En el valor del trabajo se anida la fuerza espiritual
que motiva el progreso de las personas y los pueblos. Cuando él no existe, sea
por excesiva opulencia o por extrema miseria, la vida extravía su sentido
humanista y cunde el vacío existencial o la desesperación de la impotencia. Por
esta razón crucial, la laboriosidad ha sido exaltada como constructora del
marco de desarrollo de las más diversas civilizaciones; y considerada el eje
organizador de las comunidades que mejor las representan.
Hablar del trabajo abarca el sinónimo social de la
larga lucha del los trabajadores por la dignificación de su condición, el
reconocimiento de su esfuerzo y la libertad de sus distintas formas de
expresión, agrupamiento y acción. Temática que alcanza su mayor nivel cuando,
en fechas memorables para la historia social, mostraron su protagonismo en la
esfera de las grandes decisiones de las que estaban excluidos. En la Argentina, este hecho
glorioso fue el 17 de octubre, gestado desde los ancestros de una incipiente
conciencia nacional, volcada espontáneamente en una inédita movilización de
masas, que consagró a Perón en un liderazgo popular inigualado.
El ser nacional en su
proyección social
Esta impronta evidente, pero no excluyente de quienes
tienen otra tradición política, implica la vigencia de un núcleo constituido
por los signos, símbolos y creencias que erigen el “Ser Nacional” como faro
orientador de un pensamiento operativo y programático, adaptado a las actuales
circunstancias; pero también nutrido por un cúmulo invalorable de experiencias
sociales. La posibilidad propia del Movimiento se recrea así ante la dinámica
de una realidad contundente, que impone la verdad sin artificios, sobre la
polarización efímera de los relatos proselitistas.
En el aspecto de fondo, la tarea estratégica iniciada
por el peronismo histórico, en parte cumplida y en parte pendiente, nos convoca
hoy a preservar la democracia constitucional de las tendencias manifiestas de
“gobernar de hecho”, con la inacción casi total del parlamento y la
tergiversación reglamentaria de las leyes aprobadas por el Congreso. Pero
preservar la democracia, que tanto nos costó restaurar a nosotros, y no a los
empresarios especuladores que colaboraron y lucraron con la dictadura, exige
también perfeccionarla deslindando posiciones con los extremos violentistas de
ambos signos, y facilitar el camino pacífico de la participación activa del
pueblo y sus organizaciones sociales libremente gestionadas.
La cultura del trabajo y
la producción
La cultura del trabajo ubica al capital al servicio
de la economía y ésta al servicio de la ciudadanía. Su centro de gravedad es la
tarea productiva, equidistante del consumismo exacerbado y la apuesta
financiera especulativa. Porque el empleo genuino enlaza cotidianamente
vocaciones personales, vínculos familiares y relaciones solidarias que
trascienden todo reduccionismo mercantil. Son los miles de emprendimientos y
pequeñas empresas concebidas como formas entrañables de vida en común; lejos
del subsidio sin destino, la deformación del mercado interno por la mala praxis
comercial de las corporaciones, y la explotación abusiva de nuestros recursos
humanos y naturales.
El mundo del trabajo y la producción vibra al unísono
en un mensaje mayoritario, sencillo y potente, que no se puede desoír, so pena
de frustrar el objetivo imprescindible de la unión nacional. Vía inaccesible
para la tecnocracia autoritaria, que simula buenos modales en los estudios
televisivos, sin hacer nada concreto para tomar distancia de sus intereses
sectoriales y consensuar las pautas verdaderas de una salida de la crisis hacia
el crecimiento y el desarrollo sostenido.
La gran paritaria nacional de la concertación
económica y social
Disponerse a dialogar en busca de consenso, con
paciencia y constancia, presupone, no la actitud despreciativa de la
discriminación que profundiza la “grieta” o fractura de la sociedad, sino la
consideración mutua de los actores tripartitos para un debate serio de sus
propuestas bien fundamentadas. Es el modo de salir “por arriba” del laberinto
de inflación y recesión que destruye los puestos de ocupación y empleo,
especialmente en la matriz industrial y sus derivados fabriles.
El movimiento gremial tiene que estar a la altura de
este desafío en las complejidades de una nueva escena geopolítica regional y
mundial de grandes cambios e incertidumbre. Porque hasta los países centrales
se han decidido a acotar el poder de las transnacionales, para la protección de
sus mercados de trabajo y consumo. Ocasión para destacar al legado previsor de
Perón, que anticipó la evolución del sindicalismo corporativo al sindicalismo
comunitario, con la actualización de su paradigma de principios y
procedimientos. Este reto inexorable exige la capacitación intensiva de sus
nuevos cuadros y el recambio progresivo de los viejos dirigentes. Factores
necesarios para revalidar la fuerza de su concepción doctrinaria y de su
capacidad estratégica y táctica.
La comunidad nacional como sujeto histórico
La concepción justicialista, desde su gesta fundante,
tiene una opción preferencial por los trabajadores, dada la especial
función que cumplen sus organizaciones
en la base social de un país que ansia realizarse plenamente, sin recurrir a la
violencia emboscada de un foquismo estéril. Para nosotros no se vence con las
armas, sino con la inteligencia y la organización que provienen de una
convicción inexorable. Esta preferencia, no es sectorial ni excluyente, porque
respeta al conjunto del sujeto histórico que surge de la integración solidaria
de la comunidad nacional.
Por lo demás, el justicialismo considera que en la
justicia social no hay derechos sin deberes de cumplimento obligatorio, dentro
de un criterio de armonía y equidad. En consecuencia, ningún peronista debe
resignarse a soportar la evidencia de conductas insensibles, venales ni
desviaciones económicas. El mundo del
conocimiento y la información facilita la tarea indelegable de corregir estas
falencias, con una iniciativa orgánica y prudente que construya un consenso de
renovación. Porque la organización prevalece finalmente sobre sus adversarios
improvisados y necios, como lo demuestra
el modelo estructural de Perón, actualizable pero irreversible en el ciclo
largo de la historia.
JULIÁN
LICASTRO
Buenos Aires, Mayo de
2017.