martes, 3 de noviembre de 2009

Construir una voluntad de sentido y convivencia.

Equilibrar realismo e idealismo

Reflexionar sobre política y estrategia, desde la perspectiva de una necesaria actualización del Proyecto Nacional, presupone arrostrar la incomprensión y aún las críticas de quienes creen que alentar un pensamiento con contenidos teóricos y técnicos, va en contra de apreciar y responder efectivamente a la realidad actual. Una realidad, sin duda, plena de incertidumbres, urgencias y confrontaciones, con o sin causas de fondo. Todo lo contrario: considerar aquí este proyecto es un aporte válido -aunque modesto- para salir de las frustraciones que se manifiestan, a veces con excesiva dureza, sumando entonces a una corriente de voluntad de sentido nacional y convivencia.

Dicho de otra manera: mientras atendemos a lo urgente, en términos de necesidad, no dejamos de discernir lo importante, en términos de un futuro diferente, más acorde a las extraordinarias posibilidades de nuestro gran país. Nos repartimos, pues, entre el realismo y el idealismo, entre lo táctico y lo estratégico; trabajando en lo concreto sin dejar de soñar, despiertos, el sueño de los padres fundadores de la patria.

Es un modo de cumplir un axioma clave de la filosofía de la acción, tan simple como eficiente: “cuando no se puede hacer lo que se debe, se debe hacer lo que se puede”. En este aspecto, si el foco de la idea estratégica -que es aquella que constituye la esencia del proyecto- dejase de iluminar definitivamente nuestro camino, empezaría a morir la propia nacionalidad. Esto ha ocurrido muchas veces en la historia, como resultado de angustiosas crisis de identidad nacional, producto de divisiones, enfrentamientos, o sencillamente de períodos de anomia y desagregación. Crisis que, al agravarse, hacen que algunos países desaparezcan, o sus partes se fragmenten para integrar otras unidades territoriales y políticas.

Decimos esto para patentizar las alternativas reales que presenta la complicación indefinida de la situación de una comunidad, que puede involucionar hasta el punto crítico en que requiera ciertas formas de arbitraje externo [Honduras], o aún operaciones de paz [Haití]. También en nuestra propia historia, sabemos cuantas veces se recurrió a instancias extranjeras para el apoyo de facciones en cuestiones de lucha interna [la corona británica, el imperio del Brasil], y la costosa balcanización consiguiente de la dimensión geopolítica del Virreinato del Río de la Plata [Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay].

Aquella vieja y mala consigna liberal, que decía que “el problema de la Argentina es la extensión”, nunca estuvo tan desmentida como ahora, en que la nueva realidad internacional se basamenta en una ecuación de grandes países continentales [Estados Unidos, China, Rusia, India, Brasil] y bloques regionales [Unión Europea, Unasur]. Referencias breves pero suficientes para destacar la importancia fundamental de la integridad territorial, que es donde el mapa mundial registra con la verdad de la realidad, cuál es y cómo se expresa la voluntad de unión, pertenencia y convivencia de cada pueblo sobre la faz de la tierra.


El pensar estratégico debe preservar la integridad nacional

Vemos así como algunos conceptos que parecen abstractos, configuran situaciones muy concretas que afectan, incluso, la identidad cultural primaria y las vicisitudes de la vida cotidiana. Son, precisamente, los obstáculos y problemas que el pensar estratégico debe prevenir, o tratar de solucionar, no sólo con la acción de gobierno y las instancias del Estado, sino con la franca intervención de la oposición y la participación de la sociedad civil en su conjunto. Son los factores estimulantes del poder nacional que, por dicha razón, deben manifestarse en el proyecto, descartando por igual el autoritarismo, la indiferencia y la oposición indiscriminada.

Un compromiso básico entre las organizaciones políticas y sociales, y principalmente entre los distintos matices de las fuerzas populares, tiene que constituirse en el motor impulsor de una renovación democrática, proclive al diálogo y a la propuesta seria, cuando se trata de encarar una problemática que nos afecta a todos, en nuestra condición de ciudadanos argentinos. Hecho que es, sin duda, independiente de nuestras opciones, tradiciones y adhesiones partidarias.
Las diferencias políticas son naturales y propias del orden democrático; orden que distingue la libertad responsable de la anarquía sin destino; porque el dinamismo democrático, sin ocultamiento ni doble discurso, hace posible tanto el disenso como el consenso. Máxime cuando la madurez del pueblo, y la prudencia de los dirigentes, es tal que saben distinguir entre una y otra alternativa: el consenso para lo general y el disenso para lo particular, preservando siempre el eje central del bien común.

Agreguemos que el consenso, como fruto directo del diálogo y el debate de altura y respetuoso entre posiciones diferentes, ha reinado más de una vez en nuestra trayectoria institucional. Esta actitud trascendente ha determinado momentos verdaderamente históricos, que es preciso vincular entre sí para profundizar sus contenidos patrióticos; a la par que emular en el presente para reencontrarnos con lo mejor de la argentinidad.

Sí, por el contrario, no hay disposición para escuchar al otro, o una parte se abroga la condición excluyente del todo, ocurre la desaparición del espacio de encuentro e intercambio de fundamentos y propuestas. Por ello, negar la existencia de problemas reales, no sólo es arrogancia, sino imponer la misma negación a las personas afectadas por dichos problemas, paso previo a la violencia de la represión o a las distintas manifestaciones de una intolerancia inconcebible.


