Hacia la
segunda vuelta electoral
33. ENTUSIASMO Y
PESIMISMO: TRIUNFO Y FRACASO
Cuando el resultado de una batalla
principal bifurca el eje de una campaña reñida, dos espíritus opuestos emergen
al mando de los contendientes. Uno, no puede disimular su alegría, aunque
reclame prudencia, y el otro no puede ocultar su desazón, aunque pregone
fortaleza. Porque, surgiendo ambas actitudes del fragor de la lucha: el entusiasmo
lleva al triunfo y el pesimismo al fracaso.
No nos referimos a la tarea ulterior
de constituir una instancia de diálogo y consenso para asegurar la estabilidad
política que necesita el aporte de todos, sino a la meta inmediata de la
presidencia. Porque el próximo cruce destaca las visiones contrapuestas de dos
campos: el que avanza con la bandera de la transformación, y el que se
abroquela hasta hoy con el estandarte del continuismo. En esta disyuntiva, la
ventaja suele estar del lado de quien asuma la iniciativa, y corrija sus
falencias, y no de quien niegue la realidad y amplifique sus errores.
Perder velocidad de reacción y
demorarse por la complicación antipolítica del “doble comando” pleno de
contradicciones, resta empuje al conjunto; inhibe la habilidad de desconcentrar
acciones; e invita a la indisciplina y la deserción. Cuando no agrava el
trabajo de zapa de quienes, por rencor u oportunismo, comienzan a hacer fuego
en contra.
Analizando la escena con óptica
estratégica, vemos una columna que parte del bastión capitalino, donde se
abastece y refugia, y se despliega en un teatro de operaciones descuidado,
reclutando fuerzas que hasta ayer respondían al otro postulante. Mientras éste
sufre un doble acoso, externo e interno, que divide su atención y le impide un
dispositivo más amplio, despegado de los grupos provocadores.
En medio de esta lucha irrumpe un
movimiento generacional de elementos nuevos, pero que aprenden rápido. Fenómeno
singular que construye presente y proyecta futuro; y al que hay que apoyar
transmitiendo experiencia y capacitación.
En el arte de la estrategia, el
“potencial” se convierte en “poder” cuando se movilizan las fuerzas posibles
para disponerlas “en presencia”. Obviamente, el máximo potencial estaría en la
idea del cambio, abarcando con distintos matices la mayor parte del electorado. Ahora, la clave es encontrar las
herramientas idóneas para convocar a este contingente, en línea con el rumbo de
cada candidato. Pero siempre, dentro de una graduación atrayente de nuevas
políticas de Estado.
Esto exige la combinación de
generosidad y audacia, para oxigenar los círculos íntimos que quieren acaparar
todo. Y también, sentido de justicia para descartar a personajes repudiados por
la sociedad. Una selección política y técnica correcta, con hombres y mujeres
que hagan exactamente al perfil del cargo a cubrir, será el mejor formato del último tramo de esta campaña de
“final abierto”.
De igual modo, es crucial el compromiso
sincero y sólido de unir en la acción la labor legislativa de los diversos
bloques comprometidos con la eficacia parlamentaria. Único modo de desarmar, o
hacer explotar en el vacío, las “bombas de tiempo” dejadas por el sectarismo
extremo en su retirada calculada pero precipitada.
También es necesario resguardar el
clima democrático del rol insidioso de los “comisarios políticos”; que se exhiben como custodios de una
alienación autoritaria. Así se aclarará cuánto hay en nosotros de virtud, en
los gestos de paciencia que acompañan a una conducción persuasiva, y cuánto de
obsecuencia ante un mando arrogante sin vocación de libertad. [1.11.15]
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