Esta pregunta clásica de una mentalidad operativa nos
introduce en el tema fundamental del conocimiento como clave de eficacia. En
ella los objetivos no se declaman sino se cumplen, por medio de un pensar creativo que toma conciencia de una situación y
la resuelve desde una identidad concreta. Por esta capacidad aprendemos del
pasado con una memoria activa, y también formulamos planes par a el futuro con
determinada coherencia.
El conocimiento en
acción
Como vivimos en comunidad, el proceso cognitivo se ar ticula en
una tar ea compar tida, que no es instantánea sino producto del
enlace fructífero entre generaciones diferentes. En la trama ciudadana, se
trata de elegir la vocación que mejor exprese la razón de nuestra vida; lo cual
requiere libertad par a decidir, y
no la sumisión que menoscaba la
dignidad. Porque el “culto a la personalidad autoritar ia”,
se corresponde al “culto a la pasividad oportunista”; cuando y el equilibrio
sólo se alcanza con tolerancia a las ideas de seres iguales y car acteres
distintos.
Es una red laboriosa de afectos y efectos que, en épocas de
crisis, se apoya en referencias fundantes de tradiciones políticas
contradictorias. Ellas no se zanjan con la “lucha de estatuas” de la
historiografía ideológica, sino con la síntesis democrática de las vivencias
dinámicas de los grupos y sectores que conforman el pueblo ar gentino. Toda pelea estéril nos aleja de una unión
en lo esencial dirigida al porvenir pendiente. Unidad superadora de
desviaciones facciosas, que es imprescindible lograr para diseñar positivamente un plan de reconstrucción; y
asegurar la lucha contra la corrupción animada de verdadera justicia.
La identidad política como
valor declarado, no oculto
La identidad política suma como valor declarado, porque
oculta es sinónimo de “entrismo” o infiltración. Tampoco debe disimular se con la ambigüedad que hace el juego a la polar ización
potenciando la escalada de una
crisis anunciada. Pero la identidad, en tanto valor inicial, tiene que adjuntar
la crítica y la autocrítica que recupere la credibilidad partidaria cuestionada
o perdida. Y así concurrir a una amplia concertación, con el mayor consenso
posible, para ofrecer perspectivas programáticas que abran nuevas alternativas
y oportunidades.
Por eso cada debate de actualidad, so pena de quedar en divagaciones sin sentido, debe culminar en la célebre pregunta ¿qué hacer?; y cuando el
problema es complejo, completar con
la demanda de dónde comenzar esta tarea. Ya que es necesar io
desterrar la improvisación y el
espontaneismo en cuestiones delicadas que necesitan del ar te
de gobernar con criterios elaborados
en el mar co estratégico y táctico.
El destino individual
está ligado al devenir político
El destino personal y familiar está ligado indefectiblemente
al devenir político, lo cual es evidente en las crisis traumáticas que incluyen
violencia y lucha por la supervivencia. Ellas no se superan ni con el
aislamiento, ni con la indiferencia, ni con la creencia en la suerte. De allí
que es inútil eludir nuestro compromiso en la solución colectiva de los
problemas que, directa o indirectamente, nos afectan a todos.
El creador de la conducción moderna en el siglo XIX, saldó
una discusión sofisticada sobre la naturaleza casual o azar osa
del devenir histórico, según la impostura intelectual de entonces, y de ahora,
par a afirmar
con énfasis: “¡el destino es la política!”. Diríamos hoy: una construcción
conjunta que depende de un protagonismo civil responsable. Así la
elección democrática se perfecciona por la selección de los postulantes, y la par ticipación crece y madura con la capacitación. Porque
antes que nada hay que fortalecer la organización y no el desorden en el dilema
de la transición.
Fortalecer la organización no el
desorden
Frente a la dispersión y las vacilaciones que surgen de una
“crisis de conducción”, no hay más alternativa que encarar socialmente la
“conducción de la crisis”, partiendo de la unión posible tras grandes objetivos en la diversidad de
expresiones políticas y sectoriales. Con esta intención, comprender y hacer
comprender el daño que causaría aumentar la fragmentación actual, y estimular,
como remedio, los reflejos asociativos y cooperativos subsistentes en la
comunidad, si ésta apela a sus lazos solidarios en la difícil emergencia que la pone a prueba.
Organizar, entonces, es predicar y seguir la palabra
orientadora que indica el rumbo entre los extremos y elude la tentación de
discutir sobre cuestiones secundarias y “cortinas de humo” cuando está en juego
lo primordial. Por eso, esta orientación no la produce la publicidad populista,
ni el espectáculo vulgar, ni el ilusionismo de aparentar logros donde persisten
falencias flagrantes. Como tampoco las viejas mañas proselitistas de consignas
caducas y folklore partidario para captar incautos.
El peso de las
organizaciones vitales con cuadros idóneos
Porque en el
tramo más arduo de la crisis no operan
las estructuras inertes de ningún sector o tendencia, sino las organizaciones
vitales, dirigidas por cuadros idóneos y enraizados en las bases, para hacer
valer su “sentido de pertenencia”, y el peso decisivo que éste otorga en los
momentos de riesgo. Hablamos de “cuadros protagonistas”, aptos para el
dispositivo táctico sin interferencias, y ágiles para confluir oportunamente en
la línea estratégica central.
Organizar es persuadir, educar, capacitar, reunir voluntades
pensantes; y no “juntar por juntar” ni servir de coro a referentes
circunstanciales. Y es también defender lo creado, como obra común, cuando
desde cualquier facción ambiciosa se lo quiere destruir con manejos
arbitrarios, descalificaciones irresponsables o actitudes pedantes. Porque la
libertad y la dignidad exigen verdad y humildad como virtudes de la conducción
en todos sus niveles, incluyendo el más alto.
Cuando priman estas virtudes, los obstáculos no constituyen
límites sino incentivos para la acción; ya que nadie engaña ni se deja engañar;
y el entusiasmo brota de la confianza en nosotros mismos y en los compañeros
por adaptarse al cambio y vencer la inercia que demanda la transición. Mal que
le pese a la rutina del desgano, el planteo realista no es el de las falsas
ilusiones, sino el ejemplo de buena gestión y administración, y una amplia
convocatoria a la cultura del trabajo y el mérito.
Consensuar y concertar
sin intervencionismo extremo
La tarea empieza en cada una de las entidades libres y
autogestionadas que hacen honor a la categoría evolutiva de “pueblo
organizado”, superadora de la masificación populista que concentra todas las
decisiones sin debate. Porque estos nucleamientos del despliegue territorial,
productivo y gremial, pueden concertar equitativamente con el estado, pero
conservando su propia función e iniciativa. Especialmente en el concepto
genuino de un estado soberano, presente y eficaz, en la ejecución de políticas
públicas consensuadas; pero sin los excesos ideológicos del intervencionismo
extremo, que históricamente terminan favoreciendo a corruptos, oportunistas y
mediocres.
La república, como instancia de realización mancomunada del
potencial nacional, y no sólo de convivencia declinante en el letargo, implica
algo más que votar cada tanto con creciente apatía y memoria sesgada, a la
“menos mala” de las candidaturas encuestadas. Ella necesita la vigilancia y el
control del poder en tiempo real por la actitud activa de los ciudadanos. Junto
a la presentación de exigencias y propuestas de base, bien formuladas, para
asegurar una democracia participativa, integral y moderna. [3.11.14]
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