domingo, 21 de diciembre de 2014

Columnas radiales para “El Observatorio del trabajo” en la Argentina del Siglo XXI de Julián Licastro




PRESENTACIÓN
Esta publicación comprende una recopilación de las principales columnas radiales de Julián Licastro para “El Observatorio del Trabajo”, institución civil de bien común, que ofrece un espacio de comunicación especial orientado a la problemática del empleo, la producción, la innovación tecnológica y el desarrollo de las relaciones humanas y laborales.

El programa conducido por el Lic. Juan Domingo Palermo, acompañado por el C.P. Jorge Alberto Potente, se dirige en particular a líderes comunitarios y emprendedores del campo institucional, económico, social y gremial, con aportes de reconocidos académicos y expertos de probada capacidad profesional y docente. 

El Emb. Licastro, de larga trayectoria política, diplomática y en el área de la defensa nacional, inicia cada emisión radial con un marco conceptual que ofrece perspectivas para enmarcar el tratamiento  de las entrevistas y análisis de los invitados, que pertenecen a un arco plural del pensamiento participativo y sus distintos matices políticos y  especialidades técnicas.

En este material de apoyo didáctico, las columnas han sido seleccionadas y recopiladas según un criterio temático, no cronológico, para servir al método de autoayuda en la formación permanente de dirigentes y cuadros.
Nuestro agradecimiento especial por su desinteresada y valiosa contribución, verificada en una concepción amplia y una experiencia concreta.

DISTINGUIR ENTRE “LO  POLÍTICO” Y “LA POLÍTICA”

Para no abjurar del compromiso social, que es irrenunciable, se requiere distinguir entre “lo político” y “la política”. Lo político es el todo que abarca lo profundo, permanente y funcional del comportamiento colectivo. La política, en cambio, es la parte coyuntural y criticable, constructivamente, cuando no sirve al conjunto, y se pierde en el juego de las ambiciones desmedidas de los dirigentes que se creen eternos.

Ocurre que la comunidad es en sí el marco histórico de desarrollo institucional: tiene causas, relaciones y efectos políticos que no pueden soslayarse hipócritamente. En este aspecto, “lo apolítico” en rigor no existe, ante el evidente entramado del “nosotros social” y sus múltiples ramificaciones. Luego, la política, es la dirección eventual aplicada al gobierno y la gestión, la cual no siempre se ejerce eficazmente, aumentando la conflictividad entre distintos sectores. Nada lesiona tanto como el exceso y la injusticia a la categoría ética y jurídica superior del Estado.

La praxis política es absolutamente cuestionable cuando trasluce intereses espúreos de personajes asociados para delinquir con la cobertura de la estructura estatal, que pertenece a todos los ciudadanos. Ellos usurpan y acaparan potestades públicas, al margen de toda excusa ideológica, y  atentan contra el bien común: sea con falsas promesas, reivindicaciones ficticias, sobreprecios de licitaciones o falsificación de índices y datos de la administración oficial.

Revertir esta anomia insumirá tiempo y constancia, empezando por la tarea de  quienes se consideren partícipes y testigos de su comunidad local de pertenencia. En ella el individuo suele estar más atento y arraigado, por la influencia ineludible que marca su identidad. Fenómeno social envolvente que hace que “nadie pueda realizarse en una comunidad que no se realiza”; haciéndonos sufrir la frustración aún en el ámbito personal, familiar y laboral atravesado por la crisis.      
   
La soledad que acecha al individualismo, suele presentar un punto de saturación de la actitud egocéntrica que aísla y aliena. Hito de inflexión que indica un vuelco sensible hacia la “voluntad de conciencia”. Deseo factible, previo el dominio de sí mismo, de acceder a los valores solidarios para cambiar  hábitos y costumbres reacios al sentir popular. El nuevo impulso no es casual, y empieza cuando cada uno, en su momento, asume la responsabilidad de involucrarse en un esfuerzo conjunto a partir del primer escalón de su ámbito directo. Porque la suma de espacios organizados hace a una construcción de contención poderosa, mientras el vacío y la desorganización precipitan niveles inmanejables de anarquía y violencia.

Ningún argentino está solo en medio de la incertidumbre, si escucha la “voz interior” de la conciencia en defensa de la vida y la equidad. Y se dispone, en consecuencia, a coestar y cooperar con los otros en las relaciones interactivas de alteridad, amistad y trascendencia: “quién quiera oír que oiga”. Así lo hicieron los trabajadores en las jornadas memorables que sellaron para siempre su identidad nacional.

Seguir con desgano el relato agotado de la especulación, representa consentir la caída de una comunidad en parálisis progresiva, donde todas las consignas se han invertido y los buenos ejemplos han desaparecido. En una opción distinta, pensar como trabajo productivo es un camino abrupto, pero allanable en la medida de empeñar nuestras mejores energías. La acción crecerá, manteniendo el entusiasmo inicial, y comprobando que se marcha con quienes también supieron tomar la iniciativa. Tal “el poder de los actos resolutorios” capaces de despejar una situación de agobio, y trazar ejes de avance que antes parecían imposibles. 

Ahora falta elaborar la estrategia integradora de una comunidad en acción, articulando sus componentes principales a partir de la sociedad civil y sus organizaciones libres; más el aporte de un Estado presente, no ausente, ni autista en términos de “aparato” insensible y corrupto. En la coordinación de Estado y Sociedad, resultará imprescindible una descentralización por unidades territoriales comprometidas con la democracia cercana a las bases; y el control democrático del poder por la participación activa y permanente del pueblo. 

PENSAMIENTO AUTÉNTICO O IMPOSTURA INTELECTUAL

La cultura es la elaboración espiritual basamental de la realización de un pueblo. Su cualidad esencial es su carácter creador, superando la simple imitación o la copia. Esto no significa vedar el acceso a las tendencias llamadas universales, que en rigor alcanzan tal categoría desde un origen y contexto nacional; pero sí enriquecer dinámicamente nuestra valoración, sin lesionar la matriz singular que afirma arraigo y personalidad definida.

En este sentido trascendente, y no xenófobo, las comunidades que ansían conducirse a sí mismas, y liberarse de las presiones internas y externas que las mantienen dependientes, suelen sufrir la doble “colonización pedagógica” de las ideologías de derecha e izquierda. Opuestos tácticamente enfrentados que comparten, sin embargo, la misma estrategia de importar mecánicamente conceptos procedentes de otras latitudes geográficas e históricas, a expensas de la autenticidad de nuestra perspectiva y aporte.

Esta tergiversación resulta más evidente en una acepción integral de la cultura, que no se reduce a lo académico, literario y artístico, sino que abarca la fuente inspiradora de creencias profundas, y una filosofía práctica de la vida de raíz comunitaria. Así, preservando los matices del albedrío individual, se expresa en un mismo lenguaje, permite la organización de la sociedad y propende al equilibrio de sus instituciones. Ideal que culmina en la aspiración de amplitud de la cultura política, en vez de una “politización” esquemática.

En la Argentina contemporánea es necesario fortalecer las políticas de estado, no de partido, en cultura y educación, evitando el autoritarismo que mata la creatividad y el sectarismo que niega la diferencia o la reprime. Luego, el mayor despliegue de nuestra capacidad de pensar, es lo contrario de la actividad rentada de los “teóricos” justificadores de las múltiples contradicciones de un manejo oficial temperamental.

En este punto, la honestidad intelectual significa no ocultar ni simular la identidad política. Porque todo debate es válido, a condición de no caer en el “entrismo” que penetra las corrientes mayoritarias para intentar su ruptura y desviación. La ejemplaridad del verdadero pensador exige docencia con decencia, logos con ética;  y también tolerancia y discreción, sin sobreactuar la exposición mediática, ni fingir lealtad por conveniencia.

Las filosofías políticas rigen en los ciclos largos de la historia con cimientos casi permanentes. Las doctrinas sociales, que se enmarcan en ellas, actúan en ciclos cortos, por lo que deben actualizarse periódicamente para adaptarse a la evolución de las circunstancias. Pero esto no es lo que hace el “populismo”, que recusamos por igual en sus distintas variantes, porque oculta la concentración de la decisión política y económica, en oligarquías basadas en un sistema impune de apropiación de lo público.

Por tal causa, los regimenes populistas resultan preferidos por las corporaciones, que hacen negociados con un mando discrecional que garantiza secreto en sus contratos y concesiones. Motivo suficiente para que los intelectuales “revolucionarios” descarten el tema de la corrupción, capaz de frustrar cualquier modelo o plan con el descontrol de la codicia. Por eso el “progresismo” satura su mensaje de transgresión que encubre la venalidad de la decadencia, sin asignar prioridades concretas de buena gestión. Forma defectuosa de la participación que choca con la noción popular de “progreso real” que representa: trabajo genuino, vivienda digna, salud protegida y educación de calidad. 

La nomenclatura intelectual es diletante en el meollo de su impostura, por encarar su tarea sin vocación de resultado, como mero entretenimiento dialéctico y distracción polémica, renuente a trabajar en la formulación de los objetivos y líneas de acción de las políticas públicas. Son intelectuales dedicados a criticar a otros intelectuales en círculos presuntuosos de iniciados, sin las capacidades profesionales y técnicas necesarias para orientar la metodología de la solución de problemas. Encarnan así la “sabiduría” ignorante que desconoce la verdad de la realidad, pretendiendo ejercer un comisariato ideológico, burocrático y extemporáneo.

El pensamiento abierto, en contraste con el ideologismo cerrado, tiene que seguir los caminos fructíferos de la sinceridad, austeridad y humildad características de los grandes maestros. Virtudes imprescindibles, hoy más que nunca, para enfrentar el desafío de una sociedad del conocimiento; en un esfuerzo dirigido al logro científico y tecnológico para la liberación, no ficcional, sino efectiva. Porque sólo una cultura productiva, puede sostener una comunidad creadora con perspectivas de prosperidad legítima para todos.

HABLAR SIN ARTIFICIOS NI ENGAÑOS

Pensar es aplicar la facultad distintiva del ser humano a conocer y comprender aquello que capta. Constituye la concepción inicial de una obra y, particularmente, el incentivo que “forma el ánimo” para hacer un trabajo. Éste es el sentido a destacar al señalar la finalidad concreta de un pensar sistemático, dirigido a un contexto nacional de aspiraciones y necesidades insatisfechas, lo que exige “hablar sin artificios ni engaños”.

La conducción, que es el arte de las artes, sin el cual no hay orden creador sino caos, se transmite a través de un lenguaje orientador y motivante de la transformación de la realidad. Es un código de palabras e imágenes que explican con propiedad el rol de las distintas actividades de la “polis”, ayudando a armonizar sus funciones complementarias. Sus contenidos surgen de la fuente sencilla y popular de una “filosofía de la acción” que le confiere sobriedad y consistencia, mediante un discurso argumental ético y lógico con centro en la justicia social. Principio doctrinario que, enfrenta con éxito el palabrerío de la politiquería y su retórica lamentable de la “nada”.

El resultado genuino del pensar productivo, realizado en forma individual o de equipo, es el pensamiento comunitario que, cuando se encuentra bien fundamentado y afirmado, es un razonamiento vivo que se abre a sí mismo para adaptarse a las circunstancias cambiantes de tiempo y espacio. Y que, simultáneamente, se presta al intercambio enriquecedor de diversos matices y aportes, por el método de la corrección mutua en un proyecto compartido.

Alrededor de este juicio y su fuerza motriz, las cosas no permanecen inmutables, pues reciben su impacto oportuno, produciendo distintos grados de modificación en las conductas personales, los comportamientos colectivos, las estructuras orgánicas y los procedimientos técnicos. Cuando esta expresión creativa no existe, o cuando es bloqueada por ignorancia o indolencia, hay una clara señal de decadencia, porque se niega el proyecto prometedor de una nueva configuración de los vínculos de la comunidad, que es imprescindible para ingresar en otro ciclo de su trayectoria.

Los desafíos del pensar que discurre en un sistema democrático, comienzan cuando busca imponerse por la vía autoritaria de la versión única, acomodada a la conveniencia de una burocracia intelectual propensa a fingir, y por eso deficitaria de credibilidad y confianza. O cuando, dudando de su cohesión y vigencia, se encierra en consignas superficiales o artificiosas, rechazando debatir en profundidad los cuestionamientos de la crítica y la autocrítica. Obviamente, esta concepción no se fortalece ni se expande, sino se debilita y envilece, pasando de factor aglutinante a elemento irritante y divisivo de la comunidad.

Por estas razones, y máxime en un cuadro de transición, la pregunta “qué debemos hacer”, clave para intervenir en la situación, tiene que estar presidida por una interrogación preliminar sobre “cómo debemos pensar“; y, consecuentemente, como transmitir reflexiones que sirvan al diálogo plural. La respuesta puede esbozarse como “un pensar para hacer pensar” y llevarnos persuasivamente a una más activa participación civil, ofreciendo: finalidades claras, adecuación a la realidad y perseverancia en el análisis y la prédica de las propuestas partidarias y las políticas públicas.

Ésta es la temática que viene a completar lo expuesto sobre Democracia, Estado, Parlamento y Plan de Trabajo, como alternativas a los planteos abstractos o improvisados. Nuestro pensamiento político, económico y social precisa hacer una total diferencia, por la claridad y seriedad de su exposición. Resguardo a tomar ante un eventual agravamiento de la situación, por la mezcla de necedad e ingenuidad de quienes niegan los problemas nacionales con silencios mortificantes o escenas teatralizadas. 

