lunes, 24 de marzo de 2014

LA IRRUPCIÓN DE LO NUEVO: PROYECTO INTEGRAL O INTENTOS FALLIDOS



LA IRRUPCIÓN DE LO NUEVO:
PROYECTO INTEGRAL O INTENTOS FALLIDOS


El arte de lo posible o transformar la realidad

La política como arte de lo posible, en especial cuando predomina un tono mediocre, suele gastar mucho tiempo en cálculos numéricos y alternativas de nombres, aún en situaciones que desafían la normalidad y exigen “el genio que es trabajo” de la verdadera conducción. Ésta implica un orden superior, donde lo cuantitativo no anula la apreciación cualitativa que combina los factores que irrumpen en el horizonte de lo viejo que se va, con el hecho de lo nuevo que viene.

El proceso de transformación que impone una transición plena, para serlo realmente, neutraliza la especulación oportunista con su dinámica de taller de forja. Un taller rústico y ruidoso que fabrica, en el momento preciso, los medios apropiados al recambio que abre perspectivas para todos. La oportunidad exacta es difícil de entrever, pero la tendencia puede mostrar su signo inexorable, cuando la prolongación monocorde de un ciclo agotado, satura la paciencia de aquellos contingentes del pueblo urgidos por graves problemas.

En esta instancia sensible aparece el talento organizativo natural de las bases en acción, que aprovecha el lugar abandonado por las estructuras inertes, sin alma política. Sus construcciones libres, llenando el espacio vacante con agilidad práctica, pueden acceder con rapidez a dimensiones impensadas de influencia sobre el amplio dispositivo convocado. Máxime ante la falta de competencia de los partidos que, con su comportamiento anodino, anulan la diversidad del pluralismo y quiebran sus tradiciones originarias sin establecer los nuevos códigos políticos.

Paralelamente, se verifica la creciente ausencia del Estado por la claudicación de los funcionarios sin voluntad de trabajo, a pesar de los “discursos oficiales”, cada vez más engañosos en su contraste con las falencias palpables en todos los aspectos de la realidad. Distancia que se agranda día a día, alejando la posibilidad de establecer un relativo equilibrio de la nueva relación de fuerzas, con márgenes suficientes de estabilidad y criterios de pacificación.

Las mesas de diálogo y propuestas

Por este motivo, la reflexión “racional” sobre una transición ordenada, que siempre es deseable a la incertidumbre del caos, puede ceder al encadenamiento de reclamos de una movilización espontánea ante la pasividad de los dirigentes de un régimen prebendario. Ellos tienen la tentación patente de pactar con la corrupción impune, aunque eso pudiera costar el descreimiento social en una salida esperanzadora. Tal frustración, como enseña la historia, malgastaría la fuerza espiritual y orgánica necesaria para evitar excesos y demoras, encarando con decisión el gran esfuerzo pendiente.

La disyuntiva debe ponerse en la “mesa de diálogo” de aquellos que no han perdido la costumbre de pensar desde el interés nacional, a fin de formular propuestas  públicas para encaminar los acontecimientos en términos, no de ejecución inmediata, pero si de preparación previsora. Esta actitud positiva, valga explicitarlo, es lo contrario a la supuesta conspiración que juega a desbordar la polaridad entre autoritarismo y rebeldía, como extremos funcionales a la fragmentación y pérdida de identidad de la comunidad argentina.

Es imperioso salir del reino de la improvisación permanente y las medidas cambiantes, para alcanzar niveles conductivos de índole más elevada, y dar testimonio de conducta ética compatible con la exhortación a realizar sacrificios especiales en períodos de crisis. La escena pública no está desvinculada de la vida cotidiana de sus “personajes” que proyectan visiblemente a esa esfera las virtudes, defectos y vicios de su personalidad. En tal sentido, la gente sabe que se es como se “vive” y no como se “dice”,  rechazando el dispendio, la desidia y el abuso.

Luego, el colapso de la instancias vaciadas de reglas institucionales, para ponerlas al servicio de intereses espúreos en los tres poderes de la república, dicta una lección actualizada a quien “quiera saber de que se trata”. Lección que es conveniente aplicar a aquellos liderazgos emergentes que corran el riesgo de ser negociables, por ser considerados socios potenciales de un antiguo sistema de fraude al patrimonio nacional.


