domingo, 29 de mayo de 2016

DEMOCRACIA DE TRABAJO Y LÍDERES COMUNITARIOS







Julián Licastro







DEMOCRACIA DE TRABAJO
Y LÍDERES COMUNITARIOS





Incluye aportes sobre el desarrollo territorial argentino
con visión estratégica











Año 2016









1. LA DIGNIDAD DEL TRABAJO NUNCA TRAICIONA, TRAICIONA LA CORRPCIÓN IMPUNE

                                                                          
Nuestra doctrina nacional se inspira en los valores del trabajo, que no vienen de un relato ideológico estéril, sino de la experiencia del esfuerzo fructífero. Esta concepción es, a la vez, idealista para proyectar grandes objetivos y realista para encararlos con “sabiduría y prudencia”.

El poder social no es mando sino vocación de servicio, donde las ideas no se imponen, se exponen y la persuasión no significa vencer sino convencer. En este enfoque democrático, la justicia social no exige sumisión ni violencia, sino  convicción en la evolución inexorable del pueblo “artífice de su propio destino”.

Construir comunidad requiere responsabilidad, tanto en sentido personal como colectivo: sabiendo que la vanidad diluye la responsabilidad y la codicia la mata. Y consolidar ciudadanía supone partir de una identidad política bien definida, pero sin iluminados ni arrogantes que la desmienten con su  sectarismo.

Es el momento crucial para crecer con prédica, formación y planificación: herramientas estratégicas para descartar toda improvisación frustrante y  toda descoordinación desgastante. Por definición, la dignidad del trabajo nunca traiciona. Traicionan la egolatría del mal dirigente, la especulación del mal empresario, la insensibilidad del mal funcionario y la tecnocracia que ignora el arte superior de la conducción.

Lograr una conducción de excelencia no justifica la inacción de los cuerpos orgánicos. Por el contrario, exige emulación en presencia, energía y dedicación en cada lugar operativo de nuestro despliegue. Una organización de calidad es producto del nivel de sus  dirigentes y cuadros, que deben capacitarse constantemente y mantener una perspectiva abierta y abarcadora.

Establecer una pedagogía de diálogo y crítica constructiva

Lo correcto es establecer una pedagogía interna, en nuestra expresión de pensamientos y sentimientos, para constituir una organización sólida y fraterna. Como reza el evangelio, la búsqueda de la verdad nos hará libres. Y esta libertad nos permitirá coordinar una unidad esencial resguardando la diversidad.

Es una participación con múltiples iniciativas, diálogos y propuestas, para un avance mancomunado. No es juntar por juntar, sino unir en la idea y la acción. No es actuar con amenazas y presiones, sino priorizando alicientes y aspiraciones. Una reflexión recíproca permanente que se potencia en la voluntad sincera de compartir.

La igualdad republicana tiene que existir como hecho práctico y efectivo, con equidad para todos los argentinos. En tal sentido, el peor defecto de la política es el “círculo de poder” que se convierte en partido dentro del partido y en estado dentro del estado.

La crítica constructiva y la corrección mutua, en los ámbitos que corresponda, soslaya a los aplaudidores y a los sofistas que suelen presentar fracasos evidentes como éxitos engañosos. Debemos integrarnos a un contingente lo más grande posible para realizar las tareas pendientes, que exceden a un solo encuadramiento político o gremial.

Apoyar la construcción de un liderazgo de trabajo

Tenemos que ocupar nuestro lugar con humildad y firmeza, virtudes demostradas con abnegación y  traducidas en obras concretas de nuestra voluntad de acción. El cambio y la transición abren una posibilidad extraordinaria que depende de nosotros mismos. Nadie hará nuestra tarea y nada afectará nuestra fe.

Llegó la hora de distinguir al verdadero peronismo del “pejotismo”, que ensaya un simulacro partidista, negando el voto de las bases y encubriendo mariscales de la derrota e imputados por corrupción de estado. Apoyemos la construcción de un liderazgo de trabajo que conduzca con el ejemplo, y tenga visión estratégica para dar sentido nacional a la gestión de un gobierno concertador y no excluyente.
 
2. EL PENSAMIENTO ESTRATÉGICO EN LA DINÁMICA SOCIAL

 La cuestión social no se aprecia con teorías rígidas que refutan los hechos. Como lo único constante es el cambio, “la única verdad es la realidad”. Así, la práctica social se beneficia del pensamiento estratégico, que no es estático, para la resolución de conflictos con medios políticos, no violentos, facilitando la comprensión y normatividad de situaciones complejas.

El arco de aplicación se amplía ante la disminución de los márgenes extremos inclinados a la represión o la anarquía política; a la regulación excesiva o la flexibilización laboral absoluta; y al corporativismo o la atomización sindical. Resulta conveniente la formulación renovada de un modelo de “tercera posición”, fuera de la lógica caduca del autoritarismo y el totalitarismo. La democracia no es sustituible pero si perfectible.

