miércoles, 5 de noviembre de 2014

“¿QUÉ HACER?”


Esta pregunta clásica de una mentalidad operativa nos introduce en el tema fundamental del conocimiento como clave de eficacia. En ella los objetivos no se declaman sino se cumplen, por medio de un pensar creativo que toma conciencia de una situación y la resuelve desde una identidad concreta. Por esta capacidad aprendemos del pasado con una memoria activa, y también formulamos planes para el futuro con  determinada coherencia.

El conocimiento en acción

Como vivimos en comunidad, el proceso cognitivo se articula en  una tarea compartida, que no es instantánea sino producto del enlace fructífero entre generaciones diferentes. En la trama ciudadana, se trata de elegir la vocación que mejor exprese la razón de nuestra vida; lo cual requiere libertad para decidir, y no  la sumisión que menoscaba la dignidad. Porque el “culto a la personalidad autoritaria”, se corresponde al “culto a la pasividad oportunista”; cuando y el equilibrio sólo se alcanza con tolerancia a las ideas de seres iguales y  caracteres distintos.

Es una red laboriosa de afectos y efectos que, en épocas de crisis, se apoya en referencias fundantes de tradiciones políticas contradictorias. Ellas no se zanjan con la “lucha de estatuas” de la historiografía ideológica, sino con la síntesis democrática de las vivencias dinámicas de los grupos y sectores que conforman el pueblo argentino. Toda pelea estéril nos aleja de una unión en lo esencial dirigida al porvenir pendiente. Unidad superadora de desviaciones facciosas, que es imprescindible lograr para diseñar positivamente un plan de reconstrucción; y asegurar la lucha contra la corrupción animada de verdadera justicia.

La identidad política como valor declarado, no oculto

La identidad política suma como valor declarado, porque oculta es sinónimo de “entrismo” o infiltración. Tampoco debe disimularse con la ambigüedad que hace el juego a la polarización  potenciando la escalada  de una crisis anunciada. Pero la identidad, en tanto valor inicial, tiene que adjuntar la crítica y la autocrítica que recupere la credibilidad partidaria cuestionada o perdida. Y así concurrir a una amplia concertación, con el mayor consenso posible, para ofrecer perspectivas programáticas que abran nuevas alternativas y oportunidades.

Por eso cada debate de actualidad, so pena de quedar en divagaciones sin sentido, debe culminar en la célebre pregunta ¿qué hacer?; y cuando el problema es complejo, completar con la demanda de dónde comenzar esta tarea. Ya que es necesario desterrar la improvisación y el espontaneismo en cuestiones delicadas que necesitan del arte de gobernar con criterios elaborados en el marco estratégico y táctico.

El destino individual está ligado al devenir político

El destino personal y familiar está ligado indefectiblemente al devenir político, lo cual es evidente en las crisis traumáticas que incluyen violencia y lucha por la supervivencia. Ellas no se superan ni con el aislamiento, ni con la indiferencia, ni con la creencia en la suerte. De allí que es inútil eludir nuestro compromiso en la solución colectiva de los problemas que, directa o indirectamente, nos afectan a todos.

El creador de la conducción moderna en el siglo XIX, saldó una discusión sofisticada sobre la naturaleza casual o azarosa del devenir histórico, según la impostura intelectual de entonces, y de ahora, para afirmar con énfasis: “¡el destino es la política!”. Diríamos hoy: una construcción conjunta que depende de un protagonismo civil responsable.  Así  la elección democrática se perfecciona por la selección de los postulantes, y la participación crece y madura con la capacitación. Porque antes que nada hay que fortalecer la organización y no el desorden en el dilema de la transición.

Fortalecer la organización no el desorden

Frente a la dispersión y las vacilaciones que surgen de una “crisis de conducción”, no hay más alternativa que encarar socialmente la “conducción de la crisis”, partiendo de la unión posible tras  grandes objetivos en la diversidad de expresiones políticas y sectoriales. Con esta intención, comprender y hacer comprender el daño que causaría aumentar la fragmentación actual, y estimular, como remedio, los reflejos asociativos y cooperativos subsistentes en la comunidad, si ésta apela a sus lazos solidarios en la difícil  emergencia que la pone a prueba.
Organizar, entonces, es predicar y seguir la palabra orientadora que indica el rumbo entre los extremos y elude la tentación de discutir sobre cuestiones secundarias y “cortinas de humo” cuando está en juego lo primordial. Por eso, esta orientación no la produce la publicidad populista, ni el espectáculo vulgar, ni el ilusionismo de aparentar logros donde persisten falencias flagrantes. Como tampoco las viejas mañas proselitistas de consignas caducas y folklore partidario para captar incautos.

