miércoles, 1 de febrero de 2012

EL PENSAMIENTO PROPIO EN UN PROYECTO COMPARTIDO

La libertad en función de la verdad

Desde la cita bíblica que proclama la libertad del hombre en función de la verdad, pasando por los filósofos clásicos, hasta los grandes pensadores modernos y contemporáneos, el tema apasionante del pensar propio de los individuos en el seno de la comunidad, plantea los mayores desafíos en la constitución de las organizaciones políticas y sociales de todas las épocas y culturas del mundo. La importancia se acrecienta en los sistemas democráticos de gobierno, que confían su desarrollo institucional a una participación ciudadana cada vez más consciente y activa.

Analizar, aunque fuese brevemente, la sucesión de conceptos y definiciones que tratan de dilucidar esta relación de la razón para aproximarse a la verdad, con el derecho para proteger la libertad, nos introducirá de mejor manera en los conflictos que hoy mismo manifiestan la complejidad de la evolución comunitaria. Y que, en muchos casos, registra el contraste entre avances y retrocesos, especialmente en el área de la sofisticación mediática y sus mecanismos tecnológicos, evidentes u ocultos, de masificación y manipulación de la “opinión pública”.

Otras veces, este deslizamiento preocupante a formas económicas o políticas de arbitrariedad, aún en un esquema nominalmente democrático, ocurre por la suma menos perceptible de pequeños hechos, dichos y gestos que tienden, de un modo u otro, a reemplazar la disciplina voluntaria del ser comunitario por una obediencia automática. Ésta, sin embargo, no resiste al estallido de crisis por acumulación de presiones y reivindicaciones postergadas. Tal la caracterización de la actual transición del orden global, plagada de luchas y rebeliones que, en pocos tiempo, acaban con dirigentes y referentes que parecían eternos.

Existe, en consecuencia, una fragilidad institucional de la que ningún país está exento, aunque en cierta etapa el ciclo de un liderazgo autosuficiente parece sustituir a todo un sistema político inexistente o inoperante, por su incapacidad y fragmentación. Hay, por lo tanto, una necesidad imperiosa de abordar este núcleo temático con la perspectiva de la “previsión”, aún para aquellos que consideran que este tipo de reflexiones comportan la incomodidad de un mal augurio. Con tal fin anticipatorio, seguimos el axioma que dice que cuando un problema es pequeño se hace difícil de ver pero fácil de corregir, pero cuando aumenta aunque todos lo adviertan es difícil de solucionar.

La participación orgánica por actos decisorios

El desenlace de una situación vieja para trascender a una nueva, sea en la vida personal o comunitaria, implica tener el valor de asumir el riesgo de concretar actos decisorios en el momento oportuno. Es una transición significativa en nuestra realidad intransferible, que se manifiesta por un modo de comportamiento a la vez valiente y responsable, con el fin de defender los derechos inalienables que capta nuestra toma de conciencia, superando las vacilaciones que encarnan “el miedo a la libertad”.

Se trata entonces de agudizar nuestra conciencia para decidir nuestra conducta, como principio de la capacidad de autogobierno y condición imprescindible para influir legítimamente en la conducta de los otros, en una dinámica de convicción y persuasión, de ejemplo y emulación. Este empleo honesto de la capacidad personal para pensar y hacer pensar supera la mera obediencia producto de la ignorancia y predispone el ánimo hacia un ordenamiento inteligente y sólido, funcional al interés general. La búsqueda de la verdad, como hemos visto, nos otorga el privilegio de nuestra especie: la participación orgánica libremente elegida.

Es la confluencia equilibrada entre la voluntad personal y la integración a la organización política o social, que exige para su funcionamiento: unidad y solidaridad. La canalización de esta integración se realiza, desde luego, en la doctrina compartida por conductores y conducidos, prevaleciendo sobre la ecuación anacrónica mando-obediencia. Por consiguiente, con el respeto a los principios doctrinarios se mantiene la integridad de la singularidad personal, y se aceptan de conformidad distintos roles para servir un mismo objetivo, dando sentido amplio a una identidad institucional.