Discreto en la etapa preparatoria, el arte de la estrategia se evidencia en la concreción triunfante de sus grandes objetivos. La misión de la estrategia no se limita a la astucia necesaria en la táctica; porque se eleva al campo abarcador de la inteligencia analítica y prospectiva.

En los ciclos largos de la historia, y ante el juicio de los movimientos sociales, no se premia el poder por el poder, ni la fuerza por la fuerza; sino el impulso trascendente que perdura en las ideas y en las obras de la evolución humanista. En momentos críticos de cambio profundo y transición, este modo de razonar las funciones de gobierno, con coherencia y congruencia, ayuda a  esclarecer la nueva relación entre nación, estado y sociedad.

La nación con vocación protagónica

La nación no surge sólo de una entidad geográfica con recursos de intercambio comercial, sino de una comunidad cultural con vocación protagónica en el concierto mundial. Este espíritu comunitario nos exige identificarnos primero con nosotros mismos, para relacionarnos con las otras comunidades y desarrollarnos  integralmente.

La nación, que es subsistencia, arraigo y protección, significa el concepto irreductible de todo sistema político-institucional. Renunciar a la política, no a la politiquería, es renunciar a la vida en plenitud de los derechos individuales y sociales: por indiferencia, desarraigo e indefensión.

La nación, no con las formas extremas del aislamiento y la autarquía, es una realidad concreta y actuante, que opera sobre la estructura de decisión de un Estado eficaz, actualizado en cada época o tramo de su trayectoria. Sin Estado no hay nación ni sociedad, por eso la “post-política”, al negar la persuasión, la planificación y la coordinación como virtudes de la conducción, arriesga pasar del ser a la nada.

El elitismo profesional y la apología de la tecnocracia encubren un internismo contradictorio de intereses materiales; y como todo sectarismo se aleja de la base de sustentación social de la democracia. Los pueblos dependientes, que se demoran en un nivel ahistórico de subdesarrollo, lo son porque no han logrado una cultura política y organizativa basada en la unión nacional y la participación.

La nación tiene un rol específico en la geopolítica y la geoeconomía que son ámbitos del pensamiento estratégico, para superar el día a día de la incertidumbre y la improvisación. Pensar el pensamiento estratégico incluye integrar y armonizar nuestro orden territorial en todas sus dimensiones, sin librarlo exclusivamente a las tesis funcionalistas del economicismo global.

El principio de soberanía

El principio de soberanía debe tutelar la expansión de un desarrollo económico equitativo y sustentable, con eficacia y sin excesos burocráticos. Los proyectos concertados y compartidos pueden captar el concurso de los actores del proceso productivo y de trabajo, para sostener “entre todos” el interés nacional.

Una nación sustancial y no aparente, requiere aumentar nuestras posibilidades, disminuir nuestras debilidades y aprovechar las oportunidades que aparecen como signos de transformación.

La justicia y la equidad son los principios claves de la convivencia y la estabilidad, porque en la desigualdad no se puede prever para el conjunto, sino oprimir a una parte con la otra. Esta acepción de igualdad no presupone la unificación coactiva del pensamiento estratégico, que necesita identidad y libertad, sin caos, para imaginar múltiples alternativas de realización.

 3. CONCERTAR ES DEMOCRATIZAR

 El trabajo es el principal organizador de una comunidad edificada con los valores de la dignidad y la solidaridad. Sin trabajo la democracia perece por la falsa antinomia entre autoritarismo y anarquía. Por esta razón, una “democracia de trabajo” aleja la violencia y atrae intenciones de consenso y participación.

La república, como sinónimo de equidad, convoca e interpela a empresarios, trabajadores y funcionarios para lograr, con responsabilidad, los fines de la concertación productiva. En ella, la   justicia social manifiesta una pertenencia que construye unidad y exige educación; implicando deberes y derechos que, más allá de proclamarse,  deben legislarse con ecuanimidad.

Mejor que discutir es debatir y mejor que confrontar es concertar; ejerciendo  una persuasión recíproca y mutua para establecer los criterios de un destino común, que acepta la diversidad legítima de los interlocutores. Toda lucha, por más intensa que parezca, debe librarse en el marco democrático establecido: “dentro de la ley todo, fuera de la ley nada”.

