lunes, 30 de julio de 2012

SER O NO SER PERONISTA EN UN VERDADERO LIDERAZGO

TODA CRISIS ARGENTINA MAS QUE ECONÓMICA ES POLÍTICA

Una actitud espiritual no sesgada ideológicamente

La historia nos enseñó claramente que, en un país del enorme potencial del nuestro, toda crisis económica es en realidad una crisis política. Esto es así porque, en definitiva, se trata de una puja de factores de poder internos y externos, que requiere el ejercicio de una conducción templada y un sistema institucional jerarquizado que busque el mayor consenso posible.

Lo dicho no implica la ingenuidad de creer que un planteo principista de “unión nacional” descarte los conflictos de intereses contrapuestos que debe abarcar una estrategia consistente, pero al menos no genera enfrentamientos innecesarios por asesoramientos erráticos. La clave es tener una actitud espiritual superior, no sesgada por ideologías fracasadas, y una doctrina operativa más allá del esquematismo de los relatos discursivos.

A falta de una identidad doctrinaria, la primera parte de la actual administración ofreció un “modelo” que funcionó algunos años. La visión más lúcida de la oposición neoliberal así lo reconoce, admitiendo que entonces el Estado no emitía para financiarse, se cuidaban los superávits fiscal y comercial, se acumulaban reservas, las provincias no tenían problemas financieros, venían inversiones externas y los ciudadanos ahorraban en pesos; y hasta el Banco Central salía a comprar divisas para sostener un dólar competitivo ( son conceptos del artículo de La Nación del 3 de junio de 2012, firmado por Jorge Fernández Díaz en la pág. 2).

Desde la misma perspectiva el periodista se pregunta “con una mano en el corazón: ¿alguien podría haberlo hecho mejor? ¿alguien habría tenido la capacidad, el tesón y la estructura organizativa para llevar a cabo una salida de esa crisis profunda?”. Incluso aún hoy “¿alguien en la oposición tiene la capacidad instrumental e ideológica para manejar el país en medio de la tormenta?”.

El aporte ponderado del justicialismo

La elocuencia de estas expresiones nos relevan de mayores comentarios, aunque no se declare explícitamente el apoyo invalorable del justicialismo con su dispositivo gremial y partidario desplegado en un vasto territorio geográfico y social. Este aporte constituyó una garantía imprescindible de estabilidad y pacificación, por la incidencia de su conciencia nacional y su criterio político gradualista: pese a los intentos de sobrepasarlo con ensayos transversales y colaterales de un “socialismo” encubierto y antiperonista, que ahora se atreve a proclamar la “superación” del movimiento histórico.

Parece cierto, sin embargo, que la actual situación dista mucho todavía de la grave coyuntura del año 2001, cuando el aparato productivo estaba congelado y se quebró de golpe la convertibilidad del peso con el dólar, perpetrándose el vaciamiento absoluto de las divisas existentes en la red bancaria local, que fueron secuestradas y llevadas hasta sus sedes matrices transnacionales.

Pero hay que tener presente que la voracidad especulativa de las corporaciones financieras es hoy más fuerte que nunca, y sin matiz alguno ha desplazado a los partidos políticos del gobierno de países relativamente desarrollados, e instrumentado grupos tecnocráticos a expensas de la recesión económica, la descomposición social y la pérdida de la soberanía nacional (Portugal, Italia, Grecia, España, etc.).

Esta situación compleja enfatiza la necesidad de moderación, que es prudencia y no deslealtad, y la unidad compatible con la realización conjunta del Proyecto Nacional, que exige el diálogo persuasivo y no la discusión confrontativa para anular al que piensa diferente. Luego, es moralmente obligatorio hacer oír a tiempo las propuestas de buena fe que impliquen mejorar las políticas públicas que están afectando la vida cotidiana y nuestro sentido de pertenencia a una misma comunidad. No hacerlo, por indiferencia o sumisión, sería apostar a la reiteración, tarde o temprano, de la violencia.


Respetar a quien piensa diferente

Antes que nada corresponde destacar la dificultad que significa para el ciudadano que “quiere saber de que se trata”, el chocar con dos paredes de desinformación orquestada: la de los monopolios mediáticos privados que no encuentran nada bueno, y la del periodismo burocrático público y afines que no admite nada malo. Desaparece así el criterio mínimo de cierta objetividad periodística y se aumenta el nivel de una creciente incertidumbre, por ambas caras de una manipulación masificante que ofende la inteligencia.

En esta estructura de doble ficción no se encuentra lugar para la verdad de los hechos, y se fabrican “acontecimientos” seudo-históricos a partir de relatos subjetivos que despiertan la duda y el escepticismo. En este tema el neoliberalismo y el neomarxismo libran una “guerra cultural” que no se compadece de la identidad argentina que convive con las contradicciones de sus diferentes actitudes sociales, idiosincrasias provinciales y tradiciones políticas. Ninguna de ellas puede ni debe ser suprimida, como lo atestiguan los supervivientes de las sucesivas épocas de nuestras luchas internas y su recurrencia en las líneas históricas enfrentadas.

Por lo demás, reconozcamos que en la actualidad todas la fuerzas yacen inmersas en un crisis de representación, que manifiestan de distinta manera; y en este trance los medios excitan los roles de “actuación” y no los contenidos de “acción” de los referentes partidarios. En el gobierno, además, hay una serie saturante de puestas en escena que no se corresponde al ritmo de las medidas de aplicación concreta. Sin duda el don de la palabra es clave en función del liderazgo, pero requiere la presencia de la organización, la capacidad de gestión y la supervisión para llegar a resultados efectivos.

El valor de la iniciativa también es importante para demostrar la voluntad de gobernar, pero no es meramente ganar de mano en la oratoria, o en un concurso de retórica, sino en el arte superior de conducir al conjunto de la comunidad. En este oficio, agudizar la polarización existente es un juego arriesgado que casi nunca rinde, máxime cuando se agitan simultáneamente varios sectores y se abren frentes paralelos de lucha de modo indiscriminado.

El protagonismo histórico es de los pueblos

A esta altura conviene preguntarse si hay que sumar o restar a la clase media del país, porque esto último sería absurdo para una estrategia frentista del campo nacional; como la clase trabajadora lo comprende y el justicialismo lo ha practicado aún en el regreso de Perón (“para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino). Lección actual que implica reconocer las vías orgánicas e institucionales donde se manifiestan los sectores profesionales y técnicos, y no irritarlos con consignas agresivas, provenientes de un bando minoritario de la misma clase, que sobreactúa festivamente una revolución imaginaria.