El peso de las organizaciones vitales con cuadros idóneos

Porque en  el tramo  más arduo de la crisis no operan las estructuras inertes de ningún sector o tendencia, sino las organizaciones vitales, dirigidas por cuadros idóneos y enraizados en las bases, para hacer valer su “sentido de pertenencia”, y el peso decisivo que éste otorga en los momentos de riesgo. Hablamos de “cuadros protagonistas”, aptos para el dispositivo táctico sin interferencias, y ágiles para confluir oportunamente en la línea estratégica central.

Organizar es persuadir, educar, capacitar, reunir voluntades pensantes; y no “juntar por juntar” ni servir de coro a referentes circunstanciales. Y es también defender lo creado, como obra común, cuando desde cualquier facción ambiciosa se lo quiere destruir con manejos arbitrarios, descalificaciones irresponsables o actitudes pedantes. Porque la libertad y la dignidad exigen verdad y humildad como virtudes de la conducción en todos sus niveles, incluyendo el más alto.

Cuando priman estas virtudes, los obstáculos no constituyen límites sino incentivos para la acción; ya que nadie engaña ni se deja engañar; y el entusiasmo brota de la confianza en nosotros mismos y en los compañeros por adaptarse al cambio y vencer la inercia que demanda la transición. Mal que le pese a la rutina del desgano, el planteo realista no es el de las falsas ilusiones, sino el ejemplo de buena gestión y administración, y una amplia convocatoria a la cultura del trabajo y el mérito.

Consensuar y concertar sin  intervencionismo extremo

La tarea empieza en cada una de las entidades libres y autogestionadas que hacen honor a la categoría evolutiva de “pueblo organizado”, superadora de la masificación populista que concentra todas las decisiones sin debate. Porque estos nucleamientos del despliegue territorial, productivo y gremial, pueden concertar equitativamente con el estado, pero conservando su propia función e iniciativa. Especialmente en el concepto genuino de un estado soberano, presente y eficaz, en la ejecución de políticas públicas consensuadas; pero sin los excesos ideológicos del intervencionismo extremo, que históricamente terminan favoreciendo a corruptos, oportunistas y mediocres.


La república, como instancia de realización mancomunada del potencial nacional, y no sólo de convivencia declinante en el letargo, implica algo más que votar cada tanto con creciente apatía y memoria sesgada, a la “menos mala” de las candidaturas encuestadas. Ella necesita la vigilancia y el control del poder en tiempo real por la actitud activa de los ciudadanos. Junto a la presentación de exigencias y propuestas de base, bien formuladas, para asegurar una democracia participativa, integral y moderna. [3.11.14]

FORTALECER LA ORGANIZACIÓN NO EL DESORDEN

Frente a la dispersión y las vacilaciones que surgen de una “crisis de conducción”, no hay más alternativa que encarar socialmente la “conducción de la crisis”, partiendo de la unión posible tras  grandes objetivos en la diversidad de expresiones políticas y sectoriales. Con esta intención, comprender y hacer comprender el daño que causaría aumentar la fragmentación actual, y estimular, como remedio, los reflejos asociativos y cooperativos subsistentes en la comunidad, si ésta apela a sus lazos solidarios en la difícil  emergencia que la pone a prueba.

Organizar, entonces, es predicar y seguir la palabra orientadora que indica el rumbo entre los extremos y elude la tentación de discutir sobre cuestiones secundarias y “cortinas de humo” cuando está en juego lo primordial. Por eso, esta orientación no la produce la publicidad populista, ni el espectáculo vulgar, ni el ilusionismo de aparentar logros donde persisten falencias flagrantes. Como tampoco las viejas mañas proselitistas de consignas caducas y folklore partidario para captar incautos.

El peso de las organizaciones vitales con cuadros idóneos

Porque en  el tramo  más arduo de la crisis no operan las estructuras inertes de ningún sector o tendencia, sino las organizaciones vitales, dirigidas por cuadros idóneos y enraizados en las bases, para hacer valer su “sentido de pertenencia”, y el peso decisivo que éste otorga en los momentos de riesgo. Hablamos de “cuadros protagonistas”, aptos para el dispositivo táctico sin interferencias, y ágiles para confluir oportunamente en la línea estratégica central.

Organizar es persuadir, educar, capacitar, reunir voluntades pensantes; y no “juntar por juntar” ni servir de coro a referentes circunstanciales. Y es también defender lo creado, como obra común, cuando desde cualquier facción ambiciosa se lo quiere destruir con manejos arbitrarios, descalificaciones irresponsables o actitudes pedantes. Porque la libertad y la dignidad exigen verdad y humildad como virtudes de la conducción en todos sus niveles, incluyendo el más alto.

Cuando priman estas virtudes, los obstáculos no constituyen límites sino incentivos para la acción; ya que nadie engaña ni se deja engañar; y el entusiasmo brota de la confianza en nosotros mismos y en los compañeros por adaptarse al cambio y vencer la inercia que demanda la transición. Mal que le pese a la rutina del desgano, el planteo realista no es el de las falsas ilusiones, sino el ejemplo de buena gestión y administración, y una amplia convocatoria a la cultura del trabajo y el mérito.

