NECESIDAD DE CONCERTAR FINES Y VALORES
Una crisis
histórica debe cumplir su finalidad, marcando el fin de una época y el
principio de otra. Requiere una gran visión para transformar el continuo:
concepción-organización-método-resultado en la dinámica de una sociedad,
logrando una nueva síntesis creadora que abra perspectivas para todos. Luego,
no se resuelve con discursos retóricos, ni se agota en un electoralismo
excesivo que multiplica comicios y candidaturas hasta la confusión, afectando
la funcionalidad y credibilidad del sistema democrático.
La pérdida de
identidad de los partidos tradicionales, disueltos en varios “espacios” de
oportunidad y oportunismo, acusa la ausencia de autenticidad y compromiso que
puede presagiar una contención efímera; lo cual se suma al voluntarismo de los
nuevos partidos, sin mayor asentamiento todavía en el territorio donde se
aventuran. Aunque es bueno postular la coherencia lógica y ética en el
ejercicio del poder, si se confirma con el ejemplo de una trayectoria.
Como conclusión,
todos siguieron a varios buscando la definición política, pero sin consolidar
aún a ninguno, por la falta de nitidez del perfil necesario para ser conductor
y estadista. En este sentido, la crisis del milenio no está saldada, a pesar de
los años de crecimiento económico, ya frenado. Porque el problema argentino es
el subdesarrollo institucional, premeditado o consentido, para facilitar el
clientelismo, el feudalismo, y la corrupción.
Las elecciones
previas de nivel provincial alentaron suspicacias sobre encuestas “erradas” o
mal intencionadas; trampas comiciales; operaciones fraudulentas; violencia
política con delincuencia común, represión con policía feudalizada; y el “todo
vale” en el aferramiento extremo a cargos públicos transitorios. Anomalías que
redujeron el proceso de “elección” a un esquema de “opción”.
Con esta condición
de sospecha se concurrió a la primera vuelta, luego de una campaña larga,
tediosa y sin fervor visible. Hay que rescatar, sin embargo, este comicio
atípico, interpretando que al plasmar el deber y el derecho de votar, afirmó la
democracia y defendió la república, destacando los principios de nuestro poder
constituyente nacional, y sancionando el autoritarismo.
Para completar la
serie de problemas, antes de vislumbrar las soluciones, digamos que la
situación fue descentrada por el protagonismo extemporáneo de autoridades
salientes que no encarnaban candidaturas, pero pretendían endosar votos a sus
“sucesores” con el peso administrativo y comunicacional del aparato estatal. La
contienda se libró así a medias, por los prejuicios y divisiones internas de
los sectores, entre un semi-oficialismo y una semi-oposición, determinando una
semi-elección que hay que completar ahora.
Como, de un modo u
otro, el proceso “electivo” está planteado, la vía para dirimirlo es un proceso
“selectivo”, proponiendo un gobierno de unión nacional proclive al diálogo, el
consenso y la persuasión. Una convocatoria amplia del mérito y la idoneidad
para realizar políticas de estado con hombres de estado y no políticas
facciosas con referentes mediocres. Porque resulta totalmente impensable
construir un marco adecuado de estabilidad y gobernabilidad, sin concertar en
lo político y social las grandes reformas pendientes.
Cabe agregar dos factores
que acotarían aún más el radio de acción de un gobierno sin estrategias compartidas. Es el agotamiento de
la paciencia social, ante los dirigentes profesionales que no saben que hacer
con “la política”, y la confunden con el relato ideológico, la exhortación
tecnológica o la homilía “buenista”. Es el caso dramático de viejos países, de
vasta cultura partidista, cegada por la hipocresía y la venalidad, hoy
asediados por erupciones racistas, anárquicas y secesionistas.
El otro factor es la
reticencia del llamado “populismo” regional, para entregar el mando
naturalmente, al ritmo de la alternancia democrática. Manifestación elocuente
de una codicia de poder como pecado capital de quienes sobreestiman su rol
individual, creyéndose eternamente dueños de la cima. Con arrogancia declinan
las virtudes que sólo consagra la humildad. Es la desesperación existencial del
“omnipotente” que descubre su “impotencia”, por decadencia física o política, y
se refugia en la ira que es mala consejera; lo que rechaza la comunidad, porque
en ella y para ella: todos somos necesarios pero nadie imprescindible
[27.10.15]