jueves, 12 de noviembre de 2009

El poder de la convocatoria y el rol de la militancia

Una comunidad organizada con fuerza de impulso

La decisión de plantear la búsqueda de un consenso nacional incluye reconocer la existencia de una crisis profunda; o al menos de una situación que, desde varios ángulos de mira, se advierte como un obstáculo que detiene o disminuye la marcha del país. Para salir de esta inercia, se requiere contar con todas las energías de la comunidad haciendo fuerza en un mismo sentido; y así entrar en la fase positiva de la crisis, que trae también consigo la oportunidad de una acción original y creativa dirigida al futuro.

Sucede que, por su naturaleza, las crisis nacionales resisten la mera aplicación de los instrumentos disponibles por el gobierno y el Estado -muchas veces mediados por una burocracia lenta e ineficaz- y solicitan el aporte renovador de una comunidad organizada con fuerza de impulso. En tal aspecto, el desafío de retomar nuestro crecimiento y desarrollo, tiene como principal problema la inacción, que a menudo va acompañada de indiferencia ciudadana, o lo que es peor: de abulia y fatalismo.

En consecuencia, la capacidad real de fortalecimiento y reactivación nacional se adquiere funcionando en conjunto, y no en forma aislada o compartimentada. En este tono, es procedente realizar una convocatoria inclusiva y amplia, para identificar motivaciones y propósitos comunes que permitan, a su vez, formular integralmente las pautas de superación de los problemas principales.

Estos problemas son de carácter estructural, no coyuntural, exigiendo un esfuerzo constante de mediano y largo plazo, que siempre termina por sobrepasar los turnos presidenciales. De esta manera, sin márgenes adecuados de previsión y planificación, se pierden las oportunidades que se presentan en cada período; y se malgastan los recursos que deberían haber vertebrado, al menos, algunos tramos de un proyecto estratégico.

La franja de cuadros compatibles

Por suerte, ya hay una franja apreciable de cuadros compatibles en lo político, social y técnico convencidos de la urgencia de debatir sobre el Proyecto Nacional, como soporte prospectivo de la elaboración concertada de políticas de Estado fundamentales. Y estos argentinos, que somos de diferente formación, procedencia y matriz generacional, estamos dispuestos a dialogar, con la actitud propositiva e interactiva que califica a la libertad de pensamiento, cuando ésta se asume con responsabilidad constructiva.

Hace falta ahora un poder convocante de este encuentro de voluntades políticas -en la mejor versión de la palabra- sabiendo que esta convocatoria, para alcanzar trascendencia, se ubicará por encima de las individualidades que puedan participar; afirmando la articulación horizontal de un trabajo con resultado de conjunto. Por consiguiente, es clave enunciar con mucho tacto las metodologías preparatorias de los pasos de aproximación y acercamiento entre personalidades, equipos y sectores, que parecen confluir en principio con la gran tarea pendiente.

Es más, si la convocatoria no partiese de las autoridades gubernamentales o partidarias correspondientes, ella tendría que surgir en forma espontánea de cientos de mesas de trabajo desplegadas en todo el país; como tantas veces lo hizo la militancia en momentos históricos. Tal clamor, constituyendo una corriente interpelante de la vieja práctica política, distante de la realidad sin adulteraciones, será tenida en cuenta tarde o temprano por la propia verdad y necesidad que la sustentan.


Concertar exige saber ceder y conceder dentro de una línea estratégica


Por otra parte, es menester aclarar que dialogar con el fin de acordar medidas y posiciones consensuadas, contempla el ejercicio de la cuota necesaria de persuasión, paciencia y flexibilidad. Por eso, y ya en curso de las conversaciones -que proyectarán de inicio sólo nuestras propias experiencias y conceptos- hay que estar predispuestos a ceder en muchas cosas secundarias respecto al objetivo estratégico, sin cuyo logro efectivo todos perderíamos por igual.

La crisis es también una ocasión extraordinaria para perfeccionar el liderazgo de un país, como sistema orgánico y autosostenido, con eslabones forjados para asegurar el enlace de las promociones sucesivas de cuadros y líderes comunitarios. Este trasvasamiento generacional es el único factor político capaz de trascender los personalismos intemperantes que marcan, a uno y otro lado, la prolongación indefinida de la irresolución de los problemas. Un terreno pantanoso de por sí, que acumula cada día el peso de nuevas incertidumbres y riesgos innecesarios.

Hay que suspender, pues, por un tiempo prudencial, el ajetreo prematuro y exagerado de candidaturas demasiado individuales, que aún no tienen el marco apropiado de acompañamiento de programas de acción, agendas de trabajo y equipos de gestión. Discutir en estas condiciones, únicamente referidas a perfiles personales -cuando no está en juego un liderazgo real e histórico, como si lo hubo en el pasado- es discutir en el aire.


Delinear una nueva identidad política de base institucional

Para sortear entre todos esta situación, hace falta delinear una nueva identidad política de base institucional, a partir de la cual sea posible recuperar -sin sectarismos ni exclusiones- la pertenencia partidaria en las posteriores alternativas comiciales. Pero lo nuevo tiene que enfocarse, sin dogmatismos ni prejuicios, en una realidad esencial y compleja que rechaza las “soluciones” fáciles llenas de consignas vacías. Especialmente al recordar que, de cara al futuro, la estabilidad y apoyo del gobierno emergente, sólo se mantendrán firmes con el cumplimiento de las promesas electorales.

Los pueblos se cansan de la infidelidad flagrante de los círculos gobernantes a los planteos fundantes de su propio poder. Y, por la velocidad de la información actual, vemos que en todos los países este cansancio político ocurre más rápidamente que nunca. La propia recesión económica y sus efectos en el tiempo, se adjudican a quienes están hoy en la conducción [incluyendo al presidente estadounidense Barak Obama] y no a quienes la produjeron en los turnos anteriores de la administración local o a la especulación transnacional.


En este contexto que afecta, de un modo u otro, a todos los partidos oficialistas del mundo, se registra una gran ola de reclamos sociales de creciente angustia, urgencia y consistencia. Un fenómeno multiplicado por la globalización asimétrica, que es imprescindible comprender y canalizar para evitar el caos y el deterioro institucional. Sobre todo porque, aprovechando el desborde y la anarquía, pueden reaparecer las tendencias neoliberales más intransigentes y duras, olvidando las lecciones aprendidas.

La historia es “maestra del liderazgo”, y sus enseñanzas sirven a los hombres y mujeres que demuestran el coraje moral de iniciar algo nuevo, cambiando la protesta por la propuesta, que es lo que vale para transformar la realidad. En esta tesitura, el Proyecto Nacional no se alcanzará por la retórica ni la nostalgia, sino en el desarrollo perseverante de las instituciones de un orden democrático dinámico y legítimo; cuyos sólidos contenidos superen lo episódico, y devengan de la educación, la capacitación y el compromiso del pueblo argentino, como un todo activo orientado al bien común.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Institucionalización de la participación social

Recoger un mensaje histórico de solidaridad

Nuestra preocupación por el Proyecto Nacional no es repentina ni accidental, tiene al menos el tiempo de una generación de militancia, cuya gran mayoría quedó atrapada entre dos fuegos por las alas extremas que creían, equivocadamente, que la solución del país era por la violencia y no por la inteligencia y la organización. Nosotros pensábamos y todavía pensamos, con sinceridad, en el daño causado a la comunidad argentina por las ideologías originadas en otras latitudes, en contra de la pertenencia cultural e histórica que nos identifica.

Nuestra adhesión a una tercera posición filosófica, social, económica y política contenía entonces, y aún contiene, las aspiraciones de soberanía, independencia y justicia que definen la realización plena de un pueblo organizado. Doctrina que, sin sectarismos ni exclusiones, y al margen de imposiciones dogmáticas, puede ofrecer su aporte singular a un amplio arco de alternativas y propuestas para orientar el rumbo presente y futuro de nuestro país, que sigue caminando entre contradicciones y peleas de escaso significado estratégico.

Esta doctrina es fruto de una experiencia concreta, tanto en la lucha legítima por el poder y la resistencia a la opresión, como en la gestión de gobierno en un período constitucional de cambio pacífico y profundo; por lo cual ya no es ni una hipótesis teórica discutida por los diletantes, ni una realidad histórica negada por una oposición extemporánea. Ella extiende desde su creación una mirada abarcadora de la integración continentalista de los pueblos, vigente hoy como nunca en la transición del localismo aislado de los siglos pasados al universalismo inexorable que adviene.

La implosión del comunismo soviético con la caída del Muro de Berlín, y el colapso especulativo del imperialismo financiero de Wall Street, han venido a confirmar lo esencial de aquella propuesta exitosa, que sin duda alguna debe analizarse, actualizarse y enriquecerse con múltiples aportes del pensamiento argentino. Pero resulta evidente que es preciso recoger un mensaje que -más allá de un largo listado de obras y logros- tiene su núcleo central en la necesidad de actuar a partir de la unión y solidaridad de las grandes mayorías populares: porque con la marginación de las mayorías, y sus lideres representativos, ningún país puede constituirse legalmente.

Sólo con estas premisas de unidad podremos contribuir protagónicamente a la imprescindible integración regional con nuestros países hermanos y vecinos; y en conjunto liberarnos de las rémoras de todo neocolonialismo territorial o económico. El destino del mundo requiere el tipo de recursos que nosotros disponemos con gran generosidad de la providencia, y que es menester proteger de la voracidad de las corporaciones transnacionales, para aplicarlos en proyectos propios y mancomunados de desarrollo sostenido y equilibrio ambiental.


La primera victoria es la política

En esta lucha, como en todas las otras, “la primera victoria es la política”, para que su direccionalidad sea válida en las diferentes áreas y aspectos de ejecución de la actividad del país; pero esta afirmación no se refiere a la práctica lamentable del partidismo sectario o al contubernio del reparto de ventajas o cargos. Por el contrario, nos enfocamos en el esfuerzo de voluntad política que quiera realizar la sociedad civil, desde el fondo del alma colectiva, para transformar totalmente la situación de anomia y frustración que paraliza nuestras mejores energías.

En la naturaleza humana, todo lo sufrido como adversidad o desencanto tiene sentido, cuando se recupera como experiencia y se transmite con humildad. Para ello son necesarias dos virtudes que parecen contradictorias, pero no lo son: la persistencia de las convicciones que nos lleva a hacernos fuertes en nuestra fe y creencias y, a la vez, la tolerancia a las ideas fundadas de los otros que participan igualitariamente de una misma comunidad. Sólo así se mantiene la esperanza y el optimismo en un destino compartido, y se renueva el fenómeno de la vida gregaria, alimentada por la fecundidad del trabajo, y por los lazos solidarios de reconocimiento y afecto de los ciudadanos entre sí, por encima de las ideologías y partidos.

Esta disposición espiritual para retomar una senda ascendente, surge lógicamente del estado de necesidad en que nos encontramos, y se asienta por medio de la reflexión que suscita la responsabilidad de saber que los argentinos tenemos suficientes reservas de recursos humanos y materiales para construir la nueva etapa de un país prominente. Un país cuya ubicación especial, “en el confín austral del planeta”, le ofrece todas las posibilidades de acceso a una geopolítica de futuro para la integración, el transporte y el comercio internacional.


