lunes, 15 de marzo de 2010

Chile: Tragedia, solidaridad y enseñanza para todos.

Recuperar la importancia del rol del Estado

La tragedia del vecino país de Chile que sufrió, en intensidad sísmica y extensión territorial, uno de los terremotos seguidos de maremoto más importantes de su historia, es antes que nada la ocasión para expresar nuestra solidaridad y apoyo a un pueblo hermano que, como siempre, sabrá resurgir del cruento embate de la naturaleza. Chile, más allá del sacrificio y el valor de sus ciudadanos, que sin duda harán el esfuerzo principal de reconstrucción, tiene el derecho de recibir la ayuda humanitaria que merece; y todos los países del continente, con los que se encuentra en proceso de integración mediante la UNASUR , tienen el deber de ofrecerla. No puede haber exceso de orgullo, en ningún lado, para aliviar el sufrimiento de la gente, en especial durante el período de emergencia.

Pero esta catástrofe natural, transmitida al detalle y en tiempo real por la globalización mediática, y por lo tanto particularmente vívida para cualquier espectador en todo el mundo, constituye también la oportunidad para hacer una serie de reflexiones de carácter preventivo. Así podremos extraer valiosas conclusiones que van desde lo técnico a lo social y desde lo político a lo estratégico, y que son válidas para todos.

En principio, digamos que un evento de esta magnitud pone en la máxima evidencia la importancia del Estado como organización fundamental de la comunidad, y estructura prácticamente única para actuar en la crisis humanitaria consiguiente. Como se advirtió, no fueron las empresas, ni los bancos, ni los partidos, ni los sindicatos, ni ninguna de las llamadas organizaciones no gubernamentales, las que estuvieron directamente en la primera línea de socorro y asistencia. Esto, que parece una obviedad, debe sin embargo remarcarse, ante el sostenido ataque del neoliberalismo -del tipo Consenso de Washington- a la propia concepción del Estado Nacional, con la finalidad poco disimulada de profundizar la penetración de las grandes corporaciones económicas y financieras.

Por supuesto que nos referimos a un Estado eficaz, con las inversiones necesarias para la prevención de mayores daños en catástrofes naturales y desastres causados por el hombre; y con una gestión ágil que elimine las trabas burocráticas para poder disponer oportunamente de los equipos y medios imprescindibles. No fue lamentablemente lo ocurrido el 27 de febrero, donde la prensa chilena info rmó que, por falta de equipos y especialistas, la conducción del país quedó “casi a ciegas” para evaluar la magnitud y extensión del sismo, retrasando así la toma de decisiones elementales, como decretar la zona de catástrofe y ordenar la inmediata movilización de las fuerzas armadas.

Profundizar el desarrollo tecnológico propio

Un aspecto crucial fue el colapso inicial de las comunicaciones, incluyendo los modernos equipos operados por militares. Esta mala actuación no debe sorprender demasiado, por la decepción que suele causar la muy costosa compra de material transnacional de sofisticada tecnología, que resulta después poco adaptable a su utilización concreta en el terreno en determinadas condiciones territoriales. Razón suficiente para otorgar también la prioridad correspondiente al desarrollo científico y tecnológico propio, ya sea nacional, o el que se pueda proyectar con los países hermanos que comparten una misma asociación estratégica, o aquél que pueda lograrse por una transferencia tecnológica plena [tipo Brasil- Francia].

Por lo demás, el equipamiento material por sí no sustituye la capacidad técnica y operativa de los recursos humanos asignados al funcionamiento del sistema. Una reflexión que nos lleva a destacar el valor de la formación y la capacitación, a partir de una mayor toma de conciencia y sensibilidad sobre cuestiones que ponen en riesgo la sobrevivencia de cientos de personas y el mantenimiento de los servicios vitales. La UNASUR tiene que ser útil a este objetivo de preparación general para emergencias de todo tipo, e intercambio de experiencias y métodos de formación de cuadros aptos para intervenir en ellas. Tampoco aquí habrá posibilidades de éxito obrando en tanto países individuales y aislados, en contra de una unión imperiosa y factible.

De igual modo, la centralización excesiva de sistemas y servicios, recomendada por criterios exclusivamente economicistas, resulta contraproducente en una catástrofe, porque una sóla falla puede colapsar toda la red. En consecuencia, hay que equiparar estos criterios de mayor rentabilidad con la perspectiva estratégica de una mejor administración de la crisis, diseñando las zonas convenientes de descentralización y las acciones y medios de alternativa y reserva.

La misión subsidiaria de las fuerzas armadas

Otro aspecto clave es el análisis de la oportunidad y forma en que se decidió y ejecutó la participación de las fuerzas armadas. Éstas tienen claramente asignadas, aquí y en todos los países del mundo, la importante misión subsidiaria de actuar en situaciones de catástrofe y desastre protegiendo y asistiendo a la población afectada. En estos casos, hay que desplegar con rapidez medios para alertar, socorrer y proveer logísticamente a grandes contingentes humanos, en una zona colapsada en sus comunicaciones y transportes, tarea compatible a la concentración, disciplina y equipamiento militar. Paralelamente, hay que garantizar el orden público por presencia, cuando las fuerzas policiales son evidentemente insuficientes o inexistentes en determinados lugares.

Quizás, este último aspecto fue apreciado erróneamente por el gabinete nacional que en Santiago, ciudad menos afectada por el sismo, juzgó inconveniente en un principio encargar a las fuerzas armadas el control operativo de las zonas afectadas. Según ha trascendido, se consideró allí que la “militarización” de las tareas de socorro mostraría a una mandataria defensora de los derechos humanos, violados por la última dictadura, como cediendo finalmente autoridad a los uniformados al término de su período constitucional.

De haber sido así, este prejuicio político podría haber costado muchas vidas en los lugares siniestrados, con lo cual la “imagen”, que se habría querido preservar, se expondría a la crítica histórica frente a los hechos concretos que tarde o temprano manifestarán su verdad. Una enseñanza importante, entonces, es descartar a futuro este prejuicio de contraste permanente civil-militar, que se refleja en una división de la sociedad y aumenta su indefensión en situaciones de grave riesgo.

Sería absurdo admitir que el cumplimento de misiones subsidiarias de apoyo a la comunidad y protección humanitaria, implica la reivindicación del autoritarismo de cualquier signo: porque el instrumento militar, en un régimen republicano y democrático, debe actuar en un todo de acuerdo a la conducción político-institucional de la cadena de mandos de la Defensa Nacional. Ésta es la línea que hay que fortalecer cada vez más, con la idoneidad de los funcionarios y la educación de los integrantes de las instituciones que componen el sistema.

El poder social como factor constituyente de la Defensa

Asimismo, cabe consignar el comportamiento social que, en una concepción de “defensa integral”, constituye una columna fundamental de la cohesión y fortaleza del conjunto nacional. En el balance se destacan, tanto las acciones solidarias y heroicas de muchos voluntarios que arriesgaron su vida y ofrecieron su trabajo incansable en función del bien común, como el fenómeno de la violencia. En este último caso, hay que diferenciar también entre el saqueo causado por la desesperación de los padres de familia sin recurso alguno, y los actos de pillaje y vandalismo totalmente injustificados.

Por poco agradable que parezca, éste es el lado oscuro a esclarecer, porque patentiza el gran sector postergado por ciertos modelos económicos, iniciados por dictaduras, que se presentan ante el mundo como “eficientes” pero al costo del no reconocimiento de vastos sectores marginados, sin atención suficiente por parte del Estado y la sociedad. Éstos son sin duda los sectores que, ante el colapso eventual de un orden que viven como excluyente, en sus bolsones de pobreza, emergen con fuerza mostrando las vulnerabilidades de este tipo de modelo económico asimétrico, sin equivalencia en cuanto a igualdad de oportunidades laborales y de vida.

En la experiencia histórica, cada catástrofe natural a escala es el equivalente, en su resultado destructivo, a una batalla perdida de la que hay que recuperarse. Y cada segmento social postergado, es una zona de debilidad conjunta que se potencia al presentarse nítidamente sobre la superficie política. Desafíos a tener en cuenta por el nuevo gobierno que, sin esta catástrofe, parecía representar el inicio de una pendulación hacia el centroderecha en el aspecto partidario de Nuestra América, luego de una etapa de centroizquierda [para llamarla de alguna manera, en la actual realidad latinoamericana de fragmentación de la representatividad política].

Reconstrucción, integración y paz

Todos estos factores, que tratamos de modo reducido, confluyen en el marco geopolítico de una región en transición que, sin terminar de entrar en una era integracionista de alcance continental, no termina de salir de la visión estrecha de las hipótesis conflictivas en el vecindario. Quizás por esta visión algunos estrategas transandinos se preocupan por haber dado una imagen de menor organicidad a la de un país “casi desarrollado”, que en rigor vive aún, más allá de los matices, dentro del mismo contexto suramericano necesitado de unión, estabilidad y trabajo.

Frente a esta tarea fundamental, cuyo motor es la identidad cultural y la contigüidad territorial, valen menos los grandes presupuestos bélicos que lo invertido y acumulado históricamente en desarrollo social y económico. Porque la Defensa Nacional comienza en la magnitud de todo un país y no sólo en un gasto mayor en equipamiento militar, que puede aparecer a algunos observadores como no equivalente entre países amigos en una “zona de paz”. Objetivamente, hoy existe un nuevo escenario estratégico, y tal vez esta percepción oportuna haya sido la causa de la sorpresiva visita de la secretaria de estado norteamericana a nuestro país, antes no incluída en su larga gira por el continente, y que culminó con expresiones elogiosas para la Argentina.

Cuando ha pasado el tiempo suficiente para una evaluación ecuánime, que no exagere ni disminuya los efectos de lo ocurrido, es posible definir con claridad los grandes ejes de acción a seguir. Una reconstrucción sobre bases firmes que exprese una total conciencia sísmica del país, cumpliendo al máximo las normativas de edificación correspondientes. Una valoración mayor del rol del Estado, sin perjuicio de actuar coordinadamente con las organizaciones autogestionadas de la comunidad. Y una legítima modernización de las fuerzas armadas de todos nuestros países, pero que no se llegue a percibir como una escalada armamentista: porque avanzar en el proceso de integración, exige la solución pacífica de los conflictos subsistentes entre quienes estamos unidos por la geografía y por la historia épica de nuestra fundación.

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