 PROYECTO INTEGRAL O INTENTOS FALLIDOS

 La política como arte de lo posible, en especial cuando predomina un tono mediocre, suele gastar mucho tiempo en cálculos numéricos y alternativas de nombres, aún en situaciones que desafían la normalidad y exigen “el genio que es trabajo” de la verdadera conducción. Ésta implica un orden superior, donde lo cuantitativo no anula la apreciación cualitativa que combina los factores que irrumpen en el horizonte de lo viejo que se va, con el hecho de lo nuevo que viene.

El proceso de transformación que impone una transición plena, para serlo realmente, neutraliza la especulación oportunista con su dinámica de taller de forja. Un taller rústico y ruidoso que fabrica, en el momento preciso, los medios apropiados al recambio que abre perspectivas para todos. La oportunidad exacta es difícil de entrever, pero la tendencia puede mostrar su signo inexorable, cuando la prolongación monocorde de un ciclo agotado, satura la paciencia de aquellos contingentes del pueblo urgidos por graves problemas.

En esta instancia sensible aparece el talento organizativo natural de las bases en acción, que aprovecha el lugar abandonado por las estructuras inertes, sin alma política. Sus construcciones libres, llenando el espacio vacante con agilidad práctica, pueden acceder con rapidez a dimensiones impensadas de influencia sobre el amplio dispositivo convocado. Máxime ante la falta de competencia de los partidos que, con su comportamiento anodino, anulan la diversidad del pluralismo y quiebran sus tradiciones originarias sin establecer los nuevos códigos políticos.

Paralelamente, se verifica la creciente ausencia del Estado por la claudicación de los funcionarios sin voluntad de trabajo, a pesar de los “discursos oficiales”, cada vez más engañosos en su contraste con las falencias palpables en todos los aspectos de la realidad. Distancia que se agranda día a día, alejando la posibilidad de establecer un relativo equilibrio de la nueva relación de fuerzas, con márgenes suficientes de estabilidad y criterios de pacificación.

Por este motivo, la reflexión “racional” sobre una transición ordenada, que siempre es deseable a la incertidumbre del caos, puede ceder al encadenamiento de reclamos de una movilización espontánea ante la pasividad de los dirigentes de un régimen prebendario. Ellos tienen la tentación patente de pactar con la corrupción impune, aunque eso pudiera costar el descreimiento social en una salida esperanzadora. Tal frustración, como enseña la historia, malgastaría la fuerza espiritual y orgánica necesaria para evitar excesos y demoras, encarando con decisión el gran esfuerzo pendiente.

La disyuntiva debe ponerse en la “mesa de diálogo” de aquellos que no han perdido la costumbre de pensar desde el interés nacional, a fin de formular propuestas  públicas para encaminar los acontecimientos en términos, no de ejecución inmediata, pero si de preparación previsora. Esta actitud positiva, valga explicitarlo, es lo contrario a la supuesta conspiración que juega a desbordar la polaridad entre autoritarismo y rebeldía, como extremos funcionales a la fragmentación y pérdida de identidad de la comunidad argentina.

Es imperioso salir del reino de la improvisación permanente y las medidas cambiantes, para alcanzar niveles conductivos de índole más elevada, y dar testimonio de conducta ética compatible con la exhortación a realizar sacrificios especiales en períodos de crisis. La escena pública no está desvinculada de la vida cotidiana de sus “personajes” que proyectan visiblemente a esa esfera las virtudes, defectos y vicios de su personalidad. En tal sentido, la gente sabe que se es como se “vive” y no como se “dice”,  rechazando el dispendio, la desidia y el abuso.

 

UNA SOLUCIÓN ESTRATÉGICA
O LA IMPROVISACIÓN DEL DÍA A DÍA

La solución estratégica del país será una obra compartida o no será, siempre que se asiente en la convicción de que conducir es un servicio que ejerce el poder a través del deber; y no del sectarismo, el capricho y la ambición desmedida. La conclusión es predicar con el ejemplo para instaurar un Estado de trabajo, equidistante de las falsas antinomias del neoliberalismo y el neomarxismo, igualmente expresivas de un pensamiento y una experiencia dependientes.

Nuestro avance, a diferencia de las ideas copiadas y repetitivas, que hoy declaman los “populismos” de derecha e izquierda, se orienta por aspiraciones y posibilidades más grandes y específicas. No existe otra clave para acceder al porvenir que la concertación para la producción y el trabajo; ya que el “progresismo” abstracto que no suscita organización territorial, ni educación social, ni desarrollo económico, apenas puede manejar cifras para disimular fracasos.

Es menester descubrir una relación directa de la política con las cuestiones primordiales que el pueblo intuye y siente con el peso de la multitud, a la espera de planes y programas eficaces sin los artificios de la “ideología” y la “academia”. Buena ocupación para los cuadros político-sociales que sepan evaluar los defectos de las formas orgánicas viejas y facilitar su pasaje fluido a otros procedimientos, porque la complejidad de un futuro diferente exige una militancia distinta. 

Frente a la venalidad y el desgano, resulta imprescindible evidenciar austeridad, laboriosidad y coraje, no sólo como preceptos morales, sino como leyes intrínsecas a la nueva realidad que se perfila sobre la endeblez de toda pretensión individual o de círculo. De lo contrario, la movilización de parcialidades y sectas nunca podrá reordenarse y concentrarse para sumar las grandes fuerzas volcadas al cambio, con el menor costo en tiempo, penurias y contradicciones. 

Es sabido que, sin proyecto de nación se diluye la esfera pública con sus derechos y  deberes. Luego se consiente la privatización de lo público  en términos de negociado contra el patrimonio del Estado. Y se ejerce la “ejemplaridad al revés” que premia al oportunismo y la corrupción, y castiga la honestidad del ciudadano que trabaja y cumple. En consecuencia, se asiste con impotencia a la degradación de una sociedad que revierte los vínculos permanentes de un destino común, en un enredo de “relaciones de conveniencia” de corto plazo, sin credibilidad ni garantías.

De allí el desborde en la llamada puja distributiva, persiguiendo intereses sectoriales a cualquier costo para los demás, pues sin proyecto unificado no hay concertación económico-social, que es la referencia equitativa de una gran paritaria nacional. Esto a su vez deja a las paritarias gremiales como una entidad falseada que a veces se conforma con la apariencia. 

En paralelo, la división de las cúpulas sindicales, por apetencias de poder, no recibe todo el apoyo de sus propias bases, desperdiciando costosas campañas electorales. Un cuadro de limitaciones que trastoca rápidamente las reivindicaciones justas en inocuas; y hace que la lucha por la verdad efectiva se tilde de “rebelde”, complicando las soluciones más elementales, porque es imposible ordenar la economía de un país políticamente desordenado. 

VOLUNTAD POLÍTICA Y CAPACIDAD TÉCNICA

La descomposición y vaciamiento de las viejas estructuras y la extinción de los “modelos” esquemáticos, destacan la importancia de recuperar la iniciativa en la participación civil, el desarrollo productivo y el progreso social, que no pueden funcionar sin un plan de trabajo concreto. Diseño paralelo al armado orgánico y técnico referido a un nuevo ciclo que supere lo coyuntural, para adquirir alcance estratégico, y fortalecer los ámbitos locales y regionales descuidados por un centralismo extemporáneo e inútil.

El soporte activo de esta iniciativa urgente, que no puede posponerse pasivamente al calendario electoral, que sigue su propio curso, abarca una amplia reserva de cuadros políticos, sociales y técnicos, de inserción pública y privada, cuya vocación nacional trasciende la puja irracional de los compartimentos estancos. Porque el mundo contemporáneo del trabajo cruza las viejas fronteras entre obreros y empleados, gremios rurales o urbanos, empresas grandes o pequeñas, personal dependiente o jerárquico; y necesita ampliar su perspectiva de “unidad en la acción”, para neutralizar el arbitrio de las corporaciones y los efectos asimétricos de la globalización.

En consecuencia, hay un enorme esfuerzo a realizar en el frente interno, para restaurar un relacionamiento que se llama convivencia; y que empieza en reconocer la “alteridad”, donde cada uno es parte del otro aunque piense diferente. Una evolución real donde el imperio de la ley es producto y expresión de una comunidad bicentenaria, con normas superiores para garantizar el diálogo y la equidad entre todos los espacios sociales, económicos y políticos constituidos legítimamente.

El plan de trabajo es el marco que contiene y orienta la libertad de acción de quienes quieren hacer, rechazando la rutina desganada del “no se puede”, que sólo presenta la vía muerta del individualismo indiferente y la distracción mediática. Tácticas caducas que ofrecen poca resistencia a la prédica de la militancia, cuando ésta tiene formación y capacidad de organizar. Ella acepta, sin duda, una situación de transición, a condición de clarificar los objetivos que, de menor a mayor, vayan adquiriendo más impulso y peso decisivo. Porque un plan tiene etapas definidas a cumplir en tiempos calculados y a sostener con recursos transparentes.

Planes, programas y acuerdos generados por el arte fundamental de la planificación, como herramienta estratégica de un sistema integrado de conducción. Sistema actualizado y abierto para evitar intentos dinásticos, endosos de votos y feudalismos anacrónicos y así poder constituir la democracia del siglo XXI. En ella sólo son superfluos los “amiguismos” complacientes y los “sabios ignorantes” que hoy obstaculizan el acceso inteligente al porvenir, ya que no se trata de cambiar una hegemonía por otra, mientras carecemos de una política exterior coherente y de una defensa nacional razonable.

En esta perspectiva, el plan confluye con lo mejor de la iniciativa privada y la cooperación social, requiriendo miles de técnicos, profesionales y  especialistas imbuídos del espíritu del proyecto nacional, sus objetivos y metas; lo cual abarca una selección de idoneidad para no frustrar posibilidades de crecimiento y desarrollo por los errores de una mala gestión. 

Luego, la “voluntad política” de la conducción tiene que sumar de modo eficiente la voluntad técnica” y disponer de un equipamiento compatible. En cuanto a lo social, la marcha del Plan convertirá a los trabajadores organizados de factor de presión en factor de poder, modulando el debate, por ejemplo, del Congreso de la República, para dejar de lado el parlamentarismo meramente declamativo y un tiempo legislativo demasiado ocioso.

VISIÓN ELEVADA Y SOLUCIONES PRÁCTICAS

El espíritu político, con pensamiento  práctico, tiene que definir el fin de los medios técnicos, y no al revés, para canalizar la dinámica de los sucesos. Es decir, tratar que la velocidad inherente a constituir un “movimiento”, se enmarque en los valores permanentes que no acusan el desgaste de las coyunturas. Así se ensamblarán, con unidad de concepción, los medios técnicos y los métodos tácticos, logrando un accionar integrado como fuente de poder y vía de éxito.

Sin duda, disponemos del despliegue orgánico suficiente, que nadie ni nada ha podido emular, aunque es preciso potenciarlo en su energía evolutiva como entidad vital conducida responsablemente. Condición terminal del personalismo, el feudalismo y la infiltración que son los males propios de una fuerza de amplia base social y geográfica. Una tarea metódica que excede al voluntarismo, porque atiende a la erupción de una amalgama subterránea que se desplaza a gran presión bajo el paisaje chato de la incompetencia política.

Nos encontramos en la línea borrosa de encuentro entre un final y un comienzo, que corresponde recorrer con visión y misión de conjunto, desenvolviendo la organización que vence al tiempo, e impide la reiteración del “mesianismo”. Los líderes providenciales no surgen de los enjuagues electorales, sino de personalidades históricas que aparecen en siglos, por decirlo simplemente, para fundar toda una época. Ellos se reconocen en el tiempo, por una obra de magnitud monumental que se recrea en la doctrina y en la síntesis fructífera de varias generaciones.

La conducción superior exige las virtudes del trabajo y la humildad que, acompañando la reforma institucional gradual, logra en una larga trayectoria la propia despersonalización de su figura carismática, incluso por encima de las etiquetas burocráticas de “oficialismo y oposición”. Esta abnegación existencial, que no se entiende en lo inmediato, elimina el dogmatismo y convierte al “enemigo” en adversario circunstancial y amigo. Fenómeno incomprensible por parte de apresurados y retardatarios, aunque es el compendio mismo de la cultura política.

Percibimos los indicios de un proceso difícil, que en su profundidad social es anónimo. Ahora resta ver cuando emergerá con fuerza para mostrar su poder convocante y transformador, adecuando los medios a los fines propuestos mediante “el oficio de la prudencia”. Arte del estadista, según los clásicos, que no debe confundirse con la ambigüedad, la pasividad, ni la excesiva cautela. Este proceso convertido en proyecto, resolverá las dudas operativas que siempre se presentan, para imprimir su impulso a la evolución de la situación. Ello incluye resistir su mera instalación mediática,  acotada a la figura individual, que resultaría la ruta directa al fracaso de los temas esenciales de una comunidad atenta y exigente después de tantas frustraciones. 