El diálogo social institucionalizado

Es fácil deducir que toda la participación necesaria que se reclama, a fin de erigir una democracia plena de justicia y equidad, no puede caber únicamente en los moldes tradicionales de los partidos. Estos conservan su rol, reconocido por la Constitución como vía de acceso al funcionamiento político general, y puntualmente a la actividad parlamentaria y legislativa del Congreso; pero hace falta incluir la amplia gama de configuración social de organizaciones laborales, empresariales y profesionales que existen y actúan con diferentes modalidades.

Tales organizaciones, que contienen y expresan a los ciudadanos y ciudadanas del país, pero en su condición de creadores y productores de bienes y servicios culturales y económicos, pueden aquí aportar su propia versión o matiz del Proyecto Nacional. A este fin es imperioso escuchar sus voces, clarificadas primero en sucesivos debates internos para armonizar sus posiciones, y establecer después el diálogo social institucionalizado al máximo nivel.

Los países que han conseguido definir un estilo propio -por el cual se han consagrado como referentes internacionales en distintas épocas históricas- tuvieron la capacidad de “pensarse a sí mismos”; a veces como requisito imprescindible para resistir agresiones o salir de crisis muy profundas. Nosotros, integrando un pueblo comparativamente joven, con más tiempo de vida colonial que independiente, necesitamos acortar la distancia para alcanzar la encarnación substancial, no sólo formal, de la categoría nacional. En este desafío, debemos recurrir obligadamente a una real “toma de conciencia” que, en la medida de nuestra sinceridad y compromiso, motivará coincidencias básicas e iniciativas congruentes.

En este gran propósito, las acepciones de “oficialismo” y “oposición” no se mantendrán estáticas ni rígidas, porque será posible ir encontrando, en una síntesis factible, los objetivos ponderados de coordinación, cooperación y colaboración. Valga aclarar que acordar sobre las materias del Proyecto Nacional, no es pactar de forma espúrea o a espaldas del país, sino dejar de lado discrepancias, a veces absurdas, tras la finalidad superior de conquistar la grandeza y felicidad de nuestro pueblo.


Un sistema republicano, federal y municipal

Es cierto que la sociedad evoluciona o involuciona por sí misma, pero la maduración de ella es sensible a la responsabilidad social de los dirigentes que son capaces de incentivarla y movilizarla, detrás de las constantes más positivas de nuestra nacionalidad. Ello hará posible generar un espacio de conocimiento y respeto mutuo, para concertar una línea política de Estado de carácter integral. La alternativa negativa al consenso, como lo enseña la historia, es la reiteración del quiebre periódico de nuestra trayectoria democrática, “por falta de fuerza política y exceso de política de fuerza”.

Por eso el Proyecto Nacional tiene que consolidar el sistema republicano y federal, con una influencia mayor de los gobiernos locales y municipales, en los términos de un verdadero poder comunitario de base; el cual coincide -en el despliegue y ordenamiento territorial- con las organizaciones ya señaladas de expresión y acción social. En virtud de esta concepción más abarcadora de los valores y principios participativos, la democracia puede revertir su decadencia por corrupción, y emerger con nuevo impulso, sin abstracciones teóricas, desde las raíces vivas del esfuerzo de trabajo, el orgullo de pertenencia y los lazos solidarios de la comunidad.

martes, 3 de noviembre de 2009

Construir una voluntad de sentido y convivencia.

Equilibrar realismo e idealismo

Reflexionar sobre política y estrategia, desde la perspectiva de una necesaria actualización del Proyecto Nacional, presupone arrostrar la incomprensión y aún las críticas de quienes creen que alentar un pensamiento con contenidos teóricos y técnicos, va en contra de apreciar y responder efectivamente a la realidad actual. Una realidad, sin duda, plena de incertidumbres, urgencias y confrontaciones, con o sin causas de fondo. Todo lo contrario: considerar aquí este proyecto es un aporte válido -aunque modesto- para salir de las frustraciones que se manifiestan, a veces con excesiva dureza, sumando entonces a una corriente de voluntad de sentido nacional y convivencia.

Dicho de otra manera: mientras atendemos a lo urgente, en términos de necesidad, no dejamos de discernir lo importante, en términos de un futuro diferente, más acorde a las extraordinarias posibilidades de nuestro gran país. Nos repartimos, pues, entre el realismo y el idealismo, entre lo táctico y lo estratégico; trabajando en lo concreto sin dejar de soñar, despiertos, el sueño de los padres fundadores de la patria.

Es un modo de cumplir un axioma clave de la filosofía de la acción, tan simple como eficiente: “cuando no se puede hacer lo que se debe, se debe hacer lo que se puede”. En este aspecto, si el foco de la idea estratégica -que es aquella que constituye la esencia del proyecto- dejase de iluminar definitivamente nuestro camino, empezaría a morir la propia nacionalidad. Esto ha ocurrido muchas veces en la historia, como resultado de angustiosas crisis de identidad nacional, producto de divisiones, enfrentamientos, o sencillamente de períodos de anomia y desagregación. Crisis que, al agravarse, hacen que algunos países desaparezcan, o sus partes se fragmenten para integrar otras unidades territoriales y políticas.

Decimos esto para patentizar las alternativas reales que presenta la complicación indefinida de la situación de una comunidad, que puede involucionar hasta el punto crítico en que requiera ciertas formas de arbitraje externo [Honduras], o aún operaciones de paz [Haití]. También en nuestra propia historia, sabemos cuantas veces se recurrió a instancias extranjeras para el apoyo de facciones en cuestiones de lucha interna [la corona británica, el imperio del Brasil], y la costosa balcanización consiguiente de la dimensión geopolítica del Virreinato del Río de la Plata [Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay].

Aquella vieja y mala consigna liberal, que decía que “el problema de la Argentina es la extensión”, nunca estuvo tan desmentida como ahora, en que la nueva realidad internacional se basamenta en una ecuación de grandes países continentales [Estados Unidos, China, Rusia, India, Brasil] y bloques regionales [Unión Europea, Unasur]. Referencias breves pero suficientes para destacar la importancia fundamental de la integridad territorial, que es donde el mapa mundial registra con la verdad de la realidad, cuál es y cómo se expresa la voluntad de unión, pertenencia y convivencia de cada pueblo sobre la faz de la tierra.


El pensar estratégico debe preservar la integridad nacional

Vemos así como algunos conceptos que parecen abstractos, configuran situaciones muy concretas que afectan, incluso, la identidad cultural primaria y las vicisitudes de la vida cotidiana. Son, precisamente, los obstáculos y problemas que el pensar estratégico debe prevenir, o tratar de solucionar, no sólo con la acción de gobierno y las instancias del Estado, sino con la franca intervención de la oposición y la participación de la sociedad civil en su conjunto. Son los factores estimulantes del poder nacional que, por dicha razón, deben manifestarse en el proyecto, descartando por igual el autoritarismo, la indiferencia y la oposición indiscriminada.

Un compromiso básico entre las organizaciones políticas y sociales, y principalmente entre los distintos matices de las fuerzas populares, tiene que constituirse en el motor impulsor de una renovación democrática, proclive al diálogo y a la propuesta seria, cuando se trata de encarar una problemática que nos afecta a todos, en nuestra condición de ciudadanos argentinos. Hecho que es, sin duda, independiente de nuestras opciones, tradiciones y adhesiones partidarias.
Las diferencias políticas son naturales y propias del orden democrático; orden que distingue la libertad responsable de la anarquía sin destino; porque el dinamismo democrático, sin ocultamiento ni doble discurso, hace posible tanto el disenso como el consenso. Máxime cuando la madurez del pueblo, y la prudencia de los dirigentes, es tal que saben distinguir entre una y otra alternativa: el consenso para lo general y el disenso para lo particular, preservando siempre el eje central del bien común.

Agreguemos que el consenso, como fruto directo del diálogo y el debate de altura y respetuoso entre posiciones diferentes, ha reinado más de una vez en nuestra trayectoria institucional. Esta actitud trascendente ha determinado momentos verdaderamente históricos, que es preciso vincular entre sí para profundizar sus contenidos patrióticos; a la par que emular en el presente para reencontrarnos con lo mejor de la argentinidad.

Sí, por el contrario, no hay disposición para escuchar al otro, o una parte se abroga la condición excluyente del todo, ocurre la desaparición del espacio de encuentro e intercambio de fundamentos y propuestas. Por ello, negar la existencia de problemas reales, no sólo es arrogancia, sino imponer la misma negación a las personas afectadas por dichos problemas, paso previo a la violencia de la represión o a las distintas manifestaciones de una intolerancia inconcebible.


Asumir los compromisos de la sociedad de pertenencia

Esta secuencia de malos hábitos públicos que siempre terminan por dañar el desenvolvimiento legal y constitucional, exige comprender y superar ciertos mecanismos regresivos de nuestra conducta individual, grupal y colectiva, para eliminar o disminuir el periódico retorno de los antagonismos políticos irreductibles. Estos se originan en una subjetividad excesiva, que desprecia la interacción necesaria entre los miembros de la comunidad; factor de obligada convivencia, que llama a la solución pacífica de los conflictos, generados éstos por intereses particulares o sectoriales distintos y beligerantes

Conviene recordar que, en la naturaleza humana, individuo y comunidad no se contraponen sino se complementan, ya que se integran para poder existir. El ser individual nace del ser colectivo de la comunidad y hacia ella, directa o indirectamente, vuelca todas sus acciones y esfuerzos para alcanzar sentido. A la vez, la comunidad se constituye en una entidad organizada por el entramado vital de los lazos personales, familiares y vecinales que determina su base productiva y reproductiva.

El juicio de realidad y el sentido común resultan, precisamente, de combinar en su adecuada proporción el mundo interior de cada persona -en el marco del derecho a la identidad, la libertad individual y la privacidad con el mundo exterior de la comunidad- en el marco de la pertenencia cultural y de las reglas de comportamiento que exige toda organización plural. La ciudadanía alcanza así su pleno significado, cuando cada uno de sus miembros asume e internaliza los compromisos que exige vivir en sociedad.

Este equilibrio espiritual y material entre persona y comunidad, se rompe por obra de los extremos igualmente perniciosos del egocentrismo y la masificación. El primero, porque desconoce o rechaza las normas que instituyen los principios de la conciencia moral de la comunidad organizada; y la segunda, porque confunde la convivencia voluntaria con una estructuración rígida y uniformante, negadora de la multiplicidad de personalidades que la componen con sus propios sentimientos, pensamientos y acciones.


La prédica del Proyecto Nacional es irremediable

Por los motivos enunciados, la escena política de un país se verifica en función de los distintos grados de evolución de las relaciones humanas, surgidos entre la adhesión y la agresión. Madurar como sociedad implica, por consiguiente, descartar la exigencia de obediencia incondicional, que impone la sumisión de los iguales, y evitar la lucha irracional que dictamina la muerte política y aún física de quien se considera “enemigo”. En estas nociones equívocas del carácter propio de las contiendas partidistas, subyace el fantasma de la lucha civil, en contra del arte civilizatorio de la persuasión, el acuerdo y la concertación que corresponde al espíritu republicano.

