sábado, 6 de mayo de 2017

FE, CULTURA Y NACIÓN



El humanismo que crea la comunidad

Toda filosofía humanista nace de la toma de conciencia del valor trascendente de las personas y los pueblos, gestando una concepción que señala el deber de defender la vida y justificar la existencia, con causas nobles para servir a la comunidad. El “sentido heroico” que implica, se manifiesta no sólo en los desafíos éticos y sociales que exigen valentía física para encararlos, como en la lucha por la libertad, sino también en el coraje moral de una conducta recta y en la honestidad conceptual de un pensar coherente con el obrar.
En la comunidad, la relación entre las personas comienza en el diálogo; que hay que organizar con paciencia y consistencia para insertarse en ella con vocación de servicio. La abnegación, por su lado, nos recuerda que todos somos necesarios pero ninguno imprescindible en una labor solidaria, que suma colectivamente las virtudes de todos y previene cualquier falencia individual.

Mentalidad estratégica, no estática

Un equipo de trabajo requiere una mentalidad estratégica, que piensa para actuar y habla para organizar, porque se prohíbe el “diletantismo”. Tiene un método eficaz en fijar objetivos y trazar el camino para lograrlos. Por esta razón, posee la capacidad de tomar constantemente decisiones correctas y oportunas, al contrario de la inacción, la ambigüedad y el descontrol. En la búsqueda de colaboradores, sabe apreciar la importancia de una libertad creativa y responsable; lo que además previene el sectarismo y las tendencias autoritarias.
La justicia es la virtud más abarcadora de la verdadera libertad. Formarse en la disciplina voluntaria de la libertad lleva toda una vida; para superar el “racionalismo” seudointelectual y ampliar el horizonte de la inteligencia con la meditación y la reflexión de orden espiritual. Sólo con esta mirada extendida por la sensibilidad del corazón, es posible descubrir todas las cosas que podemos hacer o iniciar asumiendo el poder de nosotros mismos, lo cual es clave de la nueva disposición transformadora  de una comunidad de fe.

La iniciativa social organizada

Superando la mera intervención del Estado, tantas veces ausente, se abre el amplio campo de las iniciativas sociales organizadas, que deben comenzar con las tareas más necesarias, para luego exigir el apoyo público complementario. Fin de una vieja actitud quedantista o indolente, que es letal en los momentos de emergencia grave. Esta posición necesita tres virtudes esenciales: fe en la potencialidad del pueblo convocado; esperanza activa que se transmite por emulación del buen ejemplo; y solidaridad dignificante definida por el apoyo mutuo y la cooperación entre iguales. 

Para la resolución pacífica de los conflictos, estas virtudes exigen descartar la violencia, y propone la concertación de intereses, esfuerzos y beneficios. No apela al resentimiento sino a la equidad, y postula trascender con un espíritu superior de concordia, las negociaciones paritarias habituales que no son sinceras ni ecuánimes.

La cultura del encuentro fructífero

La cultura, como respuesta colectiva a los desafíos vitales del hombre frente a la naturaleza y las otras formaciones sociales, atesora un núcleo de creencias profundas y fe. Aunque esta definición no es confesional sino amplia, es cierto que promueve pautas prácticas de un plan de vida y convivencia. Su primera célula orgánica es la familia, pero no encerrada en sí misma sino proyectada al espacio vecinal que le es propio. Por eso, hay que recuperar seguridad y presencia de la gente en sus calles, para evitar que la delincuencia y la escasa presencia del Estado en zonas conflictivas nos reduzca a la clandestinidad autoimpuesta por desconfianza, temor y violencia.

Estas definiciones ideales, deben y pueden despertar al país dormido que sobrevive sin ser realmente protagonista de su destino; agobiado por los disvalores del subdesarrollo, considerado equívocamente como un determinismo trágico del destino. Cuando, en rigor, el destino depende de nosotros, si no renunciamos a nuestro derecho a ser parte del pueblo, como sujeto histórico,  que es quien debe decidir el porvenir.

El triunfo de la voluntad constante

La fe auténtica, sin imposiciones partidistas ni clericalistas, no es una expectativa pasiva, sino el cúmulo de anhelos y aspiraciones de dignidad y prosperidad que motiva ejemplos, acicates y perspectivas para salir de la crisis. Tampoco es el pesimismo de una inteligencia escéptica, sino el optimismo de la voluntad, y el afecto que hermana e impulsa el avance. El triunfo de la voluntad debe desterrar los flagelos de la “impolítica”, la “antipolítica” y la “pospolítica”, causantes por igual de la grieta que fractura una sociedad sumergida. La “impolítica”, por ejemplo, es el resultado de los dirigentes venales que, aunque a veces hablan de objetivos correctos, los desgastan y frustran por su incapacidad o negligencia.

La “antipolítica”, por su parte, persiste en los manejos burocráticos y las trampas “legales” con los cuales un grupo crónico de oportunistas usurpa el nombre del peronismo y sus figuras señeras, para eludir toda autocrítica y seguir lucrando con coimas y prebendas. Ellos creen en la plutocracia más que en la democracia, y en el feudalismo anacrónico, más que en un federalismo próspero, que evite el éxodo a la miseria del conourbano bonaerense.
Finalmente, la “pospolítica” opera un sistema cerrado de tono elitista, negando el arte de la conducción política. Y apostando a la corrupción sistemática con el sofisma de los “conflictos de intereses”, con evasión fiscal, lavado de activos, manipulación de bancos y fondos de inversión especulativa, no productiva.

Humildad para corregir, alegría de hacer

Esta descripción descarnada de la realidad, no conspira contra el ejercicio de entusiasmo que nos corresponde hacer. El “entusiasmo”, para los clásicos, era un energía enviada por la divinidad a los hombres para estimular su inspiración a grandes obras. Hoy también lo necesitamos como ímpetu recargado, porque dice Francisco que en el capitalismo desbordado, además de una usina de pobreza, hay una trama intimidante de delincuencia organizada que somete aduanas, juzgados, estructuras políticas  y policiales con carácter de Estado paralelo. 

Junto con el entusiasmo, la humildad constituye la virtud propia de los liderazgos que quieren llegar al estadismo, hoy ausente. Es precisamente el método para evitar una arrogancia aplastante de cualquier aporte alternativo y enriquecedor, tanto en el oficialismo como en la oposición.
Nuevos elementos en la transformación de la base social

La buena nueva de una situación compleja es la proliferación de nuevos elementos que están transformando la naturaleza orgánica de la base social, abandonando la época de los punteros políticos y policiales. Uno de esos elementos son los “líderes comunitarios”, conocedores de la potencialidad de cada distrito, que hay que identificar y administrar para la solución directa de los problemas de sus habitantes. Líderes con capacidad y habilidad para coordinar alternativas de crecimiento y desarrollo, dentro y fuera de la función pública, que no los limita por su vocación de pertenencia local y espíritu pluralista.
Del mismo modo, actúan los “constructores de la sociedad”, personalidades destacadas de cada comuna por su actividad cultural, educativa, empresarial, profesional, técnica y laboral. Ellos, que pueden tener distintas preferencias partidarias, no necesitan encuadrarse políticamente para ejercer una influencia positiva, y dar apoyo en el camino de despegue y calidad de vida de sus vecinos.

Es apreciable también la función de los “formadores y capacitadores” en las grandes líneas de una doctrina nacional, no dogmática, para situar en el marco del ser nacional el esfuerzo de reconstrucción del país. Sobre todo, evitando los errores de un “basismo” exagerado y aislacionista, más propenso al ideologismo y la protesta, que a la propuesta y el trabajo.
En este contexto, y quizás por encima de los esfuerzos más comprometidos y expuestos, se halla el ejemplo de los padres y diáconos de las parroquias pobres. Nos referimos especialmente a los “curas villeros” aplicados a una obra educativa y promotora del trabajo, que avanzan en una tercera posición, equidistante de las teologías extremas, y de aquellos sacerdotes de feligresías estáticas y rutinarias, indiferentes a la pastoral social permanente y hoy culminante del Padre Jorge.

Una victoria nacional, no pírrica

La historia triunfa sobre la muerte cuando encuentra generaciones dispuestas a comenzar de nuevo. En el caso de la Nación, que es la cúspide de la edificación cuyos cimientos insinuamos, implica el eterno retorno del Movimiento. El peronismo no es la única fuerza que lo compone, pero es el eje principal que debe unirse para convocar a todos. Este dilema, repetido en las variantes posperonistas tiene la acostumbrada complejidad de que un proceso tan multitudinario requiere la conjunción  equilibrada de liderazgo carismático y desarrollo institucional.

El liderazgo aislado, o rodeado de un círculo “amiguista”, termina comerciando influencias y girando hacia el autoritarismo. Mientras que el juego burocrático de candidaturas amañadas, con acomodados y aparatos dudosos de campaña, tienden a disolverlo en un partido más del régimen falaz, funcional a los poderes dominantes. Así ocurrió con los conservadores, los radicales y los socialistas.

La angustia existencial de algunos viejos militantes es la posible extinción del núcleo doctrinario y paradigma de políticas estatales para una planificación estratégica y no una simple gestión de gobierno. Y para otros, la confusión política que escenifican dirigentes que quieren hacer primero una alianza ambigua, para intentar después la conquista de la conducción peronista. Y en medio de todo, la ausencia de autocrítica, la falta de asumir responsabilidades por lo actuado, y la obcecación en defender actitudes que nos llevaron a la derrota.

Estas faltas, contradicciones y divisiones deben ser resueltas con sinceridad y firmeza, para que un triunfo electoral, sea también un verdadero triunfo político, no pírrico. Ya que enfrente no tenemos un adversario sagaz y exitoso, sino un grupo codicioso de empresarios peleados por sus negocios personales; y atrapados, sin salida a la vista, por las imágenes autorreferenciales de sus propias ficciones.
JULIÁN LICASTRO
Sede de la Regional ASIMRA, Partido de San Martín, diciembre de 2016.

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