Hay que organizar un “diálogo institucional” abierto y transparente, para diseñar una política de desarrollo económico y social sustentable. Sin  esta política equilibrada, el “populismo”, en el balance de una década, contrastó su relato ideológico con malos procedimientos y malos resultados, generando más pobreza.
En la cultura del trabajo la solución no es el subsidio, sino el empleo genuino, en blanco, y protegido por las leyes laborales, las organizaciones gremiales y las obras sociales. Una concertación obtenida con alicientes e incentivos, no con penalizaciones, siempre prevalecerá sobre la arbitrariedad de cualquier individuo o sector.
Reformas urgentes a favor de la producción y el trabajo
La desigualdad inducida por un sistema prebendario, que concentra sus polos de riqueza extrema y pobreza extrema, urge reformas en el área educativa, tributaria, laboral y de seguridad social. La educación, antes que nada,  precisa convertir la igualdad ante la ley en “igualdad de oportunidades”,  mediante el apoyo espiritual, la formación profesional y la capacitación técnica en el  mundo del trabajo.
- El régimen tributario tiene que corregir el grave desfasaje entre la evasión fiscal de los poderosos y la opresión fiscal de los ciudadanos, para salir de su insuficiencia recaudatoria  en materia previsional y asistencial.
- En el área laboral se combatirá la precarización del empleo y las innumerables maniobras “legales” de instrumentación de períodos de prueba sin destino, suspensión de personal, reducción de turnos, jubilación anticipada, etc.
- La seguridad social se regirá por la  ley respectiva, sin medidas discrecionales de los gobernantes de turno, que incumplen las normas.
La acumulación irracional de poder económico y político, señala la obligación de una ética pública atenta a las necesidades del conjunto social. Pero hay que advertir que, con la excusa del “poder social”, pueden derivarse acciones reivindicativas improcedentes a nuevos circuitos de manipulación popular.
Un cuerpo unificado de legislación laboral y conexa
La concertación hace a la seguridad física y jurídica necesaria para salir de la emergencia económica y ocupacional con inteligencia decisoria, inversiones productivas y promoción de los trabajadores.

En su momento, habrá de evaluarse la conveniencia de articular en un cuerpo unificado toda la legislación laboral y conexa, superando la dispersión actual. Este “corpus”, lejos de conculcar derechos, aumentando la conflictividad social, complementaría sus contenidos para estimular y sostener la generación de  condiciones creadoras de trabajo.

Convertir lo sufrido socialmente en experiencia y cultura política, ha sido siempre la llave de acceso a una mejor calidad de vida, respaldada en instituciones sólidas. No expuesta, por lo tanto, al juego de apariencia y realidad de los relatos ideológicos, las maniobras proselitistas y las concesiones discrecionales del oportunismo.

Un futuro de prosperidad es posible, manteniendo un temperamento austero, no afecto a la ostentación y el despilfarro con que, en periodos anteriores, se perdieron oportunidades inéditas. De allí la importancia que recobra una participación consciente y sincera, sin consignas excesivamente optimistas o ingenuas.

La crisis, como síntesis de limitación y posibilidad, destaca la voluntad de quienes quieren colaborar  de alguna manera con la gestión actual; y de aquellos que, recusando las trampas de los resentidos, desean ejercer una vigilancia responsable del poder según las “políticas de estado” prometidas en la campaña electoral.

 
4. EL GRADUALISMO COMO OPCIÓN POLÍTICA
 
El impulso referido a la teoría y práctica social  de concertar proviene de toda una filosofía política, que se aplica sobre la evolución de las circunstancias. En crisis graves, además, la concertación puede emplearse como un catalizador del reordenamiento institucional, postergado burocráticamente en periodos de menor tensión.

Un país realizado es un país concertado. En él se comparten principios y valores, como no ocurre donde prima la división  y el retardo. Por eso, una educación para concertar tiene que prever con detalle los pasos a seguir, y asimilar las desconfianzas y retrasos de un contexto aún incapaz de armonizar expectativas e intereses.

Corregir desviaciones políticas y morales inaceptables

Las tendencias centrifugas de una sociedad fracturada suelen llevar al fracaso, uno tras otro, a supuestos proyectos y supuestos equipos, porque el trastorno del desencuentro es general. Inventar un nuevo “relato”, para establecer cierto hegemonismo, tampoco es válido, cuando la diversidad existente reclama una conducta distinta, convergiendo los liderazgos parciales en una finalidad superior.

Obviamente, nadie puede pretender congelar las contradicciones que movilizan la dinámica social: ellas sólo desaparecen con la propia comunidad que las contiene. Pero es deseable alcanzar un relativo nivel de estabilidad como alternativa a un enfrentamiento prematuro, confuso y desbordado.

Entre las contradicciones a mediar se encuentra el desfasaje de fuerzas, de tradición mayoritaria, con grupos que hoy tienen más capacidad de interferir que de conducir. Pues, antes de proponerse para el gobierno nacional, precisan corregir desviaciones políticas y morales inaceptables.

Ante el cúmulo de problemas a resolver, las posiciones de antemano fatalistas o facilistas resultan por igual inconvenientes. El tema es perfilar con claridad la post-crisis, sin retórica hueca, e imaginar el camino accesible para llegar a ese ideal. La tarea específica consiste en convocar y consolidar espacios de compromiso real, para generar riqueza suficiente y distribuirla con equidad; sin marginados ni excluidos.

Se requiere paciencia y mucha habilidad para lograr una respuesta estructural, no voluntarista sino efectiva, consiguiendo un producto final de presiones muy distintas, articulando el empuje de esas mismas presiones. En tal instancia, las actuaciones volubles, mezquinas o poco sinceras quedarán fácilmente en evidencia y sancionadas públicamente por agudizar la crisis.

