3/2015
Instituciones fundamentales de la democracia
EL ROL DE LAS FUERZAS POLITICAS
Para la Constitución Nacional, los partidos políticos
son instituciones fundamentales del sistema democrático (Art.38). Su creación y el ejercicio de sus actividades
son libres dentro de una normatividad que debe garantizar su organización y
funcionamiento, la representación de las minorías, la competencia de la
postulación de candidatos a cargos electivos, el acceso a la información
pública y la difusión de sus ideas. A tal efecto, el Estado contribuye al
sostenimiento económico de sus actividades y de la capacitación de sus
dirigentes; con la obligación consiguiente de las distintas agrupaciones de dar
publicidad del origen y aplicación de sus fondos y patrimonio.
Se describe así un régimen de funciones que conforman un
conjunto articulado, destacando el rol integral del partido político en la
sociedad, especialmente por la necesidad de concordar el principio de elección,
con el principio de selección. El primero destaca la votación, por la
mayoría, de los candidatos que ocuparán los cargos dispuestos en la
convocatoria electoral; mientras el segundo, fundado en la formación y la
capacitación, tiende a remarcar la idoneidad necesaria para la gestión
ejecutiva o legislativa que a ellos les corresponde. De esta doble condición
surge el célebre aforismo que indica que: una de las faltas más graves en una
república, es aceptar un cargo para el cual no se está preparado.
Es imprescindible ratificar la amplitud operativa y las múltiples
misiones de las agrupaciones políticas. En particular, de cara a la transición
emprendida hacia un nuevo ciclo gubernativo, para no volver a cometer los
errores y las fallas de los períodos anteriores que, tarde o temprano,
frustraron las esperanzas de tantos ciudadanos. Sobre todo, hay que superar la
acepción popular de “partido” considerado un aparato profesionalizado, y
cerrado en una tarea excluyente de carácter proselitista. Una estructura
inerte, fuera de las campañas periódicas, con vacíos en la formulación
doctrinaria y programática, y escasa preparación política y técnica de cuadros
y dirigentes.
El arte de conducir seres libres es muy distinto al simple
oficio de mandar en un régimen de sumisión o servilismo. En la conducción
democrática ya el pensar es una praxis, porque tiene un método para concebir y
priorizar los argumentos motivantes de
militantes, afiliados y adherentes. Luego la prédica coherente va logrando una unidad
de acción voluntaria y solidaria enriquecida detrás del interés general.
Éste ideal no desconoce el principio realista de que “todo poder tiende a
expandirse”, potenciando la ambición desmedida de personajes venales y círculos
de influencia. Pero estos males se moderan o se vencen cuando prevalece el
equilibrio y la templanza de los verdaderos estadistas, que saben mantener
firme el rumbo estratégico establecido orgánicamente.
El buen comportamiento y rendimiento de una fuerza, en
realidad, no empieza en la tarea partidaria; ella requiere el precedente de la
educación familiar y comunitaria donde se siembran las primeras nociones y
aspiraciones espirituales. Y aunque las vicisitudes de la vida muchas veces
parecen desmentirlas, siempre están allí como un faro orientador que hace
posible las relaciones de intercambio y vecindad que tejen la trama de la
sociedad. Por el contrario, cuando el
respeto mutuo y la reciprocidad moral desaparecen, la estructuración social se
paraliza y la comunidad se autodestruye. En consecuencia, el ideal ético, más allá
de de cierta “utopía” existe para exigir gobernabilidad, estabilidad y destino
al instinto gregario. Y, a la vez, para ofrecer su impulso constructor a la
naturaleza singular del hombre, desplegada políticamente en la geografía y la
historia de su evolución.
Elevar el debate de contenidos que faltan en las mesas
mediáticas; exigir el diálogo entre distintas corrientes para constituir
alianzas perdurables; y lograr el clima tolerante que debe facilitar las
discusiones racionales, siendo metas importantes no agotan el desafío que
enfrentamos de madurar ahora o decaer
definitivamente. Según lo prueban las manifestaciones
generadas por la actitud propicia de la base, también necesitamos mejorar
masivamente el nivel de las conversaciones cotidianas que entablamos en los
lugares de trabajo y en los espacios
públicos. Ya que muchos de los problemas que sufrimos lo son por nuestros
hábitos individualistas y prejuiciosos, que nos impiden construir una identidad
ciudadana creativa, pluralista y confiada en sí misma.
Buenos Aires, marzo de 2015