Segunda vuelta electoral (nota II)
LA PEOR CONSIGNA ES EL CONTINUISMO EXTREMO
Cuando el resultado
de una batalla principal bifurca el eje de una campaña reñida, dos espíritus
opuestos emergen al mando de los contendientes. Uno, no puede disimular su entusiasmo,
aunque reclame prudencia, y el otro no puede ocultar su desazón, aunque pregone
fortaleza. Porque, surgiendo ambas actitudes del fragor de la lucha: el
optimismo lleva al triunfo y el pesimismo al fracaso.
No nos referimos a
la tarea ulterior de constituir una instancia de diálogo y consenso para
asegurar estabilidad política, que necesita el aporte de todos, sino a la meta
inmediata de la presidencia. Porque el próximo cruce destaca las visiones
contrapuestas de dos campos: el que avanza con la bandera de la transformación,
y el que se abroquela hasta hoy con el estandarte del continuismo. En esta
disyuntiva, la ventaja suele estar del lado de quien asuma
la iniciativa, y corrija sus falencias, y no de quien niegue la realidad y
amplifique sus errores.
Perder velocidad de
reacción y demorarse por la complicación antipolítica del “doble comando” pleno
de contradicciones, resta empuje al conjunto; inhibe la habilidad de
desconcentrar acciones para aprovechar la variación del terreno; e invita a la
indisciplina y la deserción. Cuando no agrava el trabajo de zapa de quienes,
por rencor u oportunismo, comienzan a hacer fuego en contra.
Analizando la
escena con óptica estratégica, vemos una columna que parte del bastión capitalino,
donde se abastece y refugia, y se despliega en un teatro de operaciones
descuidado, reclutando fuerzas que hasta ayer respondían al otro postulante.
Mientras éste sufre un doble acoso, externo e interno, que divide su atención y
le impide un dispositivo más amplio, despegado de los grupos provocadores.
En medio de esta
lucha aparece un movimiento generacional de elementos nuevos, pero que aprenden
rápido. Fenómeno singular de recambio, contrario por igual a las burocracias
partidarias desgastadas por las corruptelas, y a la juvenilia festiva y
rentada, sin militancia efectiva en cada territorio específico, salvo
excepciones. Allí nace la competencia por sumar adhesiones y aliados,
deslindando lo propio, con suficiente identidad política, de la ambición sin
límite que lleva al sacrificio estéril con las consignas vaciadas del viejo relato.
En el arte de la
estrategia, el “potencial” se convierte en “poder” cuando se movilizan las
fuerzas posibles para disponerlas “en presencia”. Obviamente, el máximo potencial
estaría en la idea del cambio, abarcando con distintos matices las dos terceras
partes del electorado. Ahora, la clave
es encontrar las herramientas idóneas para convocar a la mayoría de este
contingente, en línea con el rumbo de cada candidato. Pero siempre, dentro de
una graduación atrayente de nuevas políticas de Estado guiadas por
personalidades prestigiadas, que hagan creíble y factible la propuesta.
Esto exige la
combinación de generosidad y audacia, para oxigenar los círculos íntimos que
quieren acaparar todo. Y también, sentido de justicia para descartar a
personajes repudiados por la sociedad. Una selección política y técnica
correcta, con hombres y mujeres que hagan exactamente al perfil del cargo a
cubrir, será la mejor autodefensa del último tramo de esta campaña de “final
abierto”.
De igual modo, es
crucial el compromiso sincero y sólido de unir en la acción la labor
legislativa de los diversos bloques comprometidos con la eficacia
parlamentaria. Único modo de desarmar, o hacer explotar en el vacío, las “bombas
de tiempo” dejadas por el sectarismo extremo en su retirada calculada.
También es
necesario resguardar el clima democrático del rol insidioso de los “comisarios
políticos”; que se exhiben como
custodios de una alienación autoritaria. Así se aclarará cuánto hay en nosotros
de virtud, en los gestos de paciencia que acompañan a una conducción
persuasiva, y cuánto de obsecuencia ante un mando arrogante sin vocación de
libertad. [1.11.15]
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