FUNDAMENTO CULTURAL DE LA ECONOMÍA SOCIAL
El problema argentino no es económico
sino político
La elocuencia de este axioma
resume la docencia de un liderazgo incomparable que, al destacar la riqueza
extraordinaria del potencial argentino, condenó al subdesarrollo impuesto por
la codicia de la dominación externa y la
entrega del país. Este régimen falaz tiene la cronicidad de crisis cíclicas,
actualizadas sólo en las formas técnicas de explotación de los recursos y de la
expoliación financiera.
La subcultura política “legalizó” este proceso
ilegítimo: primero colonial, luego necocolonial y ahora semicolonial; donde la
promesa de nación sustancial se frustró, y con ella se pospuso la etapa
superior de una integración continental libre de nuevos hegemonismos. Pese a
estos contrastes, la formación de la conciencia nacional continuo, y hoy vuelve
a expresarse frente al relato mediático transidelógico” de las corporaciones,
difundido para aprovecharse del mando
concentrado del “populismo”, en cualquier de sus volubles manifestaciones.
No obstante
las dificultades, o quizás acicateados por lo que ellas afectan nuestra
identidad, es posible revertir una decadencia insólita. La ocasión se presenta
en el cambio geopolítico del actual orden o desorden mundial; y cuando la
interpretación ficcional de la realidad cede, aquí y en otras partes del mundo,
ante la expansión de la pobreza y la violencia étnica y social. Pero la
oportunidad únicamente se concretará aprendiendo de los errores y vacíos sufridos
y si surgen estadistas que salgan de lo fácil y
lo mediocre, para pensar y hacer con la directriz estratégica de una de
prosperidad compartida.
Cultura
popular, no vulgar, y filosofía humanista
Nos ubicamos
en el plano de la cultura, hogar de la elevación espiritual, y a la vez taller
de todas las creaciones y productos del trabajo colectivo, que califica una
filosofía humanista. Aspiración imprescindible para construir un “estado de
justicia” donde funcionen con calidad institucional las relaciones, actividades
y organizaciones de la comunidad. Y donde se irradie desde los vértices de
referencia política, económica y gremial, el ejemplo de austeridad sin el cual
no se conseguirá sino más descomposición y conflicto.
En nuestra
concepción, la vida, por su dignidad, está por encima de la economía y no al
revés; descartando el “economicismo” unilateral que niega a la persona humana
su esperanza de realización integral. Por eso la economía como medio, no como
fin, debe subordinar el capital, a la categoría productiva, para servir a la
comunidad soberana en una democracia plena de iniciativa, participación y
defensa del bien general.
La clave de
este basamento cultural une desde el principio la grandeza nacional con el
progreso social, dentro de una normativa ecuánime de obligaciones y derechos.
Constituye, por lo tanto, una diferencia fundamental con el “progresismo” que lo declama en abstracto,
sin ver que la evolución real implica trabajar intensamente con unidad,
solidaridad, cooperación y apoyo mutuo.
Crear un
ámbito de coincidencia nacional
Tenemos que
crear un ámbito de coincidencia nacional de gran alcance, no reducido a la
satisfacción somera y circunstancial de necesidades básicas, para impulsar en
cambio la transformación de toda la práctica ciudadana. Ella, junto a una
estructura estatal descentralizada, podrá poner en marcha un sistema de
“economía social” sin extorsiones foráneas, ni corrupción interna, ni dádivas
de “dinastías” discrecionales con los fondos públicos.
Hablamos de
concertación nacional no carente del debate, legítimo y alturado, que exige la
progresión de profundas reformas pendientes, y que habrán de cumplirse en el
cauce legal que garantiza la democracia. Equidistante de los extremos, es
factible articular beneficio y esfuerzo; ganancia empresaria y participación de
los trabajadores; y una relación transparente entre sector estatal y privado.
En tal sistema, todos tienen algo que decir, hacer y ofrecer al bien común; y
es justo que cada uno produzca al menos el equivalente de lo que consume
[11.8.14]
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