Concertar presupone desconcentrar y descentralizar muchas decisiones, enmendando una mala praxis arraigada en centros de poder “autosuficientes”, que luego se desmoronan rapidamente. De igual modo, es menester descartar el burocratismo que multiplica los laberintos de trámites ociosos como mecanismo de corrupción oficial impune.

En orden a construir una comunidad abierta a más y mejores formas de participación, cooperación y coordinación de esfuerzos, el gradualismo es la opción preferente. Ante las debilidades de un sistema en transición, con divisiones políticas y fragmentación social, la acción gradual, aunque a veces avance lentamente,  resuelve situaciones complicadas sin emplear la fuerza por el riesgo que  entraña.

El gradualismo, reconociendo puntos de partida diferentes y contrapuestos, irá sentando reglas de juego claras. El respeto a esos criterios consensuados, evitará que las contradicciones iniciales se radicalicen, volviéndose antagónicas, inmanejables y violentas.

Los riegos del “choque” frontal de intereses, implícitos en exposiciones absolutistas de derecho privado y de derecho laboral, con consecuencias polémicas para empresarios y trabajadores, recomienda el equilibrio del derecho social tripartito. En esta concepción, el Estado defiende a uno sin destruir al otro para no afectar la producción ni el empleo.

Sin perder la iniciativa, el gradualismo táctico, al analizar cada escenario y cada caso, exige la coherencia del planteamiento económico-social  estratégico. Y garantizar el carácter irreversible de las reivindicaciones  conquistadas en los pasos sucesivos. Lo contrario, sería hacer y deshacer la delicada política de negociación y acuerdo, debilitando el rol del estadista y su propuesta programática.

El fundamento gremial de la concertación

El estudio del factor económico es vital para el desenvolvimiento del proceso concertador, porque  constituye su sustento material. Pero no justifica una  tesis economicista cerrada en lo académico o ideológico, menospreciando la trascendencia del factor social. Éste simboliza históricamente el fundamento gremial del origen y la finalidad de la concertación.

Al gradualismo en la concertación le corresponde un proceso paralelo de progresiva participación de la soberanía política popular. Y así expresarse de manera más presente, activa y comprometida, según las nuevas instituciones de nuestro ordenamiento constitucional. Acción clave para el control republicano del poder sin el cual el blanqueo económico y el rumbo productivo serían efímeros, y se crearían nuevamente las condiciones perversas del regreso de la economía en negro y del circuito especulador.

 5. EL PODER DE LA  DISTRIBUCIÓN SOCIAL
CON RESPALDO PRODUCTIVO

Una comunidad tiene un plan de vida que proyecta progresivamente un destino compartido. Esta esperanza teje la trama de una visión cultural propia; y  define un hacer integral, no acotado a la  actividad económica. La naturaleza del poder  para reactivar una comunidad en receso, que es lo opuesto a progreso, llama a un cambio estructural de amplia convocatoria. Cambio en el pulso evolutivo de la mayoría, que primero reflexiona consigo misma para calibrar los esfuerzos que afrontará en esta etapa.

De otro lado, se insinúa el “estilo de conducción” capaz de orientar y canalizar el empeño de nuevas energías sociales. Todo lo cual va determinado un tipo de liderazgo distinto, con las aproximaciones consiguientes. Esto ocurre en muchos países, cuyos partidos principiantes, emergentes de la crisis de representación, tienen dificultades para formar gobiernos con respaldo  parlamentario suficiente.

Como el momento es histórico, y no simplemente político, el sistema que al final se impone suele sorprender a los propios candidatos. Especialmente cuando, obligados por el apremio de los reclamos sociales, toman distancia de su sector de origen para identificarse con los objetivos del conjunto. Esta es la prueba existencial que los desafía en su intimidad, porque sin abnegación personal para servir al bien común les espera el fracaso.

El liderazgo de reconstrucción

El liderazgo de reconstrucción  siempre corresponde a las características del estadista, y nunca del politiquero o del tecnócrata. Es decir, hay que aprender a encarnar una síntesis particular de virtudes con convicciones firmes, autoridad moral y persuasión constante, sin reacciones abruptas o intempestivas.

Aquí no corresponde un concepto del poder como sustantivo -“tener poder”- , sino como verbo –“poder hacer”- , a fin de unirse a la potencia ciudadana que rige en el núcleo de realización de la comunidad. Ella expresa satisfacción en las acciones producto de la cercanía y la consulta de los dirigentes, a diferencia  de la actitud arrogante y la manipulación.

Las dificultades económicas complican el funcionamiento de la democracia que hay que mantener; evitando que la legalidad de origen de un gobierno elegido constitucionalmente, se desvirtúe en el ejercicio de sus funciones. De allí el gradualismo en las medidas de impacto social, y el auxilio de la concertación para conferir al sistema representativo un mayor sustento institucional.
 
Lo contrario es lo habitual de las dictaduras civiles o militares, que confunden poder político con mando, y propiedad económica con apropiación. Contradicción no inocente, sino deliberada, que traza el camino decadente de la corrupción y la malversación impunes.