Estas últimas categorías deben pasar a ser las primeras en nuestras preocupaciones cívicas, que es menester encaminar por la educación, la contención y la demarcación de límites legítimos a la confrontación política. Una empresa dirigida a moderar y modular las exigencias y consignas de cada sector involucrado, para canalizar correctamente las energías profundas de la sociedad en orden a un futuro mejor, de prosperidad compartida.

Es la mediación, justamente, que puede ejercer en nuestro ánimo el plexo de principios, criterios y grandes objetivos de un Proyecto Nacional en debate. Él se construye inicialmente sobre un piso preexistente de diferencias, desavenencias y contradicciones, pero -al reconocer el valor y la participación del otro necesario en la conformación de la comunidad- puede avanzar en el rumbo decidido de un destino común.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Serie de notas sobre el Proyecto Nacional:


1. El PROYECTO NACIONAL
HACE LA DIFERENCIA



La condición primordial del proyecto y su finalidad

Solemos escuchar, aunque no con la frecuencia deseada, acerca del Proyecto Nacional como tarea de reflexión pendiente; y comprobamos que muchos compatriotas ignoran aún lo elemental de su significado. Conviene, entonces, resumir entre todos sus conceptos principales, para sumarnos a la expectativa de un debate profundo que, al tratar temas vitales para la existencia de nuestra sociedad, nos salve del tedio de un momento político de mediocridad y lleno de contradicciones superfluas.

Si vamos a cuestionar estos defectos, sepamos que la crítica que vale aquí es la crítica práctica, que -además de contener expresiones de deseo que se pueden compartir sin esfuerzo- exige nuestro involucramiento personal en los problemas de la realidad social y política. Este compromiso apunta a producir colectivamente los hechos fundamentales que hacen falta, para salir del estancamiento prolongado de una situación anodina y estéril; especialmente si la comparamos con la de los países hermanos que se muestran más maduros y estables.

En principio digamos que, en la facultad de las ideas, “entender” es poder sintetizar una diversidad de conocimientos en la unidad mental de la razón. Y que, en este sentido: ser nacional, identidad nacional y conciencia nacional son expresiones equivalentes; en la medida que demandan rescatar la memoria histórica y, a la vez, formular hacia el futuro una propuesta que reafirme y renueve el sentimiento de un destino común.

La razón, en términos absolutos, nunca permanece totalmente neutral, porque es una herramienta de la voluntad que le impone sus objetivos de acción, detrás de distintos argumentos. Por eso, lo importante en la definición popular del Proyecto Nacional son los impulsos vitales que se autoafirman, basados en arquetipos originarios de nuestra singularidad como país; y que le otorgan vocación de sentido al proceso cíclico, a veces vacilante, de nuestro desarrollo histórico.

Tenemos que manifestar, pues, y antes que nada, una intención política digna, plena de valores fundacionales, para un renovado planteo ético y estratégico, aplicable a las categorías propias de la planificación y la movilización de nuestro gran potencial como país. Por lo demás, la Argentina posible -apenas bosquejada en el acto de su fundación independiente- será el resultado del esfuerzo que todos hagamos en conjunto ahora para desplegar su poderío.


Proponerse un destino y señalar un camino

Proyecto, en su acepción más amplia, significa la capacidad de una comunidad y sus instituciones para proponerse un destino y comprometerse a cumplirlo. Comprende una imagen deseable de país a realizar, y el trazado de un camino viable para lograrlo. En sus grandes objetivos, deben sentirse expresados cada uno de los ciudadanos, reconociéndose en igualdad de participación y pertenencia con los otros. Es la llave necesaria para liberar la energía contenida en sus fuerzas sociales cooperantes, en la medida de su conciencia de identidad nacional. A este efecto, se aceptan y respetan todas las diferencias, menos aquellas que presupongan discriminación o desigualdad.

Metodológicamente, el Proyecto Nacional abarca una previsión, un análisis y una resolución general de la problemática argentina, traducida a una serie de ideas-fuerza como grandes vectores del pensamiento nacional. Ellos deben guiarnos a un futuro de mayor desarrollo político, económico y social, con el apoyo masivo de las grandes mayorías populares. Cuando estas mayorías lo hagan suyo, el proyecto se habrá consolidado en forma sostenida, compacta y plural; sin apropiación de personas o grupos, porque su carácter nacional acredita claramente que pertenece a todos los argentinos.

Esta virtud esencial del Proyecto Nacional se ubica antes, durante y después de los gobiernos de turno, en los sucesivos períodos constitucionales; porque su matriz procesal en el tiempo demanda el cumplimiento progresivo de varias etapas. En consecuencia, tiene que ser flexible para admitir su actualización, pero siempre con visión integradora de toda la gama de actividades y sectores que comprende. Como se ve, es un esfuerzo de largo plazo, que tiende a reconfigurar históricamente la personalidad del país, a partir de un sentido del poder trascendente, no reducido a gobernantes ni partidos considerados en forma puntual y aislada.


Identificar los cambios estructurales necesarios


A fin de otorgar una direccionalidad en gran perspectiva, para la orientación general, la elaboración del proyecto empieza por definir los objetivos nacionales y los lineamientos de las políticas de Estado que surgen del respectivo estudio de la realidad, área por área, sintetizado en sus conclusiones operativas. En esta dinámica de trabajo conceptual, es preciso identificar las transformaciones estructurales que es menester impulsar; los propósitos que las fundamentan; y los recursos y medios para sustentarlas, tomando como base la situación real del potencial nacional.

En cuanto a la formulación paso a paso del proyecto, abarca obviamente el análisis pormenorizado de los objetivos nacionales que ya señalamos, para definir la doctrina nacional que los sustente con amplitud en el plano teórico y técnico. La opción por una lógica doctrinaria abierta e incluyente, es lo contrario de toda actitud dogmática, o ideología rígida y cerrada de sector o facción, porque estas posiciones inviables contradicen la voluntad superior de consenso.

Luego se completa el perfil de lo que podemos llamar la “imagen - objetivo”, pensada como una situación futura ideal, pero factible, para coordinar la convergencia de propuestas y medidas de acción. Nuevamente, se vuelve sobre el tema de los objetivos generales, pero con un mayor nivel de precisión, para puntualizar los objetivos y metas específicos de cada etapa del proyecto. De igual modo, para detallar los lineamientos de las políticas de Estado correspondientes a cada tramo de avance, que es lo que distingue la conducción orgánica de la improvisación permanente.


No concebir un proceso mecánico sino orgánico

Dada la importancia y magnitud de la tarea, que puede tener éstas u otras alternativas de ejecución similares, conviene aclarar -según nuestro punto de vista- el concepto de “tiempo” en el arte de la planificación inherente al verdadero estadismo. Por consiguiente, el tiempo del proyecto no debe percibirse en una dimensión mecánica -medible con calendario y reloj- sino concebirse en una dimensión orgánica, por la estructuración natural, no forzada, de los grandes procesos políticos y sociales.

Tampoco el proyecto nace de cero; porque debemos reconocer que, desde hace dos siglos, nuestra comunidad, con sus marchas y contramarchas, uniones y divisiones, viene expresando por comisión u omisión un “modelo argentino”. Es la trayectoria de aciertos y errores que vamos demostrando hacia adentro y afuera del país. Sin embargo, los defectos no son irreversibles, si se toma debida conciencia de ellos; por lo cual la conmemoración clave del bicentenario [1810-2010], puede ser la ocasión propicia para corregir equivocaciones, potenciar logros y repensar un destino nacional de alcance estratégico y significación continental.

Con este propósito tan necesario, es imprescindible ir creando un espacio de reflexión e intercambio de experiencias y propuestas, válido para contribuir a la transformación positiva de nuestra realidad. Se trata de superar los debates urgentes pero limitados de la política cotidiana -a veces meramente politiquería- para acceder a un nivel conceptual más elevado y amplio, de naturaleza solidaria y creativa. Esto no significa desconocer las diferencias o disimularlas con hipocresía, sino ofrecernos la oportunidad de que nuestras actitudes cooperativas predominen inteligentemente sobre hábitos confrontativos tan arraigados como inconducentes.

No hay sociedad sin conflicto, pero tampoco democracia sin diálogo; por eso plantear un debate sincero y constructivo no es una ingenuidad. Representa, en cambio, la posibilidad de sintetizar, moderar e integrar expresiones de una multiplicidad de objetivos y metas, que pueden y deben ser coordinados y compatibilizados en función del bien común, como alternativa cierta a la intolerancia reiterada, la división definitiva y la violencia latente.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Nobel a Obama: Una ayuda justo a tiempo.

El mensaje político internacional

Los premios Nobel, especialmente los dedicados a la paz –más allá de su prestigio internacional o precisamente por ello- tienen siempre un contenido político que suele superar los merecimientos personales, para destacar objetivos o tendencias acordes a la concepción de la institución nórdica que los otorga. Es una concepción propia de países altamente desarrollados, con una amplia gama de beneficios sociales garantizados, y una cultura de gran sensibilidad por la vigencia de los derechos humanos en cualquier lugar del mundo.

En este aspecto, nosotros recordamos bien el impacto que representó, en el año 1980, en medio del “proceso” militar, el otorgamiento de esta distinción a Adolfo Pérez Esquivel, integrante del Servicio de Paz y Justicia vinculado a la Iglesia Católica. Entre tantas dictaduras latinoamericanas, promovidas y coordinadas desde el Norte en el marco de la Guerra Fría , el caso argentino ostentaba un “mérito” lamentable. Constituía un modelo de represión clandestina, copiado en otros países [como Honduras, según declaración de sus militares], que se distinguía por sus excesos en la práctica del llamado “terrorismo de Estado”.

El mensaje del Nobel resultó claro: tales procedimientos ilegales y cruentos debían terminar, y el país en su conjunto tenía que acceder a una transición hacia la democracia. Esta conducta de la estructura militar de entonces, hasta allí encuadrada en la llamada “doctrina de la seguridad”, habría de cambiar en el sentido anunciado a nombre de la comunidad internacional, luego de un tiempo de tolerancia. Y este cambio también sería emulado, dentro de una corriente continental de retorno al orden constitucional, por la influencia reconocida –en lo bueno y en lo malo- de Buenos Aires.


Presionando en el punto de inflexión

Ahora el Nobel de la Paz ha sido concedido al presidente Barack Obama, que constitucionalmente es el comandante en jefe de las fuerzas armadas de EE.UU., primera potencia militar del globo. El hecho fue calificado unánimemente de “sorpresa”, carácter que –siempre lo hemos dicho- destaca una cualidad esencial de la mejor acción política, por cuanto crea nuevas situaciones y abre distintas posibilidades en el juego de las relaciones de poder. Por lo demás, la sorpresa es particularmente efectiva en las situaciones dinámicas que enfrentan un punto de inflexión para salir, como ya vimos, de una etapa pasada y entrar en otra perspectiva.