Una solución de alcance estratégico

La solución estratégica del país será una obra compartida o no será, siempre que el prisma directriz se asiente en la convicción de que la conducción es un servicio que ejerce el poder a través del deber, y no del sectarismo, el capricho y la ambición desmedida. La conclusión es predicar con el ejemplo para instaurar un Estado de trabajo, equidistante de las falsas antinomias del neoliberalismo y el neomarxismo, igualmente derivadas de un pensamiento dependiente. Nuestro avance, a diferencia de las ideas copiadas y repetitivas, que hoy declaman los “populismos” de derecha e izquierda, se orienta por aspiraciones, metas y posibilidades más grandes y específicas.

No existe otra clave para acceder al porvenir que la unión sincera para la producción y el trabajo; ya que el relato del “progresismo” que no suscita organización territorial, ni educación social, ni desarrollo económico, apenas puede manipular cifras para disimular sus fracasos de gobierno. Por eso, cubramos ahora el espacio expuesto que atrae la tormenta, porque la acción aborrece el vacío, a la vez que descarta la agitación estéril sin objetivos trascendentes y factibles.

Es menester descubrir una relación directa de la política con las cuestiones primordiales que el pueblo intuye y siente con el peso de la muchedumbre, a la espera de planes y programas eficaces sin los artificios de la “ideología” y la “academia”. Buena ocupación para los cuadros político-sociales que sepan evaluar los defectos de las formas orgánicas viejas y facilitar su pasaje fluido a otros procedimientos: porque la complejidad de un futuro diferente exige una militancia diferente para actualizarse y no perecer.

Frente a la venalidad, el desgano y la cobardía, resulta imprescindible evidenciar austeridad, laboriosidad y coraje, no sólo como preceptos morales, sino como leyes intrínsecas a la nueva realidad que se perfila sobre la endeblez de toda pretensión individual o de círculo. De lo contrario, la movilización de parcialidades y sectas nunca podrá reordenarse y concentrarse para sumar las grandes fuerzas volcadas al cambio, con el menor costo en tiempo, penurias y contradicciones.


Visión y misión de conjunto

El espíritu político, con pensamiento  práctico, tiene que adecuar el fin de los medios técnicos, y no al revés, para canalizar la dinámica de los sucesos. Es decir, tratar que la velocidad inherente a constituir un “movimiento”, se enmarque en los valores permanentes que no acusan el desgaste de las coyunturas. Así se ensamblarán, con unidad de concepción, los medios técnicos y los métodos tácticos, logrando un accionar integrado como fuente de poder y vía de éxito.
Sin duda, disponemos del despliegue orgánico suficiente, que nadie ni nada ha podido emular, aunque es preciso potenciarlo en su energía evolutiva como entidad vital conducida responsablemente. Condición terminal del personalismo, el feudalismo y la infiltración que son los males propios de una fuerza de amplia base social y geográfica. Una tarea metódica que excede al voluntarismo, porque atiende a la erupción de una amalgama subterránea que se desplaza a gran presión bajo el paisaje chato de la incompetencia política.

Nos encontramos en la línea borrosa de encuentro entre un final y un comienzo, que corresponde recorrer con visión y misión de conjunto, desenvolviendo la organización que vence al tiempo, e impide la reiteración del “mesianismo”. Los líderes providenciales no surgen de los enjuagues electorales, sino de personalidades históricas que aparecen en siglos, por decirlo simplemente, para fundar toda una época. Ellos se reconocen en el tiempo, por una obra de magnitud monumental que se recrea en la doctrina y en la síntesis fructífera de varias generaciones.

La conducción superior exige las virtudes del trabajo y la humildad que, acompañando la reforma institucional gradual, logra en una larga trayectoria la propia despersonalización de su figura carismática, incluso por encima de las etiquetas burocráticas de “oficialismo y oposición”. Esta abnegación existencial, que no se entiende en lo inmediato, elimina el dogmatismo y convierte al “enemigo” en adversario circunstancial y amigo. Fenómeno incomprensible por parte de apresurados y retardatarios, aunque es el compendio mismo de la cultura política.


Para vencer al tiempo: construir lo permanente

Percibimos así los indicios de un proceso, de captación difícil, que en su profundidad social es anónimo. Ahora resta ver cuando emergerá con fuerza para mostrar su poder convocante y transformador, adecuando los medios a los fines propuestos mediante “el oficio de la prudencia”. Arte del estadista, según los clásicos, que no debe confundirse con la ambigüedad, la pasividad, ni la excesiva cautela. Este proceso convertido en proyecto, resolverá las dudas operativas que siempre se presentan, para imprimir su impulso a la evolución de la situación. Ello incluye resistir su mera instalación mediática, con proyección acotada a la figura individual, que resultaría la ruta directa al fracaso de los temas esenciales de una comunidad atenta y vigilante después de tantas frustraciones.

