sábado, 29 de agosto de 2015

POBLAR PLANIFICADAMENTE Y CREAR TRABAJO



23/2015

POBLAR PLANIFICADAMENTE Y CREAR TRABAJO                                                       
                                                                                                                     
Nuestro concepto de “democracia de trabajo” refiere al paradigma indelegable del servicio equitativo a la comunidad, porque la desviación “totalitaria” del Estado no radica en la dimensión de su organización, sino en su instrumentación por parte de un grupo de poder. Esta utilización, que degrada la condición jurídica del bien común a simple medio de acumulación económica y política, tiene siempre, con cualquier argumento ideológico, la tentación de perpetuarse en una sucesión de complicidades.

Dos apotegmas históricos fueron definitorios en la conformación del país: “gobernar es poblar”  [Alberdi] y “gobernar es crear trabajo” [Perón]. Uno no puede regir sin el otro si se quiere integrar nuestro vasto espacio nacional. Sin planificar el desarrollo poblacional, como lo hicimos en el pasado, no hay orden territorial, sino hacinamiento y riesgo de emergencias humanitarias. Y sin el incentivo a la producción, con el cual logramos pleno empleo, no hay sociedad, porque el trabajo es la fuente de la prosperidad y del arraigo.

Poblar exige una infraestructura territorial integral, por medio de la cuál florecerán poblaciones armónicas, con un plan maestro de viviendas que signifique ocupación creciente y protección del hogar, sacando a los jóvenes del desamparo y las adicciones. Este plan a gran escala es imprescindible y factible con una buena administración, como lo demuestran algunas provincias y  municipios. Tenemos todos los materiales y la mano de obra necesaria; además de recuperar lo invertido por el sistema social de alquiler-venta a largo plazo.

No hay razón para no generar las condiciones del trabajo digno y en blanco, salvo la maniobra absurda de la cautividad electoral crónica y los negociados del asistencialismo que prolonga la subcultura de la miseria. Sucede que la persistencia del subdesarrollo, en un país con los recursos del nuestro, no es un problema material sino político, provocado por el lucro político inmoral.
Esto se advierte al gerenciar una empresa rentable capaz de dar empleo, sufriendo la triple tributación: del impuesto público que se eleva, del impuesto inflacionario que se niega y del impuesto de la corrupción que se oculta. Opacidad impide la inversión productiva; porque el círculo prebendario es el único que tiene “seguridad jurídica”, mediante el cohecho consumado en las financieras clandestinas de un sistema venal.

El pragmatismo no incluye sacrificar la ética, ni ésta implica caer en la moralina de concentrar en un gobierno los males que padecemos, en vez de unir a la ciudadanía con propuestas superadoras. Los argentinos tenemos que reencontrarnos con los valores, porque el deber ser y el querer ser se conjugan en el imperativo de una identidad de origen y destino. Con este ánimo hay que preservar y perfeccionar la democracia, para evitar el descontrol del todos contra todos y la justicia por mano propia.

Para no resignar nuestro futuro, reafirmemos los principios de la gran política, no la politiquería, como lógica profunda del comportamiento colectivo, para que resulte comprensible y no aumente su conflictividad. En una democracia de trabajo, las reivindicaciones no se obtienen como dádivas, se conquistan con una acción firme y pacífica avalada por las convicciones y la educación.
En este ejercicio de convivencia, es preciso completar cada derecho con un deber; no desertar de las obligaciones propias de cada uno, cargándole la culpa a otro y no retroceder al sectarismo. Porque el sectarismo termina destruyendo los lazos afectivos de la comunidad y promoviendo jefaturas fragmentarias o de frivolidad inadmisible que no conducen con el ejemplo. [18.8.15]

miércoles, 12 de agosto de 2015

LA CULTURA POLÍTICA DEL MÉRITO



22/2015
                                  LA CULTURA POLÍTICA DEL MÉRITO          
                                                                                                                                                    

La cultura política del mérito es la otra cara de la misma moneda donde se inscribe la cultura social del trabajo; porque ningún esfuerzo del pueblo valdría lo suficiente en la eventualidad de un sistema de apropiación del poder para tener, no para hacer. Esta es la motivación negativa que baja la calidad de los funcionarios y administra sin esmero los valiosos recursos públicos.
Hablamos de algo más severo que la corrupción, aún sumada a la impunidad, porque deja una secuela arraigada de desvalores que se realimenta cuando existe tolerancia de la sociedad, sea por hábito, temor, conveniencia o pérdida de ideales. Así, los defectos de los gobiernos de turno y las fallas en la conducta ciudadana, van convergiendo en un comportamiento cotidiano, “banalizando el mal” como un acto trivial que no advierte sus graves consecuencias.
Reflexionamos con crudeza para acicatear una disposición distinta a ciertas posturas decadentes que impactan de algún modo en todas las instituciones y organizaciones del país, lo cual hace inútil concentrar las críticas en el “nosotros o ellos”. Con el mismo criterio, señalamos que la patología de la conducción tiene como equivoco principal el absolutismo del liderazgo, que confunde respeto con sumisión, adhesión con obsecuencia y diferencia con conspiración.
El arte de liderar rechaza la argucia negadora de la realidad que no habla de lo que no le conviene y por tanto no reconoce errores; cuando la clave es aprender de la práctica y adaptarse a los contrastes e imprevistos. Único modo de mantener la dinámica de una iniciativa abarcadora, no sectaria, revisando la congruencia de los procedimientos estratégicos y orgánicos, tarea más elocuente que un mero cambio de discurso.

