jueves, 16 de diciembre de 2010

Los nuevos desafío del sindicalismo argentino y el rol de la juventud.

Compañeras y compañeros delegados:

Es para mí un honor cerrar las exposiciones que han realizado prestigiosos especialistas del conocimiento político, económico y social argentino. Es también la oportunidad, después de una misión diplomática y militar en el exterior, de retomar el contacto con un gremio estratégico como la Unión Obrera Metalúrgica. Y en especial, con su reserva de cuadros, constituida por el cuerpo de 700 jóvenes delegados de todo el país, convocados a este importante Congreso Nacional.

Nuestra reunión, no por casualidad, coincide con un momento histórico, porque –habiendo salido de lo peor de la crisis provocada por el neoliberalismo- se plantean los nuevos desafíos que debe encarar el Movimiento Obrero Organizado. A este horizonte inmediato pienso dedicar mi ponencia, con el único título, digamos así, que otorga una larga militancia que ahora desea expresarse didácticamente como un aporte a la capacitación de la juventud, porque contribuir a formar las nuevas generaciones es comunicarse con el futuro.

Si hemos establecido todo un sistema de conducción, y no sólo una suma de liderazgos dispersos, necesitamos acoplar paralelamente un verdadero sistema de capacitación, y no sólo un plan eventual de conferencias. Así podremos transmitir las buenas ideas que viven siempre y, enlazando el pasado y el presente de nuestra epopeya como movimiento nacional, preservar la cantidad que hace la fuerza de la unidad, y marchar hacia la calidad que es el desarrollo necesario de nuestra cultura política.

Debatir un proyecto estratégico de destino nacional

El general Perón, en el inicio de su trayectoria política, y en el origen de su doctrina, identifica a los trabajadores como el gran sector del país que más se consubstancia con la realización de la comunidad organizada. Este carácter protagónico en el trabajo y la lucha contra los abusos e injusticias de la entrega y la opresión, le impone exigencias épicas, de heroísmo patriótico civil, para contener y encolumnar a todo el pueblo. Por esta razón, afirma que renunciar a la política, como herramienta de transformación social, es renunciar a la vida y suicidar a las organizaciones gremiales construidas con tanto esfuerzo.

Consecuentes con estas definiciones preliminares, tenemos que iniciar estas reflexiones con la propuesta de debatir un camino estratégico de destino compartido, lo que Perón llama “el modelo argentino del proyecto nacional”. Para ello, es menester hacer una síntesis simple y operativa de una realidad compleja; porque con esas grandes ideas hay que motivar la movilización conjunta de la comunidad; y luego pasar a la planificación en detalle, técnicamente sustentable, de las propuestas generales.

Siempre la política, entendida como conducción tiene que estar al mando de la técnica y al servicio de lo social; ya que la “tecnocracia” impone lo contrario para satisfacer a los grupos económicos concentrados. Se trata, entonces, de evolucionar de los intereses sectoriales a la lucha por el bien común; y este cambio de mentalidad exige la visión estratégica y la abnegación ética de los militantes nacionales del campo laboral.

Profundizar el modelo productivo y de inclusión social y cultural

Para avizorar entre todos la probabilidad de un destino de prosperidad y armonía, es imprescindible continuar, transparentar y profundizar el actual modelo productivo y de inclusión social y cultural. Porque es obvio que sin producción y sin trabajo no existen las condiciones elementales para consolidar nuestra actitud de pertenencia nacional y disponernos sinceramente a imaginar un futuro común de felicidad y grandeza.

La alternativa negada a la producción es la especulación, y el retorno extemporáneo a los fracasados planes neoliberales que, obedientes a las corporaciones, terminaron en el ajuste social, la destrucción del estado y la fragmentación de la comunidad. Su conclusión fue el rechazo popular a los políticos cómplices o impotentes respecto del poder económico, y la consiguiente crisis de representación y de representatividad, expresada en la consigna del momento: “que se vayan todos”.

