miércoles, 5 de noviembre de 2014

FORTALECER LA ORGANIZACIÓN NO EL DESORDEN

Frente a la dispersión y las vacilaciones que surgen de una “crisis de conducción”, no hay más alternativa que encarar socialmente la “conducción de la crisis”, partiendo de la unión posible tras  grandes objetivos en la diversidad de expresiones políticas y sectoriales. Con esta intención, comprender y hacer comprender el daño que causaría aumentar la fragmentación actual, y estimular, como remedio, los reflejos asociativos y cooperativos subsistentes en la comunidad, si ésta apela a sus lazos solidarios en la difícil  emergencia que la pone a prueba.

Organizar, entonces, es predicar y seguir la palabra orientadora que indica el rumbo entre los extremos y elude la tentación de discutir sobre cuestiones secundarias y “cortinas de humo” cuando está en juego lo primordial. Por eso, esta orientación no la produce la publicidad populista, ni el espectáculo vulgar, ni el ilusionismo de aparentar logros donde persisten falencias flagrantes. Como tampoco las viejas mañas proselitistas de consignas caducas y folklore partidario para captar incautos.

El peso de las organizaciones vitales con cuadros idóneos

Porque en  el tramo  más arduo de la crisis no operan las estructuras inertes de ningún sector o tendencia, sino las organizaciones vitales, dirigidas por cuadros idóneos y enraizados en las bases, para hacer valer su “sentido de pertenencia”, y el peso decisivo que éste otorga en los momentos de riesgo. Hablamos de “cuadros protagonistas”, aptos para el dispositivo táctico sin interferencias, y ágiles para confluir oportunamente en la línea estratégica central.

Organizar es persuadir, educar, capacitar, reunir voluntades pensantes; y no “juntar por juntar” ni servir de coro a referentes circunstanciales. Y es también defender lo creado, como obra común, cuando desde cualquier facción ambiciosa se lo quiere destruir con manejos arbitrarios, descalificaciones irresponsables o actitudes pedantes. Porque la libertad y la dignidad exigen verdad y humildad como virtudes de la conducción en todos sus niveles, incluyendo el más alto.

Cuando priman estas virtudes, los obstáculos no constituyen límites sino incentivos para la acción; ya que nadie engaña ni se deja engañar; y el entusiasmo brota de la confianza en nosotros mismos y en los compañeros por adaptarse al cambio y vencer la inercia que demanda la transición. Mal que le pese a la rutina del desgano, el planteo realista no es el de las falsas ilusiones, sino el ejemplo de buena gestión y administración, y una amplia convocatoria a la cultura del trabajo y el mérito.

La tarea empieza en cada una de las entidades libres y autogestionadas que hacen honor a la categoría evolutiva de “pueblo organizado”, superadora de la masificación populista que concentra todas las decisiones sin debate. Porque estos nucleamientos del despliegue territorial, productivo y gremial, pueden concertar equitativamente con el estado, pero conservando su propia función e iniciativa. Especialmente en el concepto genuino de un estado soberano, presente y eficaz, en la ejecución de políticas públicas consensuadas; pero sin los excesos ideológicos del intervencionismo extremo, que históricamente terminan favoreciendo a corruptos, oportunistas y mediocres.

La república, como instancia de realización mancomunada del potencial nacional, y no sólo de convivencia declinante en el letargo, implica algo más que votar cada tanto con creciente apatía y memoria sesgada, a la “menos mala” de las candidaturas encuestadas. Ella necesita la vigilancia y el control del poder en tiempo real por la actitud activa de los ciudadanos. Junto a la presentación de exigencias y propuestas de base, bien formuladas, para asegurar una democracia participativa, integral y moderna. [3.11.14]

No hay comentarios:

Publicar un comentario