De igual manera, no es útil privilegiar el “partido de la juventud”, que es un periodo tan fugaz de la vida, sino capacitar y organizar realmente a “la nueva generación” para que se articule e integre con las otras generaciones actuantes. Por otra parte, la aceleración de un grupo “entornista” atraído por el acceso prematuro a cargos públicos que requeririan experiencia, hace patente su impericia y estimula los anticuerpos de organizaciones auténticas, insertadas en la realidad, como procedimiento -lento pero seguro- para lograr una victoria verdadera.

Las aventuras vanguardistas y foquistas han fracasado en el continente y el mundo. Las experiencias del 60 y del 70 tienen que criticar sus errores para recuperar lo valioso de la vocación militante, y volcarlo en la nueva configuración orgánica de una tarea de liberación y desarrollo pendiente. La violencia de palabra y de hecho debe ser descartada de raíz, porque fue y será funcional a la reacción; especialmente cuando la impulsan los “intelectuales” ignorantes del protagonismo de los pueblos, que siempre parte de la profundidad de una conducta humilde y digna.

Los grupos mediáticos de propaganda le están haciendo un flaco favor al gobierno al dejar de lado la verdad y la justicia. Quizás cumplieron un rol en otra fase del ciclo, pero hoy se han estancado a causa de su mediocridad y sectarismo, que es inadmisible en los espacios públicos por negar su carácter compartido. Pero la arrogancia no perdura ante el prolongado tribunal del tiempo, donde las cosas vuelven a su lugar en algún momento. Esperemos pues que los cambios y la convocatoria a funcionarios probos e idóneos ocurran de modo oportuno y ecuánime, para que el reloj de nuestra trayectoria no se detenga en el otro extremo del péndulo. [6.6.12]

DIÁLOGOS CON PERÓN: LECCIONES ACTUALES

Con este título se han reeditado las memorias de mis charlas con el General -publicadas por primera vez en 2004- al considerar de utilidad volver a trasmitir algunos contenidos muy vigentes de aquel aprendizaje, recibido directamente del único argentino elegido tres veces presidente constitucional. Sucede que, desde entonces, no se ha dejado de tergiversar el pensamiento y la acción de quien, después de realizar la mayor revolución social de nuestra historia, regresó de un largo exilio para dejarnos el legado, aún incumplido, de la unión y realización del país en un proyecto nacional.

Su mandato, testimoniado por siempre en el abrazo con sus viejos adversarios, alienta el clima de una concertación de gran nivel, neutralizando el sectarismo que remarcó como primer enemigo de la conducción: arte cuyo propósito es encuadrar al conjunto de la comunidad sobre sus ejes principales de avance. Para ello es preciso aceptar que lo real nos hable y no refugiarnos en un mundo abstracto de ideologías y relatos, con el cual la impericia, sobreactuando roles individuales, se aleja de los problemas concretos y de las soluciones efectivas.

Como Perón nos alertaba, la dirección de un movimiento nunca es rígida y autoritaria, sino persuasiva y flexible. Abarca un dispositivo desdoblado por objetivos concurrentes, donde todos los sectores son valiosos y tienen algo propio e indelegable que decir y que hacer. Regla operativa que requiere, eso sí, la concepción y ejecución de una planificación estratégica como herramienta superadora de la improvisación y el mero voluntarismo. Porque, en la pesada carga del estadismo, el triunfo no es obra de un golpe de voluntad ni de suerte, ni del fugaz estrellato de un funcionario de turno, sino el resultado del esfuerzo paciente de organizar un gobierno responsable en todas sus facetas.

El imperio de la ley, con humildad y grandeza

Lo mismo corresponde al procedimiento ineludible para encontrar el consenso necesario en el funcionamiento de las estructuras institucionales, que también habitan representaciones de fuerzas diferentes y encontradas. El sistema republicano incluye, precisamente, la dosificación de cuotas de poder, lo cual choca con la pretensión imposible del “todo o nada”, que suele terminar en el aislamiento y el caos. Por esta razón, el respeto al orden constitucional es “con” el otro, no “contra” el otro, haciendo que, sin desconocer lo singular de cada uno, se autosostengan todos con el imperio de la ley.

Sin un mínimo compatible de unidad y respeto recíproco, las instituciones y las organizaciones son vencidas por ellas mismas, lo cual lamentablemente abre el camino a la violencia, que puede asumir formas variadas de manifestación en las palabras, los gestos y los hechos. Revalidar en consecuencia a la política, exige así una actitud sincera de humildad y grandeza, para que, ante un contexto crítico, la comunidad nacional pueda sentirse contenida en lo esencial de su voluntad democrática sin falsas antinomias ni exclusiones.

Reiteramos: hay que ver y escuchar la realidad para acordar soluciones de fondo, superando la “negociación” personalizada del tira y afloja con prejuicios inviables sobre la prepotencia de uno u otro dirigente. Por eso nuestra doctrina apela a la “concertación” que es un concepto más serio, desde que presupone la existencia de un plan de fondo para salir del día a día y lograr, tras ese diálogo institucionalizado, el compromiso orgánico del sindicalismo, el empresariado y el gobierno en la dinámica de las grandes cuestiones sociales.

Filosofía permanente o modelo circunstancial

En estas conversaciones con Perón prevalecía y prevalece la referencia a una actitud comprensiva: no por nada iniciaba la definición del justicialismo como una filosofía de la vida profundamente nacional, social y humanista. Afirmaba, con tal criterio, que las concepciones filosóficas son permanentes y pueden orientar sucesivas etapas y modelos políticos, a condición, en nuestro caso, de privilegiar los valores comunitarios alrededor del trabajo genuino, y no de la simulación de empleo con dinero público y fin clientelista.

Por estos principios, que están en el centro mismo de nuestra posición fundamental, el justicialismo señala y sanciona todo divorcio ostensible entre su rumbo irrevocable y aquellos dirigentes que, por incapacidad o intereses extraños, pretenden desconocerlo o negarlo. Valga consignar que entonces el rechazo no se reduce a un análisis aleatorio o una declaración sectaria de “intelectuales” rentados, sino que implica reafirmar su impronta filosófica, aplicar su experiencia histórica y ejercer la movilización decisiva de sus bases organizadas.

Se equivocan, por lo demás, quienes creen que detrás de la crisis sólo hay “una lucha entre peronistas” por ambiciones personales; porque la lucha de poder existe aún en los espacios más pequeños e inactivos. Se trata más bien de una capacidad de recuperación ante el oportunismo de derecha o izquierda, que en cambio tolerarían por conveniencia los aparatos partidarios sin compromiso popular. Debemos pues advertir el trasfondo de la situación, donde se da un debate crucial sobre la identidad política de las grandes mayorías que antes orientaba un líder providencial y carismático.