Consensuar un núcleo de coincidencias políticas

Acompañando la profundización del modelo productivo, no especulativo, que es irrenunciable, es preciso ir definiendo un núcleo de coincidencias básicas, que faciliten la marcha general de la república, la gobernabilidad del país y la coordinación institucional de las fuerzas políticas. Esta tarea paciente y tenaz, que implica institucionalizar el diálogo político, hace que los diferentes partidos, manteniendo su identidad, no se agoten en disputas destructivas, ni se alejen del contacto directo con la base popular que los sostiene.

Necesitamos, aún, puntos mínimos de conciliación de opuestos, para desterrar, junto con toda corporatividad partidocrática, la opción de la violencia en las palabras, los gestos y los hechos. Esta posibilidad de alcanzar acuerdos inel udi bles, obviamente, se dirige más al funcionamiento parlamentario y la producción legislativa, que a las “alianzas” para integrar fórmulas del poder ejecutivo, puesto que la experiencia de unos y otros las ha sancionado como vulnerables por su potencial deslealtad.

Implementar la concertación social

El proyecto estratégico comprende, finalmente, la realización de un gran acuerdo tripartito (Estado- Empresa- Sindicato) para evitar toda espiral inflacionaria que impacte negativamente en nuestra economía, tal cual lo reclama con urgencia la Presidenta de la Nación. Logrado este primer acuerdo primario, con seriedad y madurez, es posible trascender el nivel del debate hacia el área vital de las políticas activas sobre de empleo, capacitación, innovación tecnológica, fomento de exportaciones y la planificación indicativa consiguiente en el corto, mediano y largo plazo.

Es la forma de institucionalizar el diálogo social, sentando en la mesa de negociación a los actores organizados de todo el despliegue de actividades del país. Si concertar siempre fue importante, y el peronismo lo ensayó varias veces, ahora es fundamental por la dinámica competitiva del mundo de la producción global, sumada a la complejidad de la actual “sociedad del conocimiento”.

Hacia la democracia participativa con el concurso de los trabajadores

El pasaje sindical de factor de presión a factor de poder, impone trascender la etapa gremial y asistencial, para, sin abandonarla, alcanzar también las metas insoslayables de la presente etapa política y cultural. Significa una actualización de estructuras y funciones, y el desempeño de buenos equipos de asesoramiento y acción, a fin de disponer en tiempo y forma de los planes y programas estratégicos, y de los suficientes cuadros superiores, de enlace y de ejecución, para liderar naturalmente la marcha hacia “una democracia participativa plena de justicia social” según la célebre definición de Perón (1974).

Este esfuerzo comienza hoy, sin duda, en la superación de las formas remanentes de superexplotación que se impusieron en la década del 90: privatización irracional de servicios públicos; precarización y tercerización del empleo; trabajo en negro; falta de aportes patronales y previsionales; negación del acceso a la agremiación y las obras sociales. Situación compleja que hay que resolver de inmediato, para evitar que los trabajadores marginados sean condenados a la desesperación y su ulterior utilización por grupos antidemocráticos.

Recordemos que, sin la formulación y cumplimiento de estos grandes objetivos no existe el arte de la conducción político-sindical propiamente dicha, sino apenas una mera “administración gremial” sin pena ni gloria; que se expone así a un retraso y desgaste inexorables. En cuanto a lo cultural, exige las tareas de educación, formación y capacitación que hay que intensificar para evitar la “masificación” de la gente e impulsar su elevación a la categoría superior de pueblo, participando activamente en sus múltiples organizaciones libres. Esto nos exige construir lo permanente, a partir de principios y valores perdurables y su constante transmisión, prédica y arraigo.

Acceder con libertad de expresión a la comunicación comunitaria

Tenemos, que participar creativamente de la “lucha de ideas”, sabiendo defender lo nuestro con pautas singulares sobre identidad cultural e integración nacional y regional; y proyectar el sentir de los trabajadores argentinos en las experiencias continentalistas vigentes (Mercosur- Unasur). Todo lo cual nos lleva a la necesidad de marcar una presencia clara y sólida en el campo de la libertad de expresión, según la nueva ley que restringe la arbitrariedad de los monopolios mediáticos y facilita el funcionamiento de la comunicación comunitaria.