En nuestro continente, que detenta la mayor desigualdad social comparada, estas desviaciones del régimen democrático, y su interrupción golpista, han sido sinónimo de opresión y subdesarrollo. Círculo vicioso a superar con una cultura del trabajo actualizada, integrada y concertada. El trabajo, ubicado en la conjunción de producción y educación, fomentando una democracia participativa por el anhelo  de justicia, progreso y pacificación.

Como se ve, no es un cambio “de” cultura que niega nuestra génesis  espiritual, sino un cambio “en” la cultura que retoma y potencia las fuentes nutricias de nuestra nacionalidad. Y que, en el nivel presidencial, demanda fuertes obligaciones para ofrecer una gestión correcta, y una agenda con políticas de estado de gran relieve. Porque el anuncio de programas pequeños, siendo útiles en su localidad, no alcanza para despertar un entusiasmo de dimensión territorial para el despegue.

Toda la Argentina está esperando éxitos en la lucha contra el flagelo de la inflación; la creación sostenida de puestos de trabajo;  la restauración de la seguridad física y jurídica; la mejoría en los servicios públicos. Y aguarda atentamente, por la sucesión de escándalos conocidos, las medidas efectivas que ataquen la criminalidad económica y financiera que perpetró la fuga del capital ganado aquí para invertirlo en otra parte.

Ampliar la infraestructura de nuestra modernización

El agotamiento de este ciclo antiguo, pero acelerado por la voracidad de la última década, ha demostrado los límites de la distribución social sin respaldo productivo y el daño ocasionado a las reservas por el consumismo exacerbado.  Ahora avanza un enfoque centrado en la inversión de capitales “repatriados”, pero que deben asignarse al desarrollo y no inclinarse a la especulación.

Esta decisión permitirá la recuperación y la ampliación de la infraestructura  imprescindible  de “nuestra” modernización y competencia; evitando que las divisas se filtren nuevamente en el  esquema perverso de la especulación y la distorsión abusiva del tipo de cambio. Porque ambos extremos: consumismo y especulación, destruyen con su ilusionismo la estructura realista y virtuosa de una cultura del trabajo.

Por eso hablamos de elaborar la “agenda” de gobierno adecuada, que es el plan racional y completo que verifica un rumbo estratégico. El cumplimiento a largo plazo, pero con metas escalonadas en el tiempo, más allá de todo discurso proselitista, fortalecerá la confianza política y la adhesión social, con la consigna “mejor que prometer es hacer”, posibilitando la culminación de una transición definida. Única forma, sin margen de engaño, para pasar de la lógica negativa de la crisis recurrente, a la lógica positiva de la realización constante.
 
6. LA NECESIDAD HISTÓRICA DE FORMAR ESTADISTAS

No somos el único pueblo que siente la necesidad de contar con auténticos estadistas para salir de la crisis, luego de sufrir la teatralización de liderazgos sin sustancia estratégica ni ética pública. Con este antecedente, sería incomprensible que un nuevo equipo, puesto a enrumbar el país, desconozca la esencia de la conducción política. Porque ella es la única que, desde la fundación clásica de la democracia, dispone de los métodos específicos para gobernar la comunidad: la “polis”.

Maestría de validez universal, que no puede compararse a los criterios menos abarcadores de la dirección ejecutiva de empresas. Sería  ignorar la definición de Perón sobre “la conducción como hecho humano y no técnico”, superadora de la politiquería burocrática y del aislamiento tecnocrático; porque ambos extremos naufragan en la complejidad de las relaciones sociales contrapuestas.

Esto es así porque la dimensión integral de las vinculaciones comunitarias, sin dejar de considerar la importancia del sustento material y sus combinaciones utilitarias, se eleva naturalmente a otros niveles: en el  plano espiritual de las creencias profundas, el plano simbólico de la expresión y el lenguaje, y el plano creativo de la cultura y sus pautas de personalidad definida.

La representación con sentido de pertenencia

El principio de representación no puede alejarse “intelectualmente” de esos caracteres reales, al precio de un discurso abstracto y una actitud autista, indiferente a la realidad de quienes defienden su verdad frente a lo extraño. Por lo cual, esos representantes elegidos o designados en pura formalidad, tienen que asumir el plexo axiomático del sentido  llano de pertenencia, que culmina en un cariz político.

Entre estos valores se destacan  los que hacen al trabajo como determinación cultural y no sólo mercantil. Porque el trabajo es factor de organización social y manifestación concluyente de la vocación de servicio recíproca que anima a la mayoría de los integrantes de las formaciones gregarias persistentes.

Conclusiones éstas que exceden los estudios sociológicos, por la comprensión histórica, incorporada en el tiempo de la evolución humana, que acepta las “modas” sin dejar de considerarlas efímeras. Por lo demás, lo importante de esta evolución se sedimenta en el marco de las estructuras institucionales, que también actualizan las herramientas de su praxis.