La tarea empieza en cada una de las entidades libres y autogestionadas que hacen honor a la categoría evolutiva de “pueblo organizado”, superadora de la masificación populista que concentra todas las decisiones sin debate. Porque estos nucleamientos del despliegue territorial, productivo y gremial, pueden concertar equitativamente con el estado, pero conservando su propia función e iniciativa. Especialmente en el concepto genuino de un estado soberano, presente y eficaz, en la ejecución de políticas públicas consensuadas; pero sin los excesos ideológicos del intervencionismo extremo, que históricamente terminan favoreciendo a corruptos, oportunistas y mediocres.

La república, como instancia de realización mancomunada del potencial nacional, y no sólo de convivencia declinante en el letargo, implica algo más que votar cada tanto con creciente apatía y memoria sesgada, a la “menos mala” de las candidaturas encuestadas. Ella necesita la vigilancia y el control del poder en tiempo real por la actitud activa de los ciudadanos. Junto a la presentación de exigencias y propuestas de base, bien formuladas, para asegurar una democracia participativa, integral y moderna. [3.11.14]

ENCUENTROS CON JORGE ABELARDO RAMOS El colorado más querido por los peronistas



Al cumplirse 20 años de la inscripción histórica del inolvidable “Colorado”, dicho así en un doble sentido, me sumo cariñosamente al homenaje de sus amigos y discípulos de partido, desde mi identidad peronista, que reafirmo plenamente más allá de la crítica y autocrítica por las falencias y desviaciones cometidas en su  nombre. Creo que así vale este modesto testimonio, recuperación de la voz del maestro que trasciende sus propios núcleos políticos, para impregnar a la amplia comunidad que sigue los principales lineamientos del pensamiento nacional.

Leyendo a Ramos me acerqué a sus ideas señeras, junto con un grupo de instructores del Colegio Militar que, en 1969, nos fuimos identificando precisamente por los libros que teníamos en la biblioteca personal de nuestras habitaciones del casino de oficiales, con el deseo de entrevistarlo y conversar personalmente. Hernandez  Arregui, otro de mis pensadores escogidos, me decía: “lo mejor de mí puede conocerlo en mis obras”; pero yo, ya con una vida hecha, pienso que el hombre verdadero está detrás de la máscara en que refugia su autenticidad o su profesionalismo. Pinceladas de humanidad que se recuerdan con calidez, mezcladas indisolublemente con el eco profundo de sus ideas vigentes.

Tuve la suerte de tratarlos a ambos con frecuencia, porque en esos años de protagonismo militar de la política, era difícil resistirse a una invitación para reunirse con oficiales jóvenes que soñaban con la revolución nacional. De igual manera, desfilamos por la casa de Jauretche -que en ese momento estaba con Methol Ferré quien me regaló su libro “El Uruguay como problema”- Rodolfo Puiggros, José María Rosa, Fermín Chávez, el inefable Cesar Marcos y otros ilustres argentinos, de quienes atesoro sus escritos, con dedicatorias generosas de aliento en una misión que sabían demasiado difícil en la era de un antiperonismo cerrado.

Ellos, pese a los desengaños y persecuciones sufridas, no habían perdido la esperanza del regreso a la causa nacional de la Fuerzas Armadas, especialmente del Ejército, y nos animaron a viajar a Madrid para recibir el dictamen de nuestro hombre del destino, iniciando con ello una larga e intensa trayectoria política.
Hay muchas vivencias que marcaron desde entonces mi vida, los años culminantes, y que ya he narrado detalladamente en “Diálogos con Perón” – Lecciones Actuales”[1], que es inconveniente repetir fuera de un contexto de época, que es distinto, aunque sigue pendiente el mismo noble compromiso de construir el potencial de la Argentina. Diré sin embargo, para respetar las notas personales que, caracterizan este homenaje que, entre la personalidad seria y solitaria de Juan José y la más sencilla y campechana de Don Arturo, Jorge Abelardo se distinguía por su oratoria locuaz y brillante, y sus planteos animados de esa cierta “locura” que da la mística de una militancia que consume la vida.

El cardenal Antonio Quarracino, con simpatías peronistas, que  lo veía en el hospital donde se moría en la soledad de los grandes, me contó que Ramos le dijo, en una de sus últimas visitas y guiñándole un ojo: “ahora comprendo la razón de un celibato sincero, porque una fe muy fuerte suele sacrificar la familia”.

Volviendo a la relación polémica de Abelardo y Juan José, al principio muy amigos, se distanciaron por la cuestión de crear o no un partido de izquierda nacional al margen del peronismo; ya que según Hernández Arregui, lo que sí se necesitaba era conformar un ala izquierda del movimiento, pero unida al conjunto mayoritario y heterogéneo de éste. Ironías del destino porque, cruzando estas posiciones que los diferenciaron durante décadas, uno se acercó a la autarquía de la tendencia y el otro casi se afilia al justicialismo.

