lunes, 9 de noviembre de 2009

Institucionalización de la participación social

Recoger un mensaje histórico de solidaridad

Nuestra preocupación por el Proyecto Nacional no es repentina ni accidental, tiene al menos el tiempo de una generación de militancia, cuya gran mayoría quedó atrapada entre dos fuegos por las alas extremas que creían, equivocadamente, que la solución del país era por la violencia y no por la inteligencia y la organización. Nosotros pensábamos y todavía pensamos, con sinceridad, en el daño causado a la comunidad argentina por las ideologías originadas en otras latitudes, en contra de la pertenencia cultural e histórica que nos identifica.

Nuestra adhesión a una tercera posición filosófica, social, económica y política contenía entonces, y aún contiene, las aspiraciones de soberanía, independencia y justicia que definen la realización plena de un pueblo organizado. Doctrina que, sin sectarismos ni exclusiones, y al margen de imposiciones dogmáticas, puede ofrecer su aporte singular a un amplio arco de alternativas y propuestas para orientar el rumbo presente y futuro de nuestro país, que sigue caminando entre contradicciones y peleas de escaso significado estratégico.

Esta doctrina es fruto de una experiencia concreta, tanto en la lucha legítima por el poder y la resistencia a la opresión, como en la gestión de gobierno en un período constitucional de cambio pacífico y profundo; por lo cual ya no es ni una hipótesis teórica discutida por los diletantes, ni una realidad histórica negada por una oposición extemporánea. Ella extiende desde su creación una mirada abarcadora de la integración continentalista de los pueblos, vigente hoy como nunca en la transición del localismo aislado de los siglos pasados al universalismo inexorable que adviene.

La implosión del comunismo soviético con la caída del Muro de Berlín, y el colapso especulativo del imperialismo financiero de Wall Street, han venido a confirmar lo esencial de aquella propuesta exitosa, que sin duda alguna debe analizarse, actualizarse y enriquecerse con múltiples aportes del pensamiento argentino. Pero resulta evidente que es preciso recoger un mensaje que -más allá de un largo listado de obras y logros- tiene su núcleo central en la necesidad de actuar a partir de la unión y solidaridad de las grandes mayorías populares: porque con la marginación de las mayorías, y sus lideres representativos, ningún país puede constituirse legalmente.

Sólo con estas premisas de unidad podremos contribuir protagónicamente a la imprescindible integración regional con nuestros países hermanos y vecinos; y en conjunto liberarnos de las rémoras de todo neocolonialismo territorial o económico. El destino del mundo requiere el tipo de recursos que nosotros disponemos con gran generosidad de la providencia, y que es menester proteger de la voracidad de las corporaciones transnacionales, para aplicarlos en proyectos propios y mancomunados de desarrollo sostenido y equilibrio ambiental.


La primera victoria es la política

En esta lucha, como en todas las otras, “la primera victoria es la política”, para que su direccionalidad sea válida en las diferentes áreas y aspectos de ejecución de la actividad del país; pero esta afirmación no se refiere a la práctica lamentable del partidismo sectario o al contubernio del reparto de ventajas o cargos. Por el contrario, nos enfocamos en el esfuerzo de voluntad política que quiera realizar la sociedad civil, desde el fondo del alma colectiva, para transformar totalmente la situación de anomia y frustración que paraliza nuestras mejores energías.

En la naturaleza humana, todo lo sufrido como adversidad o desencanto tiene sentido, cuando se recupera como experiencia y se transmite con humildad. Para ello son necesarias dos virtudes que parecen contradictorias, pero no lo son: la persistencia de las convicciones que nos lleva a hacernos fuertes en nuestra fe y creencias y, a la vez, la tolerancia a las ideas fundadas de los otros que participan igualitariamente de una misma comunidad. Sólo así se mantiene la esperanza y el optimismo en un destino compartido, y se renueva el fenómeno de la vida gregaria, alimentada por la fecundidad del trabajo, y por los lazos solidarios de reconocimiento y afecto de los ciudadanos entre sí, por encima de las ideologías y partidos.

