miércoles, 5 de noviembre de 2014

“¿QUÉ HACER?”


Esta pregunta clásica de una mentalidad operativa nos introduce en el tema fundamental del conocimiento como clave de eficacia. En ella los objetivos no se declaman sino se cumplen, por medio de un pensar creativo que toma conciencia de una situación y la resuelve desde una identidad concreta. Por esta capacidad aprendemos del pasado con una memoria activa, y también formulamos planes para el futuro con  determinada coherencia.

El conocimiento en acción

Como vivimos en comunidad, el proceso cognitivo se articula en  una tarea compartida, que no es instantánea sino producto del enlace fructífero entre generaciones diferentes. En la trama ciudadana, se trata de elegir la vocación que mejor exprese la razón de nuestra vida; lo cual requiere libertad para decidir, y no  la sumisión que menoscaba la dignidad. Porque el “culto a la personalidad autoritaria”, se corresponde al “culto a la pasividad oportunista”; cuando y el equilibrio sólo se alcanza con tolerancia a las ideas de seres iguales y  caracteres distintos.

Es una red laboriosa de afectos y efectos que, en épocas de crisis, se apoya en referencias fundantes de tradiciones políticas contradictorias. Ellas no se zanjan con la “lucha de estatuas” de la historiografía ideológica, sino con la síntesis democrática de las vivencias dinámicas de los grupos y sectores que conforman el pueblo argentino. Toda pelea estéril nos aleja de una unión en lo esencial dirigida al porvenir pendiente. Unidad superadora de desviaciones facciosas, que es imprescindible lograr para diseñar positivamente un plan de reconstrucción; y asegurar la lucha contra la corrupción animada de verdadera justicia.

La identidad política como valor declarado, no oculto

La identidad política suma como valor declarado, porque oculta es sinónimo de “entrismo” o infiltración. Tampoco debe disimularse con la ambigüedad que hace el juego a la polarización  potenciando la escalada  de una crisis anunciada. Pero la identidad, en tanto valor inicial, tiene que adjuntar la crítica y la autocrítica que recupere la credibilidad partidaria cuestionada o perdida. Y así concurrir a una amplia concertación, con el mayor consenso posible, para ofrecer perspectivas programáticas que abran nuevas alternativas y oportunidades.

Por eso cada debate de actualidad, so pena de quedar en divagaciones sin sentido, debe culminar en la célebre pregunta ¿qué hacer?; y cuando el problema es complejo, completar con la demanda de dónde comenzar esta tarea. Ya que es necesario desterrar la improvisación y el espontaneismo en cuestiones delicadas que necesitan del arte de gobernar con criterios elaborados en el marco estratégico y táctico.

El destino individual está ligado al devenir político

El destino personal y familiar está ligado indefectiblemente al devenir político, lo cual es evidente en las crisis traumáticas que incluyen violencia y lucha por la supervivencia. Ellas no se superan ni con el aislamiento, ni con la indiferencia, ni con la creencia en la suerte. De allí que es inútil eludir nuestro compromiso en la solución colectiva de los problemas que, directa o indirectamente, nos afectan a todos.

El creador de la conducción moderna en el siglo XIX, saldó una discusión sofisticada sobre la naturaleza casual o azarosa del devenir histórico, según la impostura intelectual de entonces, y de ahora, para afirmar con énfasis: “¡el destino es la política!”. Diríamos hoy: una construcción conjunta que depende de un protagonismo civil responsable.  Así  la elección democrática se perfecciona por la selección de los postulantes, y la participación crece y madura con la capacitación. Porque antes que nada hay que fortalecer la organización y no el desorden en el dilema de la transición.

Fortalecer la organización no el desorden

Frente a la dispersión y las vacilaciones que surgen de una “crisis de conducción”, no hay más alternativa que encarar socialmente la “conducción de la crisis”, partiendo de la unión posible tras  grandes objetivos en la diversidad de expresiones políticas y sectoriales. Con esta intención, comprender y hacer comprender el daño que causaría aumentar la fragmentación actual, y estimular, como remedio, los reflejos asociativos y cooperativos subsistentes en la comunidad, si ésta apela a sus lazos solidarios en la difícil  emergencia que la pone a prueba.
Organizar, entonces, es predicar y seguir la palabra orientadora que indica el rumbo entre los extremos y elude la tentación de discutir sobre cuestiones secundarias y “cortinas de humo” cuando está en juego lo primordial. Por eso, esta orientación no la produce la publicidad populista, ni el espectáculo vulgar, ni el ilusionismo de aparentar logros donde persisten falencias flagrantes. Como tampoco las viejas mañas proselitistas de consignas caducas y folklore partidario para captar incautos.

El peso de las organizaciones vitales con cuadros idóneos

Porque en  el tramo  más arduo de la crisis no operan las estructuras inertes de ningún sector o tendencia, sino las organizaciones vitales, dirigidas por cuadros idóneos y enraizados en las bases, para hacer valer su “sentido de pertenencia”, y el peso decisivo que éste otorga en los momentos de riesgo. Hablamos de “cuadros protagonistas”, aptos para el dispositivo táctico sin interferencias, y ágiles para confluir oportunamente en la línea estratégica central.

Organizar es persuadir, educar, capacitar, reunir voluntades pensantes; y no “juntar por juntar” ni servir de coro a referentes circunstanciales. Y es también defender lo creado, como obra común, cuando desde cualquier facción ambiciosa se lo quiere destruir con manejos arbitrarios, descalificaciones irresponsables o actitudes pedantes. Porque la libertad y la dignidad exigen verdad y humildad como virtudes de la conducción en todos sus niveles, incluyendo el más alto.

Cuando priman estas virtudes, los obstáculos no constituyen límites sino incentivos para la acción; ya que nadie engaña ni se deja engañar; y el entusiasmo brota de la confianza en nosotros mismos y en los compañeros por adaptarse al cambio y vencer la inercia que demanda la transición. Mal que le pese a la rutina del desgano, el planteo realista no es el de las falsas ilusiones, sino el ejemplo de buena gestión y administración, y una amplia convocatoria a la cultura del trabajo y el mérito.

Consensuar y concertar sin  intervencionismo extremo

La tarea empieza en cada una de las entidades libres y autogestionadas que hacen honor a la categoría evolutiva de “pueblo organizado”, superadora de la masificación populista que concentra todas las decisiones sin debate. Porque estos nucleamientos del despliegue territorial, productivo y gremial, pueden concertar equitativamente con el estado, pero conservando su propia función e iniciativa. Especialmente en el concepto genuino de un estado soberano, presente y eficaz, en la ejecución de políticas públicas consensuadas; pero sin los excesos ideológicos del intervencionismo extremo, que históricamente terminan favoreciendo a corruptos, oportunistas y mediocres.


La república, como instancia de realización mancomunada del potencial nacional, y no sólo de convivencia declinante en el letargo, implica algo más que votar cada tanto con creciente apatía y memoria sesgada, a la “menos mala” de las candidaturas encuestadas. Ella necesita la vigilancia y el control del poder en tiempo real por la actitud activa de los ciudadanos. Junto a la presentación de exigencias y propuestas de base, bien formuladas, para asegurar una democracia participativa, integral y moderna. [3.11.14]

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