Es interesante, pues, conocer las causas motivantes de este acontecimiento que ha suscitado reacciones tan opuestas. La principal crítica se refiere al poco tiempo de gestión de Obama, por lo cual se habrían juzgado más sus palabras que sus hechos, ya que su discurso a favor del desarme nuclear, la cooperación internacional y la diplomacia multilateral todavía no ha podido fructificar en resultados concretos. Por el contrario, el presidente se encuentra inmerso en la revisión de la estrategia norteamericana en Afganistán, que a sugerencia de algunos consejeros consideró como su propia guerra, trasladando el eje estratégico de Bagdad a Kabul.

Se repite entonces la disyuntiva que, en su momento, tuvo que encarar Bush, cuando el empantanamiento operativo en Irak -guerra que hasta ese momento había desatendido- lo enfrentó a la opción de reforzar o no el número de tropas, y el presupuesto correspondiente, empeñados en esa polémica de invasión. La decisión presidencial favorable al Pentágono, en un conflicto poco comprendido y muy impopular en el frente interno, significó el principio del fin de la sustentación política republicana, a favor del triunfo demócrata en 2008, en paralelo al inicio de la crisis financiera provocada por Wall Street.

En estos días, precisamente, asistimos a una actitud poco usual en la opinión y en las relaciones que regulan, al menos en la apariencia, las relaciones civil-militares que dan prioridad a la conducción político-institucional de las fuerzas armadas como instrumento técnico. El General Stanley McChrystal, comandante por EE.UU. y la OTAN de las tropas en Afganistán, está en comunicación con Washington para forzar un adicional de 40,000 soldados, pero con el insólito acompañamiento de una campaña de prensa y discursos de implicancia política, como el pronunciado recientemente en Londres.

Este proceder desacostumbrado ha motivado que el mismo secretario de defensa, Robert Gates –que viene de la administración anterior para moderar el cambio prometido por Obama en su exitosa campaña electoral– ha declarado que es imperativo que los jefes militares ofrezcan su consejo al presidente, “pero en privado”. Lo contrario, obviamente como está ocurriendo, con amplia cobertura mediática, presupone la ingerencia de militares profesionales en actividad, en cuestiones políticas de defensa y asuntos exteriores, lo cual resulta inadmisible en un sistema democrático.


Entre la opción maximalista y la minimalista

Existen, en consecuencia, dos posiciones respecto a la intervención armada en Afganistán: la maximalista y la minimalista. La primera expresa el esquema de conducción hegemónica más directa y agresiva, partidario de la extensión ilimitada de los conflictos, incluyendo la controvertida doctrina de las guerras “opcionales” y de las guerras “preventivas”. La segunda, en cambio, destaca su preferencia por la vía político-diplomática, reservando la alternativa militar para el caso obligatorio, no opcional, de las guerras consideradas “necesarias”; o sea aquellas donde está en juego realmente la seguridad e integridad de la nación.

Aplicada esta última opción a Afganistán –sobre todo a la luz de un gobierno sospechado de fraude electoral, con una economía de miseria y creciente resistencia popular al apoyo bélico extranjero– consiste en acotar los objetivos a lo imprescindile, enfocándose en Al-Qaeda; y tolerando al hasta ayer detestable Talibán, incluyendo una cierta representación en el poder. La decisión implica una compleja perspectiva regional que comprende, en un flanco, la situación inestable de Pakistán: un país nuclear con simpatía mayoritaria por los aguerridos talibanes en su enfretamiento ancestral con la India. Y en el otro flanco, el grave conflicto político con Irán, que aspira a un desarrollo nuclear independiente con serias desviaciones estratégicas.

Las autoridades políticas de Washington saben bien que Afganistán –considerado históricamente “el cementerio de los imperios”- podría convertirse en el Vietnam de Obama. En principio, y luego de 8 años de combates, un largo tiempo comparado con la II Guerra Mundial y otras contiendas de EE.UU., se acepta aquí que el 80% del territorio de ese país indómito y de cultura impenetrable, está en manos del enemigo, a pesar de su inferioridad logística y tecnológica. Es la dura lección que, en su momento, recibió el poderoso ejército ruso, a pesar de estar mucho más cerca de sus propias fronteras.


Poder unilateral o equilibrio multipolar

En estas circunstancias de espacio, tiempo y fuerzas se presenta un punto de inflexión que divide dos modos diferentes de concebir y ejercer el poder de la primera potencia global: o el modo unilateral y arbitrario [Bush], inherente a un mundo unipolar, hoy cambiante; o el modo multilateral y cooperativo [Obama], basado en la evolución hacia un equilibrio multipolar de grandes regiones integradas.

En esta realidad evidente EE.UU., Rusia, China e India constituyen –por su dimensión y desarrollo territorial en sí- vastos procesos de integración económica y política con su respectiva proyección miltiar; y Europa, dividida en múltiples países, ha tenido que unirse para compartir con posibilidades de éxito en esta evolución inexorable. Hasta el nuevo gobierno de Japón –variando su estrecha relación con Washington, desde su rendición en 1945- ha reivindicado su condición de potencia asiática, planteándose la inserción en su región.

Pensando justamente en las posibilidades que ofrece la acción confluyente de los proyectos de unión continental, Suramérica se propone el suyo, a partir de su clara identidad cultural e histórica, potenciada por objetivos comunes en lo político, económico y social. Ideal puesto a prueba por las dificultades que enfrenta UNASUR, entre otras cosas por una renovada presencia militar estadounidense [IV Flota, bases en Colombia]; a la que se agrega –en la contigua Centroamérica- el golpe-piloto de Honduras, entendido como amenaza latente en la nueva etapa geopolítica que transitamos.

En consecuencia, sobre la línea divisoria de dos visiones contrapuestas, que vinculan fuerzas contradictorias en el centro y la periferia de la globalización actual, actúa la presión de este consenso de países de desarrollo avanzado, que no desean exponerse a exabruptos políticos ni geopolíticos. Con este fin, más que juzgar una tarea realizada, en tiempo pasado, han efectuado una apuesta a futuro, haciendo oir su voz –prestigiosa pero no inocente- para “ayudar” a un Obama limitado en lo interno. La esperanza consiste en que el primer presidente afroamericano encarne una alternativa de poder real, como variante superadora de las reacciones peligrosas de las alas extremas.

viernes, 9 de octubre de 2009

Las categorías referenciales del poder regional


Entre el nacionalismo aislado y la globalización asimétrica


El único argentino tres veces presidente constitucional formuló, hace más de medio siglo, la doctrina del continentalismo, ubicada a la salida de los proyectos nacionales del pasado, aislados y beligerantes, y a la entrada de un futuro orden universalista, más justo. La idea era acompañar geopolíticamente la dialéctica histórica que, sin los procesos equilibradores de integración regional, desembocaría en la actual globalización establecida asimétricamente. Es decir, desde el control de las redes financieras de los círculos dominantes, y por lo tanto definitivamente injusta respecto a los países dependientes de la periferia neocolonial.

Esta doctrina, expresada en la tesis de la integración precursora de Argentina, Brasil y Chile, tenía como antecedente la concepción diplomática del Barón de Río Branco, promotor del primer tratado del ABC y fundador de Itamaraty la eficaz cancillería brasilera, a principios del siglo XX. Este estadista, caracterizado por mantener y acrecentar la dimensión territorial del Brasil por medios diplomáticos y el conocimiento de la realidad de sus países vecinos, continuó -en el período de la república- la tradicional política exterior del imperio, pero sin dar prioridad a las soluciones militares.

Esta política tenía su acento en una articulación especial con la potencia emergente de EE.UU. al término de la Guerra Civil, y de modo paralelo una relación enfocada en los países suramericanos. Una diferencia notable con lo actuado simultáneamente por otras cancillerías, que -salvo excepciones- estaban de espaldas al continente, atentas a Londres y a otras metrópolis europeas en actitud de súbditas.

No es propósito de este trabajo realizar un estudio comparado del desarrollo de Brasil en relación con Argentina y otros países de raíz hispanoamericana; pero sí destacar las categorías referenciales de nuestro principal vecino, en el marco del proceso de unión, coordinación y fuerza regional que hoy encabeza. Tales categorías, que no se pueden desconocer en un análisis objetivo de esta dinámica integracionista, parten precisamente de una concepción geopolítica y estratégica propia que, sin perjuicio de buscar puntos de apoyo en el marco superior de las relaciones de poder, sabe claramente lo que ambiciona para sí, y trata de procurarlo consecuentemente.

Este fue el espíritu que captaron tres ilustres presidentes -Perón, Vargas e Ibáñez del Campo- para reeditar el ABC en una versión actualizada al resultado de la II Guerra Mundial. Ya no se trataba de continuar simplemente con la exportación marítima de alimentos y materias primas, sino de crear grandes mercados internos y regionales para sustentar un desarrollo integrado. Este nuevo modelo productivo tendría que priorizar el desenvolvimiento industrial y tecnológico de nuestros países, y prepararlos para competir en un mundo de alta concentración económica, comercial y de conocimiento.

Después de avances y retrocesos, bajo gobiernos constitucionales y anticonstitucionales, el acierto de este axioma geopolítico -la integración regional- constituye un rasgo relevante de la situación política y geoeconómica actual. Porque no es casualidad que Brasil haya impulsado la Unasur, para llenar un vacío estratégico con la participación horizontal del continente; y que -junto a Argentina y Chile- represente a los países que, en esta parte del mundo, mejor han resistido la fuerte recesión provocada por la especulación global de Wall Street.


El temple político de la diplomacia

Una correcta concepción geopolítica, que aspire a la grandeza nacional y no meramente a una rutina administrativa, excede el rol de la diplomacia profesional que conforma todo servicio exterior. Ella necesita imprescindiblemente del temple político que sólo puede proporcionar una buena conducción superior, capaz de amalgamar a los distintos factores de poder detrás de metas de importancia estratégica. El arte consiste en encontrar un ritmo armónico, que impida los excesos de cada uno de estos factores cuando piensan y actúan por separado, en el amplio arco que va de la extrema indefensión al militarismo craso.

La categoría de conducción que destacamos no corresponde, desde luego, a un elitismo de especialistas y altos funcionarios; porque sus objetivos no son burocráticos: ya que deben ser sentidos, comprendidos y apoyados por las grandes capas populares. Esto requiere un ordenamiento constitucional inclusivo, dinámico y expansivo que aliente y contenga la mayor participación posible. Por esta razón, se ha dicho acertadamente que, frente al golpe en Honduras, no defendemos únicamente al sistema democrático como una formalidad más o menos abstracta, accionada por aparatos partidocráticos cerrados en sí mismos, sino a una política abierta masivamente al cambio y la transformación económica y social.

Esta asociación entre conducción estratégica, proyecto nacional y movimiento social muy activo y organizado, se manifestó primeramente en la evolución argentina, con similitudes no casuales, por ejemplo, en la estructura sindical básica de la corriente de apoyo a una nueva doctrina y forma de hacer política. Al mismo tiempo que, respecto de una relación mutuamente provechosa, se lograba una identificación popular del carácter nacional de las fuerzas armadas, dando preeminencia a su misión fundacional, sobre su empleo ilegal, demasiado frecuente, como “partido” sustituto de los grupos de poder sin respaldo electoral de la ciudadanía.