Queda así establecida la conducción correcta por persuasión, y la persuasión por la demostración de argumentos, más el don particular de saber convencer en la prédica o el debate. Paralelamente, resulta eliminada la dirección por imposición de voluntades no razonables y no dialogantes, que no atienden a la dignidad de la persona y su derecho a hablar, a reclamar o a aportar sus propias ideas en beneficio de la sociedad. Ello sólo se consigue progresivamente, con una actitud paciente y un proceso igualitario fundado en la educación, la capacitación y la información.

La adulación limita las perspectivas de análisis

La organización del diálogo en cada nivel de los encuadramientos, hará circular permanentemente la argumentación dinámica de la conducción a las bases y viceversa, sin limitar la “comunicación” al monólogo o la impartición de instrucciones. Tampoco es libertad la indiscreción, la hipocresía o la falta de cortesía hacia quien ejerce una autoridad necesaria y legítima; por eso el respeto mutuo asegura un estado de ánimo satisfactorio en el orden político, por las virtudes del ejercicio de la equidad y la justicia.

En todos los casos la adulación, que no es ni discreción ni cortesía, anula el servicio de apoyo o consejo a la línea de conducción, porque estrecha sus perspectivas de análisis y debilita su sentido de realidad, que es la base fundamental para tomar buenas decisiones. Ello destaca, en los órganos de asesoría, la importancia de funcionarios francos y claros que, llegado el momento, sepan asumir el costo de transmitir verdades poco gratas, ya que consentir el engaño por temor es aceptar la sumisión y sus humillaciones.

Para todos los ciudadanos la participación democrática, con esta exigencia de veracidad, empieza por reafirmar el sentido de pertenencia que proviene de su origen social y territorial, para ser fieles a la representación que otorga el desenvolvimiento nacional de un sistema político que se precie de tal. Éste necesita tomar cierta distancia de las modas políticas de circunstancia, para fortalecer la continuidad histórica y la raigambre local de las distintas estructuras y fuerzas que coexisten en el orden republicano

La cuestión es de sentido común, ante la necedad de negar la realidad de lo logrado en una gestión, o no aceptar aquello corregible o pendiente. Ambas negaciones llevan por igual a la inacción, que es lo contrario del liderazgo como arte pleno de ejecución. El absolutismo ideológico, pues, tarde o temprano se vuelve en contra del intelectualismo abstracto que lo proclama, desde cualquiera de sus extremos, porque los pueblos, en una instancia dada de su desarrollo cívico, son reacios a la insinuación totalitaria.

La comunidad política como experiencia

Desde el punto de vista de la comunidad como experiencia de vida y de acción, se trata de eludir las discusiones ociosas con conclusiones estériles tan caras a los “círculos ilustrados” pero inoperantes. Con esta economía de esfuerzo es posible privilegiar la posición de quienes trabajan y defienden la realidad social que integran. Así, es factible hacer confluir coherentemente la razón (logos) y el poder popular (polis), pensando y hablando con transparencia y efectividad para contribuir a establecer y mantener autoridades con reconocida idoneidad y prestigio.

La prudencia, en tanto virtud esencial de la conducción y sus auxiliares, tiene la ventaja de no discutir la teoría de los objetivos finales que en general se comparten y han sido refrendados por el resultado electoral; pero sí debate la selección de los mejores medios de acción para lograrlos. Esta función de excelencia acredita el máximo de libertad política y técnica para expresar ampliamente los criterios, a menudo originales y creativos, del pensar estratégico integrado en equipos de trabajo.