La opción correcta, fundada en la fuerza creadora del trabajo, y los equipos de cuadros, tiene el rumbo del desarrollo orgánico de raíz territorial, que no debe abandonarse nunca, so pena de extraviar una estrategia inicial acertada. Persistir en esta línea, que articula con coherencia una serie poderosa de comunidades locales de democracia cercana, no partidocrática, promoverá las referencias “ejemplares” que la base necesita para crear una disciplina voluntaria y realizar un esfuerzo compartido y un seguimiento constante.

Frente a las malas señales de la decadencia dirigente por corrupción, negación de la realidad, farandulización de la política y banalización de los debates para eludir las definiciones importantes, se alza una toma de conciencia y una sensación de hastío precursoras de reacciones populares. Por consiguiente, lo “nuevo” que especule con el método remanido de la distracción y el doble discurso, será rápidamente viejo y tendrá una vigencia efímera; que corregirán aquellos de la etapa siguiente que, sabiendo que ya no hay margen para improvisar, reafirman su decisión de construir con seriedad y solvencia. 

Procurar que la democracia sea efectiva, nos obliga a superar lo superficial y transitorio, asumiendo el enorme reto de reconstruir la comunidad y reformar el Estado. La urgencia de este trabajo se evidencia en el auge de la violencia delictiva que puede escalar a la violencia política por el descontrol que alienta la rutina, el escepticismo y la descomposición de lo social. El intercambio de opiniones políticas es útil, si éstas son sustanciales y ofrecen alternativas, pero se degrada si representan simulacros que esconden la reiteración de lo mismo y la incapacidad de liderar la nación. Ella nos interpela con un “¿qué hacer?, a responder claramente de manera personal, grupal y colectiva. 

RASGOS CONTRADICTORIOS DE LA TRANSICIÓN:
VALORES Y ANTIVALORES

Es conveniente comprender la naturaleza contradictoria de la transición, con sus rasgos destructivos y constructivos, siendo lo más negativo el sufrir un interregno de destrucción de los valores de convivencia y su sustitución por los antivalores del destrato, el descreimiento y la inseguridad. Esta tendencia a la baja en todos los aspectos de la vida cotidiana, que impacta en la pérdida de empleo digno y educación calificada, añade la paradoja de un contexto “legal” irracional que, en nombre del “garantismo”, se inclina a favor de los victimarios y abandona a las víctimas.

En esa instancia ingrata, nos queda descubrir los caminos  que llevan a la reconstrucción del  hombre y la comunidad, verificando el cambio de muchas categorías morales y sociológicas que se consideraban permanentes. Así se demuestra la limitación del individualismo extremo, nacido en el derecho de intimidad y privacidad del ciudadano que ayer se alzó contra la era del absolutismo. Ahora, este individualismo egocéntrico adopta un signo reaccionario al aislarse de la realidad con indiferencia social.

 En simultáneo con la “disolución del individualismo” se opera la “desarticulación de la masa”, que es su contraparte en la vieja concepción liberal; es decir: individualismo y excepcionalidad para las minorías dominantes y masificación y manipulación para las mayorías dependientes. Nueva realidad que descarta la uniformidad automática de los viejos “movimientos de masa” en las revoluciones y las guerras, aunque la masificación todavía perdure en el esquema de la propaganda, la publicidad y el consumismo. 

Queda señalado el rumbo hacia la salida: el individuo asocial debe transformarse en “persona” integrada a la participación organizada, sin mengua de su libertad de conciencia singular; y la masa debe transformarse en “pueblo” incorporada a las diferentes construcciones orgánicas (organizaciones libres), sin sectarismos ni exclusiones. La energía vital del trabajo es precisamente la encargada de transfigurar estos valores con vistas a encarar una evolución inexorable , pese a las resistencias que despierta toda transformación operativa de magnitud y toda reivindicación de un sistema de conducción y gobierno más equitativo y amplio.

Nos debatimos en un entreacto incierto, lejos todavía de la escena definitiva que requiere la generación de nuevos actores y autores, para suplir la falta de compromiso y creatividad dirigente. Mientras tanto, obligados a subsistir en el desorden, es menester ir corrigiendo gradualmente los peores defectos, hasta estar en condiciones de ocuparnos de la gran política y la estrategia. Se impone entonces superar la aflicción presente y reafirmar nuestro entusiasmo en el advenimiento de un futuro distinto.

La misión es proponerse la “excelencia”, vertebrando orgánicamente un  gran sistema de conducción,  caracterizado por la persuasión y la disciplina voluntaria. Respetando sin duda la diversidad de perspectivas y aportes, pero sabiendo que no hay ejercicio trascendente de la libertad civil sin participación concreta. La reducción de la categoría ciudadana al simple acto comicial, que es sinónimo de democracia en la forma y no en el fondo, agudiza el  vaciamiento de los gobiernos por incapacidad y arrogancia. En cambio, la democracia real, en sus fines y medios, requiere la cooperación, la crítica, las propuestas alternativas y el control institucional del poder.

Los trabajadores, en la acepción más amplia de la palabra, expresan las fuerzas creativas y productivas que unidas desplazarán, por su presencia y peso, a las facciones especulativas que no conjugan sus intereses particulares con las aspiraciones generales de la comunidad. Para ello es esencial formar los equipos de cuadros organizativos y de dirección, como portadores de los principios y valores primordiales que decantarán en políticas públicas y criterios de concertación.

Encarnar los valores de la conducción responsable, exige modificar el esquematismo de los supuestos “modelos” ideológicos, y retomar las herramientas estratégicas de un verdadero plan de trabajo, con un gabinete de trabajo y un parlamento de trabajo. Es el modo de evitar la ambigüedad de la politiquería, el mercantilismo de las burocracias y la embriaguez de la corrupción que anula el funcionamiento institucional. Las fuerzas políticas renovadas en vez de reiterarse en el deprimente “más de lo mismo”, o de aglomerarse sin identidad definida, pueden ayudar a establecer las condiciones básicas de una transición al porvenir.

 
LA CORRUPCIÓN DEGRADA LA CONCEPCIÓN
Y LA EXPERIENCIA COMUNITARIA

La justicia es la virtud superior de la comunidad, que contiene y sostiene a todas las demás; en especial la libertad, la igualdad y la solidaridad. Su efecto abarca, mediante relaciones equitativas, al campo social, económico y laboral, creando los fundamentos de una nación cohesionada y próspera. En sentido inverso, la hipocresía y la impunidad son letales para la voluntad de trabajo y convivencia, deprimiendo el ánimo de la sociedad y disolviendo la misión indelegable del Estado.

En el orden político, la corrupción es aún más írrita cuando desprecia el sentido común elemental, convirtiendo en abstractas las nociones básicas de república y democracia, cuyos valores deben proteger la identidad moral, la propiedad pública y la participación del pueblo. Definiciones que distinguen al ciudadano del súbdito y sancionan a aquellos que, amparados en sus funciones circunstanciales, se anteponen a la ley o la obstruyen.

 La legalidad democrática no se obtiene de una vez y para siempre, ni el triunfo electoral justifica cualquier cosa, sino exige confirmarse constantemente con la legitimidad de los objetivos y la prudencia de los procedimientos. En caso contrario, el juego del ocultamiento y la indiferencia acumulará tensiones de imprevisibles consecuencias. Grave signo de una contracultura cívica inaceptable por quienes nos llamamos, precisamente, “justicialistas”; y para todos los adherentes honestos de los distintos partidos con dirigentes venales que cometieron iguales delitos. 

Se trata de una cuestión integral, que no debe limitarse a la comparación del modo y el monto de la corrupción de turno, sino apelar a sanciones ejemplares y normas férreas para lograr un punto de inflexión de esta tendencia demasiado evidente y habitual en nuestra historia. Tampoco implica una “caza de brujas” provocadora de anarquía y caos institucional, sino evitar, con verdad y justicia, que la conducta de las altas jerarquías, culpables o responsables de acciones réprobas, afecten definitivamente nuestra subsistencia, seguridad y esperanza en un destino digno. 
  

El control es la otra cara del poder institucional, principio ausente en la experiencia argentina en tanto criterio imparcial de una cultura democrática a salvo, por igual, de los extremos del contubernio y la represalia. Porque controlar implica completar el sistema de conducción, corrigiendo las malas prácticas, a fin de mejorar la gestión de todos sus componentes y niveles. Hecho que incluye,  la investigación en sede administrativa y, cuando corresponda, el allanamiento de funcionarios y dirigentes a los procesos en sede judicial como simples ciudadanos.

Este criterio establecido en nuestro ordenamiento constitucional  no admite las excusas banales de casualidad, distracción, omisión, ignorancia o la delegación de responsabilidad intransferible a subordinados. Y mucho menos, tolera el secretismo, el tráfico de influencias y la complicidad de círculos de poder internos o externos. Actitudes dolosas, de repercusión en el conjunto de la sociedad, que hoy está sensibilizada y alerta contra la corrupción, como límite y señal de cambio.


      EL CONTROL DEMOCRÁTICO DEL PODER

Los países desarrollados, además del pleno ejercicio parlamentario, establecieron instituciones específicas para enfrentar este flagelo, configurando toda una red, utilizada como referencia para actualizar nuestra legislación. Es el momento de conocer, respetar y exigir la mayor acción a estos organismos con capacidad independiente: auditorías, sindicaturas, procuraciones, defensorías, entes reguladores, inspecciones de justicia y otros. Allí hay que presentar y efectuar el seguimiento de los ilícitos, para superar la mera denuncia mediática y los llamados “escraches”, impactantes pero efímeros, en vez de considerarlos imprescriptibles como los delitos de lesa humanidad.

En el mismo sentido, hay que reclamar la urgente sanción de una ley nacional de acceso a la información pública, cuya carencia encubre concesiones, contratos y negociaciones lesivas para el bien común. Esta información es vital para el análisis ciudadano, y sobretodo para las organizaciones libres y entidades no gubernamentales que se dedican a estudiar metódicamente aspectos determinados de la situación del país, agregando calidad técnica a las publicaciones del periodismo de investigación (no de propaganda).

Más allá de esta reseña instrumental, la cuestión de fondo se manifiesta en una involución política general, evidente en el nivel superior del estadismo, caracterizado por su visión de futuro y metodología de planificación. Esta categoría esencial del liderazgo estratégico para construir una nación falta de manera absoluta. No la sustituyen ni el centralismo autoritario; ni el caudillismo feudal; ni los advenedizos encumbrados por favoritismos inconsultos; ni los jóvenes festivos más propensos a los cargos rentados que a la dura carrera de la militancia  territorial. 

El vacío, cada vez más notorio, en el fin de un ciclo contradictorio entre relato y realidad, tampoco es cubierto por una oposición hasta hoy inconsistente, sin brillo ni energía política, que se autoanula por un exceso de divisiones y candidaturas de perfiles opuestos. Luego, así como descartamos la confrontación estéril de la burocracia ideológica de un “pensamiento” uniformado y copista, que es lo contrario de la educación civil, no creemos que la ausencia de verdadera conducción se corrija con consignas superficiales, discursos anticuados y campañas publicitarias. 

Queda pendiente un gran esfuerzo que no reemplazan las encuestas amañadas y anticipadas, porque falta la prueba en la hora de la verdad, ante el complejo escenario que cada día agrega una denuncia o abre la incertidumbre de una caja de  sorpresas. Está faltando una autocrítica de la dirigencia política y empresaria tolerante con el cohecho sistemático, para recuperar la ética con valores, principios y conductas. Por ello es urgente facilitar la participación popular, presionando en la dirección correcta que imponga finalmente la transparencia de la gestión pública.

La formación de reservas significativas de cuadros políticos, sociales y técnicos es el reaseguro de la demanda imperiosa de honestidad,  austeridad y trabajo. Nuevos dirigentes con comprensión y sentimientos profundos, que en vez de ser simple masa de maniobras proselitistas, exijan perentoriamente la aplicación de la doctrina a una programática enfocada en la solución concreta de los problemas.

Política interior y política exterior son las dos caras de una misma moneda; por eso la arrogancia y la impericia, reinando en un país, proyectan una imagen vulnerable que debilita y hace fracasar las causas justas. Sucede que un esquema prebendario, con “cuevas” financieras y rutas de dinero de sobreprecios y lavado, inflación imparable, y usada para aumentar la presión impositiva, más la representación en organismos internacionales por figuras emblemáticas de la corrupción económica, son lastres para defender, frente a la usura transnacional, un plan de desarrollo inexistente.

En consecuencia, debemos recusar  la improvisación permanente y el doble discurso de la “revolución” imaginaria de las consignas sin seriedad ni eficacia, y hablar más de la “devolución” de la riqueza mal habida por funcionarios, familiares y amigos involucrados; y del pago de la deuda interna que lucra con los apremios y angustias de millones de argentinos. Es un debate que puede contribuir a la irrupción social pacífica de un ciclo diferente.

 SEGURIDAD Y EDUCACIÓN
INDICADORES DE EVOLUCIÓN O DECADENCIA

Ante la finalidad fundamental de construir una democracia del trabajo, observamos una mala práctica que consiste en hacer como que no  vemos aquella parte de la situación que no nos gusta, para aparentar  luego que no existe. Resulta así lo opuesto a considerar que lo único cierto es la realidad, reduciendo el horizonte de dirección a un sector, y abandonando la conducción de las mayorías. Porque ellas si mantiene el sentido de la verdad como condición de la libertad; y a ésta como requisito de la participación cívica y social.