Respecto a nuestras divisiones y peleas internas, le escuché decir al Colorado: “gracias a que no me encuadré con ninguno, todos los peronistas son mis amigos”. Creo que hacia referencia al devenir azaroso de los movimientos de base tan ancha que son vulnerables al copamiento de los advenedizos y oportunistas. Situación lamentable que deja en el camino lo mejor de su reserva de cuadros políticos, sociales y técnicos; y que no hemos podido revertir todavía.

Los forjadores de la conciencia nacional

El homenaje a Ramos se extiende a todos aquellos pensadores de su generación que, desde las postrimerías de la década infame y el llamado “fraude patriótico” forjaron, en el fragor de la entreguerra, la conciencia nacional de los argentinos, tal como llegó a nosotros en las décadas del 60 y 70.

Recibimos de ellos, no sólo una nueva “práctica” política basada en la austeridad y el sacrificio, sino una verdadera “praxis” como proyección de un patriotismo popular emancipador, y munida del criterio de análisis para la reflexión objetiva sobre la corrección o no de nuestras posiciones estratégicas en el terreno de lucha.

Ellos ya no están físicamente, y gran parte de su mundo geopolítico y geoeconómico se transformó con nuevos desafíos. Por eso, como  auténticos discípulos, en vez de nostalgias y reiteraciones, debemos transmitir la importancia de su honestidad intelectual y valores humanos, y los principios fundamentales que, por su alto contenido conceptual, constituyen referencias permanentes para la continuidad de la militancia, en la natural complementación de las sucesivas  generaciones.

Luego, es menester asumir con humildad y firmeza la condición de transmisores de una experiencia que no merece el olvido, pero agregando nuestras propias consideraciones y vivencias sobre las materias que cada uno ha trabajado con solvencia; y que resta plasmar orgánicamente como propuestas de políticas de estado, junto a la articulación paulatina de redes de equipos idóneos para un nuevo e indefectible ciclo democrático[2].

Como nuestro talento es modesto, comparado con el de aquella generación histórica, podemos mitigar la diferencia con una tarea conjunta que ellos no terminaron de lograr, en la era de las grandes individualidades intelectuales, teóricas, históricas y literarias de la línea nacional: porque hoy tenemos las facilidades técnicas y metodológicas para el trabajo colectivo, aplicado específicamente a lo útil, que en la gran política, no en la politiquería, siempre mira al porvenir.



[1] Editorial Lumiere, Buenos Aires 2012, texto ampliado de las versiones anteriores publicadas con el título “Mi encuentro con Perón. Memorias e ideales”, en los años 2004 y 2008.
[2] Con el Dr. Luís Rodríguez debatimos mucho este tema, aprovechando la confianza y franqueza que prodigan 40 años de amistad. Él fue el compañero destacado por Ramos para participar activamente del proyecto de la “Generación Intermedia” desde la Secretaría Política de la Presidencia de la Nación, a mi cargo y cuya red de contactos mantuvimos en los peores años de la dictadura. Mi reconocimiento especial por sus innumerables aportes nacidos de un entusiasmo  lúcido y  permanente.

ESPÍIRITU NACIONAL CON GRANDEZA Y VOCACIÓN DE TRABAJO




El ser nacional: teoría polémica o vivencia efectiva

   Una comunidad organizada existe como entidad nacional significante si es capaz de encarar un espíritu histórico de grandeza. Es decir, si se propone algo más que la simple subsistencia de los países  marginados o fallidos, que carecen de personalidad cultural y proyección estratégica. Definición preliminar para ubicar este concepto en una posición equidistante de cierta izquierda que lo desdeña por sus prejuicios ideológicos, y de cierta derecha que lo exalta con carácter reaccionario y xenófobo.
   La historicidad, en cambio, procede de los factores de espacio y tiempo  en los cuales se concreta la realización de un pueblo, con conciencia y voluntad de serlo. El “espacio” significa el lugar de pertenencia, que se debe ocupar y organizar plenamente, armonizando geografía y población en un orden territorial fructífero. Y “tiempo” expresa las etapas y ciclos vigentes en la trayectoria evolutiva de cada comunidad. Sin estos contenidos, en permanente gestación por la experiencia colectiva, no hay historia, sino naturaleza, cuando no regresión a las formas primarias de los agrupamientos humanos.

El ser político como nutriente del ser nacional

   Esta es la involución que, explicita o implícitamente, provocan los ideologismos laterales a la amplia perspectiva de despliegue de la comunidad, y cuya acción se inclina a la división y polarización, y finalmente a la disgregación nacional por una crisis de identidad no resuelta. Dilema que es menester dilucidar con la dinámica de la participación civil, la organización social y la renovación institucional, recuperando el principio del bien común: única forma de dignificar la política y vencer a la corrupción, la arrogancia y  el desánimo.
   Vocación de trabajo y servicio que, trascendiendo la escena proselitista, comienza en los sectores abandonados por la mala dirigencia. Labor muy distinta al simple montaje y desmontaje de agrupaciones rentadas de apoyo a candidatos oportunistas o fugaces. Ellos son más sensibles a la figuración y la componenda, que a las necesidades apremiantes de los argentinos invisibles para las estadísticas oficiales de pobreza.