El reemplazo de esta categoría de liderazgo no se producirá por la partidocracia, ni por la tecnocracia, ni por el caudillismo, ni mucho menos por el autoritarismo. Comprende en rigor un proceso largo y difícil que entraña la evolución política del pueblo argentino en su totalidad, porque tampoco el radicalismo ni el socialismo han conseguido sustituir de modo estable a sus dirigentes fundadores. Para peor, se ofrece hoy la falsa alternativa de un “populismo” regresivo en lo conceptual y orgánico, que se limita a un elenco monocorde y mediocre que parece seguir las instrucciones insólitas de un “manual de antipolítica”.

Conducir es persuadir, mandar es obligar

Conviene profundizar un poco sobre el autoritarismo, rasgo demasiado frecuente en nuestro medio, sea bajo la especie militar o civil; y que resulta un fenómeno paradójico, porque lejos de señalar un signo de fortaleza lo es de debilidad. Con este determinismo, nace de una visión estática de la realidad política, donde el “mando” se daría de una vez y para siempre casi por gracia divina. Pero la realidad, pese a todo, es dinámica y contiene “un orden animado” que se experimenta exactamente en el obrar humano y en el proceso de transformación social.

Esto condena de por sí las actitudes refractarias a la variación y relatividad de las relaciones de poder, que hay que saber contabilizar paso a paso, por momentos tácticos de avance, detención o repliegue, ya que la ofensiva permanente no existe. Desde el punto de vista de la psicología del dirigente, la cuestión se complica cuando el ejercicio de este tipo de función combina elementos de soberbia y destrato, que malinterpreta la firmeza de carácter; patentizando una pérdida del sentido objetivo del sistema de conducción, precursora de una eventual declinación del liderazgo.

El perfil que necesitamos corresponde por el contrario a una época institucional, donde se debe concertar lo público, sin perjuicio de las diferencias partidarias y de la iniciativa del gobierno, siempre en la esperanza de un amplio diálogo político, económico y social. Una democracia participativa con un parlamento de trabajo y complementación, y no únicamente discursivo y de confrontación. Una sociedad civil con acceso a la libertad de expresión comunitaria y no sólo blanco vulnerable de los monopolios mediáticos privados y gubernamentales. Y una militancia, como apoyo y reserva de los niveles dirigentes, que reciba el aporte invalorable de la educación para la eficacia en su gestión y la convivencia democrática.

Es la vía que nos sugiere Perón, desde su prédica y su labor infatigable como convocante y organizador de una fuerza colectiva, con sentido de pertenencia y pensamiento propio para adherir a un nivel de acción superior sin sumisión, ni obligación, ni dádiva. El maestro que nos enseñó y enseña que la elocuencia debe dirigirse a convencer a los indiferentes y no a atacar al potencial aliado que demanda el movimiento. Y antes que nada, la defensa de la justicia sin parcialidades, porque ella consagra la concordia entre los ciudadanos de buena voluntad.

De la base de nuestro concepto del Derecho como bien común y del Estado en su ideal ético, surge la figura del trabajador, verdadero sujeto histórico que desarrolla su sentido social al calor de sus lazos solidarios y de arraigo en el hogar patrio. Es una figura agigantada por las luchas de la libertad que nos comprende a todos, y que rechaza legítimamente el engaño y la arbitrariedad porque impiden lograr la felicidad y la dignidad que justifican nuestro paso por la vida.

La prudencia de un gobierno debería manifestarse en no tensar excesivamente instancias pasibles de encaminarse por la vía pacifica. En especial hoy, por la profunda crisis provocada por la voracidad de la especulación financiera transnacional y sus aliados locales. En Europa, ella fomenta los “golpes tecnocráticos” para salvar su sistema a costa de los pueblos; y en nuestro continente, pasada la etapa de las dictaduras militares, busca igual fin con el sofisma de los “golpes institucionales”, desde Centroamérica hasta las mismas fronteras de nuestro país. [1.7.12]

SE PUEDE CONDUCIR SIN GOBERNAR

PERO NO GOBERNAR SIN CONDUCIR



La expresión corresponde al Perón que preparaba su retorno al país para hacer su aporte de experiencia y prudencia, con la idea de la unión nacional y no del revanchismo. La primera parte del axioma advertía que, para mantener la lealtad en acción de su vasto movimiento, no necesitaba disponer de cargos y dádivas como suelen hacer quienes detentan los recursos públicos; porque, además de todo, la verdadera lealtad es una virtud de convicción y de afecto que no se compra con ilusiones ni prebendas.

La segunda parte refiere al arte de la estrategia, donde el liderazgo “lo primero que debe organizar es su propia conducción” entendida ésta como un sistema de grandes objetivos centrales, pero desplegado en un dispositivo descentralizado con cientos de cuadros idóneos y responsables de cada rama y área de actividad. Merced a este principio, no hay estadista en el mundo que haya podido o pueda desempeñarse en forma individual y solitaria, por más autoridad que atesore en un determinado momento.

La conducción, finalmente, se ve en sus resultados, que ponen a prueba con singular realismo aquello que piensa y hace la dirigencia, más allá de los discursos efectistas y los relatos ideológicos. De allí la validez de la doctrina operativa y de la planificación estratégica, para mantener un rumbo más o menos coherente, sensible a las crisis y los cambios, pero lejos de las emociones contrastantes y los enfoques extemporáneos, porque está en juego el encadenamiento de un destino social compartido.

El valor irreemplazable del trabajo en equipo

Integrar un gobierno implica sin duda una disciplina voluntaria para evitar divisionismos o interferencias en la marcha del conjunto, pero exige a la par una participación activa con personalidad suficiente e iniciativa propia. El mero acompañamiento formal, carente de aportes creativos e innovadores, no constituye un gabinete, máxime si éste no es reunido ni requerido como tal. La consecuencia es obvia, porque los “ministros” se designan para “administrar” espacios específicos de poder, y no pueden sustituirse con la eventualidad de “secretarios” que operen como delegados personales de un único punto de mando y obediencia.

Por otra parte, en el oficio de conducir, no sólo se debe atender lo urgente de los problemas cotidianos, sino supervisar y controlar la ejecución de las instrucciones ya impartidas, para no dejarlas truncas; y aún prever el cúmulo de dificultades del futuro inmediato y mediato. Ello configura un ciclo de preocupación inacabable que supera la astucia y agota la paciencia cuando no se está habituado a un “trabajo de equipo”, con integrantes de peso y relevancia acorde con una elaboración intelectual recíproca.