Esta miopía de naturaleza ideológica, carente de perspectiva política, suele afectar particularmente a temas centrales como educación y seguridad; ya que sus respectivazo niveles y tendencias son indicadores innegables de una trayectoria de evolución o decadencia. En especial, respecto a la generación de empleo genuino, capacitación laboral y profesional, producción de calidad y condiciones compatibles a la seguridad jurídica y física para el ahorro y la inversión; en un marco general de convivencia y prosperidad.

En el caso de la inseguridad, cuando se desborda, supera una noción meramente policial, evidenciando una regresión integral, y por lo tanto de orden cultural o anticultural: porque es sabido que está asociada a la corrupción económica, política y administrativa. Incluye obviamente una desarticulación por interferencias y pujas de las fuerzas del orden, que entonces pasan a sumar al desorden. Máxime con la complicidad de amplios sectores del mundo del derecho y la justicia, tras el velo del “garantismo” que favorece a los victimarios y no a las víctimas de la delincuencia.

Las medidas a tomar son claras y conocidas, pero requieren antes que nada la voluntad política y la decisión firme y congruente de las más altas autoridades nacionales y provinciales. Desde hace tres décadas, sin embargo, se viene confundiendo “autoritarismo” dictatorial con el legítimo ejercicio de la autoridad democrática, para garantizar la seguridad de la sociedad, que la reclama enfáticamente entre sus primeras prioridades.

En cuanto al narcotráfico, además de su efecto nocivo sobre la población vulnerable a este flagelo, tiene el agravante de constituir de hecho “un estado dentro del estado”, por los ingentes recursos que maneja, y la compra de conciencias involucradas en el  tráfico de drogas, el lavado de dinero y sus inversiones fraudulentas, que deben confiscarse. Pero el narcotráfico sólo puede combatirse con éxito si la lucha se produce en paralelo con una retracción del mercado consumidor y de la tolerancia de aquellos sectores llamados “progresistas” que acompañan este proceso negativo.

Esta conclusión preliminar nos introduce en el difícil y delicado tema de la reconstrucción humanista de la familia argentina; y de la educación afectiva y moral de los hijos, que le es indelegable. Sobre todo si deseamos un contexto comunitario, de libertad responsable, y no un ambiente decadente, egocéntrico, sin consideración alguna por nada ni por nadie.

Al contrario del planteo neoliberal del sacrificio social y la explotación, la “cultura del esfuerzo” implica una concepción más elevada. Para ella, el realismo no es contradictorio con el idealismo, ya que considera al trabajo y a la planificación como las herramientas eficaces del cambio y la trasformación sustentable. Lo peligroso, en cuanto al desarrollo de la comunidad, es el pesimismo paralizador de las tareas pendientes y el optimismo ingenuo de quien cree, o dice creer, en la improvisación permanente.


LA IMPORTANCIA DE LA PRIMERA EDUCACIÓN

“Si eres bueno conoces lo esencial, sin eres malo todo lo que aprendas será perjudicial”. Este concepto del filósofo clásico Sócrates indica, en una perspectiva ética, la importancia fundamental de la educación del hombre desde la primera edad. Porque allí se forja el perfil de su carácter con la sensibilidad de principios y valores básicos, para lograr progresivamente una actitud constructiva y una aptitud creadora respecto a su ámbito cercano y comunidad de pertenencia.

Por tal razón, tradicionalmente, la familia realiza la educación previa a la escuela institucional, por la acción de los padres, abuelos y tíos, en el hogar responsable, para la atención solicita y cariñosa que exige la formación del corazón humano con vivencias inolvidables. Ellas son generadoras de un espíritu armónico y de una sensación de autoconfianza necesaria para encarar los futuros desafíos del crecimiento y desarrollo de la personalidad.

Naturalmente, el marco apropiado, como escena compatible al acto de educar en el transcurso mismo de la vida cotidiana, exige un cúmulo de necesidades básicas satisfechas, como el trabajo del padre de familia, la nutrición sana y el acceso a los servicios imprescindibles empezando por la salud. Porque es imposible imaginar la elevación espiritual de tantos niños habituados a la marginación, la desnutrición, la promiscuidad y la insalubridad, en el hacinamiento controlado por la delincuencia organizada, a pesar de los vecinos honestos que quieren vivir y convivir dignamente.

Aquel fue el concepto orientador de la buena educación prodigada en las décadas del 40 y 50, completada por una escuela primaria que funcionaba con respeto, pulcritud y una docencia estricta; y que  no puede sustituirse con relatos engañosos, la distribución arbitraria de elementos tecnológicos sin conexión con la enseñanza concreta; más el dispendio de “planes” asistenciales de mera sobrevivencia, que por su naturaleza resultan funcionales a la perpetuación de la exclusión por indolencia y corrupción. De igual modo, que es funcional la teatralización de la seguridad, que consiente a los ladrones y reducidores que usan el escudo humano confinado en los asentamientos precarios.

La desprotección de las fronteras, la inmigración que es bienvenida pero en forma legal, la ausencia de planificación urbana, el subempleo en negro, y la explosiva proliferación de villas, ha precarizado también la vida conyugal, con la consiguiente violencia de género y desprotección de los hijos. Todo lo cual frustra la organización propia de la comunidad, retrocediendo varias generaciones nuestro proceso de integración cultural. Y hace ridícula la posición de muchos candidatos con el discurso del “salto tecnológico”, que es impracticable cuando falta lo elemental.

Por otra parte, es cierto que en muchos países se han ensayado, con relativo éxito, programas alternativos de atención educativa, primero en zonas rurales y luego en las suburbanas de características comparables por la carencia de medios. Pero ese modelo educativo, especialmente diseñado para apoyar a madres trabajadoras o solteras, necesita un asesoramiento profesional de psicopedagogos y pediatras para asistir a las familias reunidas en clubes de barrio o sociedades de fomento. Lo cual no debe confundirse con el despropósito de titularizar como docentes a militantes no idóneos encuadrados en organizaciones ideológicas.

Este absurdo, como el de manipular las calificaciones que marcan el logro del esfuerzo, con argumentos pueriles para ocultar las fallas del sistema educativo, sólo traerán más problemas. Porque la crisis supera el comentario y el doble discurso, y reclama acciones urgentes a quienes detentan los cargos públicos que los obligan a asumir la iniciativa. Por lo demás, el sueño de una Argentina mejor, cuya revolución pacífica es la educación, no conlleva algo irracional, sino un sueño despierto, dirigido a un ideal posible, y con estrategias pensadas de antemano por equipos de las ciencias de la educación como carrera integral y específica.


FUNDAMENTO CULTURAL DE LA ECONOMÍA SOCIAL

“El problema argentino no es económico sino político”.La elocuencia de este axioma resume la docencia de un liderazgo incomparable que, al destacar la riqueza extraordinaria del potencial argentino, condenó al subdesarrollo impuesto por la codicia de la dominación externa y  la entrega del país. Este régimen falaz tiene la cronicidad de crisis cíclicas, actualizadas sólo en las formas técnicas de explotación de los recursos y de la expoliación financiera.

La subcultura política “legalizó” este proceso ilegítimo: primero colonial, luego necocolonial y ahora semicolonial; donde la promesa de nación sustancial se frustró, y con ella se pospuso la etapa superior de una integración continental libre de nuevos hegemonismos. Pese a estos contrastes, la formación de la conciencia nacional continuo, y hoy vuelve a expresarse frente al relato mediático transidelógico” de las corporaciones, difundido  para aprovecharse del mando concentrado del “populismo”, en cualquier de sus volubles manifestaciones.

No obstante las dificultades, o quizás acicateados por lo que ellas afectan nuestra identidad, es posible revertir una decadencia insólita. La ocasión se presenta en el cambio geopolítico del actual orden o desorden mundial; y cuando la interpretación ficcional de la realidad cede, aquí y en otras partes del mundo, ante la expansión de la pobreza y la violencia étnica y social. Pero la oportunidad únicamente se concretará aprendiendo de los errores y vacíos sufridos y si surgen estadistas que salgan de lo fácil y  lo mediocre, para pensar y hacer con la directriz de una de prosperidad compartida.

Nos ubicamos en el plano de la cultura, hogar de la elevación espiritual, y a la vez taller de todas las creaciones y productos del trabajo colectivo, que califica una filosofía humanista. Aspiración imprescindible para construir un “estado de justicia” donde funcionen con calidad institucional las relaciones, actividades y organizaciones de la comunidad. Y donde se irradie desde los vértices de referencia política, económica y gremial, el ejemplo de austeridad sin el cual no se conseguirá sino más descomposición y conflicto.

En nuestra concepción, la vida, por su dignidad, está por encima de la economía y no al revés; descartando el “economicismo” unilateral que niega a la persona humana su esperanza de realización integral. Por eso la economía como medio, no como fin, debe subordinar el capital, a la categoría productiva, para servir a la comunidad soberana en una democracia plena de iniciativa, participación y defensa del bien general.

La clave de este basamento cultural une desde el principio la grandeza nacional con el progreso social, dentro de una normativa ecuánime de obligaciones y derechos. Constituye, por lo tanto, una diferencia fundamental con el  “progresismo” que lo declama en abstracto, sin ver que la evolución real implica trabajar intensamente con unidad, solidaridad, cooperación y apoyo mutuo.

Tenemos que crear un ámbito de coincidencia nacional de gran alcance, no reducido a la satisfacción somera y circunstancial de necesidades básicas, para impulsar en cambio la transformación de toda la práctica ciudadana. Ella, junto a una estructura estatal descentralizada, podrá poner en marcha un sistema de “economía social” sin extorsiones foráneas, ni corrupción interna, ni dádivas de “dinastías” discrecionales con los fondos públicos.

 Hablamos de concertación nacional no carente del debate, legítimo y alturado, que exige la progresión de profundas reformas pendientes, y que habrán de cumplirse en el cauce legal que garantiza la democracia. Equidistante de los extremos, es factible articular beneficio y esfuerzo; ganancia empresaria y participación de los trabajadores; y una relación transparente entre sector estatal y privado. En tal sistema, todos tienen algo que decir, hacer y ofrecer al bien común; y es justo que cada uno produzca al menos el equivalente de lo que consume.

 NO HAY PROGRESO SIN TRABAJO PRODUCTIVO

En el viejo juego mediático de los relatos justificativos, sea de regímenes totalitarios o autoritarios, es conocida la argucia de repetir mecánicamente “consignas” vacías de sustancia y por ende, estériles  para aproximarse e intervenir en la realidad de los hechos. Son palabras  proclives a utopías y quimeras  “intelectuales” de quienes no sienten un compromiso vital con la problemática situada en nuestra latitud geográfica e histórica. Temática candente, para resolver las cuestiones pendientes del aquí y ahora lidiando con lo urgente, lo importante y lo posible.

Este último abordaje, que es responsable y eficiente, fuera de adjetivaciones ambiguas y divisorias, trata de seleccionar y concentrar nuestros valores y recursos en un esfuerzo planificado de desarrollo integral; lo cual exige la habilidad operativa de compactar un número considerable de fuerzas en el despliegue nacional y no sólo en los eventos programados con utilería y claque teatral. La idea tráscendente es, en cambio, encaminar con seriedad y constancia una serie de pensamientos diversos, para su convergencia en los grandes rasgos del país que queremos y podemos hacer. La “imagen-objetivo” vertebradora de una planificación exhaustiva.

A diferencia del mercenariado intelectual de empleo oportunista, y por eso sin coherencia ni profundidad, los cuadros político-técnicos deben sintetizar, en un continuo de pensamiento y acción, lo aprendido, evaluado y vislumbrado en la dinámica inspiradora de la situación vivida, extrayendo conclusiones objetivas y sinceras, a fin de formular líneas y programas de trabajo real y sostenido.
  
Sólo esta actitud fraterna y generosa, en la hora de la muerte del individualismo egoísta del “todos contra todos”, brindará mejores opciones y alternativas de conducción y gobierno, superando de paso la apología de la mera gestión administrativa, o el desencanto del voluntarismo, bien intencionado pero carente de metodologías adecuadas y medios suficientes.

Junto con la tendencia de insistir en un “modelo” agotado de capitalismo prebendarlo, y con un funcionariado acrítico y pasivo, hay que evitar la remanida receta liberal de inflación, especulación, desinversión, ajuste social y conflictividad popular. Porque esta ecuación afecta el anhelo del despegue argentino con conocimiento, cultura, producción y trabajo.

Concepción ésta que recusa el “igualitarismo” declamativo y estático que, vía el asistencialismo crónico, proletariza indefinidamente a la familia del trabajador desocupado, cautivo políticamente del subsidio distorsionado; ocultando desviaciones de fondos públicos a la apropiación privada por la corrupción estructural.

En nuestro ideario la igualdad, al servicio de la dignidad, y no la indolencia funcional a la exclusión, tiene otra dimensión moral y material. porque propugna decidamente la creación de trabajo genuino, sin sustituir a la empresa productiva, pero creando condiciones promotoras de empleo efectivo y en blanco. Hoy esta misión irrenunciable, frente a la resistencia de algunas corporaciones que lucran con el “ejercito industrial d reserva”, que baja sueldos y destruye empleo, implica un sistema combinado de formación profesional, cooperación sindical, eficacia laboral, y apoyo creciente a las iniciativas asociativas de todo tipo, válidas para luchar contra la resignación, la dejadez y la indiferencia.