La necesidad de verdaderos estadistas

   En una percepción superior de la política, conviven el tiempo presente, con el pasado-presente y el futuro-presente. Juntos crean las categorías existenciales de la memoria histórica y del proyecto histórico, sin las cuales no surgen los estadistas de gran trayectoria. Nos demoramos así en el subdesarrollo político,  económico y social pese a nuestros recursos humanos y naturales; porque el exceso de candidatos, jefaturas y caudillismos no disimula la falta de liderazgos sólidos, equipos de excelencia y planes con medidas serias y de fondo.
 Sólo una nación sustancial, no nominal, tiene valores fundamentales, intérpretes válidos, representantes honestos y dirigentes sabios. Son las virtudes palpables que le permiten reconocerse y hacerse conocer, sobre los discursos aleatorios de oficialistas y opositores en el estrecho marco de los intereses partidistas y facciosos. Una nación que, segura de su valer, se abre al intercambio fructífero con toda la esfera internacional, sin cambiar un poder dominante por los arrestos de otros, con el señuelo de la burocracia ideológica inepta [“los sabios ignorantes”].

Crítica, autocrítica y actualización

   De cara al porvenir, es preciso recoger las mejores experiencias de las distintas tradiciones políticas que confluyen en el objetivo de realizar la patria pendiente, sea antes o después del hecho comicial. Por lo demás, su resultado serviría de poco sin las reformas consensuadas que esperan el fin de un ciclo terminado y la reconstrucción del diálogo institucional y social para la concertación. Por nuestro lado, es urgente procesar la crítica, la autocrítica y la actualización que nos refiera sinceramente a la esencia del movimiento originario: soberanía, independencia y justicia, sin simulaciones, imprevisiones ni caos.
   La militancia vocacional, pero no ingenua, implica humildad, entrega y esfuerzo para adentrarse profundamente en la densidad de la vida comunitaria; logrando, en libertad, el equilibrio entre realización personal y colectiva. Con esta finalidad, hay que capacitarse en organización, conducción y planificación, sabiendo que quienes piensan diferente representan variantes respetables, y aún pueden actuar como adversarios electorales, pero son partícipes necesarios de la unión y el desarrollo nacional. [14.7.14]


NO HAY PROGRESO SIN TRABAJO NI DESARROLLO SIN PLAN



El abuso ideológico de terminología vacía de contenido

    En el viejo juego mediático de los relatos justificativos, sea de regímenes totalitarios o autoritarios, es conocida la argucia de repetir mecánicamente “consignas” vacías de sustancia y por ende, estériles  para aproximarse e intervenir en la realidad de los hechos. Son palabras  proclives a utopías y quimeras  “intelectuales” de quienes no sienten un compromiso vital con la problemática situada en nuestra latitud geográfica e histórica. Temática candente, para resolver las cuestiones pendientes del aquí y ahora lidiando con lo urgente, lo importante y lo posible.
    Este último abordaje, que es responsable y eficiente, fuera de adjetivaciones ambiguas y divisorias, trata de seleccionar y concentrar nuestros valores y recursos en un esfuerzo planificado de desarrollo integral; lo cual exige la habilidad operativa de compactar un número considerable de fuerzas en el despliegue nacional y no sólo en los eventos programados con utilería y claque teatral. La idea tráscendente es, en cambio, encaminar con seriedad y constancia una serie de pensamientos diversos, para su convergencia en los grandes rasgos del país que queremos y podemos hacer. La “imagen-objetivo” vertebradora de una planificación exhaustiva.

Reivindicar al pensador- planificador con metodología de acción

   A diferencia del mercenariado intelectual de empleo oportunista, y por eso sin coherencia ni profundidad, los cuadros político-técnicos deben sintetizar, en un continuo de pensamiento y acción, lo aprendido, evaluado y vislumbrado en la dinámica inspiradora de la situación vivida, extrayendo conclusiones objetivas y sinceras, a fin de formular líneas y programas de trabajo real y sostenido.
   Sólo esta actitud fraterna y generosa, en la hora de la muerte del individualismo egoísta del “todos contra todos”, brindará mejores opciones y alternativas de conducción y gobierno, superando de paso la apología de la mera gestión administrativa, o el desencanto del voluntarismo, bien intencionado pero carente de metodologías adecuadas y medios suficientes.