La opción correcta, fundada en la fuerza creadora del trabajo, y los equipos de cuadros, tiene el rumbo del desarrollo orgánico de raíz territorial, que no debe abandonarse nunca, so pena de extraviar una estrategia inicial acertada. Persistir en esta línea, que articula con coherencia una serie poderosa de comunidades locales de democracia cercana, no partidocrática, promoverá las referencias “ejemplares” que la base necesita para crear una disciplina voluntaria y realizar un esfuerzo compartido y un seguimiento constante.

Frente a las malas señales de la decadencia dirigente por corrupción, negación de la realidad, farandulización de la política y banalización de los debates para eludir las definiciones importantes, se alza una toma de conciencia y una sensación de hastío precursoras de reacciones populares. Por consiguiente, lo “nuevo” que especule con el método remanido de la distracción y el doble discurso, será rápidamente viejo y tendrá una vigencia efímera; que corregirán aquellos de la etapa siguiente que, sabiendo que ya no hay margen para improvisar y mentir, reafirmarán su vocación de construir con seriedad y solvencia.

Procurar que la democracia realizada sea efectiva, nos obliga a superar lo superficial y transitorio, asumiendo el enorme reto de reconstruir la comunidad y reformar el Estado. La urgencia de este trabajo se evidencia en el auge de la violencia delictiva que puede escalar a la violencia política por el descontrol que alienta la rutina, el escepticismo y la descomposición de lo social. El intercambio de opiniones políticas es útil, si éstas son sustanciales y ofrecen alternativas, pero se degrada si representan simulacros que esconden la reiteración de lo mismo y la incapacidad de liderar la nación. Ella nos interpela con un “¿qué hacer?, a responder claramente de manera personal, grupal y colectiva. [24.3.14]
 
julianlicastro@yahoo.com.ar

julianlicastro@hotmail.com





domingo, 9 de marzo de 2014

UNA DEMOCRACIA DE TRABAJO O LAS CRISIS DE LA DECADENCIA POLITICA



Apuntes para la formulación de un documento de cuadros

UNA DEMOCRACIA DE TRABAJO
O LAS CRISIS DE LA DECADENCIA POLITICA

                                                                              
Voluntad de trabajo y celebración del futuro

El trabajo es la energía  transformadora en la marcha de la humanidad, que ahora irrumpe en otra dimensión histórica, constituyendo el nuevo paradigma de la evolución de los pueblos protagonistas. Una nueva edad definida, física y metafísicamente, por la acumulación de innovaciones orgánicas y técnicas que aceleran el ritmo del mundo contemporáneo. En tal sentido, la revalorización cultural del trabajo como eje civilizatorio innegable, implica superar el campo de fuerzas que lo utiliza como factor meramente económico ligado a la explotación, la sumisión y la pobreza; sin ver la perspectiva de futuro que aquilata su capacidad de dignificación, equidad y creatividad, para alcanzar una democracia plena.

Así lo anticiparon lúcidamente aquellos pensadores y líderes que advirtieron el significado de los trabajadores organizados como “movimiento nacional”, más allá de su reducción ideológica a un esquema clasista, inhibidor de su vitalidad irradiante sobre el conjunto de la comunidad, o de su sujeción al manejo arbitrario de matrices partidarias  derivadas de un orden político decadente. Por tal motivo, no basta tampoco con enunciar la prevalencia del trabajo como un “principio universal” apto solamente para la declaración  retórica, sino aplicar  sus contenidos en la realidad efectiva de cada latitud, a fin de edificar una nueva sociedad y un nuevo Estado.

Este determinismo evolutivo,  al margen del diferente tiempo de transición según la maduración de cada realidad, impone actualizar las formas orgánicas de la agremiación y sindicalización acotadas por las burguesías económicas e intelectuales. Paso fundamental para perfeccionar la participación y acceder  al poder, en el marco de una gran movilización de fuerzas generadoras de desarrollo, tras el logro de una democracia real e integral. En este aspecto, la realización plena del carácter del trabajo como factor político no es fortuita: exige una verdadera construcción social y un dominio paulatino de los medios técnicos y de planificación acaparados hoy por las corporaciones y la tecnocracia. Cuando en vez de  este camino laborioso pero seguro, se opta por la desidia y el uso clientelar de la indolencia (que es contraria a la genuina asistencia social) se quiebra la conciencia moral de la comunidad y el futuro se siente como amenaza.
El trabajo en la construcción territorial

La esperanza, por oposición a la violencia, germina en el proceso de la evolución por la educación y la capacitación, capaz de instaurar una sociedad del conocimiento y una cultura del trabajo. Vectores que expresan la “realización total” de la vitalidad del trabajo, porque poseen en sí la facultad exclusiva de articular, con cohesión creciente, todo tipo de actividades en una trama de relaciones y sistemas: desde el intercambio de las redes sociales solidarias, hasta la cooperación técnica y la asociación en consorcios productivos de emprendimientos locales.