Importa reiterar, entonces, que la ansiada “reintegración del humanismo” en la sociedad, para que ésta evolucione hacia una comunidad organizada, únicamente se producirá por la “cultural de trabajo”, llamada así, con categoría filosófica, porque implica rescatar principios, valores y criterios constructivos de validez irremplazable. Una gesta de la gran política, no de la politiquería, que debe remover y dejar de lado hábitos perniciosos causante del retraso, el abandono y la dádiva, sin brindar esperanzas ciertas de inclusión definitiva de los marginados en la patria de todos.


POBLAR PLANIFICADAMENTE Y CREANDO TRABAJO

Democracia de trabajo, Parlamento de trabajo y Plan de trabajo, son tres aspectos de un mismo paradigma al servicio de la comunidad. Porque la mentada desviación “totalitaria” no radica en la función y la dimensión de un Estado eficiente, sino en su instrumentación por parte de un grupo de poder. Esta utilización ilegal que degrada la organización jurídica del bien común a simple medio de acumulación económica y política, tiene siempre, con cualquier argumento de derecha o izquierda, la tentación de perpetuarse en un círculo estrecho de complicidad.

Dos apotegmas históricos fueron definitorios en la organización del país, más allá de sus diferentes visiones y momentos políticos: “gobernar es poblar” y “gobernar es crear trabajo”. Uno no puede regir sin el otro si se quiere la integración de nuestra vasta y rica dimensión nacional. Sin planificar el desarrollo poblacional, como lo hicimos en el pasado, no hay orden territorial, sino hacinamiento, desarraigo y pobreza. Y sin el incentivo al trabajo, como aquél con el cual logramos pleno empleo, no hay comunidad organizada, porque el trabajo es la fuente de la prosperidad y del vínculo cultural que nos constituye como pueblo.

Poblar exige construir la infraestructura de transporte, comunicaciones, energía y servicios en medio de la cuál florecerán las poblaciones, con un plan maestro de viviendas que significa trabajo creciente, protección del hogar, arraigo vecinal y seguridad preventiva, sacando a los jóvenes del desamparo, las adicciones y la violencia. Un plan de viviendas a gran escala es imprescindible y fácil de ejecutar con una dirección honesta, como lo demostraron, en su nivel respectivo, algunas provincias y varios municipios. Tenemos en nuestro suelo todos los materiales y la mano de obra necesaria; además de la garantía de recuperar el capital por el sistema social de alquiler-venta.

 No hay razón alguna para no crear las condiciones generadoras de trabajo digno y en blanco, salvo la explicación por el absurdo de la cautividad electoral de la marginación crónica y los negociados de un asistencialismo que perpetua por generaciones la subcultura de la miseria. Sucede que la persistencia del subdesarrollo, en un país con los recursos del nuestro, no es un problema material sino moral. Esto se advierte al querer gerenciar una empresa rentable y capaz de dar empleo, sufriendo la triple tributación: del impuesto público que se eleva, del impuesto inflacionario que se niega y del impuesto de la corrupción que se oculta. Esta opacidad espanta la inversión; porque el capitalismo prebendario es el único que tiene “seguridad jurídica”, mediante el cohecho consumado en las financieras clandestinas de los personajes venales.

El pragmatismo político no incluye sacrificar la ética pública, ni tampoco caer en la moralina de concentrar en un gobierno los males que padecemos, “juntando” todo en su contra, en vez de “unir” con una propuesta unívoca y superadora. Los argentinos tenemos que reencontrarnos con los valores fundamentales, porque el deber ser y el querer ser se conjugan en el imperativo de una identidad de origen y destino. Con este ánimo hay que preservar y perfeccionar la democracia, para evitar el descontrol del todos contra todos y la justicia por mano propia, ante la ausencia pertinaz del funcionariado.

Por eso, y para no resignar ciudadanía, reafirmemos los principios de la gran política, no la politiquería, como lógica profunda del comportamiento social, para que no resulte incomprensible y así aumente la conflictividad y la violencia. En una democracia de trabajo, las reivindicaciones no se obtienen graciosamente como dádivas,  se conquistan con una lucha firme y pacífica. En este ejercicio de convivencia y respeto mutuo, es preciso completar moralmente cada derecho con un deber y una obligación. Y sobre todo, no retroceder de pueblo organizado a grupos sectarios o mafiosos, que terminan diluyendo los lazos solidarios superiores de la comunidad.
 
NUEVAS HERRAMIENTAS CONSTRUCTIVAS
DE LA CONCERTACIÓN

Más allá de un liderazgo providencial nunca repetido, y de una mujer incomparable, la gesta popular del 17 de octubre, dicho así sin año para destacar su vigencia histórica, es el fulgor que crea y recrea en la Argentina el proyecto imprescindible de una comunidad integrada. Un ideal factible y siempre presente sobre las vicisitudes de una trayectoria nacional irregular, cuyas coyunturas críticas suelen oscurecer nuestra identidad.

Este proyecto superador, en parte cumplido y en parte pendiente, implica perfeccionar, no sustituir, la democracia constitucional, incorporando definitivamente la participación civil activa por medio de organizaciones libres y autogestionadas. Esto implica reconocer a todos los sectores de la producción, sobre el eje articulador del trabajo genuino, combatiendo la especulación en sus distintas formas, que van desde la corrupción y la delincuencia hasta la indolencia y la decadencia como expresiones de anticultura.

Institucionalizar la concertación social presupone abrirse al diálogo plural, fuera del círculo reducido de los amigos del poder. Proceso amplio que empieza por aceptar a los representantes propios de dichas organizaciones, nos gusten o no, porque ellos sólo pueden cambiar por el voto de sus representados. Y aunque esta autonomía ha velado algunas de sus fallas y errores, que hay que corregir, no hay duda que ha sido la clave de su resistencia a las presiones burocráticas, militaristas y partidocráticas de largas décadas de desencuentro.

La concertación social, obviamente,  exige la postulación  primordial de una estrategia política de gran alcance, recuperando la planificación a mediano y largo plazo, para salir de la mera práctica circunstancial que actúa en el día a día, con improvisaciones, vacíos y contradicciones. En cambio, la conducción moderna, que inició el Perón estadista, abarca una red de equipos con miembros idóneos que apuestan su carrera al decir su verdad, empezando por un gabinete que sepa coordinar ejecutivamente las políticas públicas diseñadas.

Recuerdo que en la década del 70, el presidente, para dialogar con varios ministros y secretarios, hizo disponer la mesa que había comprado en su primer gobierno para las “reuniones de gabinete”. Método de coordinación inexistente hasta entonces, y poco frecuente durante su proscripción y aún ahora.

Gobernar con un pensar estratégico y con la herramienta crucial de la planificación, que hace confluir políticas interdisciplinarias al más alto nivel, es el rumbo conceptual para no alejarse de la realidad, que es “terca”, porque sigue la dinámica insoslayable de los hechos. El relato ideológico, de uno y otro signo, tiene limitaciones para modificar la situación concreta cuando ésta se evidencia con fuerza, pero las actitudes que incitan a la anomia social o a la polarización política “juegan con fuego” al  amagar con enfrentamientos estériles.

 CANALIZAR EL CONFLICTO SOCIAL
DE LA MALA PRAXIS ECONÓMICA Y POLÍTICA

Una sociedad se organiza en un largo proceso cultural, que no se puede imponer de modo autoritario, porque obedece a un criterio de evolución por autoconvicción. Es decir, parte de creer sinceramente que la unión y cooperación de la mayor parte de los ciudadanos, hace las cosas lo mejor posible para todos, según las circunstancias que se viven. Nadie se realiza, pues, en una comunidad que no se realiza.

Esta evolución no la produce, el mero discurso “progresista”, ni ningún otro discurso, sino el desarrollo cabal de las condiciones necesarias que promuevan y faciliten colectivamente la convivencia espiritual y la prosperidad material. La principal de estas condiciones, junto con la buena vecindad

Lo contrario también es cierto, porque no crear trabajo provoca el desgobierno. Esto sucede más allá del voluntarismo de los personajes políticos sin formación de estadistas, porque el vacío de  trabajo es el vacío de la producción y el vacío de la producción es el reino de la especulación. Esta asume distintos grados y manifestaciones: desde la indolencia individual sin aspiración de cambio, los planes sociales  de dudoso destino y el punterismo aprovechador, hasta la delictuosidad económica y política.

Este círculo perverso cierra el bloque compacto de la especulación, y no sólo las conductas groseras e inexplicables de los funcionarios venales más expuestos mediáticamente. Lo cual hace muy complejo desenredar la madeja de lo mal hecho, para corregirlo, resguardando lo que se hizo bien y aún puede mejorarse. La clave es reconocer la gravedad de la crisis y canalizar institucionalmente el conflicto social que no es su causa sino su consecuencia.

Luego, hay que superar el tono admonitorio que estimula el enfrentamiento de “todos contra todos”, sin reglas claras de concertación. Porque concertar exige reunir al más amplio espectro de actores económicos y sociales, en un diálogo pluralista, y no sólo monologar con los amigos de conveniencia del gobierno de turno. En esta temática delicada, un acuerdo por la mitad revierte en un desacuerdo total, prolongado y de imprevisibles secuelas.

Se entiende así que esta posibilidad lamentable atraiga la preocupación de personalidades de la más alta significación moral, que tienden a la concordia sin implicar interferencias políticas. Ni justifica la instalación de grupos que confunden en su despliegue propio, con la manipulación de símbolos que pertenecen por igual a todos los creyentes.

Hay de que estudiar mucho y con solvencia técnica, y no actitudes teatrales y provocadoras, como se reordena la seguridad pública, dentro del cauce democrático que exige una vasta actualización legal y jurídica, y no el uso de metodologías de infiltración y represión indiscriminada que son hábitos de una dictadura. En este punto, el doble discurso giró 180° de aquella consigna inicial de “no judicializar la protesta social”, confundiendo “autoritarismo”  con el ejercicio legítimo de la autoridad necesaria.

Es importante advertir la creciente militarización de la sociedad, que requiere tropas de gendamería dentro de los hospitales, en escuelas primarias y  hasta el cerco de barrios completos. Es una militarización polémica, aún dentro del estrecho grupo gobernante, que en forma inédita opera de afuera hacia adentro en un esquema general, sino en múltiples “islas” de un país que se fragmenta, no sólo socialmente, sino también en el espacio territorial.

En la conducción estratégica “tener carácter” no significa ser de mal carácter, sino disponer de suficiente fuerza interior para fijar un rumbo firme y mantenerlo hasta cumplir los objetivos. Producto obviamente de una planificación exhaustiva con equipos de excelencia profesional y amplia convocatoria, que recuperen al menos parte de la confianza perdidad. Lo contrario es alentar al séquito de obsecuentes sin prestigio propio, aferrados a un centralismo paralizante de toda iniciativa inteligente y que, con “caja y castigo”, selecciona al revés, acudiendo a los menos idóneos para afrontar la crisis.

 FORTALECER LA ORGANIZACIÓN
E INNOVAR EN LOS PROCEDIMIENTOS

Frente a la dispersión y las vacilaciones que surgen de las “crisis de conducción”, no hay más alternativa que encarar socialmente la “conducción de las crisis”, partiendo de la unión posible tras  grandes objetivos en la diversidad de expresiones políticas y sectoriales. Con esta intención, comprender y hacer comprender el daño que causaría aumentar la fragmentación, y estimular, como remedio, los reflejos asociativos y cooperativos subsistentes en la comunidad, si ésta apela a sus lazos solidarios en las difíciles  emergencias que la ponen a prueba.

Organizar, entonces, es predicar y seguir la palabra orientadora que indica el rumbo entre los extremos y elude la tentación de discutir sobre cuestiones secundarias y “cortinas de humo” cuando está en juego lo primordial. Por eso, esta orientación no la produce la publicidad populista, ni el espectáculo vulgar, ni el ilusionismo de aparentar logros donde persisten falencias. Como tampoco las viejas mañas proselitistas de consignas caducas y folklore partidario para captar incautos.

En el tramo de resolución de las crisis no operan las estructuras inertes de ningún sector o tendencia, sino las organizaciones vitales, dirigidas por cuadros idóneos y enraizados en las bases, para hacer valer su “sentido de pertenencia”, y el peso decisivo que éste otorga en los momentos de riesgo. Hablamos de “cuadros protagonistas”, aptos para el dispositivo táctico sin interferencias, y ágiles para confluir oportunamente en la línea estratégica central que concluye el conflicto.

Organizar es persuadir, educar, capacitar, reunir voluntades pensantes; y no “juntar por juntar” ni servir de coro a referentes circunstanciales. Y es también defender lo creado, como obra común, cuando desde cualquier facción se lo pretende destruir con manejos arbitrarios, descalificaciones irresponsables o actitudes pedantes. Porque la libertad y la dignidad exigen verdad y humildad como virtudes de la conducción en todos sus niveles, incluyendo el más alto.

Cuando priman estas virtudes, los obstáculos no constituyen límites sino incentivos para la acción; ya que nadie engaña ni se deja engañar; y el entusiasmo brota de la confianza en nosotros mismos y en los compañeros por adaptarse al cambio y vencer la inercia que demanda la transición. Mal que le pese a la rutina del desgano, el planteo realista no es el de las falsas ilusiones, sino el ejemplo de buena gestión y administración, y una convocatoria sincera a la cultura del trabajo y el mérito.