La anomia de la decadencia o el equilibrio de deberes y derechos

   Junto con la tendencia terminal de insistir en un “modelo” agotado de capitalismo prebendarlo ligado como nunca al cohecho, y con un funcionariado acrítico y pasivo, hay que evitar la remanida receta liberal de inflación, especulación, desinversión, ajuste social y conflictividad popular. Porque esta ecuación afecta el anhelo del despegue argentino con conocimiento, cultura, producción y trabajo.
   Concepción ésta que recusa el “igualitarismo” declamativo y estático que, vía el asistencialismo crónico, proletariza indefinidamente a la familia del trabajador desocupado, cautivo políticamente del subsidio distorsionado; ocultando desviaciones de ingentes fondos públicos a la apropiación privada por la corrupción estructural.

La igualdad real de las oportunidades de movilidad social

   En el ideario justicialista la igualdad, al servicio de la dignidad, y no la indolencia funcional a la exclusión, tiene otra dimensión moral y material. porque propugna decidamente la creación de trabajo genuino, sin sustituir a la empresa productiva, pero creando condiciones promotoras de empleo efectivo y en blanco. Hoy esta misión irrenunciable, frente a la resistencia de algunas corporaciones que lucran con el “ejercito industrial d reserva”, que baja sueldos y destruye empleo, implica un sistema combinado de formación profesional, cooperación sindical, eficacia laboral, y apoyo creciente a las iniciativas asociativas de todo tipo, válidas para luchar contra la resignación, la dejadez y la indiferencia.
   Importa reiterar, entonces, que la ansiada “reintegración del humanismo” en la sociedad, para que ésta evolucione hacia una comunidad organizada, únicamente se producirá por la “cultural de trabajo”, llamada así, con categoría filosófica, porque implica rescatar principios, valores y criterios constructivos de validez irremplazable. Una gesta de la gran política, no de la politiquería, que debe remover y dejar de lado hábitos perniciosos causante del retraso, el abandono y la dádiva, sin brindar esperanzas ciertas de inclusión definitiva de los marginados en la patria de todos. [21.7.14]


ESPÍRITU NACIONAL CON GRANDEZA Y VOCACIÓN DE TRABAJO




El ser nacional: teoría polémica o vivencia efectiva

   Una comunidad organizada existe como entidad nacional significante si es capaz de encarar un espíritu histórico de grandeza. Es decir, si se propone algo más que la simple subsistencia de los países  marginados o fallidos, que carecen de personalidad cultural y proyección estratégica. Definición preliminar para ubicar este concepto en una posición equidistante de cierta izquierda que lo desdeña por sus prejuicios ideológicos, y de cierta derecha que lo exalta con carácter reaccionario y xenófobo.
   La historicidad, en cambio, procede de los factores de espacio y tiempo  en los cuales se concreta la realización de un pueblo, con conciencia y voluntad de serlo. El “espacio” significa el lugar de pertenencia, que se debe ocupar y organizar plenamente, armonizando geografía y población en un orden territorial fructífero. Y “tiempo” expresa las etapas y ciclos vigentes en la trayectoria evolutiva de cada comunidad. Sin estos contenidos, en permanente gestación por la experiencia colectiva, no hay historia, sino naturaleza, cuando no regresión a las formas primarias de los agrupamientos humanos.

El ser político como nutriente del ser nacional

   Esta es la involución que, explicita o implícitamente, provocan los ideologismos laterales a la amplia perspectiva de despliegue de la comunidad, y cuya acción se inclina a la división y polarización, y finalmente a la disgregación nacional por una crisis de identidad no resuelta. Dilema que es menester dilucidar con la dinámica de la participación civil, la organización social y la renovación institucional, recuperando el principio del bien común: única forma de dignificar la política y vencer a la corrupción, la arrogancia y  el desánimo.
   Vocación de trabajo y servicio que, trascendiendo la escena proselitista, comienza en los sectores abandonados por la mala dirigencia. Labor muy distinta al simple montaje y desmontaje de agrupaciones rentadas de apoyo a candidatos oportunistas o fugaces. Ellos son más sensibles a la figuración y la componenda, que a las necesidades apremiantes de los argentinos invisibles para las estadísticas oficiales de pobreza.

La necesidad de verdaderos estadistas

   En una percepción superior de la política, conviven el tiempo presente, con el pasado-presente y el futuro-presente. Juntos crean las categorías existenciales de la memoria histórica y del proyecto histórico, sin las cuales no surgen los estadistas de gran trayectoria. Nos demoramos así en el subdesarrollo político,  económico y social pese a nuestros recursos humanos y naturales; porque el exceso de candidatos, jefaturas y caudillismos no disimula la falta de liderazgos sólidos, equipos de excelencia y planes con medidas serias y de fondo.
 Sólo una nación sustancial, no nominal, tiene valores fundamentales, intérpretes válidos, representantes honestos y dirigentes sabios. Son las virtudes palpables que le permiten reconocerse y hacerse conocer, sobre los discursos aleatorios de oficialistas y opositores en el estrecho marco de los intereses partidistas y facciosos. Una nación que, segura de su valer, se abre al intercambio fructífero con toda la esfera internacional, sin cambiar un poder dominante por los arrestos de otros, con el señuelo de la burocracia ideológica inepta [“los sabios ignorantes”].

