9/2015
EXHIBICION ELECTORAL O PROPUESTAS VERDADERAS
Pensar es aplicar
la facultad distintiva del ser humano a comprender aquello que capta.
Constituye la premisa de una obra y, particularmente, el incentivo que “forma
el ánimo” para hacer un trabajo. Éste es el sentido a destacar en un pensar
metódico, dirigido a un reclamo nacional por aspiraciones y necesidades, lo que
exige hablar claro sin artificios ni engaños.
La conducción, que
es el arte de las artes, sin el cual no hay orden sino caos, se transmite a
través de un lenguaje orientador de la transformación de la realidad. Es un
código de palabras e imágenes que explican con propiedad el rol de las
distintas actividades de la “polis”, ayudando a armonizar sus funciones
complementarias. Sus contenidos surgen de la fuente sencilla de una “filosofía
de la acción” que le confiere consistencia, mediante un discurso argumental
ético y lógico con centro en la equidad social.
El resultado del
pensar productivo, realizado de manera individual o en equipo, es el
pensamiento comunitario que, cuando se encuentra bien afirmado, es un
razonamiento vivo que se abre a sí mismo para adaptarse a las circunstancias
cambiantes de tiempo y espacio. Y que, a la vez, se presta al intercambio
enriquecedor de diversos matices, por la corrección mutua y sin recelos de un
proyecto compartido.
Alrededor de este
juicio y su fuerza motriz, las cosas no permanecen inmutables, pues reciben su
impacto oportuno, motivando distintos grados de modificación en las conductas
personales, los comportamientos colectivos, las estructuras orgánicas y los
procedimientos técnicos. Cuando esta expresión creativa no existe, o cuando es
bloqueada por ignorancia o represión, hay una clara señal de peligro, porque se
niega el proceso prometedor de una nueva configuración de los vínculos de la
comunidad, que es imprescindible para ingresar en un nivel más alto de su
trayectoria.
Los desafíos del
pensar en el contexto de un sistema democrático comienzan cuando la versión
única busca imponerse, por la vía autoritaria, según la conveniencia de un
círculo propenso a fingir y por eso deficitario de credibilidad y confianza. O
cuando, dudando de su vigencia, el discurso se encierra en consignas
superficiales, rechazando debatir en profundidad los cuestionamientos
constructivos de la crítica y la autocrítica.
Por estas razones,
y máxime en un cuadro de transición, la pregunta “qué debemos hacer”, clave
para intervenir en la situación, tiene que estar presidida por una
interrogación preliminar sobre “cómo debemos pensar”, y, consecuentemente, cómo
trasmitir reflexiones que sirvan al diálogo. La respuesta puede esbozarse como
“un pensar para hacer pensar” y llevarnos persuasivamente a una más activa
participación, ofreciendo: finalidades claras, aceptación de la realidad y
perseverancia en la propuesta de políticas públicas, sin descalificar a nadie
por prejuicios.
El enlace entre
pensar, hablar y obrar no opera por exhibición electoral, sino por algo
concreto que se llama organización; y que en el plano nacional trasciende los
partidos en la estructura del Estado. En la
realidad, este orden superior se encuentra entre la idea perfecta de los
clásicos, y sus formas imperfectas, que sin embargo no hay que naturalizar
para siempre. Al contrario, una reforma equilibrada del Estado, que expurgue
sus elementos ineptos y dolosos, será esencial para lograr el éxito de las
políticas públicas concertadas democráticamente.
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