para acabar definitivamente con la impunidad en todos los órdenes de la vida nacional.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Los nuevos desafío del sindicalismo argentino y el rol de la juventud.

Compañeras y compañeros delegados:

Es para mí un honor cerrar las exposiciones que han realizado prestigiosos especialistas del conocimiento político, económico y social argentino. Es también la oportunidad, después de una misión diplomática y militar en el exterior, de retomar el contacto con un gremio estratégico como la Unión Obrera Metalúrgica. Y en especial, con su reserva de cuadros, constituida por el cuerpo de 700 jóvenes delegados de todo el país, convocados a este importante Congreso Nacional.

Nuestra reunión, no por casualidad, coincide con un momento histórico, porque –habiendo salido de lo peor de la crisis provocada por el neoliberalismo- se plantean los nuevos desafíos que debe encarar el Movimiento Obrero Organizado. A este horizonte inmediato pienso dedicar mi ponencia, con el único título, digamos así, que otorga una larga militancia que ahora desea expresarse didácticamente como un aporte a la capacitación de la juventud, porque contribuir a formar las nuevas generaciones es comunicarse con el futuro.

Si hemos establecido todo un sistema de conducción, y no sólo una suma de liderazgos dispersos, necesitamos acoplar paralelamente un verdadero sistema de capacitación, y no sólo un plan eventual de conferencias. Así podremos transmitir las buenas ideas que viven siempre y, enlazando el pasado y el presente de nuestra epopeya como movimiento nacional, preservar la cantidad que hace la fuerza de la unidad, y marchar hacia la calidad que es el desarrollo necesario de nuestra cultura política.

Debatir un proyecto estratégico de destino nacional

El general Perón, en el inicio de su trayectoria política, y en el origen de su doctrina, identifica a los trabajadores como el gran sector del país que más se consubstancia con la realización de la comunidad organizada. Este carácter protagónico en el trabajo y la lucha contra los abusos e injusticias de la entrega y la opresión, le impone exigencias épicas, de heroísmo patriótico civil, para contener y encolumnar a todo el pueblo. Por esta razón, afirma que renunciar a la política, como herramienta de transformación social, es renunciar a la vida y suicidar a las organizaciones gremiales construidas con tanto esfuerzo.

Consecuentes con estas definiciones preliminares, tenemos que iniciar estas reflexiones con la propuesta de debatir un camino estratégico de destino compartido, lo que Perón llama “el modelo argentino del proyecto nacional”. Para ello, es menester hacer una síntesis simple y operativa de una realidad compleja; porque con esas grandes ideas hay que motivar la movilización conjunta de la comunidad; y luego pasar a la planificación en detalle, técnicamente sustentable, de las propuestas generales.

Siempre la política, entendida como conducción tiene que estar al mando de la técnica y al servicio de lo social; ya que la “tecnocracia” impone lo contrario para satisfacer a los grupos económicos concentrados. Se trata, entonces, de evolucionar de los intereses sectoriales a la lucha por el bien común; y este cambio de mentalidad exige la visión estratégica y la abnegación ética de los militantes nacionales del campo laboral.

Profundizar el modelo productivo y de inclusión social y cultural

Para avizorar entre todos la probabilidad de un destino de prosperidad y armonía, es imprescindible continuar, transparentar y profundizar el actual modelo productivo y de inclusión social y cultural. Porque es obvio que sin producción y sin trabajo no existen las condiciones elementales para consolidar nuestra actitud de pertenencia nacional y disponernos sinceramente a imaginar un futuro común de felicidad y grandeza.

La alternativa negada a la producción es la especulación, y el retorno extemporáneo a los fracasados planes neoliberales que, obedientes a las corporaciones, terminaron en el ajuste social, la destrucción del estado y la fragmentación de la comunidad. Su conclusión fue el rechazo popular a los políticos cómplices o impotentes respecto del poder económico, y la consiguiente crisis de representación y de representatividad, expresada en la consigna del momento: “que se vayan todos”.

Consensuar un núcleo de coincidencias políticas

Acompañando la profundización del modelo productivo, no especulativo, que es irrenunciable, es preciso ir definiendo un núcleo de coincidencias básicas, que faciliten la marcha general de la república, la gobernabilidad del país y la coordinación institucional de las fuerzas políticas. Esta tarea paciente y tenaz, que implica institucionalizar el diálogo político, hace que los diferentes partidos, manteniendo su identidad, no se agoten en disputas destructivas, ni se alejen del contacto directo con la base popular que los sostiene.

Necesitamos, aún, puntos mínimos de conciliación de opuestos, para desterrar, junto con toda corporatividad partidocrática, la opción de la violencia en las palabras, los gestos y los hechos. Esta posibilidad de alcanzar acuerdos inel udi bles, obviamente, se dirige más al funcionamiento parlamentario y la producción legislativa, que a las “alianzas” para integrar fórmulas del poder ejecutivo, puesto que la experiencia de unos y otros las ha sancionado como vulnerables por su potencial deslealtad.

Implementar la concertación social

El proyecto estratégico comprende, finalmente, la realización de un gran acuerdo tripartito (Estado- Empresa- Sindicato) para evitar toda espiral inflacionaria que impacte negativamente en nuestra economía, tal cual lo reclama con urgencia la Presidenta de la Nación. Logrado este primer acuerdo primario, con seriedad y madurez, es posible trascender el nivel del debate hacia el área vital de las políticas activas sobre de empleo, capacitación, innovación tecnológica, fomento de exportaciones y la planificación indicativa consiguiente en el corto, mediano y largo plazo.

Es la forma de institucionalizar el diálogo social, sentando en la mesa de negociación a los actores organizados de todo el despliegue de actividades del país. Si concertar siempre fue importante, y el peronismo lo ensayó varias veces, ahora es fundamental por la dinámica competitiva del mundo de la producción global, sumada a la complejidad de la actual “sociedad del conocimiento”.

Hacia la democracia participativa con el concurso de los trabajadores

El pasaje sindical de factor de presión a factor de poder, impone trascender la etapa gremial y asistencial, para, sin abandonarla, alcanzar también las metas insoslayables de la presente etapa política y cultural. Significa una actualización de estructuras y funciones, y el desempeño de buenos equipos de asesoramiento y acción, a fin de disponer en tiempo y forma de los planes y programas estratégicos, y de los suficientes cuadros superiores, de enlace y de ejecución, para liderar naturalmente la marcha hacia “una democracia participativa plena de justicia social” según la célebre definición de Perón (1974).

Este esfuerzo comienza hoy, sin duda, en la superación de las formas remanentes de superexplotación que se impusieron en la década del 90: privatización irracional de servicios públicos; precarización y tercerización del empleo; trabajo en negro; falta de aportes patronales y previsionales; negación del acceso a la agremiación y las obras sociales. Situación compleja que hay que resolver de inmediato, para evitar que los trabajadores marginados sean condenados a la desesperación y su ulterior utilización por grupos antidemocráticos.

Recordemos que, sin la formulación y cumplimiento de estos grandes objetivos no existe el arte de la conducción político-sindical propiamente dicha, sino apenas una mera “administración gremial” sin pena ni gloria; que se expone así a un retraso y desgaste inexorables. En cuanto a lo cultural, exige las tareas de educación, formación y capacitación que hay que intensificar para evitar la “masificación” de la gente e impulsar su elevación a la categoría superior de pueblo, participando activamente en sus múltiples organizaciones libres. Esto nos exige construir lo permanente, a partir de principios y valores perdurables y su constante transmisión, prédica y arraigo.

Acceder con libertad de expresión a la comunicación comunitaria

Tenemos, que participar creativamente de la “lucha de ideas”, sabiendo defender lo nuestro con pautas singulares sobre identidad cultural e integración nacional y regional; y proyectar el sentir de los trabajadores argentinos en las experiencias continentalistas vigentes (Mercosur- Unasur). Todo lo cual nos lleva a la necesidad de marcar una presencia clara y sólida en el campo de la libertad de expresión, según la nueva ley que restringe la arbitrariedad de los monopolios mediáticos y facilita el funcionamiento de la comunicación comunitaria.

Para verificar este tipo tan necesario de comunicación interactiva, abarcando todos los actores sociales, es preciso librarse de las etiquetas de pasado. Las nuevas características de la sociedad del conocimiento, y su acceso, vía las redes info rmatizadas, a una realidad cambiante y compleja, ha acabado con la vieja división entre trabajadores manuales e intelectuales. Por eso el protagonismo del mundo del trabajo debe reflejar, sin discriminaciones “culturosas”, el frente único y homogéneo de quienes labramos por igual la riqueza del país y su personalidad soberana.

Como contribución a la comprensión mutua de todos los ámbitos del país, la comunicación comunitaria, que corresponda proporcionalmente al sector sindical, tiene que esclarecer las causas y motivos de los conflictos laborales, demostrando sus razones. Esto impedirá la ag udi zación virtual que alienta, con fines desestabilizantes, la manipulación mediática, de las corporaciones globalizadas, sobre el nivel real de conflictividad social.

De igual modo, y con el propósito de consolidar y defender la democracia, es imprescindible colaborar en el reordenamiento progresivo del espacio común, que pertenece y ampara por igual a todos los ciudadanos. En este sentido, hay que ir reencausando las legítimas manifestaciones públicas políticas y sociales, evitando los extremos de la “j udi cialización de la protesta” y el “caos por el caos mismo”, porque ambos juegan a interferir la convivencia y desestabilizar el orden institucional.

Estado de Derecho y Estado de Justicia

Vivimos en realidad un Estado de Derecho, que parte de la existencia de conflictos sociales, y se propone resolverlos con los mecanismos legales y j udi ciales correspondientes. Sin embargo, en la doctrina nacional que postulamos, se aspira a conformar un Estado de Justicia, donde la conflictividad social disminuya al máximo posible por la vigencia del proyecto nacional, de la concertación social, y el diálogo organizado alrededor de una verdadera libertad de expresión y comunicación.

En el plano político, esto se expresa en el “régimen de partidos”, que representa a cada corriente en el orden institucional y legal de las contiendas electorales y discusiones parlamentarias. Al mismo tiempo, este plano trasciende a una base social menos fragmentada y más dinámica, que desea el bien común en sus distintas manifestaciones. Para esta base amplia, de raíz nacional y popular, el justicialismo propugna su idea de “movimiento”, con equidad participativa, organizativa y distributiva en el panorama nacional.

En esta concepción integradora (Partido y Movimiento), que excluye toda opción totalitaria de “partido único” y quiebre del sistema democrático, no vale discutir la primacía excluyente de ninguno de los dos términos. Así constituimos un compacto partido- movimiento, que dispone tanto de sus legítimos representantes en la vida político-institucional, como de su propio poder de convocatoria y movilización social para luchar por la unión, solidaridad y justicia. Por lo demás, allí está la doctrina, y sus prescripciones sabias y prudentes, para garantizar la unidad de pensamiento y de acción en el nivel estratégico adecuado.

CGT única y ejercicio de la democracia sindical

La existencia de una única central sindical a nivel nacional - la Confederación General del Trabajo de la República Argentina-, es un caso de unidad gremial sin parecido ni paralelo alguno. Cómo se percibe lamentablemente en el continente y en el mundo, la fuerza de los trabajadores se divide y dispersa en diversas corrientes ideológicas: socialdemócratas, democristianas, marxistas, “independientes”, etc; y como es sabido: la división entraña siempre un factor directo de debilidad.

Por consiguiente, convencidos del valor irrefutable de la unión como sinónimo de fortaleza, nuestros trabajadores han mantenido a la CGT por encima de las diferencias, principio que suele enriquecer así el debate y la participación de sus integrantes; y han pasado la prueba del tiempo a pesar de los ciclos abruptos de proscripciones y gobiernos militares y civiles. Sin embargo, cada tanto vuelve a la carga el intento de crear otras centrales en nombre de una supuesta libertad gremial.

No es ocioso, entonces, recordar cual es la clave para asegurar la solidez de nuestro modelo confederal, por el ejercicio pleno de la democracia en la base de la organización sindical. Ésta se nutre de la existencia y libre funcionamiento de las agrupaciones político-sindicales, y la actividad de sus respectivos cuadros orgánicos. Si esta vida interna, que es vital para la actualización permanente de sus objetivos, se obstruye por la vía negativa del autoritarismo o la violencia, se debilita el movimiento en sí y toda la imagen del sindicalismo corre el riesgo del desprestigio y del aislamiento.

Por lo tanto, nada es más importante que garantizar la libertad sindical en forma principista, orgánica y estatutaria; lo cual redundará en comportamientos y conductas responsables, capaces de hacer su propio aporte al conjunto, pero sin divisionismo. Porque sólo la unidad en la organización vence al tiempo; y el poder social, en ninguna de sus manifestaciones, puede privatizarse o especularse impunemente.

Por extensión de estos nuevos desafíos, las conducciones sindicales con carácter de gran movimiento nacional, orientarán de hecho las reivindicaciones sociales espontáneas o semi-orgánicas, superando, con habilidad y persuasión, los resabios de una especie de “anarco-sindicalismo” que actúa contra el Estado en forma absoluta. Por este camino errado, hace el juego al poder dominante de las corporaciones, encarnado una suerte de “gorilismo de izquierda” y distrayendo el esfuerzo estratégico principal del campo social.

El regreso de la juventud a la militancia

Después de dos décadas de ausencia manifiesta de la juventud de la escena política, la cual se reflejó en el envejecimiento relativo de las dirigencias partidarias, con fuerza en una nueva toma de conciencia nacional y social. Ella contiene en sí misma una promesa de actualización del debate profundo de los grandes temas pendientes, para sustentar una posición estratégica del país y la región, rescatando la retórica política de una actitud excesivamente localista, cerrada y mediocre.

Posiblemente, la causa de este renacer militante tenga elementos de espontaneidad ante el cansancio existencial de una crítica juvenil fundada en el dominio mercantil de la política; y la consiguiente subcultura del individualismo, el exitismo y el hedonismo carente de ideales superiores de vida. Sin embargo, debe reconocerse que, junto al agotamiento de esta etapa de anomia, fomentada por una globalización asimétrica apoyada tecnocráticamente, las gestiones presidenciales de Néstor y Cristina Kirchner han vuelto a ubicar a la política en el centro de la escena, como palanca de transformación social, y por lo tanto susceptible de despertar vocaciones y mística militantes.

Resta ahora la enorme tarea de formación, capacitación y autoeducación de esta juventud calificada integralmente como nueva generación. Precisamente, la profundidad política de este concepto, descarta la pérdida de tiempo que encierra el “juvenilísmo” de las falsas rebeldías y las poses de “modas”, que cada tanto se repiten desde una ideología liberal consumista y huérfana de sentido nacional.

Organización generacional, entonces, que es preciso unir y trasvasar con las precedentes, para aprovechar experiencias y cooperar entre sí en una larga épica histórica. Sabiendo emerger de los momentos de frustración sin resentimiento y luchando con pasión pero sin violencia, para no repetir los errores del pasado y no apostar al divisionismo que debilita el proyecto nacional y regional de identidad, integración y defensa.

Ser militantes del amor y de la vida, implica la justificación espiritual de la existencia, superando la matriz mezquina del utilitarismo material. Sin duda, hay cuestiones básicas a satisfacer, pero el ser humano sólo se ennoblece cuando lucha realmente por sus ideales, sirviendo a la comunidad con una entrega solidaria. Tal el ejemplo inolvidable de Eva Perón, que ingresó a la historia convirtiendo cada necesidad popular en un derecho consagrado por la doctrina.-

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Síntesis de la exposición de Julián Licastro en el Congreso Nacional de la Juventud Sindical Metalúrgica, por invitación del Secretariado de la UOM , y realizada en el Salón de Actos de la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza, Mar del Plata, 26 de noviembre de 2010.