22/2015
LA CULTURA POLÍTICA DEL MÉRITO
La cultura política
del mérito es la otra cara de la misma moneda donde se inscribe la cultura
social del trabajo; porque ningún esfuerzo del pueblo valdría lo suficiente en
la eventualidad de un sistema de apropiación del poder para tener, no para
hacer. Esta es la motivación negativa que baja la calidad de los funcionarios y
administra sin esmero los valiosos recursos públicos.
Hablamos de algo
más severo que la corrupción, aún sumada a la impunidad, porque deja una
secuela arraigada de desvalores que se realimenta cuando existe tolerancia de
la sociedad, sea por hábito, temor, conveniencia o pérdida de ideales. Así, los
defectos de los gobiernos de turno y las fallas en la conducta ciudadana, van
convergiendo en un comportamiento cotidiano, “banalizando el mal” como un acto
trivial que no advierte sus graves consecuencias.
Reflexionamos con
crudeza para acicatear una disposición distinta a ciertas posturas decadentes
que impactan de algún modo en todas las instituciones y organizaciones del
país, lo cual hace inútil concentrar las críticas en el “nosotros o ellos”. Con
el mismo criterio, señalamos que la patología de la conducción tiene como
equivoco principal el absolutismo del liderazgo, que confunde respeto con
sumisión, adhesión con obsecuencia y diferencia con conspiración.
El arte de liderar
rechaza la argucia negadora de la realidad que no habla de lo que no le
conviene y por tanto no reconoce errores; cuando la clave es aprender de la
práctica y adaptarse a los contrastes e imprevistos. Único modo de mantener la
dinámica de una iniciativa abarcadora, no sectaria, revisando la congruencia de
los procedimientos estratégicos y orgánicos, tarea más elocuente que un mero
cambio de discurso.
El empleo del
arte-ciencia de la estrategia constituye una metodología aplicable a la
conducción, por lo cual debe dominarse, más allá de la formación profesional
previa en cualquier carrera. Por eso la inspiración netamente política de los
protagonistas a cargo de fuerzas en presencia, vale más que toda ingeniería
electoral y asesoría publicitaria.
No hay conductor
sin cuota de personalismo, como expresión de confianza propia a irradiar al
conjunto. Pero esta dosis proporcional de autoestima no justifica el
autoritarismo, ni la obsesión por un reconocimiento público total, nunca
accesible en el ejercicio del poder, que presupone voluntades independientes y
contrapuestas. No comprenderlo así, puede ceder espacio a la adulación, que
impide el aporte de apreciaciones y alternativas que siempre se necesitan en un
equipo de trabajo.
La evolución
política, dentro de un proceso complejo y no en un hecho instantáneo, supera los vínculos primarios de parentesco y
“amistad”, por las relaciones institucionales de idoneidad fundadas en una real
preparación y selección. Esto nunca se cumple rígidamente, en particular en los
cargos de confianza; pero implica respetar la regla de oro de una evaluación
objetiva de la gestión pública, con una vigilancia imparcial.
El triunfo sobre la tentación de la
arbitrariedad, y la designación discrecional de funcionarios sin considerar su
educación y experiencia, se anula con la práctica del nepotismo y el amiguismo.
Porque este retroceso organizativo no sólo afecta el equilibrio de la
comunidad, que debe centrarse en la justicia, sino desalienta la disciplina
voluntaria del esfuerzo y el estudio, para la promoción futura de una nueva
generación de dirigentes. [11.8.15]
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