Crítica, autocrítica y actualización

   De cara al porvenir, es preciso recoger las mejores experiencias de las distintas tradiciones políticas que confluyen en el objetivo de realizar la patria pendiente, sea antes o después del hecho comicial. Por lo demás, su resultado serviría de poco sin las reformas consensuadas que esperan el fin de un ciclo terminado y la reconstrucción del diálogo institucional y social para la concertación. Por nuestro lado, es urgente procesar la crítica, la autocrítica y la actualización que nos refiera sinceramente a la esencia del movimiento originario: soberanía, independencia y justicia, sin simulaciones, imprevisiones ni caos.
   La militancia vocacional, pero no ingenua, implica humildad, entrega y esfuerzo para adentrarse profundamente en la densidad de la vida comunitaria; logrando, en libertad, el equilibrio entre realización personal y colectiva. Con esta finalidad, hay que capacitarse en organización, conducción y planificación, sabiendo que quienes piensan diferente representan variantes respetables, y aún pueden actuar como adversarios electorales, pero son partícipes necesarios de la unión y el desarrollo nacional. [14.7.14]


LIDERAZGO DE ACCIÓN O LIDERAZGO DE ACTUACIÓN


El rol específico del pensar teórico y técnico

   El aprendizaje político de los pueblos se desenvuelve a lo largo de un proceso con sus tiempos de maduración, porque se realiza en el terreno de la práctica, la experiencia y la prueba permanente. Todo intento de apresurarlo ideológicamente suele condenarse al fracaso, por la impaciencia del pensar teoricista que a veces “conoce” sin “comprender la realidad y, en su abstracción, no distingue los factores reales que influyen en su dinámica.
   Esta limitación “intelectual” resalta el rol específico de los verdaderos pensadores con abnegación vocacional, que quieren acompañar, y en lo posible facilitar, esa evolución. Finalidad tras la cual tratan de captar las vivencias y criterios del conjunto social y sus complejidades sectoriales, para participar con desarrollos teóricos y técnicos que, sin imposiciones mesiánicas, brinden herramientas y metodologías de apoyo.

La toma de decisiones como proceso racional y perfectible

   Esta actitud científica (no cientificista), aportando creativamente a la conducción democrática, y comprometida con el bien común, es clave en la elaboración de políticas públicas eficaces, necesarias para una prosperidad sustentable. Una tarea de profesionales de excelencia, seleccionados sin prejuicios partidistas, para asistir al sistema integrado de toma de decisiones con temperamento racional y perfectible. Se suman así cualitativamente las mejores ideas dentro de una lógica dialogante y comprensiva, en un clima imprescindible de eticidad, sin favoritismos ni privilegios.
   Los grandes planes se orientan por grandes objetivos alcanzables gradualmente, y cuyo peso laboral, económico y financiero debe ser transgeneracional, porque los ciclos amplios de una estrategia transformadora dan fruto final a largo plazo, y no sacrificando a nadie. De igual manera, estos objetivos tienen que definirse con exactitud y sustentarse en estudios profundos; y no en el “tráfico de sentimientos nacionales” de la propaganda  sin escrúpulos. Aunque el tiempo se encarga en definitiva de desmentir todo ilusionismo, en la coyuntura afectan nuestra credibilidad como país en áreas vitales que hacen a la geopolítica, la defensa, la infraestructura y la integración territorial.

Ejecución y verificación de los planes

   Sin embargo los planes no son para los planificadores como círculos tecnocráticos, encareciendo la conveniencia del resaltar el carácter orientador y concertador de la articulación de medidas propuestas, para conseguir la aprobación del pueblo y sus organizaciones. Se abre así la etapa del debate político y social del plan, para enriquecerlo con el aporte de todos y lograr la mayor participación. No podría ser de otro modo, porque las políticas de estado (no de partido, ni facción) surgen de necesidades imperiosas y colectivas, y su ejecución debe verificarse, paso a paso, con los organismos de regulación, auditoría y control democrático.
   Por su extensión en tiempo y espacio, la planificación concertada requiere continuidad y reafirmación en la alternancia constitucional de los gobiernos sucesivos. Sin estos principios vitales, son esperanzas y recursos perdidos y mayor desprestigio de la dirigencia política. Luego, hay que asimilar la lección afligente de sufrir la incoherencia de los “liderazgos de actuación” con discursos contradictorios y elusivos, y optar por el estilo de trabajo organizado de los “liderazgos de acción”, según sugiere la doctrina.

