martes, 29 de septiembre de 2015

LA GRAN POLÍTICA HACE HISTORIA, NO LA SIMULACIÓN



28/2015
LA GRAN POLÍTICA HACE HISTORIA, NO LA SIMULACIÓN

Una comunidad existe como entidad significante al asumir un espíritu histórico de grandeza. Es decir, al trascender la mera subsistencia de los países fallidos, que carecen de personalidad cultural y proyección estratégica. La cualidad de lo nacional es clave, siempre que se ubique equidistante de quienes la desdeñan por sus prejuicios ideológicos, o la exaltan con carácter reaccionario.

La historicidad no procede de los relatos arbitrarios de los extremos, sino de los factores de espacio y tiempo en los cuales deviene la realización del pueblo. El “espacio” significa el territorio de pertenencia, integrando y organizando armónicamente geografía y población. Y “tiempo” expresa las etapas irrevocables de su trayectoria evolutiva. Sin estos contenidos, dinamizados en la experiencia conjunta, la historia cede a la regresión, en las formas elementales de los nucleamientos humanos con jefaturas primarias y violentas.

Esta es la involución que, más allá de una retórica escénica, provocan los ideologismos laterales a la perspectiva comunitaria; y cuyas desviaciones se inclinan a la división por una crisis de identidad no resuelta, en tanto dicen una cosa y hacen lo contrario. Esto se observa en la irresolución de los problemas de pobreza; el abandono de los pueblos lejanos; y la falta de condiciones dignas de vida y de trabajo. Obra de la corrupción que el gobierno niega y que practican también los partidos que dicen combatirla.

Pese al latiguillo de una publicidad cargosa, el Estado no está presente sino ausente, tanto en los problemas internos expuestos en la campaña, como en los ejes básicos de una política exterior. Mientras desgranamos consignas caducas del 70, desfasadas de los nuevos conceptos que califican la soberanía real, carecemos de peso geoeconómico, visión geopolítica, defensa nacional disuasiva y cancillería responsable.

En una percepción superior, la política avanza con las categorías existenciales de la memoria integral y del proyecto histórico, sin las cuales no surgen ni se sostienen los grandes estadistas. Luego, nos demoramos en el subdesarrollo político, económico y social, pese a nuestros recursos, porque el exceso de jefaturas y caudillismos no disimula la falta de liderazgos lúcidos y equipos de excelencia.

Sólo una nación sustancial, no nominal, tiene valores fundamentales, intérpretes válidos, representantes honestos y dirigentes sabios. Son las virtudes que le permiten identificarse y hacerse conocer por su influencia. Una nación que, segura de su valer, se abre al intercambio inteligente y equitativo con el mundo, sin la máscara de una militancia sobreactuada, que transa con viejos y nuevos imperialismos, impostando una suficiencia engañosa.

Retomar protagonismo exige recoger los mejores aportes de las distintas experiencias políticas, que confluyen en el propósito de una realización pendiente, antes o después del comicio presidencial. Por lo demás, su resultado numérico servirá de poco, en un clima de desconfianza generalizada, sin las reformas consensuadas que posibiliten la reconstrucción del diálogo institucional. Por nuestro lado, es urgente procesar la crítica, autocrítica y actualización que nos refiera a la esencia originaria del movimiento y no a quienes lo tergiversan para enriquecerse ilícitamente.

Es menester construir respeto y no temor, amistad y no conveniencia, adhesión y no obsecuencia, pacificación y no violencia; logrando el equilibrio postulado entre realización personal y comunitaria; lejos así de la especulación individualista y la ineptitud del colectivismo. Recordemos que quienes piensan diferente representan variantes respetables y, aún siendo adversarios electorales, son partícipes necesarios de la unidad y el porvenir argentino. [22.9.15]

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