martes, 6 de julio de 2010

Política y Estrategia.


El liderazgo superior es la encarnación del más alto nivel de conducción política establecida como sistema organizado, con la participación de una amplia franja de dirigentes cooperantes imbuidos de un mismo proyecto nacional. Este diseño, coherente más no dogmático, debe tener la virtud de servir a una estrategia con unidad de concepción y de acción, pero descentralizando la táctica aplicada a cada lugar de un vasto despliegue territorial, ejerciendo su propia iniciativa y responsabilidad sin actitudes copistas.

Es una definición general un tanto ideal pero necesaria para actuar en la referencia doctrinal de un análisis crítico constructivo. Este análisis, sin apuntar específicamente a ninguna personalidad pública o figura más o menos representativa, puede contribuir a orientar mejor los ensayos de reconstrucción política que se están intentando a partir del nuevo clima social evidenciado en la especial celebración del bicentenario argentino. Discursos menos confrontativos; renovación interna en partidos tradicionales; y promesas de unidad en sectores disidentes fragmentados, parecen augurar una mayor estabilidad y funcionamiento institucional, dando tiempo y espacio adecuado para la presentación de propuestas válidas en la permanente actualización que impone una sociedad civil activa.

De esta forma se despejan los verdaderos plazos protagónicos de oficialismo y oposición, como corresponde a un verdadero funcionamiento democrático que aleje o descarte los riesgos del accionar por resentimiento; del apresuramiento en los ataques; de la obstrucción o la parálisis parlamentaria y de la inconveniente judicialización de la política. En fin, un beneficioso volver a la prudencia imprescindible del punto de equilibrio y ecuanimidad.

Esta nueva situación, en principio auspiciosa, nos lleva a recordar con espíritu de prédica y humildad, qué debe ser y que no debe ser el liderazgo, en el planteo y solución de nuestros problemas dentro del régimen republicano donde parece que quisiéramos vivir, con una democracia cada vez más eficaz e inclusiva. Porque no se trata de pensar por pensar, ni de pensar para discutir sobreactuando un intelectualismo siempre inocuo en la actividad política -que es en esencia presencia y acción-, sino de pensar

para hacer corrigiendo y transformando los aspectos cuestionados de la realidad.

La teoría y la praxis alcanzan categorías de apoyo cierto a la política real, cuando ingresan al ámbito enriquecedor de la formulación de opciones y alternativas, con ideas operativas concretas y bien fundamentadas. La crítica por la crítica con pretensiones académicas dudosas, y la crítica mediática motivada en intereses parciales o corporativos, no sirven a la acción fructífera del bien común, que debe darle sentido y utilidad al arte-ciencia de la estrategia, aplicada a la resolución de los asuntos civiles más complejos.

Este dar significado y finalidad a la vida de una comunidad nacional de amparo atiende en especial al porvenir, inmediato o mediato, lo cual incluye una dinámica constante e intensa de toma de decisiones. Y toda decisión implica capacidad de resolución y determinación, asumiendo las consecuencias de inclinarse finalmente por uno u otro camino estratégico y táctico. Luego, la irresolución, la ambigüedad y la excesiva cautela de los dirigentes indecisos, que representan el deslucido papel de “héroes a la fuerza”, significan la muerte de la conducción.

El juego de voluntades contrapuestas que es propio de la naturaleza de la acción política, aún dentro del orden constitucional, por supuesto, no deja de ser duro e implacable. Allí naufragan el idealismo sin fuerza objetiva y el escepticismo pesimista y paralizante. Hace falta, en cambio, la combinación de un realismo clásico, orientado por una vocación persistente de innovación y cambio a favor del pueblo, sin caer en la ineficacia de la improvisación y la falta de planes de largo aliento.

Liderazgo es amplitud y no sectarismo; conducción persuasiva y no autoritarismo; oposición constructiva y no cerril; alianzas programáticas y no oportunistas; renovación verdadera y no superposición de figuras fantasmales de la política que “ya fue” y que aparecen como responsables de las etapas preliminares de la última crisis. Quizás el aspecto más lamentable sea que el rol de “partido opositor” lo cumpla en rigor un medio de prensa que comenta todo y de todo, cuando muchos dirigentes no explican nada o hablan por hablar sin decir ni sentir un auténtico mensaje político.

Vale aclarar también que el apoyo crítico, no incondicional ni caudillista, significa una clara suma de fuerzas que no debe descartarse porque resulta clave en los momentos decisivos frente a una contradicción principal. Por lo demás, la definición de ideales y valores compartidos que representa la adhesión doctrinaria, ofrece una plataforma fundamental para afirmar simultáneamente la identidad y la unidad política general de los grandes partidos populares y movimientos nacionales.

Creemos firmemente en un destino de grandeza y felicidad para nuestra patria, en confluencia con el continentalismo suramericano. Será, sin duda, un destino compartido y próspero producto principalmente de nuestro esfuerzo inteligente y continuado en el tiempo, que debe reunir así a todas las generaciones del país. Como expresión de esta esperanza y a diferencia de obras anteriores en que hemos querido homenajear a nuestros viejos maestros, dedicamos estas sencillas páginas a las nuevas promociones de dirigentes argentinos, para con ellos saber ver y poder creer en el futuro.