Para mayor complicación todavía opera el fenómeno comunicacional que representa, en cada país y época, el “espectáculo de la conducción”; es decir, el reflejo que en dicha escena ocurre de la polarización de sentimientos y anhelos encontrados por la puja de intereses y sectores. Es un ejercicio que demanda un gran cuidado para mantener el equilibrio conceptual y psicológico. Un esfuerzo espiritual que debe evitar el reduccionismo de ver todo como cuestiones personales, o de conspiración permanente, para entender la magnitud real de la dinámica social, que no puede encerrarse en esquemas subjetivos.

El ser o no ser de una identidad política

Precisamente por la existencia de estos factores complejos, se han ido forjando en el tiempo las “doctrinas de conducción”, no como cuerpo literario para tenerlo en la biblioteca y no aplicarlo nunca, sino para seguir su orientación fundada en la evolución de las comunidades y sus formas organizativas. Para nosotros, es la función de la doctrina justicialista, no por afán nostálgico o repetitivo, sino por su vigencia comprobada y actualizada en el legado político de su fundador.

Las doctrinas, como conclusión operativa -teórica y técnica- de las filosofías de acción, no cambian en sus lineamientos generales, cuando no imponen una interpretación dogmática, sino aplicable de modo adecuado a las circunstancias. Sin embargo, el respeto a su matriz esencial es suficiente para determinar el “ser o no ser” de una identidad política, que si bien es debatible en un marco de libertad, no se puede negar o tergiversar con sofismas rupturistas por quienes tienen una ideología beligerante (“vamos por todo”).

Los cambios sociales perdurables no ocurren cuando los declaman las “minorías ilustradas”, sino cuando llega la instancia de su maduración en las pautas culturales propias del pueblo. Por esta razón, ni siquiera los liderazgos llamados carismáticos pueden prescindir de las estructuras orgánicas que siguen estrechamente el curso y el ritmo de esos grandes contingentes, al margen de la suerte particular de dirigentes sectoriales y grupos de presión.

Es el sentido último del apotegma “sólo la organización vence al tiempo”, porque constituye la masa crítica de acumulación de efectos irreversibles en la base del proceso evolutivo. Hay que estar muy atentos allí, porque el comportamiento de esta fuerza colectiva, laboral y territorial, indica la tendencia histórica argentina que siempre anticipa el porvenir.

Ella es el eje de la práctica social concreta, no la discursiva o académica, en tanto escuela viva de educación mutua donde cada uno aprende y enseña con la protección cultural de su sentido de pertenencia, inmune a los artificios del neoliberalismo y del neomarxismo. En el trasfondo, hay un elemento desconocido por estas minorías: es el trabajo concebido como eje organizador de la comunidad y fuente inagotable de lazos solidarios en la lucha por la vida.

No corregir una falta es la verdadera falta

Vale la pena recordar este aforismo que es uno de los más antiguos sobre conducción, adjudicado a Confucio en “La virtud de saber dirigir” (siglo V A.C.). Tan lejana referencia nos permite objetivar mejor nuestras preocupaciones actuales, porque no exige la infalibilidad del estadista, pero remarca la obligación ética y política de enmendarse y cambiar lo negativo. Resulta opuesto, entonces, a negar la realidad, desconocer la crítica y persistir en el error; o insistir en la defensa inaceptable de funcionarios incompetentes o corruptos al precio del prestigio del liderazgo superior.

Para conducir a los demás primero hay que conducirse uno mismo, como medida de autodominio, y formación de un carácter equilibrado y templado. Este construye autoridad sin imposición, rectitud sin rigidez y dignidad sin arrogancia. Un estilo que no agrega a los problemas reales otros problemas ficticios; que no adquiere al bulto enemigos innecesarios y que no empeña luchas inexplicables y estériles. Una posición de “superioridad de cargo” reconocida naturalmente, y que mantiene las distancias compatibles en su trato oficial, para no deslizarse a gestos y lenguajes domésticos.

Una conducción serena que estimula con el ejemplo para que todos desarmen sus espíritus y den “lo mejor de sí”; actitud fundamental para superar las crisis incipientes, y por ello fácilmente manejables, sin agravarlas con procedimientos inconsultos. La habilidad estratégica, en este aspecto, se manifiesta en la selección de asesores de excelencia capaces de estudiar cada elemento de la situación, relacionarlos entre sí para no dejar nada “descolgado”, y resumir las conclusiones de apoyo a la toma de decisiones como proceso racional y perfectible.

Atraer y validar las mejores propuestas

La mesa de conducción no es asimilable a la discusión del abogado que está alerta a la menor falla argumental del otro para ganarle la partida; es, en cambio, un diálogo persuasivo válido para atraer propuestas mejores que enriquezcan lo propio. Porque las buenas ideas no tienen propietarios excluyentes cuando alcanzan un consenso suficiente, y el liderazgo las adopta aplicando su autoridad legítima y comunicando su ejecución. Se obtiene así un refuerzo de iniciativas inestimables, en especial cuando la oposición, políticamente inexistente, no alcanza a esbozar siquiera aportes administrativos y técnicos en una articulación mínima y decorosa.

Es la forma de aliviar, también, las tensiones internas en el oficialismo, que la obsecuencia enfatiza sobre las contradicciones externas que especulan con nuestra división. Es un capítulo posible de revertir con humildad y grandeza, y que comienza en la confianza sincera en uno mismo para irradiarla a lo demás, fuera de los márgenes acotados de los círculos protegidos, perdidos por completo en la vastedad de un movimiento que les queda demasiado grande.

Son algunas reflexiones con el afán sincero de contribuir al debate político de manera franca, esperando el desarrollo integral de nuestra comunidad necesitada de estabilidad y justicia (“la absolución del culpable condena al juez”). Por ello resulta provechoso recordar las reglas del proceso de toma de decisiones que nos afecta a todos. En esa instancia, las que tienen mejores consecuencias son las ideas claras y sencillas que encuentran un nivel aceptable de comprensión y apoyo. La mitad de esa verdad es producto de la inteligencia, la otra es obra del corazón, para no desgastar la credibilidad del pueblo que sustenta el poder democrático. [4.7.12]

DEL ESTADO-INDIVIDUO AL ESTADO-INSTITUCIÓN


“El tiempo es el padre de la verdad

porque descubre las razones”.