El empleo del arte-ciencia de la estrategia constituye una metodología aplicable a la conducción, por lo cual debe dominarse, más allá de la formación profesional previa en cualquier carrera. Por eso la inspiración netamente política de los protagonistas a cargo de fuerzas en presencia, vale más que toda ingeniería electoral y asesoría publicitaria. 
No hay conductor sin cuota de personalismo, como expresión de confianza propia a irradiar al conjunto. Pero esta dosis proporcional de autoestima no justifica el autoritarismo, ni la obsesión por un reconocimiento público total, nunca accesible en el ejercicio del poder, que presupone voluntades independientes y contrapuestas. No comprenderlo así, puede ceder espacio a la adulación, que impide el aporte de apreciaciones y alternativas que siempre se necesitan en un equipo de trabajo.
La evolución política, dentro de un proceso complejo y no en un hecho instantáneo,  supera los vínculos primarios de parentesco y “amistad”, por las relaciones institucionales de idoneidad fundadas en una real preparación y selección. Esto nunca se cumple rígidamente, en particular en los cargos de confianza; pero implica respetar la regla de oro de una evaluación objetiva de la gestión pública, con una vigilancia imparcial.
El triunfo sobre la tentación de la arbitrariedad, y la designación discrecional de funcionarios sin considerar su educación y experiencia, se anula con la práctica del nepotismo y el amiguismo. Porque este retroceso organizativo no sólo afecta el equilibrio de la comunidad, que debe centrarse en la justicia, sino desalienta la disciplina voluntaria del esfuerzo y el estudio, para la promoción futura de una nueva generación de dirigentes.  [11.8.15]

viernes, 7 de agosto de 2015

LA CRÍTICA RESPONSABLE AL PODER ES UN APORTE ÚTIL Y NO AGRESIÓN

21/2015
LA CRÍTICA RESPONSABLE AL PODER ES UN APORTE ÚTIL Y NO AGRESIÓN 
                                                                                                          
Originada en una actitud filosófica, la crítica es un modo del saber, el puente reflexivo que vincula la práctica concreta con los principios y criterios que conforman la teoría de los buenos resultados. Un estratega se dedica así a pensar lo digno de ser pensado, sin detenerse en lo subjetivo o superficial, para concentrarse en perfeccionar sus procedimientos operativos.

Luego, el sujeto de la estrategia no es el ego excesivo del “liderazgo único”, sino el equipo equilibrado y funcional que, aún en la esfera política y económica, emplea la técnica reconocida de un Estado Mayor. Es decir,  utiliza un método analítico y creativo que no atiende a cuestiones personales o comentarios susceptibles, porque tiene su “voluntad de verdad” orientada orgánicamente a la consecución tenaz de los objetivos fijados.

Por esta razón, hasta la crítica adversaria, cuando es inteligente y fundamentada, no debe censurarse, pues contiene un material útil a la estructura de razonamiento y síntesis que preside el arte de gobernar. Ayuda, desde una referencia lateral, a monitorear el propósito posible y el camino practicable para realizar el fin propuesto en su culminación política. Lo privativo del conductor, que por definición lo distingue, es un entusiasmo sin ingenuidad, una elocuencia sin engaño y una convocatoria amplia sin sumisión de las personas.

La alteridad requiere alejarse de la compulsión por uniformar las respuestas de la gente a las distintas demandas de la realidad, y a descartar la repetición monocorde de consignas impuestas por grupos ultras o facciosos. Éste es el adversario que parece amigo, pero impide la captación de nuevos sectores, y es el factor irritativo del sentido de moderación que regula la participación popular en el proceso de reformas pendientes.

La larga marcha del poder es posible acumulando efecto, a fin de recargar la energía imprescindible con una sucesión planificada de metas alcanzadas, a diferencia de la urgente “revolución para los revolucionarios”. Ésta desprecia al pueblo por “indolente”, y convierte el extremo en violencia para corregir la indiferencia ideológica de la multitud pragmática.

Por eso es importante elaborar un saber situado, integrado a nuestra idiosincrasia, para apoyar la transformación en el marco de pautas culturales genuinas. Sin subestimar ni sobrestimar nuestras virtudes, porque la verdadera capacidad argentina sólo se potenciará en el tiempo con una educación de calidad, que hoy no existe.

Es menester forjar nuestra identidad nacional, sin la cual no hay conciencia comunitaria ni proyecto compartido. Una ecuación incomprensible para el “progresismo” de la decadencia, que no registra la pobreza para eliminarla del relato, que no considera los aplazos para ocultar la crisis educativa y que defiende al victimario y no a la víctima para soslayar la inseguridad. Mientras el “garantismo” permite al funcionario deshonesto ser juez y parte de organizaciones ilegales.

En fin, una “ejemplaridad inversa” que pretende decodificar civilmente los valores del respeto, la lealtad y la convivencia en la escuela del hogar, que es la primera escuela. En tanto que el Estado Nacional es la “familia de familias”, nacido para protegerlas y permitir su evolución integral en una gran comunidad de destino.

Queda planteado el desafío a que nos lleva el relativismo moral y la ambigüedad política que, por fragmentación, parece condenarnos al eterno retorno al divisionismo y el atraso, frente al dominio financiero y tecnológico que avanza sobre la voluntad de los pueblos. Esta voluntad debe reconstruirse desde la recuperación de los lazos afectivos y espirituales, hasta la reafirmación de una democracia de origen, procedimientos y fines legítimos. [4.8.15]