La tarea empieza en cada una de las entidades libres y autogestionadas que hacen honor a la categoría evolutiva de “pueblo organizado”, superadora de la masificación que concentra todas las decisiones sin debate. Porque estos nucleamientos del despliegue territorial, productivo y gremial, pueden concertar equitativamente con el estado, pero conservando su propia función e iniciativa. Especialmente en el concepto genuino de un estado soberano, presente y eficaz en la ejecución de políticas públicas consensuadas; pero sin los excesos ideológicos del intervencionismo extremo que, como enseña la historia, siempre terminan favoreciendo a corruptos y mediocres.

La república, como instancia de realización mancomunada del potencial nacional, y no sólo de convivencia declinante en el letargo, implica algo más que votar cada tanto con creciente apatía y memoria sesgada, a la “menos mala” de las candidaturas encuestadas. Ella necesita la presencia, la vigilancia y el control del poder en tiempo real por la actitud activa de los ciudadanos. Junto a la presentación de exigencias y propuestas de base, bien formuladas, para asegurar una democracia participativa, integral y moderna.

 EL NUEVO ROL DEL GREMIALISMO COMUNITARIO

Siguiendo la acertad expresión de que dependemos de una modalidad especulativa de “anarco-capitalismo”, deberíamos cuidarnos de no replicarla con una especie de “anarco-sindicalismo”, fomentado por ciertos sectores para dividir la fuerza de los trabajadores organizados frente a una crisis que no provocaron, ni desean profundizar. Esto podría ocurrir si se debilitan la estructuras que, más allá de las virtudes y defectos individuales de los dirigentes, han sabido canalizar el accionar gremial argentino dentro de una identidad propia de carácter nacional y de tono bastante prudente.

Eso si, digamos que no hay doctrina sin practica, y que la práctica incluye la esfera de la ética imprescindible para liderar y la capacidad de actualizar la organización imprescindible para avanzar. Porque sin conducta social no hay conducción social. Este imperativo  nos lleva ahora de lo corporativo a lo comunitario, para lograr, no la “autarquía utópica” pregonada por el clasismo, sino la “autonomía responsable” del movimiento obrero en la defensa irrenunciable del interés común. 

Por tal razón, en nuestro país existe un protagonista histórico-social  concreto que supera los objetivos pequeños y la puja de ambiciones personales. Porque lo histórico es –justamente- lo estratégico, que trasciende llevado por los grandes ciclos sucesivos de la lucha por la dignidad, la solidaridad y la justicia. En la compleja realidad actual, que no sólo incluye problemas económicos y financieros, sino que expone recursos de nuestra posición geopolítica austral que podría enajenar soberanía nacional, la evolución sindical y política tiene que retomar en lo esencial, y actualizar, el desafío del legado integral formulado visionariamente ya en 1974.

Es una nueva  instancia que significa pasar de factor reactivo, de “presión”, a factor proactivo de concertación social y  participación civil. Dicho de otro modo: dejar de actuar de contragolpe ante la inflación, la especulación, la corrupción y la destrucción de empleo, para marchar en conjunto con las fuerzas de la producción y el trabajo.

Si las metrópolis internacionales tradicionales como Londres y Washington o nuevas como Pequín y Moscú nos ven únicamente como proveedores de recursos primarios o geográficos, obstruyendo el proceso de industrialización que supimos encabezar en la América Latina del 40 y 50, no habrá pleno empleo, ni sindicalismo unido, ni proyecto nacional de ningún tipo o matiz.

Por eso la voz fundamentada de los líderes sociales y comunales, en su acepción amplia y democrática, debe hacerse oír desde el mismo inicio de un nuevo ciclo político, que ya está siendo modelado en la forja de la difícil vida ciudadana. Mientras que anunciar cataclismos sociales, como lo hacen algunos funcionarios irresponsables, podría convertirse en la profecía autocumplida que degrade nuevamente el prestigio y el carácter constitucional de nuestra patria.

  
PARA GOBERNAR HAY QUE  CONDUCIR

En un sistema democrático se puede conducir sin gobernar, por ejemplo desde las estructuras del movimiento social y también por medio de las organizaciones comunitarias del despliegue territorial. Líderes históricos supieron marcar la agenda política del país desde la oposición e incluso en el exilio por la dictadura. El caso inverso es imposible: no se puede gobernar sin conducir, porque el arte preeminente del estadismo enmarca y supera la mera administración oficial.

La dirección del conjunto se puede complicar, con una dinámica que se acelera por la apertura incesante de frentes de conflicto, porque conducir requiere una mentalidad flexible, no sectaria ni facciosa que contraría lo razonable. El estratega político  persuade y no manda al estilo autoritario, ayer militar y hoy civil, lo cual duplica el absurdo del proceder arbitrario en el sistema institucional.

En la perspectiva correcta, el estadista sensato y cauto debe anticiparse a lo imprevisto, y animarse a “pensar lo no pensado”, que es donde se esconde la crisis y sus factores inestables. Porque desconocer la naturaleza cambiante del poder es el límite de la “actuación” y aún de la simple “gestión” que resulta insuficiente para presidir una nación o candidatearse para ello. Sucede que el concepto de “cambio” salva a algunos dirigentes que emergen o se reciclan superficialmente, mientras la “evolución”, que tiene capacidad transformadora, va al fondo de las cosas y salva al pueblo que es “la sustancia de la historia”.

Es obvio que para servir al conjunto de la comunidad con un criterio de identidad y unidad en lo esencial, es preciso mejorar la gestión en cada actividad y jurisdicción, pero al mismo tiempo es imperioso plantear la búsqueda de consenso para salir del laberinto, real o ideológico, que obstruye la marcha. O sea, abrir perspectivas nuevas que no eludan el reconocimiento de los factores críticos, y sobre esta base realista, no fantaseosa, tiendan los puentes de diálogo sobre las ideas que signarán el porvenir.

Debemos generar el clima de un reencuentro con nuestras posibilidades más fecundas, con vistas a un futuro inmediato que nos permita crecer con desarrollo y no sólo insistir en el círculo del consumismo y el exceso de subsidios sin horizonte productivo. Al mismo tiempo, es menester terminar con la prédica del enfrentamiento inconducente que nos mantiene indefinidamente como una sociedad irreconciliable, insegura y sin defensa nacional.

En este ambiente amenazador, grupos pequeños de un vandalismo profesionalizado se alzan con el control frecuente de las calles de nuestras ciudades y las rutas de nuestro país, provocando hechos e imágenes que paralizan las actividades y tareas de millones y emitiendo una señal mundial ilevantable de nuestra debilidad institucional; con la cual es difícil negociar con peso propio en la cuestiones geopolíticas y económicas del marco exterior.

Este desborde y maltrato innecesario, insertado insidiosamente en lugares marginales, se corresponde simétricamente a la “ejemplaridad inversa” que se irradia desde arriba, por obra de funcionarios que se turnan en ofrecer espectáculos de corrupción, ineptitud, inacción y provocación. Porque la historia tiene episodios que reiteran la acumulación silente de conflictos, presiones y reivindicaciones que, en su momento, estallan de modo incontrolable. ¿No habrá llegado la hora de aprender esta lección que, en cada etapa de nuestra historia, le da el pueblo argentino a los sectores decadentes de su dirigencia?.

 
LIDERAZGO DE ACCIÓN
O LIDERAZGO DE ACTUACIÓN

El aprendizaje político de los pueblos se desenvuelve a lo largo de un proceso con tiempos de maduración, porque se realiza en el terreno de la práctica, la experiencia y la prueba permanente. Todo intento de apresurarlo ideológicamente suele condenarse al fracaso, por la impaciencia del pensar teoricista que a veces “conoce” sin “comprender la realidad y, en su abstracción, no distingue los factores reales que influyen en su dinámica.

Esta limitación “intelectual” resalta el rol específico de los verdaderos pensadores con abnegación vocacional, que quieren acompañar, y en lo posible facilitar, esa evolución. Finalidad tras la cual tratan de captar las vivencias y criterios del conjunto social y sus complejidades sectoriales, para participar con desarrollos teóricos y técnicos que, sin imposiciones mesiánicas, brinden herramientas y metodologías de apoyo.

Esta actitud científica (no cientificista), aportando creativamente a la conducción democrática, y comprometida con el bien común, es clave en la elaboración de políticas públicas eficaces, necesarias para una prosperidad sustentable. Una tarea de profesionales de excelencia, seleccionados sin prejuicios partidistas, para asistir al sistema integrado de toma de decisiones con temperamento racional y perfectible. Se suman así cualitativamente las mejores ideas dentro de una lógica dialogante y comprensiva, en un clima imprescindible de eticidad, sin favoritismos ni privilegios.

Los grandes planes se orientan por grandes objetivos alcanzables gradualmente, y cuyo peso laboral, económico y financiero debe ser transgeneracional, porque los ciclos amplios de una estrategia transformadora dan fruto final a largo plazo, y no sacrificando a nadie. De igual manera, estos objetivos tienen que definirse con exactitud y sustentarse en estudios profundos; y no en el “tráfico de sentimientos nacionales” de la propaganda  sin escrúpulos. Aunque el tiempo se encarga en definitiva de desmentir todo ilusionismo, en la coyuntura afectan nuestra credibilidad como país en áreas vitales que hacen a la geopolítica, la defensa, la infraestructura y la integración territorial.


Sin embargo los planes no son para los planificadores como círculos tecnocráticos, encareciendo la conveniencia de resaltar el carácter orientador y concertador de la articulación de medidas propuestas, para conseguir la aprobación del pueblo y sus organizaciones. Se abre así la etapa del debate político y social del plan, para enriquecerlo con el aporte de todos y lograr la mayor participación. No podría ser de otro modo, porque las políticas de estado (no de partido, ni facción) surgen de necesidades imperiosas y colectivas, y su ejecución debe verificarse, paso a paso, con los organismos de regulación, auditoría y control democrático.

Por su extensión en tiempo y espacio, la planificación concertada requiere continuidad y reafirmación en la alternancia constitucional de los gobiernos sucesivos. Sin estos principios vitales, son esperanzas y recursos perdidos y mayor desprestigio de la dirigencia política. Luego, hay que asimilar la lección afligente de sufrir la incoherencia de los “liderazgos de actuación” con discursos contradictorios y elusivos, y optar por el estilo de trabajo organizado de los “liderazgos de acción”, según sugiere la doctrina.

En los tratados de filosofía política e historia hay muchas referencias objetivas sobre las formas erróneas de conducción que, con distintos tonos, señalan el riesgo del liderazgo “histriónico”. Un papel comparable al actor compenetrado en la escena de la representación teatral, con la pericia de creer “sinceramente” su ficción. Un personaje a tiempo completo, sin el descanso de la realidad y la depresión del entreacto, que se  encierra totalmente en la trama del argumento, como huida del “ser” hacia el “parecer”.

Es la sobreactuación frecuente en la mentalidad políticamente narcisista, que en la escuela de cuadros hay que desechar, cambiando la imitación por la autenticidad, la frivolidad por la profundidad, la seducción por la persuasión y la apariencia por la verdad. Seriamos entonces líderes con vocación de servicio; firmes sin arrogancia, serios sin solemnidad, formales sin rigidez y honestos con nosotros mismos, al tratar de resistir los vicios de la arbitrariedad, la sobreactuación y la hipocresía.

 UNA DEMOCRACIA DE TRABAJO
O LAS CRISIS DE LA DECADENCIA

El trabajo es la energía  transformadora en la marcha de la humanidad, que ahora irrumpe en otra dimensión histórica, constituyendo el nuevo paradigma de la evolución de los pueblos protagonistas. Una nueva edad definida, física y metafísicamente, por la acumulación de innovaciones orgánicas y técnicas que aceleran el ritmo del mundo contemporáneo. En tal sentido, la revalorización cultural del trabajo como eje civilizatorio, implica superar el campo de fuerzas que lo utiliza como factor meramente económico ligado a la explotación, la sumisión y la pobreza; sin ver la perspectiva de futuro que aquilata su capacidad de dignificación para alcanzar una democracia plena.

Así lo anticiparon lúcidamente aquellos pensadores y líderes que advirtieron el significado de los trabajadores organizados como “movimiento nacional”, más allá de su reducción ideológica a un esquema clasista, inhibidor de su vitalidad irradiante sobre el conjunto de la comunidad; o de su sujeción al manejo arbitrario de matrices partidarias  derivadas de un orden político decadente. Por tal motivo, no basta tampoco con enunciar la prevalencia del trabajo como un “principio universal” apto solamente para la declaración  retórica, sino aplicar  sus contenidos en la realidad efectiva, a fin de edificar una nueva sociedad y un nuevo Estado.

Este determinismo evolutivo,  al margen del diferente tiempo de transición según la maduración de cada realidad, impone actualizar las formas orgánicas de la agremiación y sindicalización acotadas por las burguesías económicas e intelectuales. Paso fundamental para perfeccionar la participación y acceder  al poder, en el marco de una gran movilización de fuerzas generadoras de desarrollo. En este aspecto, la realización plena del carácter del trabajo como factor político no es fortuita: exige una verdadera construcción social y una participación paulatina de los medios técnicos y de planificación acaparados hoy por las corporaciones y la tecnocracia.