Precisamente, cuando nos adentramos en las vivencias de la actualidad brasilera, es imposible no percibir la ecuación nacional-popular-regional de un proyecto que, con las variantes y actualizaciones de rigor, parece recuperar la experiencia histórica de un desarrollo integral, soberano y sostenido. Recuperación que, lógicamente, tiene su natural repercusión en el campo de las relaciones exteriores, donde nadie puede incursionar sin muestras sólidas y evidentes de unión, consenso y acompañamiento nacional.


Desarrollo económico y cohesión social


La unidad nacional a la cual nos referimos no es algo declamativo ni exclusivamente político. Tal vez sea en el plano económico donde esta condición de la comunidad se pone más a prueba, porque la división y el enfrentamiento interno se expresan con fuerza en la distorsión de costos, precios y salarios; en la discriminación y exclusión laboral; en la especulación monetaria y financiera; y en los mensajes contradictorios y confrontativos que -vía su influencia mediática- los diferentes grupos de poder empresarial o gremial envían a la sociedad.

Aquí también Brasil, luego de una larga etapa de subdesarrollo y explotación -que incluyó formas antiguas y modernas de cautividad y esclavitud sobre base racial- ha realizado un esfuerzo encomiable en cuanto a trabajo, producción, innovación organizativa, avance tecnológico e inversión de capital. Su rumbo -también a favor de su mayor dimensión geográfica y demográfica- le ha permitido evolucionar, en el siglo pasado, de una posición de paridad con la Argentina, a triplicar nuestro producto bruto interno.

Esta dirección, valiosa por su coherencia y constancia en el largo plazo, ha buscado siempre la complementación entre el Estado y el sector privado; entre la producción agraria y la industrial; entre la gran empresa y las pequeñas y medianas; y entre el capital nacional y extranjero. Es importante su cuidado en la gestión tanto pública como privada, y su lucha contra la corrupción que es endémica allí como en el resto de la región. Este balance favorable en términos de relativa cohesión social, no desconoce los graves problemas de marginación, violencia y criminalidad organizada que también lo afectan, potenciados por su extensa y contrastante geografía.

De todos modos, vale la pena reflexionar sobre la situación actual de nuestro vecino y socio económico y político, con quien constituimos los núcleos fundadores de Mercosur y Unasur. En el espejo de un comportamiento de gran país que aspira a consolidarse como potencia, podemos extraer enseñanzas y emular experiencias que prometen éxito, si las sabemos asimilar y adaptar a una concertación nacional propia. Lo opuesto a este proceder, sería ignorar con arrogancia estéril sus logros evidentes; o persistir en una especie de autismo derrotista que niega las ventajas ostensibles de una integración mutuamente provechosa y prudente.


La modernización de la defensa nacional y regional

La modernización de la defensa nacional -dentro de un concepto claro y sincero de protección cooperativa regional de nuestra identidad cultural, orden democrático y recursos materiales e históricos- es la categoría referencial con la que culminamos este análisis para no prolongarlo demasiado, habida cuenta de otras observaciones pasadas y futuras. En los estudios estratégicos serios, la defensa -como deber y derecho comunitario cuyo sujeto es el Estado-, está en el principio y el final de las diversas consideraciones operativas, por su función indeclinable de garantizar la libertad y la vida.

En este campo, si hiciéramos un rápido perfil con los componentes necesarios para alcanzar el nivel de potencia regional, podríamos citar específicamente la disposición de una fuerza militar proporcional de disuasión creíble; la autofabricación esencial de equipamiento bélico para no depender totalmente de las compras al exterior, y el acceso “sin restricciones” a las tecnologías sensibles de última generación, en cuanto a capacidad espacial, nuclear y cibernética. En estos asuntos el Brasil estaba manifiestamente atrasado para su dimensión económica y presencia política, lo cual Lula -un líder popular y reformador que escucha y modera a los factores del poder nacional- se ha propuesto ahora corregir.

El mismo presidente ha dicho que, en tal desafío, no se escatimarán esfuerzos y, además de comprometer inversiones escalonadas en el mediano y largo plazo, suscribió un tratado de complementación con Francia que incluye grandes adquisiciones. Las cifras declaradas en estos convenios están proporcionadas a una real magnitud política y económica, aunque algunos medios las han tachado de constituir una “carrera armamentista”, que sólo resultaría ser cierta en la alternativa de posponer el desarrollo integral del país.

El Brasil es el quinto país en dimensión territorial, y su economía tiende a ubicarse entre las más fuertes del mundo. Hablar de él, con uno u otro enfoque para debatir, es imprescindible para los argentinos del bicentenario; especialmente si, además del estudio histórico, se proyectan visiones prospectivas para una dinámica de las relaciones regionales y mundiales, de gran aceleración a partir de una etapa continentalista y multipolar.

Ya dijimos -y conviene repetirlo- que los liderazgos regionales no se ignoran ni discuten, simplemente se construyen. Entonces, si hemos perdido varias décadas, por nuestras permanentes luchas fraticidas, quizás haya llegado el momento de unirnos en un programa estratégico vital, con políticas de Estado resultantes de un diálogo amplio, para avanzar hacia el futuro participando plenamente del poder regional.

martes, 29 de septiembre de 2009

Honduras: ¿El modelo golpista de la etapa actual?

La ecuación guerra externa - guerra interna en la concepción hegemónica


Hace tiempo hemos descripto la teoría que vincula, en la seno del hegemonismo, las alternativas de la guerra externa de la proyección imperial, con las vicisitudes que van preparando y produciendo guerras internas en la retaguardia de su área geopolítica de dominación. El caso anterior, fue la retirada de Vietnam, cuyo síndrome derrotista fue compensado por el giro a la derecha represiva de las dictaduras locales de la llamada “doctrina de la seguridad”, que polarizó nuestra América en las décadas de la Guerra Fría.

En el caso actual, a la luz del empantanamiento estadounidense en Irak, el síndrome derrotista respecto de una retirada escalonada, pero ya anunciada, podría ser compensado con un ajuste de cuentas en Centro y Suramérica, dando inicio a una nueva etapa autoritaria, donde el adversario ayer “marxista” se convertiría en “populista”. Teóricamente esta conjetura debe ser considerada en términos de posibilidad, como el plano superior de un marco de referencia que, desde luego, tiene otros factores más localizados y concretos. Pero la teoría sirve para la comprensión estratégica del ala dura del Pentágono, que en forma coordinada ha realizado al menos tres operaciones importantes: la reactivación de la IV Flota; el establecimiento de siete bases en Colombia; y el golpe de estado en Honduras.

En esta visión, que descubre la anunciada “remilitarización” de América Latina desde arriba, el poder naval significa una fuerza de presencia, presión y control sobre las vías marítimas del comercio internacional, especialmente de petróleo y alimentos. Mientras, las bases fijadas en el continente con múltiples direcciones operacionales, materializan una disuasión cercana que potencia la “diplomacia militar” norteamericana, afectando a la naciente Unasur y su proyecto de defensa regional autónoma.

En este cuadro se produjo el golpe en Tegucigalpa del 28 de junio de 2009 que, sin perjuicio de sus motivaciones locales, es imposible imaginar sin el visto bueno de los respectivos referentes militares norteamericanos de la cúpula castrense hondureña. Esto es así por varias razones, empezando por el hecho de que su territorio aloja la más importante base de los EE.UU. en Centroamérica; y por haber sido utilizada la frontera de este país con Nicaragua, como santuario operativo de la “contra” sobre la revolución sandinista. Por esta causa, los cuadros de sus fuerzas armadas, retirados o activos, fueron y son los menos afectados por las políticas de derechos humanos que se implementaron, con distinto grado de acción, en nuestros países al retorno de la democracia.



Perfil de un “nuevo” estilo de golpe


Es importante estudiar los rasgos fundamentales del golpe hondureño, porque sus causas, componentes y consecuencias tendrán indudable proyección en tiempo y espacio en la nueva etapa inaugurada con la doble crisis -financiera y militar- de EE.UU., que impulsa ahora un proceso de recuperación económica y reordenamiento político y geopolítico. El propio presidente Barak Obama representa la ambigüedad de la situación, que puede orientarse hacia el ideal declarado de “cooperación” -con énfasis en las relaciones civiles y diplomáticas- o retroceder a las posiciones militaristas de un concepto unipolar y unilateral.

De la misma manera, la decisión del golpe en algún lugar del poder, es un disparo por elevación sobre la voluntad de conducción de Obama, y sobre la voluntad negociadora del Departamento de Estado, hoy a cargo de Hillary Clinton, una mujer frontalmente resistida por la derecha republicana. Hay que pensar que, en la tesis de ilimitación del espacio imperial, no existe distinción marcada entre política interior y política exterior, lo que nos define y subestima como “patio trasero”.

En la azarosa vida institucional de los países de América Latina, quizás nunca haya habido golpes exclusivamente militares. Siempre, en cambio, existieron fuertes sectores políticos y empresariales -y de otros factores de poder- involucrados en las interrupciones violentas del orden constitucional. Pero es evidente que el componente civil fue clave en este golpe, incluyendo dirigentes de todos los partidos, legisladores, jueces y, sobre todo, representantes del poder económico. Sin embargo, hay algo cierto: el golpe en sí no se hubiera producido sin la intervención decisiva y organizativa de las fuerzas armadas, y la acción represiva de la policía, encuadrada bajo la influencia de aquellas.

Tenemos así categorizado un golpe cívico-militar, envuelto en un discurso ideologizado pronorteamericano, pero en los viejos términos de la administración Bush, con el destaque de la intromisión venezolana del presidente Hugo Chávez y la colaboración del liderazgo nicaragüense encabezado por el comandante Daniel Ortega. Paralelamente, los prejuicios tradicionales sobre El Salvador, ahora gobernado por el Frente Farabundo Martí, aunque con el moderado e independiente presidente Mauricio Funes. En fin, un mensaje funcional a la remilitarización hemisférica, como alternativa retrógrada a los problemas sociales de la crisis del sistema, agravados en Honduras por estructuras históricas de explotación reaccionaria.


Lecciones históricas sobre la reforma y el golpismo


Sin entrar en el detalle cronológico de los hechos, hay algunas lecciones generales que extraer del ambiente preparatorio del golpe que, aunque no lo justifican en absoluto, ofrecen elementos considerados de provocación, aprovechables por los sectores extremos. Entre estas enseñanzas, hay que destacar la inconveniencia de giros políticos abruptos, sin una prédica persuasiva, constante y progresiva que explique las reformas necesarias, sus objetivos y los procedimientos para lograrlas en un marco posible de consenso. Esta prédica debe alcanzar a las fuerzas armadas, de seguridad y policiales, no en términos de partidización, sino de toma de conciencia de los problemas sociales más graves, que son la causa objetiva de toda indefensión e inseguridad.

De igual forma, hay que fortalecer la formación humanista de los cuadros de estas instituciones del Estado, que deben asistir al bien común de todos los ciudadanos, y no servir de guardias pretorianas de los intereses facciosos de los grupos de privilegio. Todas las dictaduras a su turno, cometen los mismos errores, en una espiral creciente de represión política y social que, tarde o temprano, satura la sociedad con su violencia y hace poco rentable en lo estratégico el proceso represivo, que luego se vuelca en sentido contrario, sin que sus aliados e incitadores los defiendan ni en lo moral ni en lo jurídico (juicios y sentencias por violaciones a los derechos humanos).