Nicolás Maquiavelo (1469-1527)


Ya en los albores de la época moderna, los grandes pensadores que anticiparon la evolución de los principados y repúblicas de entonces, afirmaban la necesidad de “pasar del estado de fuerza al estado de civilidad y del estado-individuo al estado-institución”. Querían prevenir de este modo el ejercicio del poder discrecional, basado en el rigor de las decisiones arbitrarias. Sobre esta tesis y a pesar de todas las dificultades y luchas, las monarquías devinieron constitucionales y las repúblicas se organizaron en la división de poderes para armonizar la autoridad ejecutiva con la legislativa y judicial.

Se trataba, y aún se trata, de que los gobiernos, sin perder su función central de dirección, ejercieran la contención y la prudencia, en un sistema articulado racionalmente, para moderarse y evitar que la legitimidad de la autoridad decline hacia el autoritarismo. Porque este exceso no favorece al gobernante de turno, sino lo debilita en el tiempo, si consideramos al “poder” una construcción de conjunto que se nutre de consensos básicos. Desde esta concepción, nacida a la vez de una actitud filosófica y práctica, es factible mantener la unión en lo esencial de la comunidad y el protagonismo libre del pueblo.

El fomento consciente o inconsciente de la anarquía

Es inútil, sin duda, recurrir al pasado para cultivar la inspiración política que contraste con la decadencia de cualquier institución presente; ya que el método de la analogía histórica nos permite la percepción y ratificación de los principios estratégicos. Y al par de comprender esta teoría vital, advertir el sentido cíclico de las fases de la trayectoria de las diferentes naciones y regiones, sin descartar la innovación política ni la generación de momentos excepcionales de crisis y cambios, que no ocurren por simple anuncio o decreto.

Así se confirma la importancia del ordenamiento institucional para garantizar la participación social y popular, afectada tanto por la opresión militar o civil y el peso de las oligarquías, como por el fomento consciente o inconsciente de la anarquía, que distorsiona la verdadera libertad porque excluye la responsabilidad. En todos los casos, los dirigentes debemos identificar los errores cometidos y reconocerlos para corregirlos, haciendo compatibles los fines con los medios, porque nunca un objetivo democrático puede obtenerse con la imposición como recurso de mando.

Se dice, con razón, que las virtudes políticas genuinas crean las ocasiones políticas de éxito, porque la “capacidad” sirve a la “posibilidad” y la persuasión logra la adhesión voluntaria y activa que no consigue ni la presión ni la amenaza; como lo prueba el determinismo fatal de los regímenes dictatoriales. Porque toda decisión tiene su riesgo y todo fracaso su culpable, que se agrava por la conducta autista de los grupos aislados de la dinámica de la sociedad, que no puede reducirse a una interpretación conspirativa; ni tampoco al círculo de cortesanos, descripto en el refrán medieval: “el príncipe escucha únicamente los consejos que le agradan”.

El neoliberalismo y la servidumbre exterior

La democracia no es sustituible, pero sí perfectible, en especial frente a los modelos propugnados por el neoliberalismo y el neomarxismo que -con posiciones opuestas, pero funcionales entre sí- niegan la más amplia participación de los pueblos en un sistema pleno de justicia social. El neoliberalismo, a partir del fomento de un régimen de dependencia que anula, por la servidumbre exterior, todo margen operativo de soberanía nacional y regional, y con ello la posibilidad de un desarrollo integrado.

Es la misma ideología que postuló, ante la implosión soviética, “el fin de la historia” que, por el dominio unilateral del capitalismo, habría alcanzado la última etapa de la evolución política, con el triunfo total de la democracia liberal y el establecimiento de la paz perpetua. La realidad nos demuestra lo contrario, con las guerras de la globalización asimétrica tras el control de los recursos y las drogas, y la instauración de “golpes institucionales” inducidos por la hegemonía transnacional.

Vale la pena reiterar estas grandes advertencias por la ineptitud de un “pacifismo” reaccionario que mantiene la indefensión de nuestros países, sin reconstruir una capacidad, no agresiva, de disuasión razonable, para la protección territorial por aire, mar y tierra que se ha abandonado demasiado. Y también, por el incremento de la tensión innecesaria de la conflictividad interna, que hace el juego peligrosamente a nuevas formas de intervencionismo pseudolegal de los centros dominantes, con consecuencias funestas.

El neomarxismo y la confrontación interna


El neomarxismo, por su lado, colabora a las propuestas absurdas y a un escenario de crecientes agresiones y choques. Son ideas que parten de la paradoja de un periodismo “contestatario”, pero que no se rebela ni se expone desde el llano, sino que actúa en los medios oficiales, con lo que ese proceder tiene de censura ideológica y argumentación tediosa y uniformante. Tal el contrasentido de los “revolucionarios” con sueldos públicos que arbitran y juzgan todo debate político y cultural descalificando a su antojo a las expresiones diferentes.

El otro instrumento de presión, más “intelectual”, corresponde a los círculos académicos convertidos en grupos rentados “para pensar la política” desde contenidos importados directamente de la izquierda “culta” francesa . En este empeño, cada tanto reciben las visitas, o reproducen los viejos reportajes de quienes, según su propia confesión, fueron stalinistas, maoístas, castristas, guevaristas, etc. y ahora admiten con crudeza que se equivocaron siempre.

Es conveniente indagar en la causa de ese eterno desengaño en la experiencia política práctica, que ellos quisieron contrastar con la “utopía libertaria” de organizarse sin organizar; temiendo en el despliegue de cada estructura necesaria, la tendencia irrefrenable hacia la “burocracia” que mataría a la revolución inconclusa. Prejuicio literario acerca de la categoría del poder, incomprensible para el pensar abstracto que desconoce las reglas realistas de la teoría y técnica de la conducción, en cada aplicación específica a la historia concreta, y no a sus narraciones o ficciones.

La “transgresión a la ley” que es su prédica constante, para “hacer que lo inadmisible se vuelva aceptable” en el recambio audaz de toda normatividad jurídica, los hace confundir los términos, creyendo que sólo es poder aquel dirigido desde una regimentación partidocrática, que exige la conversión del militante en “soldado” de obediencia impersonal y ciega. Olvidan nada menos que el arte-ciencia de la conducción, apoyado en una convocatoria amplia y solidaria, tiene la virtud de amalgamar, en cada compromiso de participación personal: la convicción propia y el sentimiento sincero con el respeto al criterio de unión para la acción conjunta.