La esperanza, por oposición a la violencia, germina en el proceso de la evolución por la educación y la capacitación, capaz de instaurar una sociedad del conocimiento y una cultura del trabajo. Vectores que expresan la “realización total” de la vitalidad del trabajo, porque poseen en sí la facultad de articular todo tipo de actividades en una trama de relaciones y sistemas: desde el intercambio de las redes solidarias, hasta la cooperación técnica y los consorcios productivos locales.

Esta construcción social, donde conducir es “crear trabajo”, debe fusionase con la construcción territorial en el contexto irremplazable del espacio de arraigo. Cuestión imprescindible para ensamblar una disposición espiritual y práctica dirigida a enfatizar el esfuerzo conjunto de la colectividad, sin sacrificar a ninguna de sus partes. Clima de producción y trabajo en un proyecto compartido que se entiende en el lenguaje de la persuasión, con contenidos comunes en el plano simbólico y ético, para vencer los flagelos combinados de la corrupción y la especulación.

El relato ideológico por un lado, y la promesa electoral sin convicción por otro, no pueden sustituir la tarea épica de un pueblo decidido a asumir el control de su destino, volcándose directamente a la participación activa. Ésta emerge de la toma de conciencia mayoritaria que signa los momentos cúlmines de la historia, condenando al olvido las posiciones endebles de la falsa política. Por consiguiente, aunque es obvio que las vicisitudes de la transición no pueden adivinarse, es preciso no dejar de predicar las virtudes que apuntan al porvenir, al demostrar la voluntad de ser y la voluntad de saber de una comunidad  que quiere persistir como tal sobre una serie reiterada de crisis.

Estas no son abstracciones teóricas, sino síntesis operativas fundadas en experiencias colectivas expresadas por grandes autores, y también vivencias personales, especialmente las sufridas bajo regímenes de injusticia, represión y necesidades insólitas en un país de inmensos recursos. Un país frustrado por la falta de conciencia nacional como concepto integrado de identidad y realización. Y donde, lamentablemente, la libertad no se concibe junto a la responsabilidad como dos caras de un mismo principio de convivencia; punto de partida en el diálogo que se reclama, para sustentar un impulso sostenido de cambio.

 UN PLAN  CONCRETO
O DERECHOS ABSTRACTOS

Aguardando la irrupción de lo nuevo y su verdadero significado, en la esperanza de contar con un proyecto transformador de la realidad, no nos  conformamos con planteos que son viejos antes de nacer. El escepticismo o el fatalismo no encarnan actitudes constructivas, porque se reducen al subsistir individual, abandonado los ideales históricos que justifican la vida comunitaria. Estos ideales son los que debemos retomar dando sentido a la existencia colectiva, pendiente aún de desarrollar las cualidades y potencialidades singulares de nuestra plena identidad.

Estamos en una transición que es factible transitar correctamente, si comprendemos que lo “nuevo” no sólo representa aquello que parece serlo en la proximidad de un cambio de gobierno, sino una fuerza creciente que trasunta capacidad y construye la organización imprescindible para un ciclo completo de realizaciones. Significa un “poder de movimiento” en el cual resulta posible creer sin ingenuidad y participar con la impronta del trabajo, para revalorizar los conceptos tradicionales de Democracia y Estado.

Esta actualización de contenidos y procedimientos debe verificarse en los programas de las distintas fuerzas partidarias, considerando que las necesidades y aspiraciones populares, enmarcadas en la demanda básica de equidad y justicia, no se satisfacen recitando los preceptos constitucionales y la teoría del “contrato social”, pues exigen perentoriamente su implementación práctica y metódica. Por ende, las doctrinas políticas, actualizadas en el “qué” y el “cómo” del hacer cotidiano, no pueden concretarse por el discurso retórico de nadie, ni por la agitación extrema que recusa la comunidad. Ella prefiere las experiencias orientadas por la persuasión y la humildad como dones gemelos de la buena conducción.

Si aceptamos que está en juego el “ser o no ser” de la argentinidad, sepamos que los países no se destruyen, por más fuerte que sea el embate, sino están debilitados en lo interno por la corrupción y la intolerancia. Ni siquiera las intervenciones neocoloniales, ni las ocupaciones de guerra, consiguieron abatir el espíritu de los pueblos con conciencia de su protagonismo. Estos desafíos sirvieron de acicate en la convicción de su destino, para resurgir con el milagro de su esfuerzo por sobre los vaivenes políticos.
  
Pese a estas lecciones históricas, otras crisis absurdas, inducidas por la impericia y el divisionismo incuban el riesgo de un enfrentamiento autodestructivo. Estas recaídas, que nos caracterizan negativamente en la opinión mundial,  no pueden explicarse con consignas “ideológicas” que asumen la misión imposible de dar sentido a algo que no lo tiene, especialmente cuando es menester cumplir la etapa institucional y de desarrollo del país.

Por lo tanto, ni los relatos, ni las promesas, ni la pretensión de desoir las manifestaciones genuinas de protesta y propuesta (que deben ir unidas) disminuirán la energía de las reivindicaciones mayoritarias que no se limitan a la tensión gremial. Ellas expresan motivaciones de política general, no en el sentido malicioso de un afán destituyente, sino en el reclamo de una gran concertación social. Porque concertar es debatir pluralmente los principales ejes de las políticas de Estado, forjando un compromiso institucional de las organizaciones y no una componenda de dirigentes. 
 
 
“¿QUÉ HACER?”

Esta pregunta clásica de una mentalidad operativa nos introduce en el tema fundamental del conocimiento como clave de eficacia. En ella los objetivos no se declaman sino se cumplen, por medio de un pensar creativo que toma conciencia de una situación y la resuelve desde una identidad concreta. Por esta capacidad aprendemos del pasado con una memoria activa, y también formulamos planes para el futuro con  determinada coherencia.

Como vivimos en comunidad, el proceso cognitivo se articula en  una tarea compartida, que no es instantánea sino producto del enlace fructífero entre generaciones diferentes. En la trama ciudadana, se trata de elegir la vocación que mejor exprese la razón de nuestra vida; lo cual requiere libertad para decidir, y no  la sumisión que menoscaba la dignidad. Porque el “culto a la personalidad autoritaria”, se corresponde al “culto a la pasividad oportunista”; cuando y el equilibrio sólo se alcanza con tolerancia a las ideas de seres iguales y  caracteres distintos.

Es una red laboriosa de afectos y efectos que, en épocas de crisis, se apoya en referencias fundantes de tradiciones políticas contradictorias. Ellas no se zanjan con la “lucha de estatuas” de la historiografía ideológica, sino con la síntesis democrática de las vivencias dinámicas de los grupos y sectores que conforman el pueblo argentino. Toda pelea estéril nos aleja de una unión en lo esencial dirigida al porvenir pendiente. Unidad superadora de desviaciones facciosas, que es imprescindible lograr para diseñar positivamente un plan de reconstrucción; y asegurar la lucha contra la corrupción animada de verdadera justicia.

La identidad política suma como valor declarado, porque oculta o encubierta es sinónimo de “entrismo” o infiltración. Tampoco debe disimularse con la ambigüedad que hace el juego a la polarización  potenciando la escalada  de una crisis anunciada. Pero la identidad, en tanto valor inicial, tiene que adjuntar la crítica y la autocrítica que recupere la credibilidad partidaria cuestionada o perdida. Y así concurrir a una amplia concertación, con el mayor consenso posible, para ofrecer perspectivas programáticas que abran nuevas alternativas y oportunidades.

Por eso cada debate de actualidad, so pena de quedar en divagaciones sin sentido, debe culminar en la célebre pregunta ¿qué hacer?; y cuando el problema es complejo, completar con la demanda de dónde comenzar esta tarea. Ya que es necesario desterrar la improvisación y el espontaneismo en cuestiones delicadas que necesitan del arte de gobernar con criterios elaborados en el marco estratégico y táctico.

El destino personal y familiar está inserto indefectiblemente en el devenir político, lo cual es evidente en las crisis traumáticas que incluyen violencia y lucha por la supervivencia. Ellas no se superan ni con el aislamiento, ni con la indiferencia, ni con la creencia en la suerte. De allí que es inútil eludir nuestro compromiso en la solución colectiva de los problemas que, directa o indirectamente, nos afectan a todos.

La gran política no es la publicidad populista, ni el espectáculo vulgar, ni el ilusionismo de mostrar logros donde hay falencias. Ya el propio fundador del justicialismo superó la postulación  de “movimiento de masas” habitual en aquella época, para sostener la categoría evolutiva de “pueblo organizado”, con miles de estructuras libres y autogestionadas, que pueden “concertar” con el estado conservando su propia función e iniciativa.

El creador de la conducción moderna en el siglo XIX, saldó una discusión sofisticada sobre la naturaleza casual o azarosa del devenir histórico, según la impostura intelectual de entonces, y de ahora, para afirmar con énfasis: “¡el destino es la política!”. Diríamos hoy: una construcción conjunta que depende de un protagonismo civil responsable.  Así  la elección democrática se perfecciona por la selección de los postulantes, y la participación crece y madura con la capacitación. Porque antes que nada hay que fortalecer la organización y no el desorden en el curso de la transición.

 
VOLUNTARIADO SOCIAL:
LA RECUPERCIÓN DEL HUMANISMO

Cuando una sociedad pierde su sentido de armonía y estima de si misma, pierde lo más importante, que es su esencia humanista. Nuestra realización como seres sociales se frustra y sufrimos una regresión a las malas maneras, y al modelo negativo de relacionarnos. Individualismo extremo, egocentrismo y lucha sin escrúpulos de competencia a ultranza. Son antivalores que nos llevan, tarde o temprano al aislamiento, la alineación y la angustia. Por tal razón, antes que asumir el rescate de la solidaridad activa, propia de la vocación del voluntario, éste se interroga sobre el signo y el sentido de la vida moderna y explora sus inquietudes existenciales en busca de su expresión más sincera y profunda.

Impulsado por la fuerza de esa resolución espiritual, templa su voluntad de vivir en una sociedad distinta, compartiendo un ideal posible de bien común; y trabajando por un orden social más justo. Se arma así de los valores fundamentales: la equidad de deberes y derechos, y el afecto social, sin anteponer lo material, lo partidario ni el interés individual o de grupo. Su “dar es darse”, donando su conocimientos y su tiempo, sin caer en la humillación de la beneficencia, el clientelismo de los partidos o el asistencialismo de la burocracia. Todos ellos mecanismos funcionales a la perpetuación de la pobreza, la marginalidad y la exclusión.

La realización exitosa del voluntariado corresponde a la evolución natural de su vocación de servicio, con raíces en una base territorial constituida en las zonas carenciadas o lugares afectados especialmente por emergencias. Allí ofrecerá lo mejor de sí, potenciado por el saber profesional acumulado por el intercambio de experiencias en equipos multidisciplinarios (médicos, abogados, asistentes sociales, ambientalistas, ingenieros y técnicos). Siempre animados por una abnegación concreta dispuesta a “servir y no servirse”, sin especular con las urgencias de la gente.

Noble labor que implica no limitarse a lo momentáneo y lo superficial, sino adentrase en la trama de las relaciones humanas en situaciones críticas. Exigencia imprescindible para aprender a organizarse y organizar; para aprender a conducirse y conducir, con las características singulares de un liderazgo comunitario reconocido y querido en los ámbitos vulnerables donde desenvuelve su acción.
Esta experiencia, que existe hoy en la Argentina con el mismo realismo que las actitudes contrapuestas descriptas, adquiere aún mayor vitalidad en el clima de entusiasmo que produce el ensayar metodologías innovadoras de crecimiento orgánico, e incorporación de referentes locales que trabajaban anteriormente con elementos primarios. Sin embargo ellos aportan su conocimiento detallado y capacidad de adaptación a las complejidades del terreno. Asimismo trasmiten la confianza que atrae una cadena de nuevos participantes evitando resistencias, perjuicios y pugnas estériles.

Reconforta ver, entonces, que un movimiento solidario está avanzando, de abajo hacia arriba, aprovechando los vacíos de la fragmentación de lo obsoleto y el rechazo a la corrupción saturante: quien lo subestime se equivoca, porque sus ejemplos de éxito son contagiosos cuando el momento llega por el aumento del destrato, el abandono y la violencia. Significa la construcción de una parte importante de una nueva época, por el regreso a la cultura del estudio, el trabajo y la convivencia.

Más allá de las dificultades y obstáculos que recusan una posición ingenua, el voluntariado social posee la fuerza extraordinaria de la esperanza para mejorar cooperativamente nuestro comportamiento colectivo. Y, en el rumbo general de la comunidad, ir acotando progresivamente el régimen de influencias y acomodos, a favor de la selección razonable que otorga el esfuerzo y el mérito.


MILITANCIA COMUNITARIA
Y PARTICIPACIÓN DIRECTA

Para que la democracia no decline por las fallas de la política y la indiferencia o resignación de los ciudadanos, debemos completar su carácter representativo con un componente efectivo de participación directa. Esto implica la aplicación de todo el potencial civil y social de nuestra comunidad, para reorganizarla y elevar su condiciones de vida. Iniciativa imprescindible para superar el exceso de regimentación centralista y la imposición de los ideologismos de turno, que desconocen los recursos que la gente es capaz de desplegar, en su espacio de pertenencia, para solucionar los problemas que niegan las burocracias.  