Para verificar este tipo tan necesario de comunicación interactiva, abarcando todos los actores sociales, es preciso librarse de las etiquetas de pasado. Las nuevas características de la sociedad del conocimiento, y su acceso, vía las redes info rmatizadas, a una realidad cambiante y compleja, ha acabado con la vieja división entre trabajadores manuales e intelectuales. Por eso el protagonismo del mundo del trabajo debe reflejar, sin discriminaciones “culturosas”, el frente único y homogéneo de quienes labramos por igual la riqueza del país y su personalidad soberana.

Como contribución a la comprensión mutua de todos los ámbitos del país, la comunicación comunitaria, que corresponda proporcionalmente al sector sindical, tiene que esclarecer las causas y motivos de los conflictos laborales, demostrando sus razones. Esto impedirá la ag udi zación virtual que alienta, con fines desestabilizantes, la manipulación mediática, de las corporaciones globalizadas, sobre el nivel real de conflictividad social.

De igual modo, y con el propósito de consolidar y defender la democracia, es imprescindible colaborar en el reordenamiento progresivo del espacio común, que pertenece y ampara por igual a todos los ciudadanos. En este sentido, hay que ir reencausando las legítimas manifestaciones públicas políticas y sociales, evitando los extremos de la “j udi cialización de la protesta” y el “caos por el caos mismo”, porque ambos juegan a interferir la convivencia y desestabilizar el orden institucional.

Estado de Derecho y Estado de Justicia

Vivimos en realidad un Estado de Derecho, que parte de la existencia de conflictos sociales, y se propone resolverlos con los mecanismos legales y j udi ciales correspondientes. Sin embargo, en la doctrina nacional que postulamos, se aspira a conformar un Estado de Justicia, donde la conflictividad social disminuya al máximo posible por la vigencia del proyecto nacional, de la concertación social, y el diálogo organizado alrededor de una verdadera libertad de expresión y comunicación.

En el plano político, esto se expresa en el “régimen de partidos”, que representa a cada corriente en el orden institucional y legal de las contiendas electorales y discusiones parlamentarias. Al mismo tiempo, este plano trasciende a una base social menos fragmentada y más dinámica, que desea el bien común en sus distintas manifestaciones. Para esta base amplia, de raíz nacional y popular, el justicialismo propugna su idea de “movimiento”, con equidad participativa, organizativa y distributiva en el panorama nacional.

En esta concepción integradora (Partido y Movimiento), que excluye toda opción totalitaria de “partido único” y quiebre del sistema democrático, no vale discutir la primacía excluyente de ninguno de los dos términos. Así constituimos un compacto partido- movimiento, que dispone tanto de sus legítimos representantes en la vida político-institucional, como de su propio poder de convocatoria y movilización social para luchar por la unión, solidaridad y justicia. Por lo demás, allí está la doctrina, y sus prescripciones sabias y prudentes, para garantizar la unidad de pensamiento y de acción en el nivel estratégico adecuado.

CGT única y ejercicio de la democracia sindical

La existencia de una única central sindical a nivel nacional - la Confederación General del Trabajo de la República Argentina-, es un caso de unidad gremial sin parecido ni paralelo alguno. Cómo se percibe lamentablemente en el continente y en el mundo, la fuerza de los trabajadores se divide y dispersa en diversas corrientes ideológicas: socialdemócratas, democristianas, marxistas, “independientes”, etc; y como es sabido: la división entraña siempre un factor directo de debilidad.

Por consiguiente, convencidos del valor irrefutable de la unión como sinónimo de fortaleza, nuestros trabajadores han mantenido a la CGT por encima de las diferencias, principio que suele enriquecer así el debate y la participación de sus integrantes; y han pasado la prueba del tiempo a pesar de los ciclos abruptos de proscripciones y gobiernos militares y civiles. Sin embargo, cada tanto vuelve a la carga el intento de crear otras centrales en nombre de una supuesta libertad gremial.