El rupturismo como metodología insidiosa

Se entiende pues, aunque no se comparta, que a la vuelta de ese largo periplo de frustraciones, se rehúsen hoy a hablar abiertamente de “lucha de clases”; y sean renuentes a conformar un partido marxista de identidad explícita ante la debacle comunista. Prefieren incursionar, en cambio, en la metodología llamada “rupturista” que consiste en insertarse en diversas fuerzas, construídas por otros, para “agudizar las contradicciones sociales” y promover la lucha permanente.

En sus obras se repiten los conceptos de “irrupción”, “interrupción” y “corte” (son sus palabras), como opuestos a toda aspiración de suavizar antagonismos y resolver los conflictos de modo pacífico e institucional. En este aspecto, no dialogan y son escépticos respecto a una estrategia consecuente de proyecto nacional. Proyecto sin duda heterogéneo por sus múltiples afluentes, provenientes de distintos elementos de la sociedad civil y del ámbito de la producción, la tecnología y el trabajo.

Irrita en especial que soslayen, a la vez, la corriente principal de las grandes mayorías, cuyo número contundente desprecian, y cuya verdadera entidad no pueden proscribir, pero sí pretenden perimir con la simulación del “progresismo populista”. Ideología ésta, por lo demás, demasiado frágil y regresiva, aunque este carácter endeble no disminuya, como vemos, su persistencia en la actitud entrista.

Prevenir el desgaste del poder

Para ellos, invirtiendo el axioma peronista, la realidad no es la verdad, porque los hechos son considerados inocuos, salvo que se transformen en “acontecimientos” por mediación del “relato” a cargo de un “pensamiento revolucionario interpretante”. Luego, reniegan de una conducción de estilo equilibrado, apta para construir poder con organización, incrementarlo con inteligencia y conservarlo con buena administración y constancia política.

Es increíble su desconocimiento de los valores comunitarios y su irrespeto a los lazos vigentes de vecindad y solidaridad que sustentan una representación política arraigada en territorios de pertenencia, de cuya idiosincrasia desconocida desconfían. Y son capaces de incendiar la pradera por su ignorancia, encono y ambición desmedida. De igual modo, practican el divisionismo gremial y fomentan un tipo de sindicato clasista autónomo por fábrica, reproduciendo ensayos de triste memoria en la conciencia social argentina ( Sitrac- Sitram).

Otro punto destacable tiene que ver con el asesoramiento del discurso político. Sabido es que el don de la palabra asiste a la conducción y ayuda a difundir la toma de decisiones trascendentes. En su contenido es menester dosificar la capacidad de evocar (historia), invocar (valores) y convocar (acciones) siendo fundamental la elección de un lenguaje de tono didáctico sin reiteraciones saturantes. Sin embargo evocar, invocar y convocar significan lo contrario de “provocar” mediante el lenguaje vulgar y el gesto inadecuado, reñidos con la dignidad del liderazgo y la adhesión ciudadana de buena voluntad.

Evitar la crisis eventual de la imprevisión y la impolítica

Demasiadas coincidencias para no recordar otros intentos, con veleidades elitistas, de establecer un “socialismo sin obreros”, manipulando el prejuicio de ciertos sectores juveniles, que hasta equivocan el nombre de sus agrupaciones por el carácter sesgado de su interpretación histórica superficial. Frente a ello, por fortuna, existen los anticuerpos naturales de una comunidad organizada que aún sobrevive, más allá de los problemas reales que padece (injusticia, inseguridad, inflación, destrato y servicios deficientes).

Comunidad de quienes trabajan para vivir, a diferencia de los que viven del trabajo ajeno: sea por la corrupción sistemática, el subsidio clientelar y el delito organizado. Nuestra clave es no aceptar que la crisis de la imprevisión y la impolítica la pague el sacrificio del pueblo como variable de ajuste. Porque los responsables son los beneficiarios señalados de un régimen de apariencias, cuyo relato es de izquierda, pero su monopolio del poder y concentración económica son de derecha, pues los extremos ideológicos tienen esquemas gemelos de decisiones inconsultas. [20.7.12]














































LA RESOLUCIÓN DE CONFLICTOS



“La ira que siempre es mala consejera,

en política resulta fatal”.

Perón



La línea divisoria en la toma de decisiones



La actitud, política o impolítica, expresada ante la generación y resolución de los conflictos habituales en la vida de la sociedad, traza una línea divisoria en la forma y fondo de la toma de decisiones, que aclara la identidad ideológica del liderazgo. Es una cuestión fundamental, que pone a prueba las convicciones profundas del justicialismo para guiar la perspectiva de una “conducción” comunitaria y persuasiva, opuesta a la óptica autoritaria de la imposición y el mando.

Este carácter especial, que resume la indagación filosófica sobre ser peronista, se verá reflejado con frecuencia en la acción a desplegar por dirigentes y cuadros, dado que el conflicto es inherente a la condición humana, y aún a la naturaleza de todas las especies en la lucha por la supervivencia. Tal realidad, confirmada por las lecciones de la historia, no niegan la meta de pacificación como ideal del humanismo, pero preservan a la conducción responsable de caer en la ingenuidad y la impotencia.

Decimos conflictividad y no violencia, aunque sabemos que ésta se manifiesta hoy de manera multiforme, incrementando en todos lados los niveles de inseguridad e inestabilidad. Fenómenos preocupantes que ocurren en especial en épocas de transición, pero que se agravan por el mal manejo de sus tensiones y presiones. Ya Clausewitz (1780-1831) el gran teórico de la estrategia, nos advertía que aún en la guerra -que no es el caso que aquí tratamos- el estado moderno debía calificarse por los límites de racionalidad en el empleo de la fuerza.

Con cuanto más peso esta apelación al control de la violencia tiene que verificarse, con medidas equitativas, capaces de disuadir enfrentamientos irreversibles en el marco interno. Para ello la evolución, impulsada por un concepto actualizado de “progreso real”, y no de “progresismo intelectual” como pose decadente, exige superar cada “ruptura” imprescindible para un proceso de cambio, con una instancia superior de armonía y convivencia. Caso contrario, la transformación estructural será aparente, y el falso “pro-greso” revertirá en lamentable “re-greso” a causa de las reacciones intemperantes de los extremos.

El desaliento, la incertidumbre y los planteos percibidos como traumáticos tienen que encaminarse, lo más pronto posible a pesar de las dificultades de las situaciones críticas, a propuestas renovadas de estructuración política eficiente. Ellas no tienen que agotarse en la administración puntual del presente, sino preparar también las bases sólidas del porvenir, a fin de no perder un tiempo precioso de reflexión pública motivada en hechos conmocionantes.