Pero esta movilización se da cuando el ciudadano y el vecino se sienten libres y estimulados para determinar por sí sus objetivos y formas de acción, rechazando la arbitrariedad y la manipulación de su esfuerzo. Ésta es la condición virtuosa para actualizar el concepto y la práctica de la militancia como alternativa al empleo de meros activistas, reducidos a un papel  coreográfico de referentes ocasionales, por una “bolsa de empleo” improductivo y oneroso para el erario público. Un atajo lamentable hacía la nada política, que elude la mejor etapa de la formación juvenil en los valores permanentes de la abnegación, la austeridad y el respeto a la experiencia.

La nueva época avizorada, pero que falta avanzar hacia el campo de la realidad, reclama una mentalidad distinta. Una disposición espiritual a asumir la responsabilidad de cada uno y de cada equipo  para aportar los elementos creativos del pensamiento propio. Expresión necesaria que no debe coartarse para madurar en un proyecto compartido, con capacidad autocrítica válida para la corrección mutua. Tal el proceso persuasivo, no represivo, que aumenta los aciertos y reduce los errores, en el perfeccionamiento constante que exige la dinámica de la acción.

El lugar adecuado para este aprendizaje, sin imposturas “intelectuales”, es el dispositivo territorial, considerado la fuente inagotable de la renovación del movimiento. Aquí, por el camino del ensayo y  las pruebas que se encargan de confirmar o no los hechos, se hace la escuela de la permanencia, la paciencia y la perseverancia. Sin temor a las equivocaciones habituales de toda iniciación, que no hay que excederse en condenar, porque incitan a la constancia y la tenacidad que finalmente logran el éxito.

La participación intensa promueve la militancia, por la mayor toma de conciencia y compromiso; y a su vez, la militancia intensa forja los líderes comunitarios, motivados a capacitarse en los principios, valores y criterios de la conducción operativa. Nuevos cuadros de reserva que se potencian en aquellos distritos donde la buena dirección regional y municipal les reconoce su rol protagónico. Del mismo modo, se da la convergencia con las organizaciones de voluntariado social que, trascendiendo el “asambleísmo” y el “agitacionismo” estéril de la crisis anterior, han logrado conformar estructuras legales autogestionadas, y disponer de importantes herramientas para una actividad permanente y de mayor alcance.

El 17 de noviembre se consagró como la fecha celebratoria de la militancia por un significado de unificación y pacificación que aún mantiene su vigencia. Fue el retorno de un liderazgo histórico para acabar con las proscripciones, y señalar el fin de la lucha de resistencia, tendiendo un puente de reconciliación entre adversarios. Fue también una invitación que persiste, más allá de la última dictadura, para trabajar juntos por la grandeza nacional, convocada con la fuerza del ejemplo.

 
ESPIRITU NACIONAL CON  VOCACION DE GRANDEZA


Una comunidad organizada existe como entidad nacional significante si es capaz de encarar un espíritu histórico de grandeza. Es decir, si se propone algo más que la simple subsistencia de los países  marginados o fallidos, que carecen de personalidad cultural y proyección estratégica. Definición preliminar para ubicar este concepto en una posición equidistante de cierta izquierda que lo desdeña por sus prejuicios ideológicos, y de cierta derecha que lo exalta con carácter reaccionario y xenófobo.

La historicidad, en cambio, procede de los factores de espacio y tiempo  en los cuales se concreta la realización de un pueblo, con conciencia y voluntad de serlo. El “espacio” significa el lugar de pertenencia, que se debe ocupar y organizar armonizando geografía y población en un orden territorial fructífero. Y “tiempo” expresa las etapas y ciclos vigentes en la trayectoria evolutiva de cada comunidad. Sin estos contenidos, en permanente gestación por la experiencia colectiva, no hay historia, sino naturaleza, cuando no regresión a las formas primarias de los agrupamientos humanos y sus rasgos violentos.

Esta es la involución que, explicita o implícitamente, provocan los ideologismos laterales a la amplia perspectiva de despliegue de la comunidad, y cuya acción insidiosa se inclina a la división y polarización, y finalmente a la disgregación por una crisis de identidad no resuelta. Dilema que es menester dilucidar con la energía de la participación civil, la organización social y la renovación institucional, recuperando el principio del bien común: única forma de dignificar la política y vencer a la corrupción, la arrogancia y  el desánimo.

Vocación de trabajo y servicio que, trascendiendo la escena proselitista, comienza en los sectores abandonados por la mala dirigencia. Labor muy distinta al simple montaje y desmontaje de agrupaciones rentadas de apoyo a candidatos fugaces. Ellos son más sensibles a la figuración y la componenda, que a las necesidades apremiantes de los argentinos invisibles para las estadísticas oficiales de pobreza.


En una percepción superior de la política, conviven el tiempo presente, con el pasado-presente y el futuro-presente. Juntos crean las categorías existenciales de la memoria histórica y del proyecto histórico, sin las cuales no surgen los estadistas de trayectoria. Nos demoramos así en el subdesarrollo político,  económico y social pese a nuestros recursos humanos y naturales; porque el exceso de candidatos, jefaturas y caudillismos no disimula la falta de liderazgos sólidos, equipos de excelencia y planes con medidas de fondo.

Sólo una nación sustancial, no nominal, tiene valores fundamentales, intérpretes válidos, representantes honestos y dirigentes sabios. Son las virtudes palpables que le permiten reconocerse y hacerse conocer, sobre los discursos aleatorios de oficialistas y opositores en el estrecho marco de los intereses partidistas. Una nación que, segura de su valer, se abre al intercambio con toda la esfera internacional, sin amagan a un poder dominante con los arrestos de otros, con el señuelo de la burocracia ideológica.

De cara al porvenir, es preciso recoger las mejores experiencias de las distintas tradiciones políticas que confluyen en el objetivo de realizar la patria pendiente, sea antes o después del hecho comicial. Por lo demás, su resultado serviría de poco sin las reformas consensuadas que esperan el fin de un ciclo y la reconstrucción del diálogo institucional y social para la concertación. Por nuestro lado, es urgente procesar la crítica, la autocrítica y la actualización que nos refiera sinceramente a la esencia del movimiento originario: soberanía, independencia y justicia, sin simulaciones, imprevisiones ni inmortalidad.

La militancia vocacional, pero no ingenua, implica humildad, entrega y esfuerzo para adentrarse profundamente en la vida comunitaria; logrando, en libertad, el equilibrio entre realización personal y colectiva. Con esta finalidad, hay que capacitarse en organización, conducción y planificación, sabiendo que quienes piensan diferente representan variantes respetables, y aún pueden actuar como adversarios electorales, pero son partícipes necesarios de la unión y el desarrollo nacional.


EL CONSENSO AGREGA VALOR A LA POLÍTICA

Es lógico que un eventual incremento  de la crisis argentina preocupe a quien ejerce la más alta dignidad espiritual en nuestro mundo; aunque sin confundir incidencia moral con ingerencia política. Ya que hoy en nuestra cultura, no sincrónica evolutivamente con otras latitudes, la democracia inhibe el cogobierno integrista, tal como éste se da en varios conflictos de Oriente y Medio Oriente de tan difícil prospectiva.

Es cierto que otro mapa geopolítico y geoeconómico está en curso, con nuevos polos de poder, que se suman a otros en cierta declinación, pero esto no justifica una diplomacia oportunista sin planes específicos para aprovechar un espacio real de apertura, con avances graduales. Para evitar futuras frustraciones habrá que recordar el aforismo irónico que define a  “las Naciones Unidas como la instancia de solución de los problemas pequeños de los países grandes, y no de los problemas grandes de los países pequeños”.

Los fines de ciclo, no es una novedad para nosotros, suelen culminar en una disyuntiva antagónica: o se abre el arco de convocatoria al diálogo, para facilitar la transición ordenada y pacífica; o el sector que naturalmente decrece, opta por la obstinación renunciando a una estrategia inteligente. De allí la necesidad del arte que los clásicos llaman “prudencia”, aunque ésta no significa vacilación ni pasividad de los responsables de gobernar hasta el término de su turno.

La estrategia del estadismo, como método racional del juego estratégico y tácticode voluntades opuestas dentro del cauce republicano, requiere debatir serenamente sobre políticas de estado y leyes orgánicas de  trascendencia cuyo efecto, bueno o malo, recién se percibirá en el tiempo. Todo lo cual, respetando las idiosincrasias provinciales y municipales, que se destacan por sus posiciones y gestiones, descarta desde ya el voluntarismo sin acción orgánica y la retórica saturante sin capacidad transformadora de la realidad.

Para liderar un país, no corresponde tratar de convertir el asilamiento de defecto en virtud, y sí atender los reclamos, las críticas y la autocrítica de amplias franjas territoriales que, sin nostalgia paralizante ni reiteraciones extemporáneas, quieren proponer, con la mejor esencia doctrinaria, nuevas perspectivas de realización al conjunto de la comunidad nacional y regional. Así el porvenir no significará incertidumbre, sino esperanza fundada en el trabajo, la seguridad y la convivencia.

Para ello, tendrán que formular los objetivos constitutivos y funcionales de las políticas de Estado necesarias, firmando un compromiso cierto de ejecución, cualquiera fuese el resultado electoral de las instancias pendientes. Proceso complejo pero imperioso, que precisa ser vigilado y apoyado por una modalidad distintiva de vertebración política y social. Tarea de aquellos que, con voluntad de trabajo, pueden demostrar la conjunción de mística política y solvencia técnica para la resolución eficaz de los problemas nacionales, removiendo drásticamente los obstáculos que impiden la realización del país.

Conviene recordar las enseñanzas de los más antiguos libros sobre el arte de la estrategia, regida por la sabiduría de una ética política superior, que afirman que “la mejor victoria no es vencer sino  convencer”. Consejo milenario totalmente vigente que, sin perjuicio de una reserva de autodefensa razonable y creíble, nos lleva a la cultura del encuentro y el diálogo basada en los criterios de equilibrio, equidad y respeto.
 

¿FIN DE UN CICLO POLÍTICO,
COMIENZO DE UNA NUEVA ÉPOCA?

El propósito de estas columnas ha sido aportar a la tarea conjunta de pensar la situación de la comunidad, pero no desde una óptica de competencia periodística, sino desde la perspectiva de los principios y valores del arte de conducir y liderar. Por lo tanto, sin prejuicios elitistas, se  dirige a los emprendedores en los diversos campos de actividad, con un tono político general que analiza la plataforma sobre la que se desenvuelven todas su acciones, aún las que parecen más técnicas. Hecho paralelo a formular las previsiones y planes que no sólo faciliten el crecimiento en el presente, sino el desarrollo  futuro del país. 

Esta labor no se limita a comunicar o difundir encuestas electorales y operaciones mediáticas, a menudo afines a quienes las encargan, sino advertir sobre los síntomas que indican transformaciones o cambios en la capacidad de representación y de representatividad en el seno de la sociedad, la cual evidencia un giro ¿coyuntural? de lo estratégico o lo táctico. Este giro innovador en los procedimientos políticos, está dificultando la promoción autosostenida de referentes nacionales. Mientras destaca la expectativa con eje en la disputa “distrito por distrito”; mediante armados que amalgaman líneas distintas, pero de similar compromiso en el progreso local y presencia real en el terreno de acción. 

Pareciera que, fuera de las tesis ilustradas que suelen llegar tarde, esta vez la renovación viene por la vía reveladora del despliegue territorial y la trayectoria de los líderes comunitarios, practicantes de una democracia cercana y participativa muy eficaz en la solución concreta de los problemas del ciudadano y el vecino. Se cumple así una regla histórica según la cual “las fuerzas políticas se fortalecen cuando se depuran a sí mismas”, no por la imposición de nadie, sino por obra de la convicción de quienes no temen corregir errores, más allá de los discursos, con su obra perseverante y amplia convocatoria.

En cuanto a la campaña nacional, que empezó prematuramente y quizás por ello se ha tornado tan larga, tediosa y desgastante, no se activará por las rencillas banales, las discusiones ociosas o la apelación a los episodios de la farándula. Ya que, en el tiempo, estos recursos de impacto circunstancial pueden acarrear desprestigio a los dirigentes que eligen la actuación virtual sobre la acción real. La cuestión que se dirime, sin embargo, no es superficial sino profunda, y atañe a evitar el vacío político y programático, para planificar el desarrollo de nuestro potencial como garantía de prosperidad conjunta y realización del porvenir. 

Nuestra decisión es por la definición estratégica de la política, reconstruyendo la organización de la comunidad por el único lugar factible en el llamado “fin de ciclo”, para que se convierta en el principio de una “nueva época”, donde la posible paridad se fuerzas llevará a profundizar todas las formas de diálogo y concertación. Esto quiere decir que “gane quien gane” de los postulantes probables, que aún no demuestran diferencias cruciales, tendrá que completar la transición electoral del 2014 con la subsiguiente transición política del 2015. 

Porque, a pesar de tentaciones individuales o entornos cerrados, enfrentará la responsabilidad directa e impostergable de consensuar un núcleo fundamental de “políticas de estado”, sin excluir ninguna expresión valedera de la pluralidad argentina. Por lo demás, no nos cansaremos de predicar la unión nacional, que debe realizarse sin diluir las identidades partidarias, para que sean, precisamente, concurrentes orgánicas y sostenedoras operativas del acuerdo superador.