No es ocioso, entonces, recordar cual es la clave para asegurar la solidez de nuestro modelo confederal, por el ejercicio pleno de la democracia en la base de la organización sindical. Ésta se nutre de la existencia y libre funcionamiento de las agrupaciones político-sindicales, y la actividad de sus respectivos cuadros orgánicos. Si esta vida interna, que es vital para la actualización permanente de sus objetivos, se obstruye por la vía negativa del autoritarismo o la violencia, se debilita el movimiento en sí y toda la imagen del sindicalismo corre el riesgo del desprestigio y del aislamiento.

Por lo tanto, nada es más importante que garantizar la libertad sindical en forma principista, orgánica y estatutaria; lo cual redundará en comportamientos y conductas responsables, capaces de hacer su propio aporte al conjunto, pero sin divisionismo. Porque sólo la unidad en la organización vence al tiempo; y el poder social, en ninguna de sus manifestaciones, puede privatizarse o especularse impunemente.

Por extensión de estos nuevos desafíos, las conducciones sindicales con carácter de gran movimiento nacional, orientarán de hecho las reivindicaciones sociales espontáneas o semi-orgánicas, superando, con habilidad y persuasión, los resabios de una especie de “anarco-sindicalismo” que actúa contra el Estado en forma absoluta. Por este camino errado, hace el juego al poder dominante de las corporaciones, encarnado una suerte de “gorilismo de izquierda” y distrayendo el esfuerzo estratégico principal del campo social.

El regreso de la juventud a la militancia

Después de dos décadas de ausencia manifiesta de la juventud de la escena política, la cual se reflejó en el envejecimiento relativo de las dirigencias partidarias, con fuerza en una nueva toma de conciencia nacional y social. Ella contiene en sí misma una promesa de actualización del debate profundo de los grandes temas pendientes, para sustentar una posición estratégica del país y la región, rescatando la retórica política de una actitud excesivamente localista, cerrada y mediocre.

Posiblemente, la causa de este renacer militante tenga elementos de espontaneidad ante el cansancio existencial de una crítica juvenil fundada en el dominio mercantil de la política; y la consiguiente subcultura del individualismo, el exitismo y el hedonismo carente de ideales superiores de vida. Sin embargo, debe reconocerse que, junto al agotamiento de esta etapa de anomia, fomentada por una globalización asimétrica apoyada tecnocráticamente, las gestiones presidenciales de Néstor y Cristina Kirchner han vuelto a ubicar a la política en el centro de la escena, como palanca de transformación social, y por lo tanto susceptible de despertar vocaciones y mística militantes.

Resta ahora la enorme tarea de formación, capacitación y autoeducación de esta juventud calificada integralmente como nueva generación. Precisamente, la profundidad política de este concepto, descarta la pérdida de tiempo que encierra el “juvenilísmo” de las falsas rebeldías y las poses de “modas”, que cada tanto se repiten desde una ideología liberal consumista y huérfana de sentido nacional.

Organización generacional, entonces, que es preciso unir y trasvasar con las precedentes, para aprovechar experiencias y cooperar entre sí en una larga épica histórica. Sabiendo emerger de los momentos de frustración sin resentimiento y luchando con pasión pero sin violencia, para no repetir los errores del pasado y no apostar al divisionismo que debilita el proyecto nacional y regional de identidad, integración y defensa.

Ser militantes del amor y de la vida, implica la justificación espiritual de la existencia, superando la matriz mezquina del utilitarismo material. Sin duda, hay cuestiones básicas a satisfacer, pero el ser humano sólo se ennoblece cuando lucha realmente por sus ideales, sirviendo a la comunidad con una entrega solidaria. Tal el ejemplo inolvidable de Eva Perón, que ingresó a la historia convirtiendo cada necesidad popular en un derecho consagrado por la doctrina.-

_____________________________________________________________________________________

Síntesis de la exposición de Julián Licastro en el Congreso Nacional de la Juventud Sindical Metalúrgica, por invitación del Secretariado de la UOM , y realizada en el Salón de Actos de la Federación Argentina de Trabajadores de Luz y Fuerza, Mar del Plata, 26 de noviembre de 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario