miércoles, 12 de agosto de 2015

LA CULTURA POLÍTICA DEL MÉRITO



22/2015
                                  LA CULTURA POLÍTICA DEL MÉRITO          
                                                                                                                                                    

La cultura política del mérito es la otra cara de la misma moneda donde se inscribe la cultura social del trabajo; porque ningún esfuerzo del pueblo valdría lo suficiente en la eventualidad de un sistema de apropiación del poder para tener, no para hacer. Esta es la motivación negativa que baja la calidad de los funcionarios y administra sin esmero los valiosos recursos públicos.
Hablamos de algo más severo que la corrupción, aún sumada a la impunidad, porque deja una secuela arraigada de desvalores que se realimenta cuando existe tolerancia de la sociedad, sea por hábito, temor, conveniencia o pérdida de ideales. Así, los defectos de los gobiernos de turno y las fallas en la conducta ciudadana, van convergiendo en un comportamiento cotidiano, “banalizando el mal” como un acto trivial que no advierte sus graves consecuencias.
Reflexionamos con crudeza para acicatear una disposición distinta a ciertas posturas decadentes que impactan de algún modo en todas las instituciones y organizaciones del país, lo cual hace inútil concentrar las críticas en el “nosotros o ellos”. Con el mismo criterio, señalamos que la patología de la conducción tiene como equivoco principal el absolutismo del liderazgo, que confunde respeto con sumisión, adhesión con obsecuencia y diferencia con conspiración.
El arte de liderar rechaza la argucia negadora de la realidad que no habla de lo que no le conviene y por tanto no reconoce errores; cuando la clave es aprender de la práctica y adaptarse a los contrastes e imprevistos. Único modo de mantener la dinámica de una iniciativa abarcadora, no sectaria, revisando la congruencia de los procedimientos estratégicos y orgánicos, tarea más elocuente que un mero cambio de discurso.

El empleo del arte-ciencia de la estrategia constituye una metodología aplicable a la conducción, por lo cual debe dominarse, más allá de la formación profesional previa en cualquier carrera. Por eso la inspiración netamente política de los protagonistas a cargo de fuerzas en presencia, vale más que toda ingeniería electoral y asesoría publicitaria. 
No hay conductor sin cuota de personalismo, como expresión de confianza propia a irradiar al conjunto. Pero esta dosis proporcional de autoestima no justifica el autoritarismo, ni la obsesión por un reconocimiento público total, nunca accesible en el ejercicio del poder, que presupone voluntades independientes y contrapuestas. No comprenderlo así, puede ceder espacio a la adulación, que impide el aporte de apreciaciones y alternativas que siempre se necesitan en un equipo de trabajo.
La evolución política, dentro de un proceso complejo y no en un hecho instantáneo,  supera los vínculos primarios de parentesco y “amistad”, por las relaciones institucionales de idoneidad fundadas en una real preparación y selección. Esto nunca se cumple rígidamente, en particular en los cargos de confianza; pero implica respetar la regla de oro de una evaluación objetiva de la gestión pública, con una vigilancia imparcial.
El triunfo sobre la tentación de la arbitrariedad, y la designación discrecional de funcionarios sin considerar su educación y experiencia, se anula con la práctica del nepotismo y el amiguismo. Porque este retroceso organizativo no sólo afecta el equilibrio de la comunidad, que debe centrarse en la justicia, sino desalienta la disciplina voluntaria del esfuerzo y el estudio, para la promoción futura de una nueva generación de dirigentes.  [11.8.15]

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