Esta disposición espiritual para retomar una senda ascendente, surge lógicamente del estado de necesidad en que nos encontramos, y se asienta por medio de la reflexión que suscita la responsabilidad de saber que los argentinos tenemos suficientes reservas de recursos humanos y materiales para construir la nueva etapa de un país prominente. Un país cuya ubicación especial, “en el confín austral del planeta”, le ofrece todas las posibilidades de acceso a una geopolítica de futuro para la integración, el transporte y el comercio internacional.


El diálogo social institucionalizado

Es fácil deducir que toda la participación necesaria que se reclama, a fin de erigir una democracia plena de justicia y equidad, no puede caber únicamente en los moldes tradicionales de los partidos. Estos conservan su rol, reconocido por la Constitución como vía de acceso al funcionamiento político general, y puntualmente a la actividad parlamentaria y legislativa del Congreso; pero hace falta incluir la amplia gama de configuración social de organizaciones laborales, empresariales y profesionales que existen y actúan con diferentes modalidades.

Tales organizaciones, que contienen y expresan a los ciudadanos y ciudadanas del país, pero en su condición de creadores y productores de bienes y servicios culturales y económicos, pueden aquí aportar su propia versión o matiz del Proyecto Nacional. A este fin es imperioso escuchar sus voces, clarificadas primero en sucesivos debates internos para armonizar sus posiciones, y establecer después el diálogo social institucionalizado al máximo nivel.

Los países que han conseguido definir un estilo propio -por el cual se han consagrado como referentes internacionales en distintas épocas históricas- tuvieron la capacidad de “pensarse a sí mismos”; a veces como requisito imprescindible para resistir agresiones o salir de crisis muy profundas. Nosotros, integrando un pueblo comparativamente joven, con más tiempo de vida colonial que independiente, necesitamos acortar la distancia para alcanzar la encarnación substancial, no sólo formal, de la categoría nacional. En este desafío, debemos recurrir obligadamente a una real “toma de conciencia” que, en la medida de nuestra sinceridad y compromiso, motivará coincidencias básicas e iniciativas congruentes.

En este gran propósito, las acepciones de “oficialismo” y “oposición” no se mantendrán estáticas ni rígidas, porque será posible ir encontrando, en una síntesis factible, los objetivos ponderados de coordinación, cooperación y colaboración. Valga aclarar que acordar sobre las materias del Proyecto Nacional, no es pactar de forma espúrea o a espaldas del país, sino dejar de lado discrepancias, a veces absurdas, tras la finalidad superior de conquistar la grandeza y felicidad de nuestro pueblo.


Un sistema republicano, federal y municipal

Es cierto que la sociedad evoluciona o involuciona por sí misma, pero la maduración de ella es sensible a la responsabilidad social de los dirigentes que son capaces de incentivarla y movilizarla, detrás de las constantes más positivas de nuestra nacionalidad. Ello hará posible generar un espacio de conocimiento y respeto mutuo, para concertar una línea política de Estado de carácter integral. La alternativa negativa al consenso, como lo enseña la historia, es la reiteración del quiebre periódico de nuestra trayectoria democrática, “por falta de fuerza política y exceso de política de fuerza”.

Por eso el Proyecto Nacional tiene que consolidar el sistema republicano y federal, con una influencia mayor de los gobiernos locales y municipales, en los términos de un verdadero poder comunitario de base; el cual coincide -en el despliegue y ordenamiento territorial- con las organizaciones ya señaladas de expresión y acción social. En virtud de esta concepción más abarcadora de los valores y principios participativos, la democracia puede revertir su decadencia por corrupción, y emerger con nuevo impulso, sin abstracciones teóricas, desde las raíces vivas del esfuerzo de trabajo, el orgullo de pertenencia y los lazos solidarios de la comunidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario