viernes, 13 de mayo de 2011

La cuestión del poder social

La voluntad de la energía colectiva

El poder es una categoría fundamental de la política y la estrategia, vinculada directamente a la voluntad de conducción, porque el pensamiento capaz de movilizar fuerzas para la acción no se conforma con interpretar la realidad y criticarla, sino que procura transformarla. Esto ha sido así desde siempre, pero se ha explicitado teóricamente con gran vigencia en el mundo moderno y contemporáneo, ligado a distintas concepciones filosóficas e ideológicas, que han hecho propicio el surgimiento de grandes crisis sociales, para actualizar sus conceptos y modificar sus formas orgánicas y métodos de aplicación.

Como resultado de esta trayectoria, una mirada retrospectiva puede captar, en las modalidades del ejercicio del poder, el sentido integral de toda una época; y, a la vez, considerar los caracteres que el poder asume en el presente y parece proyectar al porvenir. Para ello, hay que eludir su definición abstracta y partir de una reflexión situada, entendiendo que, en el caso de nuestro movimiento social, el poder tiene que decidir desde lo propio, uniendo palabra y obra en la acumulación y dirección de una energía colectiva, estructurada para lograr efecto, resolver conflictos y alcanzar grandes objetivos.

Sucede que, en todos los órdenes de actividad, el “principio de autodeterminación” exige disponer de una parte suficiente de poder, para elegir entre las alternativas resultantes de la presencia devoluntades contrapuestas. En este juego de distintas posiciones, relacionadas en un balance dinámico de presión y tensión, es indudable que la fortaleza propia acrecienta la probabilidad de impulsar favorablemente la iniciativa estratégica para alcanzar sus fines.

Por el contrario, sin energía válida para aplicar a un propósito concreto, no hay posibilidad de escalonar las acciones capaces de lograrlo, porque todo se anula en la inacción o la frustración. Por consiguiente, es preciso construir una fuerza activa predominante que, sin un carácter irracional o agresivo, tenga la firme resolución de cumplir los planes previstos. Planes que empiezan con el esfuerzo de conformar una unión interna, consolidada con organicidad y formación, para evitar el desaliento, la interferencia o el divisionismo, en el escenario de una lucha prolongada.

Las reglas de eficacia

Obviamente, el poder, como noción general, tiene sus reglas específicas, que deben observarse con un código realista. En él prima el cálculo, la utilidad, la practicidad y la rentabilidad al sopesar costos y beneficios de cada operación posible. Quien ignore estas reglas, con actitudes ingenuas o voluntaristas, pagará duramente su impericia en el manejo táctico sobre el terreno de lucha. En cambio, el realismo, en su mejor acepción, que no consiente al oportunismo, garantiza la pervivencia de los ideales permanentes de la organización.

Es conveniente, entonces, tener una visión adelantada a los acontecimientos, expresada en una línea general de acción, con la imaginación correspondiente de las diferentes variables tácticas, o sea: evitar en todo lo posible la improvisación, que es mala consejera en la tarea de conservar y acrecentar el poder, que por sí mismo ya es un concepto relativo y cambiante. La previsión demanda, también, la disposición a pensar en conjunto con los equipos de trabajo, lo cual no implica diluir la referencia y la responsabilidad que atañen al liderazgo establecido.

El proceso operativo del poder más que una “conquista” es una “construcción”. La diferencia destaca la atención constante en la materia, sobre el interés ocasional; y señala la importancia de la conducción medida y responsable sobre la apología indiscriminada de la confrontación. Conducir significa precisamente la habilidad y perseverancia de propagar el empuje vital de la organización, negando la tentación de la postura burocrática, y afirmando su potencial e impulso de crecimiento y despliegue.

Lo social y lo económico, los trabajadores y los empresarios, pueden resolver sus diferencias paso a paso y sector por sector, en el diálogo superador del Proyecto Nacional, que constituye la instancia más alta de la discusión política de las fuerzas productivas. Diálogo demostrativo de una maduración de la sociedad, y de las partes convocadas que, al par que defienden su identidad e intereses, reconocen y respetan al otro como partícipe necesario de una prosperidad compartida, cuya distribución tiene que debatirse progresivamente. El axioma irrefutable es poner el capital al servicio de la economía y la economía al servicio del hombre; porque invertir esta secuencia significa consagrar la especulación financiera y la injusticia social.

La eticidad como capacidad política

Vimos recién los requisitos de eficacia y realismo que rodean la categoría esencial del poder. Ellas sobrepasan, sin duda, las versiones hipócritas que hoy repiten el doble discurso “principista” de los voceros de los centros mediáticos; aunque ayer ocultaron la criminalidad económica de los cómplices civiles de la dictadura militar.

Sin embargo, ahora, en su acepción popular, el contenido ético del poder tiene que asegurarse por su dimensión comunitaria, en tanto comporta una dirección equilibrada y ecuánime del conjunto social, so pena de polarizar y dispersar sus grandes componentes. El problema es complejo, porque exige una modalidad de conducción que, junto con la congruencia de fines y medios, sepa sumar sostenidamente excelencia, abnegación y sensibilidad.

Las virtudes éticas de la política superior, que nunca deben resignarse, implican descartar el poder por el poder mismo y desoir sus “teorías justificatorias” de cualquier signo. De igual manera, tienen que prevenir la arbitrariedad, el exceso y el abuso, configurando gradualmente una cultura del poder y su ejercicio. Es un desafío que tiene que superar males crónicos, fundándose en la veracidad, la persuasión y la prudencia; no sólo por evidenciar la honestidad de su comportamiento, sino para incrementar el cúmulo de sus fuerzas.

No son consejos pueriles desde una actitud impolítica, que apela a la moralina para descalificar a los estadistas y fomentar un individualismo indiferente que no participa en nada; sino lecciones de la historia que nos recuerdan el carácter efímero de la vida humana, frente a la ambición ilimitadade poder político, riquezas o fama. Ella confunde ser con tener, conducir con mandar, y autoridad con dominio, vaciando de contenido y significación social al régimen de la democracia política.

La cuestión del poder, en fin, se define realmente sin caer en la vulgaridad de los lugares comunes que demonizan toda forma de conducción, especialmente la social, y sin la solemnidad artificiosa que cubre muchas veces este aspecto elemental de la vida de la sociedad. Según sea el poder, desde lo cotidiano hasta lo histórico, así será la comunidad: poder como “sustantivo” equivalente a corrupción, privilegio y prebenda; o poder como “verbo” en función activa de hacer, reunir y desarrollar toda la potencia del país.

Un pensar libre y actualizado

En el arte de conducir, es preciso estimular una actitud inteligente y penetrante para estudiar y precisar, en cada momento estratégico, la realidad que se enfrenta, la necesidad que se percibe y la reivindicación que se anhela. Tarea tipo “Estado Mayor”, animada de un pensamiento libre y elaborado en conjunto, del cual resulta una línea directriz para orientar las fuerzas concurrentes, y permitir la concentración total de esfuerzos sobre el objetivo principal (es el llamado “principio de masa”).

La suma cualitativa de objetivos cumplidos, refuerza el poder de la organización que detenta el liderazgo, pero que no constituye un patrimonio individual, sino un factor finalmente de naturaleza colectiva. De todas maneras, la facultad real de quienes conducen, sin apropiarse del poder, facilita su aplicación unificada y correcta en tanto, y en cuanto se acepta a nivel de bases como una autoridad elegida, respetada y querida; porque lo contrario, obviamente, implicaría una crisis de conducción.

Esta capacidad de recrear liderazgos rotando alrededor de las crisis, con distintas franjas de dirigentes y corrientes internas que se suceden en el peronismo político y sindical, hace a la índole original del “movimiento”, porque él proscribe las actitudes pasivas, estáticas o aisladas que así contradicen su propia denominación. En efecto, el movimiento es tal, como organización y poder, porque se manifiesta en la acción; no sólo conservando su vitalidad en el tiempo, sino afirmando y actualizando sin cesar sus contenidos y motivaciones para adaptarse a la evolución.

El poder, por consiguiente, permanece siempre con el ejercicio sucesivo de la voluntad de conducir creativamente, y en el marco de “la realidad efectiva” que la gente sabe y siente; sin dejarse capturar por el sectarismo, que termina encerrado por su propio mecanismo de exclusión. Luego, es un rasgo crucial de un fructífero liderazgo, el sostener una posición de valores superiores, y abrir un amplio haz de posibilidades de realización para la comunidad o la organización, que éste circunstancialmente representa y dirige.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Comunidad, trabajo y poder social.

Este breve ensayo tiene por finalidad ofrecer su contribución a un debate de gran actualidad referido a las reivindicaciones que, en la esfera pública, plantea el movimiento de los trabajadores por medio de la representación institucional del sindicalismo. En tal sentido, sustenta una tesis sobre el nuevo paradigma que la realidad impone a esta estructura histórica de lucha y concertación laboral, para abarcar también, con su liderazgo de referencia, a las múltiples organizaciones que han surgido, en los últimos años, para reivindicar a vastos sectores populares que carecen de empleo, vivienda y servicios de educación.

La exposición, con sustento académico pero expresión sencilla y directa, hace converger tres ejes de estudio y análisis: la perspectiva filosófica, la perspectiva política y la perspectiva estratégica. De este modo, presenta los principios fundamentales del justicialismo en lo ideológico y doctrinario; su concepto central y armónico de la comunidad organizada; y la valoración del trabajo en la actividad productiva y en los lazos solidarios que genera con fuerza de unidad; factores todos que confluyen en su experiencia singular en laconstrucción de poder social.

La organización política integral

El peronismo se constituyó convocado por una conducción carismática y un mensaje doctrinario, que fructificó en un movimiento social de base laboral. Perón y el 17 de octubre marcaron el acontecimiento irreversible que cambió la historia para siempre. A esta columna vertebral se agregaron sectores medios y hombres de diferentes partidos y realidades territoriales, atraídos por el impulso irrefrenable de una revolución tan profunda como pacífica. En ella tuvo un lugar relevante la mujer, tras el ejemplo de Evita; y luego, para el regreso del Líder, la incorporación masiva de la juventud en sus distintas manifestaciones.

Hoy, atento a las nuevas circunstancias de una evolución incesante, y acorde al mandato de actualización que es el núcleo insoslayable de su concepción fundante, tiene que delinear un nuevo despliegue en los términos de una Organización Política Integral, recreada por sus dos factores estructurales tradicionales: Movimiento y Partido. Un movimiento que, además de los trabajadores organizados, tiene que abarcar ahora a todas las fuerzas y organizaciones libres con propuestas sociales. Y un partido que, paralelamente, supere y trascienda la mera tarea proselitista, electoral y de distribución de cargos.

Hay que recordar que, en la génesis organizativa del justicialismo, la primera escuela de conducción que Perón creó fue la sindical, y sólo después la política; por lo cual existen muchos dirigentes de organizaciones sociales de aquella extracción, igual que en la militancia territorial con presencia significativa en gobiernos municipales y concejos deliberantes. De allí que estos elementos, siempre en el marco de una formación doctrinaria que es la misma para todos, puedan y deban entender mejor que nadie la necesidad, no de restar, sino sumar a sectores valiosos de la comunidad (movimiento de movimientos).

Esta interpretación de una organización política moderna y completa, debe perfeccionar la capacitación por la transmisión de principios y valores para descartar la politiquería; y preparar intensamente cuadros de conducción, de encuadramiento, de enlace y de comunicación: éstos últimos para operar, con recursos idóneos, los medios propios de la apertura de la libertad de expresión contra los monopolios. Un capítulo fundamental de esta capacitación sistemática, tendrá como objetivo disponer, en calidad y cantidad, de intelectuales, técnicos y profesionales para apoyar la planificación democrática del desarrollo integral, que es imprescindible realizar para cumplir con las asignaturas pendientes (2012-2015).

La ciudadanía se potencia con el proyecto nacional

Dentro de una democracia que aspira a lograr la mayor equidad civil y participación, la ciudadanía -como categoría política- manifiesta su plena potencialidad, no cuando los discursos partidistas agitan su superficie, sino cuando el llamado del proyecto nacional logra movilizarla desde la base. En tal aspecto, el movimiento popular (no populista) es una forma orgánica viviente, pasible siempre de ser actualizada en metas y contenidos, para servir de modo activo y eficaz al resurgir de grandes momentos históricos.

Igual ocurre con la doctrina, con cuyos postulados el movimiento interactúa pedagógicamente, y que -guardada por la clave de sus grandes pautas de acción entre los pliegues de la memoria colectiva- orienta en cada ciclo político la intervención social en ladinámica cultural por la identidad argentina. Esta larga lucha expresa el desafío de la intuición y la experiencia popular a todo intento de colonizar el pensamiento a fuerza de doble discurso y poder mediático; porque aquí también hay una visión distinta, que suma el criterio doctrinario al sentido común, para discernir y predicar su propia interpretación de los hechos.

Los aportes innegables del justicialismo en sistema de ideas, formas orgánicas y modos de conducción, no siempre comprendidos por el teoricismo liberal de derecha o izquierda, tejen así una densa malla de relaciones prácticas en el mundo laboral, profesional y vecinal de la sociedad civil. Y es precisamente sobre este basamento único -con el que no cuentan otras fuerzas- que puede impulsar la construcción gradual de un nuevo Estado, por la reforma profunda de las estructuras preexistentes.

Conviene reiterar, entonces, que sólo la cultura del trabajo brinda el sostén necesario a una organización satisfactoria de la convivencia humana, que se degradaría sin las condiciones de mutua cooperación que esta cultura distingue y demanda. Y cuya toma de conciencia, por obra de la educación familiar y pública, se refuerza y consolida con la decisión personal de actuar para lograrla, dentro del tono de un humanismo sincero, donde “la verdad no es lo que se dice, sino lo que se realiza” (Tomás Moro).

Capacitar a la juventud es comunicarse con el futuro

Un dato vital de la actualidad argentina destaca el regreso de la juventud a la militancia, tanto en el campo político como sindical; porque refuerza la herramienta de participación y renovación que, ubicada en el centro de la escena, consolida la democracia e impide el avance de la plutocracia, que concentra el manejo discrecional de los grupos de poder económico. Es el viejo y vigente axioma: “sólo el pueblo salva al pueblo”. No hay otra forma de hacerlo que el compromiso y la actuación civil, contra la indiferencia, el facilismo y el oportunismo.

Capacitar a la juventud, e integrarse con ella en los perfiles generacionales correspondientes, es comunicarse con el futuro; sentir en conjunto que los ideales, la vocación y la mística encarnan valores perdurables, por encima del carácter efímero de las actitudes individualistas. A la vez, prueba por el contrario que la fragmentación política, envejecida y dividida sin cesar, está detenida en el tiempo, carente de proyecto positivo y sin recambio generacional alguno.

En la acción política, obrar “en contra de” nunca ha sido mejor que trabajar “a favor de”, condición estratégica indispensable que implica aceptar la realidad, analizar alternativas, presentar mejores propuestas y predicar con esperanza de manera incansable. Por eso, cuando la oposición no gravita, que es uno de los grandes problemas de la democracia, la tendencia a sustituirla con el discurso literario y la narración mediática, agrava la situación hasta la confusión crónica y agudiza la falta de credibilidad.

La oposición debe saber que perder una elección cabe en la posibilidad de toda contienda: el mérito está en reconocerlo, corregirse, levantarse y volver a luchar. Echarle la culpa al ganador, en cambio, no solo evidencia una falla ética, sino carencia extrema del don de liderazgo, defectos que no puede ocultar ninguna operación publicitaria. Tampoco vale calificar el voto de uno y descalificar al otro, como si la “verdad” política fuese un hecho científico, incomprensible para la mayoría, y no la construcción de una voluntad popularque se instituye por sí y determina un camino de marcha, únicamente modificable por la alternancia democrática, en los plazos constitucionales.

Políticas de Estado y coincidencias programáticas parlamentarias

A nuestro juicio, el peronismo es la corriente principal, aunque no la única, de la liberación nacional, cuya amplitud de propuesta prevalece sobre las limitaciones de los partidos demoliberales, moldeados por el régimen semicolonial de dependencia. Éste somete la política a la economía y reduce la participación cívica al proceso electoral, necesario pero no suficiente para alcanzar trascendencia social y nivel estratégico.

Por lo tanto, el peronismo privilegia a la columna vertebral del trabajo, sin ser clasista; es sensible a las conducciones carismáticas, sin ser mesiánico; y es proclive al llamado doctrinario, sin ser dogmático. Éstas son las directrices correctas de su comportamiento colectivo como movimiento multitudinario, tal cual se forjó en su núcleo original. Y éstos son también los límites que sancionan la conducta negativa de la provocación, la mera declamación y la sobreactuación política, que no se compadecen del rol intransferible que significa luchar, cada uno por igual, como protagonista necesario de un destino compartido.

La defensa del interés nacional no es negociable, y exige algo más que ganar unos comicios, porque supone gobernar con fuerza inclaudicable tras los objetivos de bien común. La solicitud de consenso, por parte de partidos de propiedad personal, reducidos a lo circunstancial de una candidatura, es un juego proselitista sin ninguna entidad. La historia, por su parte, también descarta a las alianzas aleatorias convocadas sin ánimo ni oficio de verdadera unidad. Sin embargo, para las fuerzas orgánicas, con tradición política y arraigo territorial, más allá de sus respectivos problemas, se hace imprescindible el diálogo institucional para fortalecer un cúmulo de políticas de Estado fundamentales.

Estás son las coincidencias programáticas que tienen que debatirse con seriedad en el seno del ejercicio parlamentario, para lograr el enriquecimiento de las propuestas y la adhesión política del bloque histórico nacional y popular, capaz de realizar la crítica constructiva, y apoyar lo esencial del Modelo Argentino, en la continuidad de los distintos turnos presidenciales. En síntesis: una maduración civil de nuestra comunidad, que se da a sí misma un lineamiento estratégico de destino nacional, y proyección regional, sostenido en el tiempo por una concertación política y un pacto social.