Finalmente, la movilización constante de los sectores populares, y el ejercicio cada vez menos espontaneísta y más orgánico de la resistencia, terminan por generar nuevas estructuras políticas y sociales, con las que definitivamente hay que contar y tratar, en las instancias ineludibles de la restauración democrática. Esta es la dinámica que se potencia ante la decadencia de los estamentos partidarios preexistentes a la crisis; en particular cuando se despierta en la multitud un deseo de mayor presencia y participación en el orden civil y económico del país, y en el control democrático de los poderes institucionales.

El divisionismo y la violencia son antivalores a descartar aún por la resistencia democrática más legítima, porque sectarizan y desprestigian su causa. La convocatoria, en cambio, debe ser amplia y equilibrada, dirigida al conjunto de la comunidad, sin ideologizar el discurso “por izquierda”, que suele ser funcional a las acciones retardatarias “por derecha”. En esta brecha, que el tiempo de los excesos profundiza, las franjas más auténticamente populares del país quedan atrapadas, desconcertadas y sin expresión política propia.

La actuación excepcional de Brasilia

Frente a la realidad de este “nuevo” tipo de golpe, en los inicios de una etapa definida por el avance evidente del multipolarismo, gracias a los procesos de integración regional, se distingue la actuación de Brasilia, que constituye una excepción a su conducta diplomática en estos casos. En efecto, tradicionalmente Itamaraty -la prestigiosa cancillería brasilera- ha postulado la “no intromisión” en los asuntos internos de otros estados; incluyendo la abstención en votaciones del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas contra regímenes autoritarios y represivos.

Esta posición, a veces demasiado “flexible”, también ha moderado su respuesta en política exterior, donde otros países suramericanos fueron más duros, respecto a las iniciativas militares del Pentágono, que ya hemos citado; prefiriendo que el discurso de resistencia a tales medidas tuviera como protagonistas a Bolivia, Ecuador y Venezuela. Sin embargo, es manifiesta ahora su coordinación con el gobierno de Caracas, en el regreso anticipado de Manuel Zelaya a su patria, culminando su ingreso subrepticio a Tegucigalpa con el sorpresivo refugio del presidente derrocado en la Embajada del Brasil.

Esta actitud audaz, aunque con riesgo calculado como corresponde a una conducción coherente, supera en mucho las simples declaraciones de rechazo al golpismo, y el natural acompañamiento a las gestiones muy medidas de la Organización de Estados Americanos - OEA presidida por el chileno José Miguel Insulza, un hombre ligado a EE.UU. De allí el carácter de excepción que pone a prueba la regla, al dar el presidente Lula la “bienvenida” y “protección” a Zelaya en el territorio brasilero representado por la inmunidad diplomática de su legación allí.

Hay que analizar, entonces la actuación del Brasil, en una combinación equilibrada de liderazgo político encarnado en el presidente Lula, y de procedimientos diplomáticos a cargo de Itamaraty, para dar una imagen fuerte y de alcance extra-regional en defensa del sistema democrático de un país centroamericano, en una zona de estrecha vigilancia estadounidense. Y hacerlo, sin caer en un extremo “intervencionista” o de perfil subimperial, que sería contraproducente para sus aspiraciones de referente regional ante el continente y el mundo.

El Brasil y el poder regional

Es en esta dimensión donde se advierte el concepto estratégico de la operación Honduras, porque el punto culminante del ingreso de Zelaya a la embajada brasilera, el 21 de septiembre de 2009 y su continuidad, estuvo enmarcado por sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, con la presencia en Nueva York de todos los Jefes de Estado y de gobierno del mundo. En este escenario propicio, la solicitud -rápidamente concedida- de una reunión de emergencia del vital Consejo de Seguridad, dio oportunidad al canciller Celso Amorím a participar protagónica y mediáticamnente de las deliberaciones y su conclusión favorable y unánime.

Si tenemos en cuenta la sucesión de reuniones multilaterales, con amplia cobertura periodística, del G 20 en Pittsburgh y la cumbre en Caracas de América del Sur y Africa - ASA, esta última el 25 del mismo mes, advertiremos el objetivo cumplido por un país de la categoría BRIC, en su impulso central de alcanzar el poder regional. Por no citar los recientes acuerdos Lula-Chávez de complementación en el sector petrolero; y tácitamente su resguardo mutuo del alcance operativo de las bases colombo-estadounidenses sobre las áreas andinas y amazónicas y sus extraordinarios recursos.

Brasil sabe que, sin peso diplomático y militar, el desarrollo económico y comercial es un proceso siempre acotado por las corporaciones transnacionales, que determinan el mercado mundial según sus intereses. Especialmente, cuando las grandes corporaciones movilizan la fuerza geopolítica y estratégica de las potencias, para preservar ese mercado aún de los cambios más legítimos y urgentes. La manipulación de los precios internacionales de los recursos energéticos y de la producción alimenticia, por parte de los monopolios globalizados, es un claro ejemplo de ello. De igual modo que lo es el mercado de la gran especulación financiera, regida por Wall Street, que no se ha modificado en nada desde su supuesto colapso.

La teoría de “los dos Obama”, el reformador y el conservador –quizás por impotencia política- flota entre los presidentes de los países que quieren salir de la subordinación y entrar en la cooperación posible de un nuevo orden internacional. Por eso la expresión “hay que ayudar a Obama”, que recorre el discurso de un amplio y variado arco de opciones políticas en los estados periféricos, pretende gravitar, de algún modo, en la lucha interna de las élites imperiales enfrentadas por cuestiones de poder presente y futuro.

Por lo demás, el pasaje abrupto de las economías más o menos nacionales, a un sistema prepotente de globalización asimétrica e injusta, requiere su morigeración y corrección por obra del equilibrio de un mundo multipolar, sin excesos hegemónicos de nadie. Los procesos de integración económica, política y militar son los encargados precisamente de construir estas nuevas y grandes unidades geopolíticas que, no sólo relacionan activamente a países vecinos, sino que se abren a relaciones inter-regionales e inter-continentales de mutua conveniencia e incalculable magnitud.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Comunicación integrada: privada, pública y social

Lo público y lo privado en los fundamentos democráticos

Con la creación de la democracia como institución histórica fundamental de la civilización occidental, en la época de las Ciudades-Estado de la antigüedad, se consagró la distinción clave en dos espacios organizativos de la vida de las comunidades humanas: lo privado y lo público. La familia constituía lo privado, como célula básica de la sociedad, donde el padre detentaba una autoridad absoluta, y el derecho a la privacidad que el poder estatal debía respetar. Y lo público era la política, que reunía en sus plazas a todos los ciudadanos para conocer, participar y comprometerse en las decisiones colectivas.

En el espacio privado, nadie quería ser visto ni oído, para mantener un ámbito sólo reservado a los parientes y amigos; pero en el espacio político, todos deseaban ser protagonistas públicos de los acontecimientos comunitarios. Así, el derecho sagrado a la “privacidad”, iba acompañado del derecho ciudadano a la “publicidad”, y del deber de expresarse e involucrarse ineludiblemente en los asuntos de paz y guerra donde se jugaba el destino de la “polis”.

Obviamente, ésta es una síntesis elemental, de un fenómeno histórico pleno de matices interpretativos, que cualquier estudioso puede percibir en la evolución de las instituciones; pero siempre a partir de un concepto profundo y aún vigente: ni lo político debe invadir lo privado, ni los intereses privados deben contaminar lo público en términos de apropiación del poder, entornos de influencia o círculos de corrupción. Este ideal, enunciado por los padres del pensamiento fundador de la república, como aspiración universal, muchas veces naufragó por acción de las tiranías y los imperios de turno.


La aparición del espacio social y su legitimidad

A pesar de todo, el modelo esencial de la democracia perduró -aún dentro de las formas de la monarquía constitucional, con ministerios parlamentarios- dando paso por evolución a un tercer ámbito: el espacio social; ni estrictamente público, ni estrictamente privado. Este espacio se abrió y se desarrolló en el marco de las Naciones-Estado, donde se generaron grandes corporaciones gremiales, ligadas al pasaje histórico del feudalismo y la nobleza decadente, al mercantilismo en manos de las nacientes burguesías.

Estos gremios vinculados a la producción artesanal fueron, sin duda, los antecesores organizativos de los sindicatos del capitalismo industrial, con una doble acción reivindicativa sobre los espacios funcionales preexistentes. Respecto al ámbito privado centrado en la familia, luchaban por acceder a los derechos sociales, surgidos de necesidades básicas insatisfechas: alimentación, vivienda, salud, educación y asistencia. Respecto al ámbito público, centrado en los gobiernos y el aparato estatal, presionaban por una mayor justicia social y la concreción de los derechos civiles, negados o limitados por la práctica política de entonces.

En este salto histórico, y ya entrada la época contemporánea, las organizaciones sindicales y las organizaciones populares en general -no siempre bien contenidas por los partidos políticos liberales, encarnados principalmente en la pequeña burguesía- fueron la base de grandes movimientos nacionales, inmersos en la lucha social de cada país y en el combate paralelo al neocolonialismo. El fin de la II Guerra Mundial, fue un hito importante de esta trayectoria, por el ocaso de las viejas metrópolis europeas, dando paso a los respectivos movimientos de liberación en Asia, África y América Latina.

Estos movimientos, con sus distintos rasgos culturales, consolidaron y proyectaron el tercer espacio, o espacio social, con énfasis en la mayor participación de la sociedad civil, y el surgimiento y desarrollo de las organizaciones intermedias o libres, autoconvocadas y autogestionadas en la base misma de la democracia representativa. Entre las décadas del 40 y del 70 se verificó el mejor momento de la movilización dirigida a lograr conquistas sociales; pero este ciclo se interrumpió y revirtió con la irrupción de las dictaduras represivas originadas en la Guerra fría, que continuaron hasta la década de los 80.


La usurpación de las transnacionales

Contrariamente a lo esperado, la Posguerra Fría [1989-2009] no fue favorable al progreso social, sino a la prepotencia del llamado “capitalismo salvaje” -o capitalismo sin reglas- que, vía el Consenso de Washington, forzó la reducción estructural del Estado y la privatización de las empresas públicas; la apertura irrestricta de nuestras economías a la especulación financiera transnacional; y en este marco, la reducción y precarización del empleo y la exclusión laboral de grandes contingentes populares.

En tal contexto de enajenación económica y cultural, acentuada en los países dependientes, se desalojó a las organizaciones sociales de su espacio natural; y éste fue ocupado crecientemente por las corporaciones mediáticas de la globalización asimétrica y sus cadenas locales subordinadas. Esto ocurrió por un doble proceso involutivo: por un lado, la falta de energía y de presencia de las estructuras laborales, sindicales y sociales impactadas por la corrupción; y por el otro, la astucia del poder mediático para instalarse como “comunicación social”, pero para hacer precisamente lo contrario.

Desde esta posición, enmascarada en el arco ideológico, este poder muchas veces actuó y actúa contra la cohesión familiar, mediante la promiscuidad, la pornografía, la apología de las adicciones y la violencia, y la exaltación de la frivolidad, atacando de hecho el vínculo ético del entramado social y la identidad cultural de la comunidad. A la vez, cambiando tácticamente de frente, presionó y presiona sobre el poder político, cuestionando las gestiones y personalidades públicas, a favor de los intereses crudamente económicos que suele postular o defender; cuando no inventando falsos liderazgos políticos al tono.


