viernes, 26 de marzo de 2010

Las coincidencias básicas del ejercicio democrático.


Ser y estar en la política


La acción política exige una batalla de presencia; presupone la vocación de “ser político” y de “estar en la política” como decisión militante y consecuente con un compromiso real de proximidad y contacto con la base social que la sustenta. El alejamiento de esta base, configurando una corporación concebida como “clase política”, es lo contrario exactamente del arte de conducir; porque el conjunto de la comunidad funciona como una entidad vital y orgánica, y no por estamentos estáticos y mecánicos de obediencia partidista. Este compromiso, entonces, es imposible de evitar, so pena de un rechazo total que tarde o temprano se manifestará.

El “ser político” de acuerdo a esta definición primordial implica autenticidad y entrega, donde el hacer es dar y darse; y no un juego de simulación para servirse personalmente de puestos y prebendas. Cuando esto ocurre, hay una relación de agresión, que denota falta de sensibilidad y prepotencia; porque no puede haber respeto de posiciones y jerarquías partidarias, si no se cumple la misión ni las funciones que el ciudadano delega en el sistema republicano de representación.


El “estar en la política”, a su vez, significa saber captar y vivir en el contexto de una realidad que alimenta los contenidos de la acción, confiriendo sentido y dignidad al código político de los dirigentes. En consecuencia, ese “estar” cuando resulta mal planteado o mal llevado por desinterés o ambiciones desmedidas, sofoca el “ser” y lo degrada en algo sin substancia. Así la cultura política no existe, pues se rebaja a la mera ostentación de cargos y aparatos, que son objetos y no sujetos del quehacer democrático; vía por la cual, paralelamente, se pierde toda objetividad y razonabilidad en las relaciones y discusiones que requieren trascender en el plano institucional .

Tales relaciones, que naturalmente parten de perspectivas diferentes, no pueden sin embargo ocupar y mantener el espacio constitucional si no encuentran puntos básicos o mínimos de conciliación de opuestos. Porque en la experiencia histórica, las tendencias beligerantes, si lo hacen de forma absoluta y crónica, van girando de la política propia de los medios pacíficos a su continuación por la violencia, en las palabras y los hechos, bajo los términos lamentables de una confrontación civil de pronóstico incierto.



El valor de la persuasión sin arrogancia


Para obtener una apreciación coherente de la realidad, lo que se debe conocer son los fenómenos políticos, o sea: las manifestaciones de los distintos factores y hechos tal cual se dan, con todas sus contradicciones. Tratar de que sea esta misma realidad la que conteste, dentro de una lógica sin artificios ni mañas, las principales preguntas que nos hacemos: es decir, explorar y desentrañar la situación y sus diferentes alternativas con un criterio analítico, y no en una tesitura personal que afecta al pensar más objetivo y calmo.


Así, por la comprensión y el entendimiento político, podremos reunir, resumir y sintetizar aquellos ejes y elementos esenciales de información que nos lleven a razonamientos coherentes y, por lo tanto, pasibles de transmitir y compartir. Esta es la aproximación a la razón en la facultad de las ideas políticas, que va descartando en lo posible las actitudes irracionales. No nos referimos, por supuesto, al núcleo de creencias, valores y anhelos que subyacen legítimamente en el trasfondo de los movimientos y fuerzas políticas, porque ello constituye la parte más humana de cada organización.


Lo que tenemos que desterrar no es esto, sino la falta de ponderación y de prudencia, y el exceso de sectarismo y animadversión, que se expresan hoy mediante resentimientos, difamaciones y contragolpes. También en política, recordemos, la razón práctica se determina por la persuasión, el buen trato y la disposición espiritual para trabajar según el principio de unidad en los grandes objetivos nacionales.


Ningún proyecto, plan o tendencia tiene en política un progreso lineal e indetenible; y todo avance admite detenciones, retrocesos y crisis. Si no sabemos manejarnos en esos momentos difíciles, perderemos la acumulación de efecto que caracteriza a una buena estrategia; porque ella debe asumir por igual sus victorias y derrotas; y discernir lo que podemos hacer solos, de aquello que necesariamente tenemos que construir acompañados.



Combinar audacia y prudencia


Como enseñan los clásicos, el campo operativo de la acción se crea, para lo cual parte de un pensamiento de poder determinado por nuestras convicciones y posibilidades más propias. Pero la factibilidad de esta estrategia, y la probabilidad de llevarla al éxito, depende paso a paso del cálculo de posibilidades en el complejo táctico de fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas.


El discurso político es insuficiente. La acción mediática es insuficiente. La búsqueda de amigos y aliados también. Pero la dosificación adecuada de éstas y otras actividades y propuestas, nos acerca con perseverancia al logro del triunfo en tiempo y espacio. Es una combinación equilibrada de audacia y prudencia, donde el exceso de un término de esta ecuación directriz, acarrea el fracaso seguro, por encima de la terquedad y la ira que así resultan malas consejeras.


No queda otro camino que interpretar la realidad, y construir un sistema articulado para avanzar en ella. Y mantener una vigilancia especial ante todos los hechos nuevos de carácter desencadenante de cambios en las relaciones de poder. Por otra parte, la acción política prefiere la flexibilidad a la rigidez, y en esto casi siempre se distingue de otras formas de conducción, como la militar, porque el liderazgo político se sostiene en el acierto y no en la disciplina.


El sectarismo es el primer enemigo de la conducción, porque el horizonte político se eleva únicamente con grandes objetivos, y éstos: o se construyen y alcanzan colectivamente o se frustran. De ahí, la amplitud a imprimir a las estructuras de participación, y la necesidad de formar suficientes cuadros de enlace y contención, para generar la organización imprescindible que al final vence al tiempo. Por lo demás, el propio juzgamiento de los hechos del pasado – que requiere no sólo memoria, verdad y justicia – debe realizarse desde la perspectiva constructiva del futuro, porque siempre, como enseña la filosofía: “lo útil mira al porvenir”.



Serás lo que debes ser


Formar un líder es crear un creador. Una personalidad especial, sin miedo a sus propios pensamientos, y que confía en sí mismo. En la partida, hay también muchos “héroes a la fuerza” que las circunstancias ponen y sacan del escenario principal sin mayor esfuerzo ni trascendencia; porque –como dice el refrán- “quien no cree en sí mismo miente siempre y traiciona”. De allí el axioma también conocido: “serás lo que debes ser o no serás nada”.

Toda gran política quiere algo más que política: quiere historia. Y el verdadero militante debe estar atento y preparado para realizarla cuando llegan los momentos propicios de los ciclos transformadores. Pero la historia tiene un precio, y quien no esté dispuesto a pagarlo, demuestra que no la merece. Esta es una cuestión estratégica, ética y moral, que vincula al oficio de conducir con las dudas existenciales de quienes deben optar: entre la espiritualidad de una concepción política humanista o sus propias ambiciones materiales.


Valga esta reflexión para reiterar que sólo las actitudes y conductas políticas abnegadas y creadoras, son capaces de sostener y fortalecer el desarrollo de una auténtica democracia con justicia social. Es una idea compatible con el análisis riguroso de las situaciones peligrosas, porque en circunstancias culminantes el futuro puede leerse anticipadamente en los datos y noticias del presente.


Ser conducción de verdad incluye la resolución y la capacidad de evitar el caos, que significa una negación total de la libertad. Prevenirlo con la elocuencia de la claridad, es una tarea directa e irrenunciable de todos los dirigentes y partidos políticos. En cuanto a los militantes de cualquier signo y nivel, creo que lo que realmente importa es la intensidad y seriedad con que abrazamos nuestros ideales y nos comprometemos con ellos en una participación activa y constante.

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