Visión comunitaria o visión autoritaria

Conflictos políticos y sociales, que obviamente requieren una solución pacífica, también participan de los principios de la estrategia, que como arte de la conducción es uno sólo, si bien se ejerce con medios y métodos diferentes a los de un escenario bélico. No entender esta gran diferencia confunde la “visión comunitaria” de las contradicciones y antagonismos propios de la civilidad, con una especie de “visión totalitaria” referida a un horizonte de “poder absoluto” que es lo contrario de la democracia.

Esta estructura lógica distinta, en el pensar y el actuar de un verdadero estadista, supone el equilibrio espiritual y mental inherente a la coherencia de un plan específico aplicable a fenómenos de índole colectiva. Plan que es menester preservar de las reacciones personales, a veces demasiado espontáneas y volubles, en el trámite informal de las peleas individuales. De igual modo, la línea general de conducción no tiene que verse interferida por el consejo irresponsable de los malos asesores que hacen coro, sin moderación alguna, a los cambios de humor o de ánimo del liderazgo.

Siempre es preciso pensar y sentir los conflictos internos como un todo, donde el “triunfo”, si se lograra, no corresponde asignarlo a los sectores, sino al conjunto de la comunidad. Para lo cual, el nivel de dirección adecuado implica alcanzar un buen balance, eludiendo los extremos perniciosos de un esquema lento y burocrático, o de un actuar brusco y arbitrario. En este balance, el “poder de la agresión” queda subordinado al “poder de la contención” por obra de la reflexión, la meditación y el análisis.

Sin la objetividad necesaria que brinda la sabiduría y la prudencia, el conductor se vuelve el peor adversario de sí mismo; y se precipita en un plano inclinado de sucesivas equivocaciones, donde cada error no corrige al anterior, sino que lo agrava, con la acumulación inconveniente de factores de rechazo y desgaste. Por todo ello, habla bien del liderazgo cuando éste, en un momento de inflexión, tiene la capacidad crítica de abandonar una mala prospectiva estratégica y retomar el camino de la racionalidad.

Porque la obcecación no es perseverancia, y se manifiesta al confundir la selección de alternativas en los cursos de acción, que es opinable ante el veredicto de los resultados, con el juego temerario de “doblar la apuesta” por falso orgullo o complejo de inferioridad. Entonces, hay que abrir nuevas perspectivas para atraer el éxito, y no persistir en el error para demostrar “carácter”. En realidad, debilidad de carácter que puede acarrear riesgos sobre las fuerzas que se conducen y el territorio en cuestión. Por lo demás, el expediente puramente punitivo, con la finalidad antipolítica de “castigar”, a la larga se torna inviable.

Los límites de la política agresiva

Los límites de una acción política impulsada por un estilo agresivo, se evidencian al encontrar crecientes puntos de resistencia en la conciencia ciudadana. Limitaciones no sólo axiológicas por los valores éticos que soslaya, sino estratégicas por los principios de conducción que contradice. Ellos no aconsejan las campañas encuadradas por consignas extemporáneas como “batalla decisiva”, “rendición absoluta” y otras similares, que no se compadecen de las expectativas ponderadas en la conclusión civilizada de los conflictos.

La acción política, en rigor, es un ciclo continuo que hace parcial y relativa la evaluación aislada de triunfos y derrotas, porque sus efectos se realimentan entre sí en una secuencia dinámica. En sus distintas variaciones, los amigos, aliados y adversarios cambian de rol muchas veces, tornando absurdo el “cerrar las puertas” para siempre a nadie. Incluso, el hecho de una gran victoria, en determinado momento favorable, puede perder importancia -como dice la doctrina- si el conductor no sabe aprovechar plenamente el éxito y consolidarlo como base de apoyo para nuevos planes sin apresuramiento .

Por las razones expuestas, es conveniente diseñar toda “estrategia ofensiva” con objetivos acotados, y dosificarla con elementos complementarios de una “estrategia defensiva”. Ella nos indica intervenir únicamente en los conflictos importantes que se cruzan en el eje principal de nuestro avance; y aún así, considerar fríamente la inclusión de líneas de detención, de espera y hasta de repliegue cuando lo aconsejen las circunstancias, máxime si esto posibilita retomar la iniciativa en la oportunidad adecuada.

Lo contrario de esta mentalidad, que sabe conjugar política y estrategia, es crearse enemigos gratuitamente, abrir frentes de lucha de modo indiscriminado, y pagar altos costos en poder, logística y prestigio. Es decir, aplicar la praxis inversa al principio rector de la “economía de fuerzas”, exponiendo los flancos al embate de un doble envolvimiento, por convergencia de derechas e izquierdas. En fin, el exceso en la agresión y la extensión en tiempo y espacio del conflicto lo vuelven en contra, obligando más temprano que tarde a concluirlo por medio del diálogo y la concertación.

Se reitera aquí la importancia primordial de la conducción persuasiva, pero aclarando que persuadir no se limita a una disposición cordial a explicar sus intenciones, sino abarca la capacidad real que se tenga para exponer soluciones factibles, mostrar sentimientos convincentes y evidenciar actitudes sinceras. Negociar de buena fe no excluye la aspiración legítima de discutir en las mejores condiciones posibles, lo cual vale también para todos los dirigentes involucrados; siempre y cuando los planteos de las partes no sean tan estáticos y rígidos que impidan en los hechos el necesario debate.


Concertar de buena fe sin concentrar todas las decisiones

La claridad en la concepción de la génesis del conflicto y en la imaginación de su resolución, tienen la importancia de mantener una instancia final de conducción justa, serena y paciente. Esto implica dominar el arte de negociar, canalizando a cierta distancia los múltiples factores y variables de las diferencias, para no desembocar en un desborde o un enfrentamiento violento. Hay que trasuntar confianza en el rumbo elegido, y transmitir la voluntad de liderazgo consecuente, pero no al extremo de ejercer presiones inaceptables o descalificar a los interlocutores. Concertar, precisamente, empieza por reconocer la entidad de los dirigentes considerando la fuerza que representan, y no por la reunión aleatoria de una “mesa de diálogo” inexistente, a la que van determinados invitados sólo para asentir y recibir instrucciones.

Concertar demanda respeto mutuo, y nunca someter al oponente, porque la humillación, además de inmoral, es un mal negocio estratégico. Ella genera obviamente resentimiento, rencor y deseo de revancha a la espera de la ocasión propicia. En el ángulo opuesto, tampoco es concertar el anuncio meramente declarativo de reivindicaciones otorgadas como dádivas, sin el respaldo orgánico y legal que corresponde (leyes sociales y previsionales que no se cumplen).