Los medios integrados en el seno de la identidad cultural

Planteado el problema, en forma que esperamos sea clara y sencilla, corresponde ofrecer algunas vías prácticas de solución, ingresando así al debate en curso sobre la reforma mediática que, dada su necesidad, habrá de concretarse tarde o temprano. En principio, hay que aclarar sofismas que confunden el análisis objetivo, como aquél que resulta de encuadrar en la categoría “privada” -que evoca la libertad e intimidad de la persona humana- a un poder que en realidad viene de la apropiación del espacio social perteneciente al conjunto de la comunidad. Por este camino incierto, la “libertad de prensa” se convierte en “libertad de empresa”; es decir en el negocio de la comunicación, muchas veces sin responsabilidad ética ni social alguna.

El derecho primordial, que es el derecho a la expresión de todos y cada uno de los ciudadanos, se conculca por este procedimiento demoliberal, que a nombre de un individualismo exacerbado, en rigor masifica e insectifica a la gente. Se ensalza en lo ideológico un “pensamiento único”, en vez de una actitud creadora y transformadora de fuente pluralista; y se consiente en lo estratégico una actitud unipolar y unilateral, que trata de justificar el hegemonismo y descartar el valor de los procesos propios de integración regional.

Por lo demás, la antinomia individualismo-colectivismo no corresponde al modelo argentino del proyecto nacional, que propugna la realización conjunta y armónica de la persona y la comunidad, sin postulaciones extremas. El equilibrio necesario en la comunicación, entonces, exige, entre otras cosas, ir reemplazando el exhibicionismo de aquellos pequeños movimientos transgresores -sin contenidos de dignidad humana-, por el protagonismo de los movimientos reformadores, de auténtico cuño solidario.


El valor de la armonía, la participación y la cooperación

De manera similar, hay que brindar una información ecuánime, con redes propias públicas y comunitarias, e interpretaciones de la situación desde una perspectiva de pertenencia cultural, como se hace en todas las otras regiones del globo. Giro necesario, en este plano, respecto de la saturación informativa de las redes transnacionales, sus análisis teledirigidos y la manipulación “culturosa” que desconoce la producción nacional, que esas corporaciones no transmiten al mundo, porque según ellas sólo existimos para las malas noticias.

En cuanto a la producción mediática, la descentralización debe primar sobre el excesivo centralismo de la globalización; y la difusión tiene que integrarse por regiones para combatir el flagelo de la masificación, que sólo fomenta conductas uniformadas en la pasividad. En fin, una comunicación lo más interactiva posible, cuya propiedad vaya pasando de los monopolios actuales, que ejercen un poder político y económico, fuera de todo principio de representación y supervisión democrática. El futuro merece también en este campo, un destino común de participación y cooperación.

La etapa de transición hacia un verdadero proyecto de país, exige la confluencia de las reformas imprescindibles en el campo económico, social y político. El empresariado, debe redefinir su rol en el aporte al destino comunitario. Las organizaciones sociales, tienen que actualizarse pasando de la protesta a la propuesta, con sugerencias positivas y factibles de realización. Y las fuerzas políticas, necesitan mejorar sus programas de acción y seleccionar correctamente sus recursos de capacitación y dirección, para recuperar la credibilidad y la representatividad perdidas. Porque no se trata sólo de administrar un Estado y reformar sus normativas, sino de promover la información, la educación y la comunicación para un desarrollo pleno y justo.

Libertad de expresión sin censura ni monopolio

Los medios mediatizan las relaciones humanas y sociales

La presentación de un proyecto del ejecutivo para su tratamiento legislativo, dentro del funcionamiento normal del sistema republicano y el régimen democrático, propone cambiar y actualizar una normativa sobre comunicación social impuesta por la última dictadura. Este hecho de por sí justifica el intento, máxime considerando la innovación tecnológica tan notable que revolucionó aceleradamente el campo de la información y la transmisión de datos y noticias. A este debate parlamentario se ha sumado también toda una serie de sectores, empresas y ciudadanía en general, dada la relación directa que, en el mundo actual, tiene esta actividad respecto a las cuestiones políticas y económicas que afectan nuestra vida cotidiana.

Es conveniente intervenir en esta discusión con una solvencia conceptual, producto de criterios doctrinarios esenciales y reflexiones de sentido común, porque el fenómeno de la información y comunicación acontece en la propia estructura de las relaciones humanas y sociales, cuyos vínculos construye y modifica, muchas veces, por obra de grupos de influencia, presión y poder. Por esta razón, hay que partir del derecho fundamental, que es la libertad de expresión, sin la cual no existe ni la democracia representativa, ni su necesario perfeccionamiento por evolución de la participación comunitaria.

Esta “intermediación” del poder mediático, entre los diferentes agentes sociales y grupos humanos, es hoy más que nunca particularmente relevante, dada la crisis general de representatividad de todos los partidos políticos. De igual modo, este poder, en forma explícita o implícita, “mediatiza” la acción comunitaria participativa, transformando o sustituyendo las iniciativas, propuestas y movilizaciones de la gente. Esto sucede porque, al ocupar efectivamente un espacio social, que pertenece al conjunto de la comunidad, se apropia de dicho ámbito según dos extremos igualmente perniciosos: el estatismo y su burocracia, o el privatismo extremo y sus monopolios.

En consecuencia, es clave distribuir con equidad el espacio que materializa la muy amplia gama de vías y modos que corresponde a este campo, para que en él coexistan dinámicamente los medios pertenecientes al Estado -sin generar censura ni manipulación informativa-; los medios privados operados por empresas -sin constituir monopolios con intereses y objetivos desmedidos-; y los medios de las organizaciones comunitarias de todo tipo, que hasta ahora tenían negado acceder a esta herramienta clave del desarrollo social.


El valor de la reflexión y el análisis personal

Sin embargo, ninguna norma legal, por ecuánime que parezca, puede sustituir el desarrollo educativo que requiere el ciudadano común para reflexionar y analizar, con la mayor precisión posible, el cúmulo de noticias, datos y descripciones de hechos que, a veces, estimulan su desinformación e indiferencia, o agreden su identidad ética y cultural. Luego, es decisivo para el ejercicio correcto de la libertad de expresión, la capacidad personal de percibir la dinámica de toda situación en sus distintos componentes y factores de poder; y saber extraer conclusiones operativas del proceso informativo-comunicativo para mejorar su participación individual y orgánica en la vida de la comunidad.

Desde los tiempos fundacionales de la democracia, en la Grecia clásica, esta participación protagónica del ciudadano en la “polis”, implica una tensión conceptual y una lucha cultural entre un pensamiento filosófico que busca la verdad, y un pensamiento sofístico partidario de la apariencia. Tenemos así un esfuerzo por la persuasión, la elocuencia y la educación, en orden a alcanzar el ideal de justicia como fundamento de convivencia; y enfrente, un uso de la manipulación, el rebuscamiento retórico y la vulgaridad, según el caso, en función de relaciones de dominación y dependencia, sea a nivel nacional o social.

Con este juego de poder, se disimulan los instrumentos de especulación financiera y exclusión social que participan, por ejemplo, del “pensamiento único” del modelo de la globalización asimétrica; y se fomenta un pesimismo proclive a la pasividad, el desencanto político, el escándalo público, y una visión cínica del mundo sin principios ni valores; especialmente para evitar que las conductas éticas se vinculen al liderazgo de la cuestión social en sus diversas manifestaciones.

De modo paralelo, al énfasis en la ruptura de lo ético y lo social -que ignora las conductas correctas o las difama-, en la técnica periodística de esta concepción, se acentúan las tragedias humanas del esquema del capitalismo sin reglas, como si fueran producto anónimo de la casualidad, el caos o la desidia de algunos pueblos. Todo esto en el marco de la información-espectáculo; la distracción noticiosa; la información paga y las denuncias impunes que destruyen honras sin derecho a réplica.


Prevenir la imposición informativa

Sea por la vía estatista de los sistemas totalitarios, sea por la vía privatista extrema de los sistemas imperfectamente democráticos, el manejo inequitativo de la comunicación implica una verdadera dictadura expresiva, por la imposición de información controlada y dirigida. Para ello, las cadenas locales e internacionales se conducen por medio de primicias unilaterales que convienen a determinado interés político o económico, uniformadas en su interpretación y masificadas en su difusión. Tal es la forma en que se excluye el pensamiento diferente de pensadores, ideas y propuestas que no comulgan con los círculos centrales de poder.

Es importante subrayar el efecto demoledor que la imposición informativa, desde cualquier ángulo ideológico, tiene sobre el gran potencial de proyectos espontáneos o naturales propios de toda sociedad; debilitando y atrasando el desenvolvimiento humano y comunitario. Por consiguiente, la lucha por la realización personal, social y nacional, empieza en el derecho a pensar y a expresar ese pensamiento con libertad; evitando el establecimiento de redes inhibitorias de ideas y sentimientos imprescindibles al desarrollo, la solidaridad y la responsabilidad de la comunidad.

Es menester entonces participar, con nuestra propia opinión y nuestra propia acción, del acto refundacional de la comunicación social argentina, sabiendo que el plexo de principios y valores que sea capaz de asegurar en la práctica, trasciende toda coyuntura y discusión politizada. Aquí hay que superar la antinomia oficialismo-oposición, para extraer criterios comunes por el diálogo crítico pero constructivo; formulando así una verdadera política de Estado y no de partido o sector.

Lo contrario de la imposición es la participación, dando paso y acceso al espacio mediático, en una amplitud proporcional, al gran arco de organizaciones y emprendimientos libres o autogestionados por núcleos comunitarios. Esta apertura, bien diseñada, permitirá la descentralización de la “comunicación social”, para que ésta lo sea efectivamente y no sólo de nombre. Así todos podremos aprovechar la enorme diversidad de alternativas tecnológicas existentes, para interactuar en la transmisión de problemas y soluciones en cuanto a necesidades y aspiraciones fundamentales.

Comprobaríamos rápidamente la potencialidad del aporte teórico y práctico de tantos compatriotas, que quieren salir de la subcultura de la queja y entrar a la cultura de la acción. Esto implica, obviamente, cambiar el clima de confrontación de imágenes y palabras de combate, que a menudo están vacías de contenidos. No se trata, pues, de discutir por discutir, sino de profundizar los análisis para fundamentar aquellas medidas que expresen lo mejor de nuestra sociedad y sus reales motivaciones de progreso.


La concepción cultural de la expresión y la comunicación como diálogo

Para una concepción cultural del diálogo comunitario, hay que considerar que “las personas no comprenden porque escuchan, sino que escuchan porque comprenden”. No es un juego de palabras, ya que pone en primer lugar la categoría clave de la comprensión, que tiene al lenguaje común en el origen del nosotros social. Con él podemos alentar o desalentar determinados lazos de vinculación, que al manifestar distintas voluntades de participación, de organización y de conducción, van estructurando y actualizando las formas institucionales de la sociedad y el Estado.

