23/2015
POBLAR PLANIFICADAMENTE Y CREAR TRABAJO
Nuestro concepto de
“democracia de trabajo” refiere al paradigma indelegable del servicio
equitativo a la comunidad, porque la desviación “totalitaria” del Estado no
radica en la dimensión de su organización, sino en su instrumentación por parte
de un grupo de poder. Esta utilización, que degrada la condición jurídica del
bien común a simple medio de acumulación económica y política, tiene siempre,
con cualquier argumento ideológico, la tentación de perpetuarse en una sucesión
de complicidades.
Dos apotegmas
históricos fueron definitorios en la conformación del país: “gobernar es
poblar” [Alberdi] y “gobernar es crear
trabajo” [Perón]. Uno no puede regir sin el otro si se quiere integrar nuestro
vasto espacio nacional. Sin planificar el desarrollo poblacional, como lo
hicimos en el pasado, no hay orden territorial, sino hacinamiento y riesgo de
emergencias humanitarias. Y sin el incentivo a la producción, con el cual
logramos pleno empleo, no hay sociedad, porque el trabajo es la fuente de la
prosperidad y del arraigo.
Poblar exige una
infraestructura territorial integral, por medio de la cuál florecerán
poblaciones armónicas, con un plan maestro de viviendas que signifique
ocupación creciente y protección del hogar, sacando a los jóvenes del desamparo
y las adicciones. Este plan a gran escala es imprescindible y factible con una
buena administración, como lo demuestran algunas provincias y municipios. Tenemos todos los materiales y la
mano de obra necesaria; además de recuperar lo invertido por el sistema social
de alquiler-venta a largo plazo.
No hay razón para
no generar las condiciones del trabajo digno y en blanco, salvo la maniobra
absurda de la cautividad electoral crónica y los negociados del asistencialismo
que prolonga la subcultura de la miseria. Sucede que la persistencia del
subdesarrollo, en un país con los recursos del nuestro, no es un problema
material sino político, provocado por el lucro político inmoral.
Esto se advierte al
gerenciar una empresa rentable capaz de dar empleo, sufriendo la triple
tributación: del impuesto público que se eleva, del impuesto inflacionario que
se niega y del impuesto de la corrupción que se oculta. Opacidad impide la
inversión productiva; porque el círculo prebendario es el único que tiene
“seguridad jurídica”, mediante el cohecho consumado en las financieras
clandestinas de un sistema venal.
El pragmatismo no
incluye sacrificar la ética, ni ésta implica caer en la moralina de concentrar
en un gobierno los males que padecemos, en vez de unir a la ciudadanía con propuestas
superadoras. Los argentinos tenemos que reencontrarnos con los valores, porque
el deber ser y el querer ser se conjugan en el imperativo de una identidad de
origen y destino. Con este ánimo hay que preservar y perfeccionar la
democracia, para evitar el descontrol del todos contra todos y la justicia por
mano propia.
Para no resignar
nuestro futuro, reafirmemos los principios de la gran política, no la
politiquería, como lógica profunda del comportamiento colectivo, para que
resulte comprensible y no aumente su conflictividad. En una democracia de
trabajo, las reivindicaciones no se obtienen como dádivas, se conquistan con
una acción firme y pacífica avalada por las convicciones y la educación.
En este ejercicio
de convivencia, es preciso completar cada derecho con un deber; no desertar de
las obligaciones propias de cada uno, cargándole la culpa a otro y no
retroceder al sectarismo. Porque el sectarismo termina destruyendo los lazos
afectivos de la comunidad y promoviendo jefaturas fragmentarias o de frivolidad
inadmisible que no conducen con el ejemplo. [18.8.15]