21/2015
LA CRÍTICA RESPONSABLE AL PODER ES UN APORTE ÚTIL Y NO AGRESIÓN
Originada en una
actitud filosófica, la crítica es un modo del saber, el puente reflexivo que
vincula la práctica concreta con los principios y criterios que conforman la
teoría de los buenos resultados. Un estratega se dedica así a pensar lo digno
de ser pensado, sin detenerse en lo subjetivo o superficial, para concentrarse
en perfeccionar sus procedimientos operativos.
Luego, el sujeto de
la estrategia no es el ego excesivo del “liderazgo único”, sino el equipo
equilibrado y funcional que, aún en la esfera política y económica, emplea la
técnica reconocida de un Estado Mayor. Es decir, utiliza un método analítico y creativo que no
atiende a cuestiones personales o comentarios susceptibles, porque tiene su
“voluntad de verdad” orientada orgánicamente a la consecución tenaz de los
objetivos fijados.
Por esta razón,
hasta la crítica adversaria, cuando es inteligente y fundamentada, no debe censurarse,
pues contiene un material útil a la estructura de razonamiento y síntesis que
preside el arte de gobernar. Ayuda, desde una referencia lateral, a monitorear
el propósito posible y el camino practicable para realizar el fin propuesto en
su culminación política. Lo privativo del conductor, que por definición lo
distingue, es un entusiasmo sin ingenuidad, una elocuencia sin engaño y una
convocatoria amplia sin sumisión de las personas.
La alteridad
requiere alejarse de la compulsión por uniformar las respuestas de la gente a
las distintas demandas de la realidad, y a descartar la repetición monocorde de
consignas impuestas por grupos ultras o facciosos. Éste es el adversario que
parece amigo, pero impide la captación de nuevos sectores, y es el factor
irritativo del sentido de moderación que regula la participación popular en el
proceso de reformas pendientes.
La larga marcha del
poder es posible acumulando efecto, a fin de recargar la energía imprescindible
con una sucesión planificada de metas alcanzadas, a diferencia de la urgente “revolución
para los revolucionarios”. Ésta desprecia al pueblo por “indolente”, y
convierte el extremo en violencia para corregir la indiferencia ideológica de
la multitud pragmática.
Por eso es
importante elaborar un saber situado, integrado a nuestra idiosincrasia, para
apoyar la transformación en el marco de pautas culturales genuinas. Sin
subestimar ni sobrestimar nuestras virtudes, porque la verdadera capacidad argentina
sólo se potenciará en el tiempo con una educación de calidad, que hoy no
existe.
Es menester forjar
nuestra identidad nacional, sin la cual no hay conciencia comunitaria ni
proyecto compartido. Una ecuación incomprensible para el “progresismo” de la
decadencia, que no registra la pobreza para eliminarla del relato, que no
considera los aplazos para ocultar la crisis educativa y que defiende al
victimario y no a la víctima para soslayar la inseguridad. Mientras el
“garantismo” permite al funcionario deshonesto ser juez y parte de
organizaciones ilegales.
En fin, una
“ejemplaridad inversa” que pretende decodificar civilmente los valores del
respeto, la lealtad y la convivencia en la escuela del hogar, que es la primera
escuela. En tanto que el Estado Nacional es la “familia de familias”, nacido
para protegerlas y permitir su evolución integral en una gran comunidad de
destino.
Queda planteado el
desafío a que nos lleva el relativismo moral y la ambigüedad política que, por
fragmentación, parece condenarnos al eterno retorno al divisionismo y el
atraso, frente al dominio financiero y tecnológico que avanza sobre la voluntad
de los pueblos. Esta voluntad debe reconstruirse desde la recuperación de los
lazos afectivos y espirituales, hasta la reafirmación de una democracia de
origen, procedimientos y fines legítimos. [4.8.15]
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