¿De dónde viene entonces este afán antipolítico, con cierto tono generacional de jóvenes y no tan jóvenes? Viene del hartazgo de padecer las falencias de una partidocracia decadente que sólo actúa en su propio beneficio. Viene también de ciertos filósofos hedonistas, de poses mediáticas inocuas, y de asesores creídos que aconsejan al revés y habrían llevado a la derrota electoral, de no mediar el aporte certero de dirigentes aliados y sindicalistas lúcidos.

El sistema político de participación sin duda debe renovarse y depurarse pero no postergarse. Y menos eliminarlo en aras de la reedición de grupos “ilustrados”; porque  “todos debemos ser artífices del destino común, pero ninguno instrumento de la ambición de nadie”.

La participación fortalece la comunidad y la conducción potencia la participación. Reglas simples de una filosofía de la vida que alienta, simultáneamente, la acción y la reflexión, para prevenir el contagio de tesis erróneas en la difusión del proyecto.

Un estado eficaz pero no estatista

Para lograr la convivencia nacional hace falta un estado eficaz, pero no estatista, y gobernantes atrayentes pero no excluyentes. Esto es lo nuevo y bueno que apunta a la interlocución válida de la concertación económica y social. Una mesa de diálogo libre acompañada oficialmente para coordinar el debate y ayudar a encontrar el consenso posible. Base para planificar el corto, mediano y largo plazo, sin “paquetes” de medidas que antes deben consultarse.

Esta planificación indicativa y participada requiere un cambio en la cultura de la empresa y en la mentalidad de sus ejecutivos, para apreciar el apoyo de las organizaciones gremiales en la promoción y la capacitación del empleo. De este modo, una producción nacional en cantidad y calidad adecuadas, instalará algo beneficioso para todos: la presencia prestigiada de la Argentina en el continente y en el mundo.

La mejor forma del respeto es el afecto

No hay política vieja y política nueva, hay política mala y política buena según el comportamiento de sus actores. No todo lo anterior es desechable, ni todo lo actual es excelente. Lo que se debe valorar es la vigencia atemporal de la conducción como arte, que tiene principios permanentes, adaptables a las circunstancias fácticas de cada época.

Algunos de estos principios todavía no son parte activa del funcionamiento gubernamental, pero tendrán que incorporarse en razón de su eficacia operativa. Como el principio de unidad de concepción y de acción; la coordinación y cooperación del trabajo en equipo; la selección y priorización de objetivos y metas; la capacidad de resolución seguida de ejecución y control; y la coherencia de los lineamientos políticos elegidos para acumular el afecto estratégico de una conducción superior.

La concertación, que con sus vaivenes y reproches cruzados, se está intentando, no puede reducirse únicamente a concesiones políticas por asignación de recursos materiales muy evidentes. Hace al interés nacional  un grado efectivo y sólido de convicción en la construcción del país, y el lugar que se ocupa con certidumbre en la instancia de reactivarlo. De modo que el axioma de Perón se cumpla aumentando el respeto recíproco de todos los participantes y sectores involucrados, fortaleciendo, a su vez, la estructura institucional y la autoridad persuasiva de sus más altos dirigentes.

7. LA VERDADERA EXCELENCIA ES GENEROSA

A los efectos de la amplia convocatoria que postulamos para concertar, corresponde distinguir dos grandes alineamientos en la franja que no se identifica con los llamados “sectores populares”; ya que estas corrientes, en principio, provocan diferentes consideraciones y respuestas dispares para el curso probable de los próximos acontecimientos políticos.

Por un lado, se encuentra el “no peronismo”, con las características de las propias identidades partidarias que lo componen. Constituye una fuerza de acción a reconocer, respetar, debatir y acordar en todo lo posible, respecto al interés nacional. Su legitimidad democrática es incuestionable, constituyéndolo en la interlocución válida y obligada para la definición conjunta de las “políticas de Estado” irrenunciables.

     Por otro lado, actúa el “antiperonismo” irreductible, que se propone explícitamente la desaparición del movimiento fundado en la década del 40 al que considera culpable de todos los males que afectan al país. Más que una propuesta civilizada atendible, encarna una ideología negadora de grandes mayorías de argentinos, de un modo tan irracional que hace difícil discutir.

     Este sectarismo es inverso pero igual al sectarismo de quienes se dicen peronistas y no lo son, porque se manifiestan contra toda apertura convergente en la unión nacional. En la última década, como se sabe, este espacio cerrado estuvo ocupado por una especie de “entrismo neomarxista” de obediencia debida a un autoritarismo endógeno, que impidió el natural florecimiento de cientos de cuadros con capacidad de organización y liderazgo compartido.

     La inviabilidad de un elitismo desarrollista 

     De más está decir que si prevalecieran estas tesituras estériles, y lo que es peor, se pusieran directa o indirectamente de acuerdo para anular a las demás, la incertidumbre destruiría la transición que ansiamos. Porque el clima favorable a la concertación pacífica, se dañaría por la mezquindad agresiva de la pelea sin reglas.

     En este vacío, donde la mala política, de palabra o de hecho, sólo piensa continuarse en la violencia, aparecen quienes aprovechan para procurar un “modelo de liderazgo alternativo” que patee el tablero de la concertación. Y así pergeñan una articulación “desarrollista” con una dirección técnica, para encuadrar a la clase media reacia al gremialismo, profundizando la “grieta”.

  Paradójicamente, el radicalismo real, hoy subsistente y con enclaves importantes, que le diera despliegue territorial a un núcleo vecinalista porteño, se pronuncia por la convocatoria opuesta: una asociación duradera con el peronismo de raíz histórica y el sindicalismo. Justamente, para otorgar peso parlamentario y apoyo social a un pacto con criterios programáticos consecuentes en la contienda electoral futura.

Si de algo sirve la experiencia histórica, no para calcar pero sí para comparar tendencias y resultados, tenemos que analizar la trayectoria desigual de Frondizi, un estadista “intelectual” sin rapidez de reflejos políticos. Y que, más allá de sus buenas intenciones, subestimó la fuerza del peronismo, y no puedo crear una configuración política propia. Situación que fue desgranando debilidad, con demasiadas concesiones a los grandes poderes fácticos, provocando el paralelo alejamiento de sus elementos iniciales.

Podrá alegarse que actualmente no existe el militarismo que lo derrocó, pero al golpismo podría sucederlo la confrontación constante. Esta secuela de la falsa antinomia peronismo-antiperonismo, hoy atrasaría el reloj de una evolución posible; impidiendo crear las condiciones de estabilidad y previsibilidad necesarias para atraer las inversiones productivas de la reactivación.

Vigencia histórica de un abrazo conciliador

En cambio, la vigencia histórica del abrazo de Perón y Balbín, concluyó con el dogmatismo, justificado en la resistencia, no en el orden democrático; y auguró momentos especiales para emularlo, en una amplia base de sustentación política e institucional. Contrapartida ineludible de la gran plataforma de producción diversificada que demanda la reconstrucción nacional.

Una no será posible sin la otra, mal que les pese a aquellos que aconsejan al revés a la presidencia de los argentinos, con un tono elitista: porque la verdadera excelencia es generosa y abierta a la comunidad. Concertar, acordar y consensuar, en todo lo lealmente posible, significa la convicción en el resurgimiento de virtudes patrióticas sin sufrir las acciones sorpresivas y extremas que podrían derrotarnos.

    8. LA ORGANIZACIÓN TERRITORIALSOBRE BASE ESTRATÉGICA  

Una aplicación decisiva del pensamiento estratégico en el campo político, es la implementación exitosa de un orden territorial actualizado y eficaz. Proceso esencial, de cariz fundacional, pero no detenido en el tiempo, para transformar progresivamente el espacio geográfico con la voluntad de una comunidad de sólido arraigo y vocación histórica.

El territorio, como parte de una concepción dinámica de la realidad, compone el cuerpo de una doctrina nacional imprescindible, pero no dogmática, sino adaptada a las modalidades del país. El principio y fin de esta doctrina es un pueblo motivado a cumplir el mandato implícito en el “ser o no ser” de su determinación evolutiva.

Este temperamento trascendente, templado en el criterio objetivo de ocupación y utilización racional del territorio, potencia su acción organizativa con el arte de la planificación. Porque planificar significa descartar la improvisación perniciosa que deforma la naturaleza del espacio; impidiendo la acumulación de los efectos positivos concatenados en la sucesión de la trayectoria nacional.

Sin embargo, la organización territorial no es obra de los estrategas sedentarios que la pretenden diseñar en su escritorio. Diseños rechazados por sus destinatarios, ubicados realistamente en el contexto social, por considerarlos teorías incomprensibles o imposiciones burocráticas. Luego, esta tarea requiere el aporte de la experiencia de los pueblos que viven y sienten las condiciones de su localización concreta.

Una expansión demográfica productiva

Reflexión situada, no abstracta, que suele producir ideas relevantes, no muy difundidas, de cómo realizar una expansión demográfica sustentable. Cooperación inestimable para dinamizar la práctica política, hoy encapsulada en el pasado; y para relanzar la “cultura del trabajo” postergada por la inercia de los malos dirigentes que se eternizan en sus cargos, sólo por su propio beneficio.

Hay que abrir el ciclo de un debate estratégico-territorial, con algunos ejes principales de análisis, dentro de los numerosos factores en juego. Así, las primeras conclusiones operativas, no teoricistas, irán orientando el intercambio de diversas ópticas y propuestas para enriquecer los contenidos de una estrategia efectiva, que privilegie la producción y el trabajo.

El despliegue actual de las unidades poblacionales establecidas y afincadas en su paisaje productivo, educativo y laboral, puede expresar los requerimientos técnicos y logísticos a satisfacer. Sobre todo si los conjugan en el radio de alcance de las instalaciones que, con sus limitaciones y vacíos, marcan la presencia del Estado: sea en los sistemas de protección civil, defensa nacional, fuerzas de seguridad al servicio de la comunidad y red de infraestructura con sus problemas y demandas.

De igual modo, considerar el despliegue territorial de la Iglesia, imbricado desde siempre en todos los parajes, aún los más lejanos, de nuestra vastedad geográfica. Y, en un aspecto similar, la concurrencia social y asistencial de otras expresiones religiosas presentes con su propio accionar. Amén de innumerables organizaciones libres, autogestionadas o intermedias, cuya finalidad ulterior fortalece la gran construcción comunitaria que nos alberga.

El movimiento obrero organizado es fundamental en esta materia, por su relación con las fuentes de trabajo y el aprovechamiento de los recursos naturales, en un marco de concertación con las unidades de producción y con los gremios empresariales. Todo esto con una operatoria descentralizada, para incentivar  directamente a las economías regionales que se encuentran quebradas.

Reactivar la conciencia territorial argentina

El cambio en la cultura que ya hemos referido, se muestra aquí como cambio de mentalidad para reactivar la conciencia territorial argentina.   Y como un volver propositivo al espíritu pionero, audaz, creativo y emprendedor que realizó nuestro primer avance colonizador, pendiente ahora de un nuevo impulso expansivo. Las migraciones externas que recibimos, sin discriminación, aún desde otros continentes, requiere nuestra presencia indelegable por su impacto cultural e integrador de la ocupación geográfica.

La mejor respuesta al acicate territorial será, sin duda, aquella de los líderes comunitarios que, aparte de sus etiquetas partidarias, cargan en primera persona la crisis que agobia a las comunidades distritales. En esta jurisdicción, el municipio es la entidad protagonista, predispuesta a captar y adoptar las nuevas ideas sobre aprovechamiento territorial y concertación productiva, pues se sabe que la emergencia no cederá en un esquema burocrático pasivo, ni en el desborde de la protesta vecinal.

La desconcentración de la competencia ejecutiva que el nuevo ordenamiento territorial exige, tendrá su reflejo institucional en el perfeccionamiento social de la democracia. Fuente de inspiración para legislar normas consensuadas que consoliden su aspecto jurídico. Y para renovar las prácticas gubernativas caducas, orientando sus pasos con verdaderas “políticas públicas”, y la paralela formación de toda una gama de nuevos dirigentes y estadistas.

 9. LAS POLITICAS DE POBLACIÓN Y EMPLEO

PARA DESARROLLAR EL INTERIOR DEL INTERIOR

La sociedad argentina es una de las más urbanizadas del mundo, con más del 90% de su población viviendo en ciudades. Dato relativo celebrado por una derivación extrema del liberalismo, que considera que únicamente las ciudades, y con preferencia las grandes capitales, son “motores de progreso social” y productividad económica. Estos logros vendrían de su alta concentración de recursos en el menor espacio posible, para atraer inversiones, racionalizar el empleo e innovar tecnológicamente.

Esta contaminación anti-estratégica de una matriz territorial distorsionada por la ambición desmedida de rentabilidad y beneficio, aísla a las grandes empresas de su necesario contexto; anulando el servicio social y la imagen de convivencia que deben brindar para integrarse a la comunidad que frustran. Facetas de un capitalismo carente de regulaciones adecuadas en el plano humanitario y ambiental.

Sus secuelas son los asentamientos precarios, la congestión, la polución y una topografía caotizada que se presta a los laberintos de la delincuencia y el narcotráfico. Estos flagelos se parapetan en una ciudad oculta, tomando de rehenes a los más vulnerables, contradiciendo la ficción ideológica de la ciudad visible. Éstas y otras causas de disrupción territorial aumentan la capacidad ociosa de las grandes empresas y las maniobras de explotación laboral.

Vincular estrechamente las nociones de campo e industria

Se evidencia, una vez más, la importancia vital de una organización estratégica, con base territorial, de la sociedad y la economía argentinas con proyección futura. Sistema,  cuyo núcleo central, irradiará las políticas rurales de población y empleo, imprescindibles para corregir la baja densidad demográfica del “interior del interior”, que compromete, tanto la viabilidad de nuestro desarrollo como la integridad de nuestro Estado.

Es menester vincular estrechamente las nociones de campo e industria, cubriendo además los eslabones agroindustriales en la continuidad mutuamente útil de la cadena productiva. Primordialmente, si articulamos esta decisión con las políticas estatales de promoción a las pequeñas y medianas empresas, cuyo número sobrepasa el 90% de todas las empresas establecidas y ocupan el 70% de todos los trabajadores registrados.

En el aspecto gremial bipartito se ha avanzado lo suficiente para incorporar ahora las iniciativas oficiales que alientan una mayor y mejor producción, aumentando el valor agregado de nuestras exportaciones. Lo cual no tiene que significar un exceso de trabas al conjunto de los productores, para facilitar aviesamente la concentración corporativa como en la era anterior.

En el sindicalismo de raíz peronista, hoy dividido por intereses de sector, la intención manifiesta de unidad puede encontrar ciertas pautas de solución en la organización de los trabajadores rurales; por ser la más numerosa en afiliación, la más extendida en el orden territorial nacional y la más representativa en el orden internacional, por su incidencia en la lucha contra el hambre y por el equilibrio ecológico. [29.5.16]