miércoles, 31 de octubre de 2018

EL SER NACIONAL




EL SER NACIONAL

Ante una crisis profunda que cuestiona el sentido de nuestra existencia personal y colectiva, se hace necesario recurrir a una filosofía de la vida sencilla, sincera y sólida.

Tal acercamiento del pensamiento a la acción requiere una autocrítica constructiva y analítica comprensible, cuya difusión invite a reflexionar en conjunto con seriedad y buena fe.

Un diálogo pluralista, no teoricista, que responda a situaciones concretas de la comunidad, afirmando su identidad y conjurando los amagos de decadencia que suele asestar la enajenación “cultural” y el entreguismo económico sobre la trayectoria de los pueblos.

Esta resistencia patriótica surge como deber espiritual en quienes la asumen conscientemente, condesando  un cúmulo de sentimientos, principios, símbolos y grandes valores para una construcción integral y metódica.

Sin esta inspiración elevada, la política degrada en ignorancia, improvisación, divisionismo y corrupción. Se vuelve retrógrada como “antipolítica” o “pospolítica”.

Una Nación sustancial no puede trascender por estos defectos, sino por una voluntad histórica definida, forjada de hechos gloriosos que estimulan su estima y grandes contrastes que templan su carácter.

Ambas secuencias exigen repensar sus motivaciones, para que la colonización mental o “pedagógica” (como la llama Arturo Jauretche), no nos recluya en el estigma de lo frustrado, aparente y fallido.

El “Ser Nacional” constituye justamente la referencia primordial para alcanzar la categoría estratégica imprescindible; y renovar el centro de un sistema creativo en lo ético, jurídico y  técnico.

Es también la matriz de las políticas de Estado, no de partido o facción, que recogiendo la tradición viva del pasado, le sume los elementos de innovación, calidad y competencia de la época.

Aspecto crucial para convocar la esperanza sobre la manipulación neoliberal del escepticismo y la cosificación; y para acentuar el intercambio fructífero entre jóvenes, intermedios y veteranos con el ideal de la excelencia.

Simultáneamente, implica rescatar los orígenes fundantes del Movimiento y actualizarlo, operativa y programáticamente, sin usurpar su nombre ni traicionar sus esencias perdurables.

Hay una nueva escena geopolítica y geoeconómica donde es menester ratificar lo distintivo del “Ser Nacional” argentino, en tanto legado testimonial y vigente, que reclama persistir en nuestra vocación ideal de militancia.
En este desafío, el todo no es la mera suma de sus partes, porque goza de un “alma” que sostiene una gran organización nacional. Una estructura territorial no sustituible por partidos provinciales o municipales, como buscan imponer los medios concentrados.

Nuestra concepción irrenunciable no es una dirección mecánica, al servicio de ambiciones individuales; sino una conducción dinámica de la participación de una comunidad libre, enriquecida en su diversidad de opiniones y matices.

                                                                                               JULIÁN LICASTRO
Buenos Aires, 31de octubre de 2018.




martes, 23 de octubre de 2018

EL DESTINO ARGENTINO Y EL ARTE DE CONDUCIR



JULIÁN LICASTRO - Reflexiones frente al debate del presupuesto nacional

EL DESTINO ARGENTINO Y EL ARTE DE CONDUCIR

En la gran política lo más importante es decidir desde lo propio, movilizando unidas las energías y fuerzas nacionales hacia el país que anhelamos; lo cual debe verificarse en la asignación de los recursos del presupuesto.

Esto significa tomar la iniciativa en el orden exterior e interior, para construir “poder” como sistema compartido signado por el bien común. Un poder con visión estratégica y sentido social que ofrece  posibilidades para todos y no sólo a un sector de conveniencia.

La fe imprescindible de un pueblo en su realización la define y decide, exigiendo imaginación, creatividad, honestidad y constancia en la implementación de sus propias herramientas políticas, económicas y sociales.

Por el contrario, la aceptación de un modelo impuesto por la globalización tecnocrática y financiera lleva al fracaso; porque la desigualdad no es la causa sino la consecuencia de un esquema dominante y excluyente.

La mera “gestión” de gobierno como rol administrativo es insuficiente por el carácter sesgado y especulativo de la concentración económica (monopolios y  oligopolios que se imponen sin limitación).

Una nación sustancial, no aparente, requiere, más que simples “gestores”, conductores y estadistas que logren la síntesis operativa de idealismo y realismo, de aspiración y posibilidad.

La clave es concordar y concertar los grandes objetivos y sus lineamientos de acción, para jugar en el complejo ajedrez de los intereses regionales e internacionales.
Y evolucionar para obtener la organicidad, la potencialidad y la continuidad requerida por un proyecto sustentable (la teoría errónea de un “Estado mínimo” es funcional al mundialismo trasnacional).

En el marco republicano, debemos perfeccionar nuestro ejercicio de la democracia representativa (“de, por y para el pueblo”), integrando los nuevos elementos de la democracia participativa (“con el pueblo”).

Para madurar en esta perspectiva sin violencia, donde la fuerza, la solidez y el impulso vienen del grado de compromiso comunitario, es preciso elevar el nivel de conciencia nacional, evitando el entrismo, el oportunismo y la manipulación que son los vicios de la vieja y nueva politiquería.

El trabajo en equipo y en red es el más adecuado para actualizar estructuras y formas de representación, superando las contramarchas  por  la falta  de planificación  y de alternativas constructivas.La autoridad es una función de conducción y no de dominio: “conducir no es mandar sino persuadir”.

Una conducción arrogante cae en el individualismo, la arbitrariedad y el autoritarismo, que son su negación. Una conducción coherente  abarca habilidades de comunicación, negociación  y disuasión, ya que: “mejor que vencer es convencer”.

Conducir, en tanto servicio vocacional, se manifiesta, en los sistemas de “economía mixta” (empresarial privada y empresarial estatal), asegurando su complementación con eficacia, sin negociados y sin reciclar conflictos de intereses.

La palabra ordenadora y promotora “hace y hace hacer”, mediante conceptos efectivos, sentimientos sinceros e imágenes atrayentes. La vulgaridad revela ignorancia.

La mirada previsora  tiene el don de descubrir las líneas de resistencia de una situación; y a la vez, identificar las fuerzas dispuestas a su convocatoria, para sumarlas escuchando sus aportes.

La crítica, como modo del conocer, se diferencia de la noción primaria de reproche o ataque, ya que incluye el saber, la comprensión y la experiencia.

El liderazgo implica las virtudes personales que permiten la dirección orgánica y facilitan el desenvolvimiento estratégico. Se distingue de la mera “jefatura” formal o burocrática porque reúne voluntad, abnegación y carisma.

La organización nacional se humaniza, superando el “mando” mecánico economicista con un proceder que protege y desarrolla la personalidad y la valoración de todos con una distribución equitativa de esfuerzos y beneficios.

Necesitamos liderazgo sin mesianismo; entusiasmo sin triunfalismo y prestigio sin elitismo. Respeto sin temor; adhesión sin obsecuencia y lealtad sin sumisión. Condiciones para avanzar hacia una unión en lo esencial, sin sacrificios estériles ni enfrentamientos extremos.