Esta construcción social, donde conducir y conducirse es “crear trabajo”, debe fusionase con la construcción territorial en el contexto irremplazable del espacio de arraigo. Cuestión imprescindible para ensamblar una disposición espiritual y práctica dirigida a enfatizar el esfuerzo conjunto de la colectividad, sin sacrificar a ninguna de sus partes. Clima de producción y trabajo en un proyecto compartido que se entiende en el lenguaje de la persuasión, con contenidos comunes en el plano simbólico y ético, para vencer los flagelos combinados de la corrupción y la especulación que hacen del “populismo” lo opuesto a lo popular.

El relato engañoso y el discurso ideológico por un lado, y la promesa electoral sin convicción por otro, no pueden sustituir la tarea épica de un pueblo decidido a asumir el control de su propio destino, volcándose directamente a la participación activa. Ésta emerge de la toma de conciencia mayoritaria que signa los momentos cúlmines de la historia, condenando al olvido por efímeras las posiciones endebles de la falsa política. Por consiguiente, aunque es obvio que las vicisitudes de la transición no pueden adivinarse, es preciso no dejar de predicar las virtudes que apuntan al porvenir, al demostrar la voluntad de ser y la voluntad de saber de una comunidad  que quiere persistir como tal sobre una serie reiterada de crisis. Porque el trabajo es la única alternativa al ilusionismo y la improvisación que siempre terminan en el “estilo” del ajuste y la anarquía.


Identidad y realización nacional

Estas no son abstracciones teóricas, sino síntesis operativas fundadas en experiencias colectivas expresadas por grandes autores, y también vivencias personales, especialmente las sufridas bajo regímenes de injusticia, represión y necesidades insólitas en un país de inmensos recursos. Un país frustrado por la falta de conciencia nacional como concepto integrado de identidad y realización. Y donde, lamentablemente, la libertad no se concibe junto a la responsabilidad como dos caras de un mismo principio de convivencia. Tal el punto de partida en el diálogo que se reclama, para sustentar un impulso poderoso y sostenido de cambio.

Sin proyecto de nación se diluye la esfera pública con sus derechos y  deberes. Luego se consiente la privatización de lo público  en términos de negociado sobre el saqueo del Estado. Y se ejerce la “ejemplaridad al revés” que premia al oportunismo y la corrupción, y castiga la honestidad del ciudadano que trabaja y cumple. En consecuencia, se asiste con impotencia o indiferencia a la degradación de una sociedad que revierte los vínculos permanentes de un destino compartido, en un enredo de “relaciones de conveniencia” de corto plazo, sin credibilidad ni garantías.

De allí el desborde en la llamada puja distributiva, persiguiendo intereses sectoriales a cualquier costo para los demás, pues sin proyecto unívoco no hay concertación económico-social, que es la referencia equitativa de una gran paritaria nacional. Esto a su vez plantea las paritarias gremiales como una entidad falseada que se conforma con la apariencia. En paralelo, la división de las cúpulas sindicales, por apetencias  individuales de poder, no recibe el apoyo político de sus propias bases, desperdiciando costosas campañas electorales. Un cuadro de errores y limitaciones que trastoca rápidamente las reivindicaciones “radicales” en inocuas; y hace que la lucha por la verdad  efectiva se tilde de rebelde, complicando las soluciones más elementales, porque no se puede ordenar la economía en un país desordenado.


Los rasgos contradictorios de la transición: valores y antivalores

Es conveniente comprender la naturaleza contradictoria de la transición, con sus rasgos destructivos y constructivos, siendo lo más negativo el sufrir un interregno de destrucción de los valores de convivencia y su sustitución por los antivalores del destrato, el descreimiento y la inseguridad. Esta tendencia a la baja en todos los aspectos de la vida cotidiana, que impacta en la pérdida de empleo digno y educación calificada, añade la paradoja de un contexto “legal” irracional que, en nombre del “garantismo”, se inclina a favor de los victimarios de la corrupción y el crimen, y abandona a sus víctimas.