En esta inteligencia, debatir, discutir y disentir no es opuesto a dialogar, cuando se acepta sinceramente un nivel superior de respeto y un código de entendimiento que puedan guiar las conclusiones comunes en lo esencial. Y este proceso, tarde o temprano, siempre se enmarca en una interpretación colectiva que reconoce puntos afines a una identidad y pertenencia, que no se pueden negar indefinidamente ante el sentido común. Esto hace que el ideal de convivencia no sea ingenuo sino factible, en la medida que establezcamos espacios de encuentro e intercambio, impulsando los modos de asociación y comunicación más reales y constructivos.

jueves, 10 de septiembre de 2009

III. La“regionalización” del hegemonismo


La hegemonía bélica como custodia de la globalización asimétrica


El fenómeno de la globalización que se acentuó en las últimas décadas, planteando de hecho una “interdependencia” de todos los países a nivel mundial, ha significado un avance asimétrico de los diferentes estados nacionales, en cuanto a fortaleza y prosperidad. En síntesis, ha hecho más ricos a los ricos y más pobres a los pobres por basarse en un sistema sólo aparentemente neutral, impulsado por la “tecnología” como sustituto de las ideologías decadentes del siglo XX: el capitalismo salvaje y el socialismo totalitario.

En realidad, la globalización -como expresión de la expansión ilimitada de las corporaciones transnacionales- no tuvo ni tiene un modelo correlativo en lo político e institucional, a diferencia del capitalismo tradicional ligado directamente a la ideología liberal y al régimen de la democracia representativa; al margen de los vacíos y limitaciones en la práctica histórica de este modelo “demoliberal” en los países dependientes

Hoy, la falta de reglas mínimas de funcionamiento del “orden” internacional -subrrogado por la apología de la técnica, la información monopólica de los grandes medios -también transnacionales-, y la actuación de una burocracia tecnocrática por encima de la soberanía de los estados- ha aumentado la confusión, y aún el caos, en las relaciones internacionales. Esto explica el cúmulo de reuniones cumbres, con diferentes siglas y denominaciones, que tratan de cubrir el vacío de coherencia geopolítica actual.

Pero el visible desorden internacional que sufrimos, encubre una estructura funcional de poder, que se ha construido de facto, siguiendo dos vías distintas pero complementarias. Por un lado, objetivamente, la creación de espacios diferentes, y de algún modo libres de la influencia polarizante de la Guerra Fría; y por el otro, estratégicamente, la aparición de un pensamiento militar unipolar, dispuesto a brindar una estructura de contención, vigilancia y dominio de esa realidad, propia de una nueva etapa histórica.


La tesis de la guerra permanente o perpetua


Como consecuencia, el poder bélico de la primera potencia del mundo, producto del desarrollo hipertrofiado de un proyecto nacional realizado, brindó prácticamente la única estructura funcional para la utopía del gobierno mundial. Esta función de gendarme global, llevó al Pentágono a un despliegue tan costoso como ilimitado, donde todo se percibió como riesgo, peligro o amenaza; incluyendo situaciones antes cubiertas por las fuerzas policiales o la defensa civil [las llamadas “nuevas amenazas a la seguridad”].

De allí surgieron los enormes presupuestos de defensa, al que accedieron las grandes corporaciones que “privatizaron” los servicios armados; y que aún concurren -desde la especulación económica- a la gestación de las “hipótesis de guerra” fundadas en concepciones controvertidas y polémicas, como la guerra preventiva [Bush] y las guerras elegibles u opcionales referidas a la tesis del conflicto armado permanentemente o perpetuo.

Sin embargo, el desarrollo histórico, como siempre, no se produjo en una sola dirección, según suelen predecir las ideologías, sino en formas variadas y en distintos lugares del mundo, siguiendo la dinámica fructífera de la vecindad geográfica y la identidad cultural. Así nacieron los proyectos nacionales de alcance regional y la integración, formalizada o no, de países afines. Indudablemente, el primer caso notable fue la Europa de postguerra, con una unión que -a partir del núcleo franco-alemán- no ha dejado de crecer, a pesar de sus problemas institucionales que interesan poco a los ciudadanos comunes.

En el mismo sentido, surgieron los países del grupo BRIC -Brasil, Rusia, India y China- hoy convocados a un nivel superior de participación en los organismos mundiales relativos al sistema financiero y al esquema de seguridad internacional [FMI, BM, ONU, etc]. Incluso Japón, ubicado entre los tres primeros países de poder económico, ha dado un giro histórico de incalculables consecuencias, comparable a la unificación alemana, con el recambio electoral del partido aliado de EE.UU. por décadas, debido al largo duelo de su rendición en la II Guerra Mundial, bombardeo atómico mediante.

El primer Ministro entrante, Yukio Hatoyama, quiere negociar un acuerdo diferente sobre las importantes bases militares estadounidenses establecidas en territorio nipón, que Washington se ha apresurado a descartar. De todas formas, los analistas especializados, al destacar la cómoda victoria del Partido Democrático -que logró 308 de los 480 escaños en juego- proyectan un horizonte más asiático y menos occidental para Tokio que, presionado por los electores y activistas de centroizquierda, tendrá que tomar distancia de Washington y Jerusalem.

Es un nuevo factor de reacomodamiento en la tendencia al multipolarismo mundial, que los sectores más duros del Pentágono ven con desconfianza; de manera similar a la nueva aproximación de la Unión Europea a Rusia, ésta última impulsada por una doctrina nacional con sus propias perspectivas en su radio de acción geopolítica. Esta aproximación europea se patentizó con la admisión, por parte del ministro francés de asuntos europeos, acerca del error estratégico que implicó extender la OTAN a Georgia y Ucrania. Error, no sólo por la inestabilidad política interna de ambos países -ex integrantes de la URSS- sino por la provocación que, de hecho, significó para una potencia como Rusia, con un aparato militar muy cercano y nada desdeñable, y de la cual Europa depende en su provisión de petróleo y gas.

La “regionalización” del dominio global

Este es el marco superior de la situación en el que debe analizarse la intención ulterior del hegemonismo de establecer una plataforma operativa, de alcance continental, con 7 bases conjuntas y combinadas en Colombia, cuyo gobierno es considerado el principal aliado militar en la región. Esta decisión, como lo hemos señalado, comprende una “regionalización” de las fuerzas globalizadas. En efecto, siguiendo la línea estratégica de tono imperial que, después de la guerra, adoptó EE.UU. con la OTAN y su amplio dispositivo de bases, lo cual la convirtió en una “potencia europea”, deben entenderse las posteriores operaciones en Corea, Vietnam, Irak y Afganistán, que le otorgaron la condición de “potencia asiática”.

De igual modo, ante el estímulo para la autonomía relativa implícita en la nueva flexibilidad geopolítica, brindada por la postguerra fría desde 1989, y vista la tendencia regional a la integración -empezando por lo económico y comercial [tipo Mercosur]- EE.UU. intentó alcanzar también una especie de “doble ciudadanía” latinoamericana, por la vía de los Tratados de Libre Comercio [TLC], administrados en directo por Washington. Finalmente, la creación de la Unasur, con objetivos políticos y de defensa de alcance estratégico, decidió este paso militar norteamericano que supera en mucho el reciente rediseño del Comando Sur y la reactivación de la IV Flota, proyectos resistidos mayoritariamente por nuestros gobiernos.

En el contexto descripto, es más fácil interpretar algunas exposiciones efectuadas anteriormente por autoridades del Comando Sur, especialistas en operaciones especiales, que se han referido a las “lecciones de la Guerra en Irak”, para tenerlas en cuenta en próximas expediciones militares. En una amplia gama de criterios más políticos que castrenses, se recomienda en ellas: el estudio y la comprensión de la identidad cultural del país ocupado; el conocimiento de su idioma; el bajo perfil de las tropas y su proceder discreto frente a la sensibilidad de la sociedad; las tareas de apoyo civil ante problemas de extrema necesidad de la población; y obviamente, el respeto a los derechos humanos

La idea es lograr una mímesis y convivencia con la comunidad local, conociendo sus estructuras internas de organización y liderazgo, hasta el nivel más profundo posible, como base de un trabajo de inteligencia de mayor precisión y detalle; a fin de manejar sus posibilidades y contradicciones. Al mismo tiempo, se pretende reducir el número de bajas inocentes, llamadas “daños colaterales”, a fin de no dar motivos de irritación y rechazo, capitalizables por las fuerzas de resistencia y su sistema de reclutamiento y apoyo.

De Bariloche a Quito

El pacto suscripto por el Presidente Alvaro Uribe, otorga un “permiso” operativo, necesario e indiscutible, en los términos del derecho soberano acotado al territorio nacional, en la etapa previa a la consolidación de la unión regional. Situación que implica una política de hechos consumados, y ahora obliga a establecer, recién a futuro, el marco normativo de las alianzas militares extra-regionales que pudieren corresponder a la defensa común cooperativa.

A partir de aquí tenemos las respuestas individuales por cada estado-miembro de la Unasur. Venezuela, por ejemplo, eligió la vía de una gira muy amplia del presidente Hugo Chávez, especialmente a países árabes opuestos frontalmente a EE.UU. Ecuador por su parte, además de una dura denuncia de la actitud colombiana, relacionándola con el negocio del “control” del tráfico de drogas, solicitó el apoyo de Brasil, previo acuerdo institucionalizado, para modernizar sus fuerzas armadas.

Brasilia ha aclarado que el debate por estas bases recién comienza y será largo; además de ratificar y difundir mediáticamente su resolución para grandes inversiones en equipamiento bélico. Por esta razón el presidente Lula, principal interesado en la continuidad de la Unasur, ha preferido destacar los pasos positivos dados en la reunión de Bariloche, aclarando que “no hay salida individual para ningún país del continente”. Asimismo, señaló la importancia de un Consejo Suramericano de Combate al Narcotráfico, para asumir su responsabilidad en conjunto sin la injerencia de fuerzas extra-regionales.

Por lo demás, la importante visita de estado del presidente Nicolás Sarkozy cerró el acuerdo franco-brasileño de equipamiento militar moderno a gran escala, donde el factor clave fue la “transferencia de tecnología”, denegada por Washington en su oportunidad. El proyecto, así consolidado, incluye ubicar una nueva escuadra en el estuario del Río Amazonas; además de adquirir aviones, helicópteros, submarinos y buques por miles de millones de dólares, que según Lula, en los próximos 15 años, “transformarán a Brasil en una verdadera potencia”.

La próxima reunión del Consejo Suramericano de Defensa -el organismo específico de nivel ministerial de la Unasur- a realizarse en Quito, constituirá un eslabón clave de ésta discusión fundamental para lograr una identidad realmente regional en seguridad internacional. Entre otros asuntos importantes, habrá que asegurar que ningún acuerdo militar, como el de Colombia con EE.UU., pueda amenazar a los otros países fundadores de la unión; y aún dar garantías jurídicas, ante cualquier duda, para recurrir a la OEA y a otros foros internacionales. Como se ve, es una forma activa, superando estos problemas iniciales, de construir el capítulo de defensa de la integración, porque sin él toda unidad reducida a lo económico es débil y, a la larga, improcedente.