La facultad de la razón propia no incluye la llamada “verdad escéptica”, que evidencia una actitud destructiva, al carecer de esperanza y fe, sin cuya influencia espiritual es imposible imaginar proyectos y programas de transformación. Estos contenidos positivos denotan el poder político de las voces protagónicas, porque la palabra orientadora “hace y hace-hacer”. Luego, el pensamiento propio es eficaz en lo orgánico cuando se brinda como aporte confidencial y confiable; y hasta como crítica constructiva, cuando propone de buena fe las medidas concretas de corrección o complementación.

Interpretar para comprender conjugando humildad y firmeza

En esta época demasiado secular, las respuestas de la providencia a nuestras indagaciones existenciales no son explícitas. Por ello, gracias a la identidad cultural, plena de signos y simbolismos que se reflejan en la actitud sencilla de la gente, es posible ver y escuchar para interpretar y comprender cada coyuntura. Este carácter profundo de nuestra condición humana, implica siempre un “comprendernos” a nosotros mismos, para salvar con éxito las situaciones ambiguas que mezclan riesgo y oportunidad.

Es una aplicación del viejo refrán “ayúdate que Dios te ayudará”, y que se añade al referido en la primera parte con “lo cortés no quita lo valiente”. Dicho de otro modo, la conducción superior en cualquier estructura siempre tiene la palabra de autoridad, pero ella admite el intercambio de otras palabras a cargo, de aquellos que participan cualitativamente, a partir de un conocimiento experimentado que sustenta sus propias convicciones y trayectoria.

Es obvio que la discusión interna o externa no descarta la pugna por espacios de poder que es intrínseca al hecho político. Pero ese “juego” se canaliza en los márgenes normales del código democrático, donde puede haber hasta “rivales” enconados pero no “enemigos” mortales. Es más, en esta lucha muchas veces la verdad no surge del análisis mesurado, sino del choque de pasiones o ambiciones personales, aunque todo sea preferible a la instalación de una “falsa verdad” por obra del uso de la fuerza.

Sólo quienes se animan a convocar sin “medias verdades”, que se replican enseguida con “medias mentiras”, pueden esperar la lealtad y solidaridad de las bases, para asumir la responsabilidad de la línea política que ellas mismas comparten, aún en las circunstancias más difíciles. Tal ha sido la resistencia popular y el rescate multitudinario de los grandes líderes que encabezaron momentos épicos imborrables de nuestra historia, y lo hicieron sin perder presencia ante la adversidad.

Vocación de verdad y voluntad transformadora

Según se empeña en enseñar la historia, los defectos y faltas persistentes en la vida de la democracia inclinan su pasaje en el tiempo a la disyuntiva entre anarquía y represión, que equivalen a la doble muerte de la libertad. Ella se precipita, como hemos visto, cuando prevalece una masa amorfa sin organización popular, y cuando la acción social se diluye por falta de moral social. Advertencia que debe llevar a la sumatoria de vocación de verdad y voluntad transformadora, para no reducir el enunciado de la libertad a una pose meramente declamativa.

A tal fin, el pensar, el decir y el hacer tienen que unirse para convertir a la política, en el mejor sentido del concepto, en la “prueba de realidad de una filosofía y doctrina”. Por supuesto que no nos referimos a la política teórica ideal en contraste con la política práctica concreta, que se traduce en acción, tarea y trabajo. Una participación de este carácter, en la ocasión oportuna, puede ir relativizando el seguidísimo, el conformismo y el oportunismo exaltado en los momentos de éxito, que por su misma naturaleza son los primeros desertores en los momentos de dificultad.

La libertad de ser comulga con la libertad de hacer, configurando la necesidad de un compromiso de realización, porque nuestra forma de vida y de militancia son inseparables en su coherencia o incoherencia ética. Somos algo más que ciudadanos “independientes” que sólo concurren a los actos electorales y siguen la situación del país por los medios. Allí no se agota el sentimiento participativo que abarca la facultad de intervenir orgánicamente en las múltiples manifestaciones del desarrollo comunitario; y que debe considerar siempre a las personas de acuerdo a la exigencia que plantea su destino espiritual e histórico.