En esa instancia ingrata, nos queda descubrir los caminos  que llevan a la reconstrucción del  hombre y la comunidad, verificando el cambio de muchas categorías morales y sociológicas que se consideraban permanentes. Así se demuestra la limitación del individualismo extremo, nacido en el derecho de intimidad y privacidad del ciudadano que ayer se alzó contra la era del absolutismo. Ahora, este individualismo egocéntrico adopta un signo reaccionario al aislarse de la realidad con indiferencia social y escepticismo político, al precio de una actitud nihilista.

En simultáneo con la “disolución del individualismo” se opera la “desarticulación de la masa”, que es su contraparte en la vieja concepción liberal; es decir: individualismo y excepcionalidad para las minorías dominantes y masificación y manipulación para las mayorías dependientes. Nueva realidad que descarta la uniformidad automática de los viejos “movimientos de masa” en las revoluciones y las guerras, aunque la masificación todavía perdure en el esquema de la propaganda, la publicidad y el consumismo. Fenómeno evidente en los aparatos mediáticos de uno y otro signo, que perciben la miseria y sus secuelas trágicas como cifras anónimas de la estadística.

Queda señalado el rumbo hacia la salida: el individuo asocial debe transformarse en “persona” integrada a la participación organizada, sin mengua de su libertad de conciencia singular; y la masa debe transformarse en “pueblo” incorporada a las diferentes construcciones orgánicas (organizaciones libres), sin sectarismos ni exclusiones. La energía vital del trabajo es precisamente la encargada de transfigurar estos valores con vistas a adaptarnos a una evolución inexorable , pese a las resistencias que despierta toda transformación operativa de magnitud y toda reivindicación de un sistema de conducción y gobierno más equitativo y amplio.


La excelencia por la formación y la capacitación

Nos debatimos en un entreacto incierto de dramatismo histórico, lejos todavía de la escena definitiva que requiere la generación de nuevos actores y autores, para suplir la falta de compromiso y creatividad dirigente. Mientras tanto, obligados a subsistir en el desorden, es menester ir corrigiendo gradualmente los peores defectos, hasta estar en condiciones de ocuparnos de la gran política y la estrategia. Se impone entonces superar con constancia la aflicción por la futilidad presente y reafirmar nuestra intervención entusiasta en el advenimiento de un futuro distinto.

La gran misión es proponerse alcanzar la “excelencia”, vertebrando orgánicamente un  gran sistema de conducción,  caracterizado por la persuasión y la disciplina voluntaria. Respetando sin duda la diversidad de perspectivas y aportes, pero sabiendo que no hay ejercicio trascendente de la libertad civil sin participación concreta. La reducción de la categoría ciudadana al simple acto comicial, que es sinónimo de democracia en la forma y no en el fondo, agudiza el inexorable vaciamiento de los gobiernos por incapacidad, arrogancia y corrupción. En cambio, la democracia real, en sus fines y medios, requiere la cooperación, la crítica, las propuestas alternativas y el control institucional del poder. Categorías éstas pertenecientes al sentido fundamental que tiene la “excelencia” para asumir el proceso nacional en su conjunto como causa de identidad patriótica.

Los trabajadores, en la acepción más amplia de la palabra, expresan las fuerzas creativas y productivas que unidas desplazarán, por su presencia y peso, a las facciones especulativas que no conjugan sus intereses particulares con las aspiraciones generales de la comunidad. Para ello es esencial formar los elementos directrices en la implementación de equipos de cuadros organizativos y de dirección, como portadores de los principios y valores primordiales que decantarán en políticas públicas y criterios de concertación.

Encarnar los valores de la conducción responsable, exige modificar el esquematismo de los supuestos “modelos” ideológicos, y retomar las herramientas estratégicas de un verdadero plan de trabajo, con un gabinete de trabajo y un parlamento de trabajo. Es el modo de evitar la ambigüedad de la politiquería, el mercantilismo de las burocracias y la embriaguez de la corrupción descarada que anula el funcionamiento institucional. Las fuerzas políticas renovadas en vez de reiterarse en el deprimente “más de lo mismo”, o de aglomerarse sin identidad definida, pueden ayudar a establecer las condiciones básicas de una transición al porvenir.

Para ello, tendrán que formular los objetivos constitutivos y funcionales de las políticas de Estado necesarias, firmando un compromiso cierto de ejecución, cualquiera fuese el resultado electoral de las instancias pendientes. Proceso complejo pero imperioso, que precisa ser vigilado y apoyado por una modalidad distintiva de vertebración política y social. Tarea de aquellos que, con voluntad de trabajo, pueden demostrar la conjunción de mística política y solvencia técnica para la resolución eficaz de los problemas nacionales, removiendo drásticamente los obstáculos que impiden la realización del país.