Asumir los compromisos de la sociedad de pertenencia

Esta secuencia de malos hábitos públicos que siempre terminan por dañar el desenvolvimiento legal y constitucional, exige comprender y superar ciertos mecanismos regresivos de nuestra conducta individual, grupal y colectiva, para eliminar o disminuir el periódico retorno de los antagonismos políticos irreductibles. Estos se originan en una subjetividad excesiva, que desprecia la interacción necesaria entre los miembros de la comunidad; factor de obligada convivencia, que llama a la solución pacífica de los conflictos, generados éstos por intereses particulares o sectoriales distintos y beligerantes

Conviene recordar que, en la naturaleza humana, individuo y comunidad no se contraponen sino se complementan, ya que se integran para poder existir. El ser individual nace del ser colectivo de la comunidad y hacia ella, directa o indirectamente, vuelca todas sus acciones y esfuerzos para alcanzar sentido. A la vez, la comunidad se constituye en una entidad organizada por el entramado vital de los lazos personales, familiares y vecinales que determina su base productiva y reproductiva.

El juicio de realidad y el sentido común resultan, precisamente, de combinar en su adecuada proporción el mundo interior de cada persona -en el marco del derecho a la identidad, la libertad individual y la privacidad con el mundo exterior de la comunidad- en el marco de la pertenencia cultural y de las reglas de comportamiento que exige toda organización plural. La ciudadanía alcanza así su pleno significado, cuando cada uno de sus miembros asume e internaliza los compromisos que exige vivir en sociedad.

Este equilibrio espiritual y material entre persona y comunidad, se rompe por obra de los extremos igualmente perniciosos del egocentrismo y la masificación. El primero, porque desconoce o rechaza las normas que instituyen los principios de la conciencia moral de la comunidad organizada; y la segunda, porque confunde la convivencia voluntaria con una estructuración rígida y uniformante, negadora de la multiplicidad de personalidades que la componen con sus propios sentimientos, pensamientos y acciones.


La prédica del Proyecto Nacional es irremediable

Por los motivos enunciados, la escena política de un país se verifica en función de los distintos grados de evolución de las relaciones humanas, surgidos entre la adhesión y la agresión. Madurar como sociedad implica, por consiguiente, descartar la exigencia de obediencia incondicional, que impone la sumisión de los iguales, y evitar la lucha irracional que dictamina la muerte política y aún física de quien se considera “enemigo”. En estas nociones equívocas del carácter propio de las contiendas partidistas, subyace el fantasma de la lucha civil, en contra del arte civilizatorio de la persuasión, el acuerdo y la concertación que corresponde al espíritu republicano.

Estas últimas categorías deben pasar a ser las primeras en nuestras preocupaciones cívicas, que es menester encaminar por la educación, la contención y la demarcación de límites legítimos a la confrontación política. Una empresa dirigida a moderar y modular las exigencias y consignas de cada sector involucrado, para canalizar correctamente las energías profundas de la sociedad en orden a un futuro mejor, de prosperidad compartida.

Es la mediación, justamente, que puede ejercer en nuestro ánimo el plexo de principios, criterios y grandes objetivos de un Proyecto Nacional en debate. Él se construye inicialmente sobre un piso preexistente de diferencias, desavenencias y contradicciones, pero -al reconocer el valor y la participación del otro necesario en la conformación de la comunidad- puede avanzar en el rumbo decidido de un destino común.

1 comentario:

  1. entiendo que independientemente de las presiones o condicionamientos externos e internos, estamos inmiscuidos en un circulo vicioso, "cultural" o sea, encuanto al amplio espectro que abarca el termino, valores, etica, respeto, modales, cuidado personal etcetc.... y que de alguna manera, se debe salir. De no ser asi, dificilmente podramos discernir sobre lo que se debe hacer y dentro de lo que si se puede, orientar la accion hacia lo que se puede y es positivo.
    En un ejercicio mental, deberiamos abstraernos del "colchon" que nos brinda nuestra bienvenida pampa humeda fuente inagotrable de alimentos.. y de nuestra aun vigente riqueza minera, y pensar, que deberiamos hacer y qeu podriamos hacer, ante la falta de esos recursos fundamentales. Seguramente surgirian diferentes ideas para poder sostener a la nacion, para poder brindar bienestar y alimentos, dar proteccion y salud. Es que ese "colchon" combinado con la deformada formacion del individuo, genera esa actutud especulativa que se ha hecho un habito encarnado o sea, un vicio. Y es lo que no nos deja romper ese circulo vicioso, no nos permite despegar teniendo abundancia de recursos.
    Quizas se debiera pensar en una reforma politica de fondo, como para establecer una base legal cumplible que desde alli, surjan las actitudes y acciones que quienes se encuentren circunstancialmente en el poder, puedan generar algo serio y con proyeccion. Y de a aprtir de alli, se logre alinear a la sociedad hacia lo que es humanamente deseable, respecto al ser humano en si y a su actutud como ser social y gregario. Nada en este sentido hay que inventar, la base esta en la filosofia y surge de por si en lo natural.
    Simplemente se debe conducir al estado para que socialmente la sociedad camine en el sentido que se debe o en el que positivsamente se puede.
    Solo se debe romper ese circulo vicioso o transformarlo en virtuoso, tendriamos que ponernos en marcha en la busqueda legitima de esa herramienta... J.E.P

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