El humanismo que
crea la comunidad
Toda filosofía
humanista nace de la toma de conciencia del valor trascendente de las personas
y los pueblos, gestando una concepción que señala el deber de defender la vida
y justificar la existencia, con causas nobles para servir a la comunidad. El
“sentido heroico” que implica, se manifiesta no sólo en los desafíos éticos y
sociales que exigen valentía física para encararlos, como en la lucha por la
libertad, sino también en el coraje moral de una conducta recta y en la
honestidad conceptual de un pensar coherente con el obrar.
En la comunidad, la
relación entre las personas comienza en el diálogo; que hay que organizar con
paciencia y consistencia para insertarse en ella con vocación de servicio. La
abnegación, por su lado, nos recuerda que todos somos necesarios pero ninguno
imprescindible en una labor solidaria, que suma colectivamente las virtudes de
todos y previene cualquier falencia individual.
Mentalidad estratégica, no estática
Un equipo de
trabajo requiere una mentalidad estratégica, que piensa para actuar y habla
para organizar, porque se prohíbe el “diletantismo”. Tiene un método eficaz en
fijar objetivos y trazar el camino para lograrlos. Por esta razón, posee la
capacidad de tomar constantemente decisiones correctas y oportunas, al
contrario de la inacción, la ambigüedad y el descontrol. En la búsqueda de
colaboradores, sabe apreciar la importancia de una libertad creativa y
responsable; lo que además previene el sectarismo y las tendencias
autoritarias.
La justicia es la
virtud más abarcadora de la verdadera libertad. Formarse en la disciplina
voluntaria de la libertad lleva toda una vida; para superar el “racionalismo”
seudointelectual y ampliar el horizonte de la inteligencia con la meditación y
la reflexión de orden espiritual. Sólo con esta mirada extendida por la
sensibilidad del corazón, es posible descubrir todas las cosas que podemos
hacer o iniciar asumiendo el poder de nosotros mismos, lo cual es clave de la
nueva disposición transformadora de una
comunidad de fe.
La iniciativa social organizada
Superando la mera
intervención del Estado, tantas veces ausente, se abre el amplio campo de las
iniciativas sociales organizadas, que deben comenzar con las tareas más
necesarias, para luego exigir el apoyo público complementario. Fin de una vieja
actitud quedantista o indolente, que es letal en los momentos de emergencia
grave. Esta posición necesita tres virtudes esenciales: fe en la potencialidad
del pueblo convocado; esperanza activa que se transmite por emulación del buen
ejemplo; y solidaridad dignificante definida por el apoyo mutuo y la
cooperación entre iguales.
Para la resolución
pacífica de los conflictos, estas virtudes exigen descartar la violencia, y
propone la concertación de intereses, esfuerzos y beneficios. No apela al
resentimiento sino a la equidad, y postula trascender con un espíritu superior
de concordia, las negociaciones paritarias habituales que no son sinceras ni
ecuánimes.
La cultura del encuentro fructífero
La cultura, como respuesta
colectiva a los desafíos vitales del hombre frente a la naturaleza y las otras
formaciones sociales, atesora un núcleo de creencias profundas y fe. Aunque
esta definición no es confesional sino amplia, es cierto que promueve pautas
prácticas de un plan de vida y convivencia. Su primera célula orgánica es la
familia, pero no encerrada en sí misma sino proyectada al espacio vecinal que
le es propio. Por eso, hay que recuperar seguridad y presencia de la gente en
sus calles, para evitar que la delincuencia y la escasa presencia del Estado en
zonas conflictivas nos reduzca a la clandestinidad autoimpuesta por
desconfianza, temor y violencia.
Estas definiciones
ideales, deben y pueden despertar al país dormido que sobrevive sin ser
realmente protagonista de su destino; agobiado por los disvalores del
subdesarrollo, considerado equívocamente como un determinismo trágico del
destino. Cuando, en rigor, el destino depende de nosotros, si no renunciamos a
nuestro derecho a ser parte del pueblo, como sujeto histórico, que es quien debe decidir el porvenir.
El triunfo de la voluntad constante
La fe auténtica,
sin imposiciones partidistas ni clericalistas, no es una expectativa pasiva,
sino el cúmulo de anhelos y aspiraciones de dignidad y prosperidad que motiva
ejemplos, acicates y perspectivas para salir de la crisis. Tampoco es el
pesimismo de una inteligencia escéptica, sino el optimismo de la voluntad, y el
afecto que hermana e impulsa el avance. El triunfo de la voluntad debe
desterrar los flagelos de la “impolítica”, la “antipolítica” y la
“pospolítica”, causantes por igual de la grieta que fractura una sociedad
sumergida. La “impolítica”, por ejemplo, es el resultado de los dirigentes
venales que, aunque a veces hablan de objetivos correctos, los desgastan y
frustran por su incapacidad o negligencia.
La “antipolítica”,
por su parte, persiste en los manejos burocráticos y las trampas “legales” con
los cuales un grupo crónico de oportunistas usurpa el nombre del peronismo y
sus figuras señeras, para eludir toda autocrítica y seguir lucrando con coimas
y prebendas. Ellos creen en la plutocracia más que en la democracia, y en el feudalismo
anacrónico, más que en un federalismo próspero, que evite el éxodo a la miseria
del conourbano bonaerense.
