11/2015
PERFECCIONAR EL ESTADO
SIN IMPOSTURAS INTELECTUALES
La
cultura es la elaboración espiritual fundamental de la realización de un
pueblo. Su cualidad esencial es su impronta creadora, superando la simple
imitación o copia. Esto no significa vedar el acceso a las tendencias llamadas
universales, que en rigor alcanzan tal categoría desde un origen nacional; pero
sí enriquecer dinámicamente nuestra valoración, sin lesionar la matriz singular
que nos caracteriza.
En este sentido
trascendente, y no xenófobo, las comunidades que ansían conducirse a sí mismas,
y liberarse de las presiones internas y externas que las mantienen
dependientes, suelen sufrir la doble “colonización pedagógica” de las
ideologías de derecha e izquierda.Son opuestos,
tácticamente enfrentados, que comparten, sin embargo, la misma estrategia de
importar mecánicamente conceptos procedentes de otras latitudes geográficas e
históricas.
Esta tergiversación
resulta más evidente en una acepción integral de la cultura, que no se reduce a
lo académico, literario y artístico, sino que abarca la fuente inspiradora de
creencias profundas, y una filosofía de la vida de raíz comunitaria. Así,
preservando los matices del albedrío individual, se expresa en un mismo
lenguaje y permite la organización de la sociedad y, dentro de ella, el equilibrio de sus instituciones.
En la Argentina contemporánea
es necesario fortalecer las políticas de Estado en cultura y educación,
evitando el autoritarismo que mata la creatividad y el sectarismo que niega la
diferencia o la reprime. Luego, el mayor despliegue de nuestra capacidad de
pensar, es lo contrario de la actividad rentada de los “teóricos”
justificadores de cualquier acción económica, diplomática o política.
En este punto, la
honestidad intelectual significa no ocultar ni simular la identidad política.
Porque todo debate es válido, a condición de no caer en el “entrismo” que
penetra las corrientes mayoritarias para intentar su ruptura y desviación. La
ejemplaridad del verdadero pensador exige docencia con decencia, logos con
ética; y también tolerancia y discreción sin sobreactuar la exposición
mediática ni fingir lealtad por conveniencia.
Las filosofías
políticas rigen en ciclos largos de la historia con cimientos casi permanentes.
Las doctrinas sociales, que se enmarcan en ellas, actúan, en cambio, en ciclos
cortos, por lo que deben actualizarse periódicamente para adaptarse a la
evolución de las circunstancias, evitando caer en una rigidez dogmática
impropia de la persuasión.
El intelectual
diletante actúa sin vocación de resultado, como mero entretenimiento dialéctico
y distracción polémica, renuente a trabajar en la formulación de los objetivos
y líneas de acción de las políticas públicas. Son intelectuales dedicados a
criticar a otros intelectuales en círculos presuntuosos de iniciados, sin las capacidades
profesionales y técnicas necesarias para orientar la “metodología de la
solución de problemas”.
El pensamiento
estratégico, en contraste con el ideologismo cerrado, tiene que seguir los
caminos fructíferos de la sinceridad, austeridad y humildad de los grandes
maestros. Virtudes imprescindibles, hoy más que nunca, para enfrentar el
desafío de una sociedad del conocimiento; en un esfuerzo dirigido al logro
científico y tecnológico para la liberación definitiva.