jueves, 27 de junio de 2013

SER POLÍTICO Y HACER POLÍTICA CON EL OTRO



SER POLÍTICO Y HACER POLÍTICA
CON EL OTRO



 Lo propio de la autoridad es proteger, no agredir

Desde el punto de vista individual, los sistemas de convivencia siguen la tendencia del interés particular y la defensa de la seguridad personal y las aspiraciones propias. Desde el punto de vista colectivo, son la posibilidad de conformar una comunidad bajo el factor relacional y organizador del trabajo. Entre ambos términos, distintos y complementarios, de la ecuación social, sólo la voluntad amplia y manifiesta de compartir un destino de pertenencia, integra la unidad indivisible que constituye la comunidad cívica nacional.

Esta constitución paulatina, de hecho y de derecho, se desenvuelve en paralelo con los principios  y valores que entretejen nuestra idiosincrasia singular. En las crisis de época, la omisión reiterada de los principios lleva a grandes errores, y la destrucción de los valores provoca graves daños contra la integridad y coherencia del país. Sin comunidad de percepción ética es imposible la comunidad de normas jurídicas y legales, porque desaparece la esperanza aglutinante que motiva la factibilidad de una justicia ecuánime.

La decadencia del lenguaje y de las instituciones, que plasman la identidad cultural, regresa a fojas cero el trámite esforzado de edificar una nación, haciendo imprescindible empezar de nuevo, intentando antes que nada “conducir el corazón del hombre”. El desafío de un gran diálogo, que parece lejano, se plantea pues entre nosotros, porque el espíritu y el sentimiento de una reconstrucción moral de la argentinidad será posible sobre la base ineludible de miles de conversaciones que partan del respeto mutuo y la atención recíproca.

Volveremos así a un lenguaje acuñado en la tradición de la amistad y del compañerismo, cuya finalidad afectiva, no exenta de diferencias y discusiones necesarias, prevalecerá sobre el suicidio moral de la censura, la intimidación y el silencio. El autodominio y la persuasión vencerán, del modo conocido y con el método que aprendimos, a los escarnios del descontrol, el agravio y la sumisión, porque el conjunto político es mayor que la parte enferma de un sectarismo anacrónico.



El pensamiento hace la grandeza del hombre

Esta ejemplar definición filosófica [Pascal], coloca desde un comienzo las cosas en su lugar, para evaluar las consecuencias prácticas, no abstractas, de vulnerarlo; y en cambio, penetrar profundamente las perspectivas positivas de ejercerlo, especialmente cuando logramos delimitar el escenario inmediato de acción, distinguiendo la apariencia de la realidad.

El punto de perspectiva, al menos en el justicialismo, es un concepto acendrado de equilibrio, siempre equidistante de los extremos de la polarización y la beligerancia. Nuestro propósito es realizar los grandes acuerdos y las grandes alianzas de un frente histórico que se plantea el proyecto nacional; y que no pretende destruir la democracia jugando a una “revolución” imaginaria y facciosa, sino perfeccionarla con la más plena participación social y popular.

Los que no aman la verdad han levantado un cúmulo cerrado de mentiras, frágil como un castillo de naipes. No pueden retirar de allí la menor de las cartas porque se caería al unísono todo el andamiaje del “relato. Se niega entonces lo elemental de los problemas de la gente [“inflación, inseguridad, corrupción, ineficiencia y falta de planificación en áreas vitales], cayendo en el riesgo imprevisible de “fugarse hacia adelante” sin respetar ningún código, regla ni límite.
 
El orgullo desmedido llevado a la arrogancia impide el balance sincero y las enmiendas urgentes, y la inoperancia llevada a la obsecuencia frena el trabajo serio que la gestión reclama. Como vemos la mejor evaluación política no se aloja en la profusión mediática del “blanco o negro”, y se reduce sencillamente  a conceder la importancia que merecen las necesidades apremiantes del pueblo. Cuando esto ha ocurrido en la historia del mundo, se han producido los milagros económicos  y políticos que nacen de este secreto a voces.
 

Saber oir, saber hacer, y saber explicar
 
La política es una arte que, como tal, tiene una teoría y una técnica, es decir: una doctrina. Ella exige formas auténticas de acción para  transformar la realidad y no sustituirla por la mera “actuación” retórica o mediática sin resultados concretos. De igual modo, la participación política es lo inverso de la pasividad y la distracción, porque exige seguir atentamente la dinámica de los hechos y estar a la expectativa de la ocasión propicia para intervenir en ella con convicciones propias.
 
La clave es la “comunicación personal” que se establece por la presencia directa y a la vez persuasiva de un rol militante ante las dudas y problemas reales. Por cierto, el carácter especial de la comunicación política marca muchas veces un estilo polémico, porque comprende el debate de asuntos complejos y opiniones divergentes. Esto sin embargo no justifica la actitud premeditada de extrema confrontación y exclusión de quien piensa diferente, porque “diálogo” significa precisamente: ser político y hacer política con el otro.
 
Hace falta, como afirman los pensadores clásicos que fundamentaron la democracia, una “vocación pedagógico-política”, para saber oír, saber hacer, y explicar bien lo que se hace. Si aceptamos como principal virtud del liderazgo la búsqueda de un desarrollo ético-político, debemos saber que éste comienza y se sostiene en el reconocimiento sincero de lo bueno y de lo malo en las conductas y los procedimientos. Criterio inequívoco de autocrítica, corrección y maduración de la personalidad con capacidad de orientación y guía.
 
El principio Socrático de “conócete a ti mismo”, que Perón tanto nos repetía, incluye la exigencia esencial del autodominio  y la armonía de la cual se derivan la persuasión y la humildad del liderazgo. Mientras que el anti-valor del dominio como imposición y mando, desplaza la conducción a una estadística falaz de factores materiales, sin considerar la dignidad de las personas que se descartan o se humillan con gesto distante y altanero.


Evitar la resignación y unir fuerzas

La militancia auténtica es un modo de entender la existencia y una manera de vivir. Una vocación, con visión histórica, para involucrarnos en una participación democrática efectiva que requiere organización y estrategia. Es una intervención planificada en los asuntos públicos, políticos y sociales, por vía del pensamiento, la palabra y la acción, abrazando la libertad con todas sus consecuencias y pruebas que cambian con la situación.

Como en el ejemplo bíblico de los padres primordiales, que quisieron acceder al conocimiento por sí mismos, “tomar conciencia” de la realidad cancela la inocencia y nos hace responsables de un nuevo comportamiento. Éste nos otorga la palabra que nombra las cosas del mundo, junto al tributo del trabajo y la generación de la familia. El hombre pues debe dignificar el trabajo organizando con él a la comunidad; y arraigarse en los afectos del hogar y la solidaridad de sus semejantes como exigencia espiritual y práctica de supervivencia. Éstos son los principios y valores que vemos peligrar por los abusos de un poder político que se cree eterno y excluyente.

Luego, sin libertad de expresión no hay libertad de pensamiento, porque las voces libres son las que acuerdan las acciones que establecen la convivencia colectiva. Cuestión elemental para entender como se destruye la libertad con el envilecimiento del lenguaje, sea  por artificios retóricos o ignorancia crónica; y como se desarticula la sociedad cuando se niega o se denigra el trabajo. Operación de pinzas que agreden los criterios básicos del derecho a la equidad y la justicia, y nos hacen retroceder a la anarquía y la violencia más allá de todo argumento ideológico.

El desafío de sortear la encrucijada del caos y el autoritarismo, funcionales entre sí para perpetuar una aventura irresponsable de dominio, implica reforzar, por la educación de la razón reflexiva, el sentido de lo justo y lo injusto que es innato en cada persona. Fuerza interior que evita la resignación y facilita la unión de los ciudadanos de buena voluntad detrás de objetivos y propósitos concertados. Una orientación, en fin, propositiva y activa que deslinde el campo con la falsificación del “populismo”; que no es la fase superior del peronismo, sino al revés: ya que no hay distribución social perdurable sin potencia productiva y eficacia administrativa.


La razón reflexiva y la formación imprescindible de cuadros

Es evidente que la democracia se contrae bajo el peso arbitrario  de la plutocracia, que maneja el dinero para sustituir el prestigio con la popularidad impuesta por el comercio mediático. Una serie de mecanismos de divulgación y propaganda  que, con abundancia de medios económicos y tecnológicos, se atreve a manipular multitudes. Para ello emite consignas triviales e imágenes de captación elemental, que no exigen concentración  ni esfuerzo, descartando la discusión, el análisis y la elaboración de un marco sustentable de capacitación política.

Esquemas publicitarios en la expresión más primaria del término, que al provocar el consumo masivo de consignas endebles, desprecian el protagonismo de la militancia, la filiación y la adhesión política pensante. Esto no significa el descarte de las formas más o menos sofisticadas de comunicación electrónica, incluyendo las llamadas “redes sociales”, utilizadas como complemento del proceso de información, pluralismo y transparencia – si  logramos detectar su manipulación rentada – pero nunca a costa de eliminar la lectura y meditación de los textos de conducción y doctrina en sus distintos contenidos programáticos.

Sin cuadros no hay organización, y sin ella no hay construcción que brinde permanencia y eficacia a la acción política, la cual vale realmente cuando puede acumular efecto para lograr sus objetivos sucesivos. De igual manera, la falta palpable de idoneidad y especialización en los funcionarios a cargo de gestiones específicas, afecta la legitimidad de los gobiernos que resultan de una elección proselitista sin selección previa, por sus listas amañadas de candidatos.

Los movimientos nacionales históricos, a la muerte de sus líderes carismáticos, enfrentan un determinismo estructural que se repite siempre: o engendran una nueva oligarquía de dirigentes corruptos, alejados cada vez más del pueblo, o establecen un sistema amplio de orden institucional que sabe incorporar y premiar a la excelencia. Ésta es la fórmula capaz de vencer al tiempo desde la movilización orgánica de genuinas bases territoriales, laborales y municipales, a despecho del despilfarro de fondos públicos que tratan de comprar voluntades con la impostura de falsas cooperativas y planes asistenciales. [14.3.13]



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