Finalmente, la
“pospolítica” opera un sistema cerrado de tono elitista, negando el arte de la
conducción política. Y apostando a la corrupción sistemática con el sofisma de
los “conflictos de intereses”, con evasión fiscal, lavado de activos,
manipulación de bancos y fondos de inversión especulativa, no productiva.
Humildad para corregir, alegría de hacer
Esta descripción
descarnada de la realidad, no conspira contra el ejercicio de entusiasmo que
nos corresponde hacer. El “entusiasmo”, para los clásicos, era un energía
enviada por la divinidad a los hombres para estimular su inspiración a grandes
obras. Hoy también lo necesitamos como ímpetu recargado, porque dice Francisco
que en el capitalismo desbordado, además de una usina de pobreza, hay una trama
intimidante de delincuencia organizada que somete aduanas, juzgados, estructuras
políticas y policiales con carácter de
Estado paralelo.
Junto con el
entusiasmo, la humildad constituye la virtud propia de los liderazgos que
quieren llegar al estadismo, hoy ausente. Es precisamente el método para evitar
una arrogancia aplastante de cualquier aporte alternativo y enriquecedor, tanto
en el oficialismo como en la oposición.
Nuevos elementos en la transformación de la base social
La buena nueva de
una situación compleja es la proliferación de nuevos elementos que están transformando
la naturaleza orgánica de la base social, abandonando la época de los punteros
políticos y policiales. Uno de esos elementos son los “líderes comunitarios”,
conocedores de la potencialidad de cada distrito, que hay que identificar y
administrar para la solución directa de los problemas de sus habitantes.
Líderes con capacidad y habilidad para coordinar alternativas de crecimiento y
desarrollo, dentro y fuera de la función pública, que no los limita por su
vocación de pertenencia local y espíritu pluralista.
Del mismo modo,
actúan los “constructores de la sociedad”, personalidades destacadas de cada
comuna por su actividad cultural, educativa, empresarial, profesional, técnica
y laboral. Ellos, que pueden tener distintas preferencias partidarias, no necesitan
encuadrarse políticamente para ejercer una influencia positiva, y dar apoyo en
el camino de despegue y calidad de vida de sus vecinos.
Es apreciable
también la función de los “formadores y capacitadores” en las grandes líneas de
una doctrina nacional, no dogmática, para situar en el marco del ser nacional
el esfuerzo de reconstrucción del país. Sobre todo, evitando los errores de un
“basismo” exagerado y aislacionista, más propenso al ideologismo y la protesta,
que a la propuesta y el trabajo.
En este contexto, y
quizás por encima de los esfuerzos más comprometidos y expuestos, se halla el
ejemplo de los padres y diáconos de las parroquias pobres. Nos referimos
especialmente a los “curas villeros” aplicados a una obra educativa y promotora
del trabajo, que avanzan en una tercera posición, equidistante de las teologías
extremas, y de aquellos sacerdotes de feligresías estáticas y rutinarias,
indiferentes a la pastoral social permanente y hoy culminante del Padre Jorge.
La historia triunfa
sobre la muerte cuando encuentra generaciones dispuestas a comenzar de nuevo. En
el caso de la Nación,
que es la cúspide de la edificación cuyos cimientos insinuamos, implica el eterno
retorno del Movimiento. El peronismo no es la única fuerza que lo compone, pero
es el eje principal que debe unirse para convocar a todos. Este dilema,
repetido en las variantes posperonistas tiene la acostumbrada complejidad de
que un proceso tan multitudinario requiere la conjunción equilibrada de liderazgo carismático y
desarrollo institucional.
El liderazgo
aislado, o rodeado de un círculo “amiguista”, termina comerciando influencias y
girando hacia el autoritarismo. Mientras que el juego burocrático de
candidaturas amañadas, con acomodados y aparatos dudosos de campaña, tienden a
disolverlo en un partido más del régimen falaz, funcional a los poderes
dominantes. Así ocurrió con los conservadores, los radicales y los socialistas.
La angustia
existencial de algunos viejos militantes es la posible extinción del núcleo
doctrinario y paradigma de políticas estatales para una planificación
estratégica y no una simple gestión de gobierno. Y para otros, la confusión
política que escenifican dirigentes que quieren hacer primero una alianza
ambigua, para intentar después la conquista de la conducción peronista. Y en
medio de todo, la ausencia de autocrítica, la falta de asumir responsabilidades
por lo actuado, y la obcecación en defender actitudes que nos llevaron a la
derrota.
Estas faltas,
contradicciones y divisiones deben ser resueltas con sinceridad y firmeza, para
que un triunfo electoral, sea también un verdadero triunfo político, no
pírrico. Ya que enfrente no tenemos un adversario sagaz y exitoso, sino un
grupo codicioso de empresarios peleados por sus negocios personales; y
atrapados, sin salida a la vista, por las imágenes autorreferenciales de sus
propias ficciones.
JULIÁN LICASTRO
Sede de la Regional
ASIMRA, Partido de San Martín, diciembre de 2016.
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