La justicia social y la asistencia social -cuyo ejemplo incomparable es Eva Perón - no es la concesión graciosa de “derechos” contradictorios concebidos por el progresismo llamado reaccionario. Este alienta un relativismo transgresor en la vida cotidiana, pero no atenúa siquiera la influencia colectiva del poder económico, financiero o bancario; ni regula la explotación de los recursos naturales que, por la voracidad de las corporaciones, destruye el medio ambiente e hipoteca el futuro de las nuevas generaciones.

El subsidio indiscriminado al consumo, y no la generación de trabajo genuino, es la frustración del desarrollo nacional; y la inhibición del ahorro, que no se puede concretar, provoca una inmediata y masiva transferencia de renta a los sectores prebendarios de alta concentración de riqueza. En el mecanismo de este “modelo” esquemático, la matriz solidaria de la comunidad organizada resulta afectada por los autores del “relato”. Ellos son los difusores de una revolución “simbólica” que reparte gestos retóricos y virtuales, en vez de construir la “realidad efectiva” que concrete el designio histórico de la liberación.

El justicialismo reivindica al estado como medio activo de asegurar la soberanía, independencia y justicia; pero respeta su descentralización de acuerdo a la división de poderes y de jurisdicciones: nacional, provincial y municipal. Este criterio, nacido del derecho republicano y democrático, es opuesto al “estatismo” por exceso de intervención de una burocracia no eficaz ni transparente, referida a una concentración discrecional de todas las decisiones.

Si esto ocurriera, la casa de gobierno “mandaría” a los legisladores, a los jueces, a los gobernadores, a los intendentes y a los dirigentes gremiales de los empresarios y trabajadores; configurando una atmósfera opresiva y de difícil conducción. Concentración política, logística y mediática que desmerecería al federalismo, la autonomía municipal y la libertad sindical, por una delegación de potestades en personeros de “confianza”: sin que ellos puedan cumplir las exigencias que competen en realidad a la participación orgánica del protagonismo colectivo. [26.7.12]

FUNDAMENTO DOCTRINARIO DE LAS POLÍTICAS DE ESTADO

Pensamiento creador y doctrina estratégica

Para el justicialismo, la filosofía de la vida consiste en trascender su límite en el tiempo, realizando la experiencia espiritual de una misión cumplida. Sin esta orientación social la existencia pierde su mayor significado y el ser humano carece de identidad profunda. La actitud militante, cuando es sincera, sabe que ésta es la forma de vencer al egoísmo y la apatía, sumando su esfuerzo en la solidaridad de sentimientos que expresa el alma de un pueblo.

Estas definiciones básicas perfilan los valores del “bien común” por el criterio de una participación más amplia y abierta, haciendo que en los cimientos del movimiento nacional la “organización” y la “conducción” se eleven como categorías filosóficas, porque implican comprometerse con un sistema de dirección co-responsable (“gobierno centralizado, estado descentralizado, pueblo libre”). Aquí la educación política debe proveer la capacitación suficiente para que el desarrollo conceptual se integre al conocer espontáneo de la intuición y el afecto, y la evolución institucional evite la ambición desmedida y la interferencia de los entornos. Lo “popular” se distingue así del “populismo” que pertenece históricamente a un nivel estructural y programático inferior.

Elaborar “políticas de Estado”, como hace años lo venimos sosteniendo, implica coordinar persuasivamente los distintos pensamientos posibles sobre el eje de los grandes objetivos del Proyecto Nacional. Para ello hay que sumar buenas ideas, dentro de una lógica dialogante y comprensiva, y un marco ético de conducta pública donde es imprescindible dar el ejemplo. En tal empeño, importa poco el teoricismo sin experiencia práctica, y el optimismo ingenuo, porque la adhesión leal a una causa nacional se obtiene con una voluntad eficiente y planes sólidos para transformar la realidad y no sólo criticarla o negarla en los discursos.

En la acción política la referencia retórica a la historia suele ser una referencia al presente. Ella, por lo demás, no se reduce a figuras y episodios que a veces sintetizan una situación, sino que precisa comprender el proceso dinámico de los múltiples y complejos factores intervinientes. El riesgo es agitar el “imaginario colectivo” como medio de mera propaganda, eludiendo la apelación real a la conciencia nacional que, en su memoria histórica, evoca el recuerdo de las dificultades y errores de etapas anteriores y exige decisiones correctas mirando al porvenir.

A diferencia de las consignas publicitarias, los contenidos de una doctrina operativa superan los relatos discursivos, y ofrecen puntos de apoyo fundamentales para recuperar la previsión y la planificación como herramientas estratégicas de un auténtico liderazgo. Éste puede entonces multiplicar su acción, descentralizar la gestión y garantizar el logro de las metas que verifiquen sus promesas proselitistas. Hay que reforzar pues el concepto orgánico, con la formación en cantidad y calidad de cuadros políticos, sociales y técnicos, sin los cuales resulta imposible lograr coherencia y estabilidad de conducción.

 
Planificación coherente en las áreas vitales

Los requerimientos generales que demarcan una política pública, desde una misma concepción ética y doctrinaria, valen por igual para todas las áreas vitales de nuestra organización estatal (energía, transporte, seguridad, etc.). Son además actividades vinculadas directamente a nuestra posición geopolítica, defensa nacional e integración territorial. Por consiguiente, deben reflejarse en la sociedad civil y en el mundo del trabajo para generar un debate enriquecedor y un apoyo sostenido en los términos de la concertación social.

La formulación acertada de este tipo de políticas instruye una práctica metodológica específica que pertenece a la cultura del liderazgo, cuando el conducir alcanza la dimensión del estadismo. De este modo, representa lo contrario a la “política de partido” y lo opuesto a la “política de facción” especialmente si ésta se escudara en el relato ideológico y el anuncio mediático de escasa proyección en tiempo y espacio. Las políticas de estado, valga reiterarlo, tienen destino a largo plazo, donde el esfuerzo de una generación recién es aprovechado por la siguiente, a condición de su continuidad y reafirmación constante. Sin estas virtudes son esperanzas y recursos perdidos.

La política de estado surge del reino de una actitud justa y objetiva, motivada y consensuada por una necesidad imperiosa y conjunta, ante el impacto de “la realidad que es la verdad”. Sus componentes se titulan: objetivos precisos, metas factibles, administración honesta, técnicos de excelencia y contralor político sin privilegios ni preferencias. En el lado opuesto los peligros se llaman: ideologización, corrupción, mediocridad y favoritismo. Es un balance delicado al que hay que llegar para que la toma de decisiones sea sana y perdurable.[3.8.12]