Sentido histórico o sentido histriónico

   En los tratados de filosofía política e historia hay muchas referencias objetivas sobre las formas erróneas de conducción que, con distintos tonos, señalan el riesgo del liderazgo “histriónico”. Un papel comparable al actor compenetrado en la escena de la representación teatral, con la pericia de creer “sinceramente” su ficción. Un personaje a tiempo completo, sin el descanso de la realidad y la depresión del entreacto, que se  encierra totalmente en la trama del argumento, como huida del “ser” hacia el “parecer”.
   Es la sobreactuación frecuente en la mentalidad políticamente narcisista, que en la escuela de cuadros hay que deshechar, cambiando la imitación por la autenticidad, la frivolidad por la profundidad, la seducción por la persuasión, la apariencia por la verdad y la soledad por la solidaridad. Seriamos entonces líderes serviciales; firmes sin arrogancia, serios sin solemnidad, formales sin rigidez y honestos con nosotros mismos, al tratar de resistir los vicios de la arbitrariedad, la sobreactuación y la hipocresía. [28.7.14]


FUNDAMENTO CULTURAL DE LA ECONOMÍA SOCIAL

FUNDAMENTO CULTURAL DE LA ECONOMÍA SOCIAL

El problema argentino no es económico sino político

   La elocuencia de este axioma resume la docencia de un liderazgo incomparable que, al destacar la riqueza extraordinaria del potencial argentino, condenó al subdesarrollo impuesto por la codicia de la dominación externa y  la entrega del país. Este régimen falaz tiene la cronicidad de crisis cíclicas, actualizadas sólo en las formas técnicas de explotación de los recursos y de la expoliación financiera.
   La subcultura política “legalizó” este proceso ilegítimo: primero colonial, luego necocolonial y ahora semicolonial; donde la promesa de nación sustancial se frustró, y con ella se pospuso la etapa superior de una integración continental libre de nuevos hegemonismos. Pese a estos contrastes, la formación de la conciencia nacional continuo, y hoy vuelve a expresarse frente al relato mediático transidelógico” de las corporaciones, difundido  para aprovecharse del mando concentrado del “populismo”, en cualquier de sus volubles manifestaciones.
   No obstante las dificultades, o quizás acicateados por lo que ellas afectan nuestra identidad, es posible revertir una decadencia insólita. La ocasión se presenta en el cambio geopolítico del actual orden o desorden mundial; y cuando la interpretación ficcional de la realidad cede, aquí y en otras partes del mundo, ante la expansión de la pobreza y la violencia étnica y social. Pero la oportunidad únicamente se concretará aprendiendo de los errores y vacíos sufridos y si surgen estadistas que salgan de lo fácil y  lo mediocre, para pensar y hacer con la directriz estratégica de una de prosperidad compartida.

Cultura popular, no vulgar, y filosofía humanista

   Nos ubicamos en el plano de la cultura, hogar de la elevación espiritual, y a la vez taller de todas las creaciones y productos del trabajo colectivo, que califica una filosofía humanista. Aspiración imprescindible para construir un “estado de justicia” donde funcionen con calidad institucional las relaciones, actividades y organizaciones de la comunidad. Y donde se irradie desde los vértices de referencia política, económica y gremial, el ejemplo de austeridad sin el cual no se conseguirá sino más descomposición y conflicto.
   En nuestra concepción, la vida, por su dignidad, está por encima de la economía y no al revés; descartando el “economicismo” unilateral que niega a la persona humana su esperanza de realización integral. Por eso la economía como medio, no como fin, debe subordinar el capital, a la categoría productiva, para servir a la comunidad soberana en una democracia plena de iniciativa, participación y defensa del bien general.
   La clave de este basamento cultural une desde el principio la grandeza nacional con el progreso social, dentro de una normativa ecuánime de obligaciones y derechos. Constituye, por lo tanto, una diferencia fundamental con el  “progresismo” que lo declama en abstracto, sin ver que la evolución real implica trabajar intensamente con unidad, solidaridad, cooperación y apoyo mutuo.

Crear un ámbito de coincidencia nacional

   Tenemos que crear un ámbito de coincidencia nacional de gran alcance, no reducido a la satisfacción somera y circunstancial de necesidades básicas, para impulsar en cambio la transformación de toda la práctica ciudadana. Ella, junto a una estructura estatal descentralizada, podrá poner en marcha un sistema de “economía social” sin extorsiones foráneas, ni corrupción interna, ni dádivas de “dinastías” discrecionales con los fondos públicos.
   Hablamos de concertación nacional no carente del debate, legítimo y alturado, que exige la progresión de profundas reformas pendientes, y que habrán de cumplirse en el cauce legal que garantiza la democracia. Equidistante de los extremos, es factible articular beneficio y esfuerzo; ganancia empresaria y participación de los trabajadores; y una relación transparente entre sector estatal y privado. En tal sistema, todos tienen algo que decir, hacer y ofrecer al bien común; y es justo que cada uno produzca al menos el equivalente de lo que consume [11.8.14]