jueves, 21 de septiembre de 2017

LA VERDADERA DEMOCRACIA ES UNA CREACIÓN CULTURAL PERMANENTE



LA VERDADERA DEMOCRACIA
ES UNA CREACIÓN CULTURAL PERMANENTE


La razón democrática comunitaria

En una democracia comunitaria el valor principal es la soberanía popular, incluso sobre los marcos restrictivos recibidos de la vieja normatividad “conservadora”, que está obligada a reformar para cumplir sus fines reivindicativos. Más allá de una retórica principista, lo que irrita concretamente a los pudientes contra los carenciados es la aplicación de este poder soberano a una mejor distribución de la riqueza nacional. Crece entonces una rivalidad irreconciliable que orilla la polarización, el enfrentamiento y la violencia.

Históricamente los sectores retardatarios, más ligados al sistema de intereses externo que interno, promovieron al golpismo cívico-militar con el argumento paradojal de “salvar la democracia”. La conducción superior del Movimiento tuvo así que ubicarse dinámicamente en un espacio central, ante el intento de desbordar por izquierda con un “marxismo” liberal y la pretensión de obturar por derecha el avance reformista con un democratismo falaz.

Obviamente, en unos y otros existió y existe la “tentación hegemónica” que sólo podría moderarse en un largo ciclo de cultura política, que exige la autolimitación consciente de la voluntad de poder. A tal fin, habría que consensuar un régimen amplio de educación y protagonismo de la civilidad, con instituciones acordes a una proyección de futuro no totalitaria, pero sí de desarrollo compartido e integrado.

Hay aquí una lucha por conquistar el Estado como factor de planificación y facilitación de nuevas estructuras políticas, económicas y sociales. También equidistantes, tanto del viejo plan estalinista de abrogarse la representación excluyente de la sociedad. Y, en el otro extremo, de la ambición elitista de acaparar las facultades decisorias de la comunidad nacional como sujeto histórico.

La tentación hegemónica

Ayer Alfonsín, e incluso De la Rúa, y hoy Macri tuvieron y tienen su “momento hegemónico”. El primero con su propuesta del “tercer movimiento histórico” superador de radicalismo y peronismo al que imaginaba incorporado a su mando. El segundo con su intento fracasado de salvar una gestión desastrosa con la implantación del estado de sitio y la represión policial cruenta. Y el tercero, más agresivo, al pensar que disolvió definitivamente al peronismo aprovechando la oportunidad de un “pejotismo” dividido en varias partes. Como alguien dijo con acierto ”se ve que llevan en su corazón un pequeño Perón”, por la tradicional habilidad de éste en abarcar distintos sectores políticos y sociales, aunque el General resulte inigualable.
 
El propio presidente actual le inauguró un monumento con reconocimiento explicito del “antes y después” que significó la aparición de Perón en la historia argentina. Verdad evidente, al margen de su utilización electoral en la inminencia del comicio. Pero el carisma, la obra y el pensamiento nacional de su legado explican su perennidad, después de décadas de acusaciones de demagogia y cesarismo.

El oficialismo se entusiasma ahora con un peronismo que “provincialice sus intereses” como lo hizo el radicalismo en la década kirchnerista, en busca de apoyos y prebendas del gobierno central. Pero el peronismo sabe que perder su carácter de fuerza nacional implicaría ceder espacios irrecuperables. El tema aquí es otro: cómo instalar figuras que no tengan las limitaciones de hoy, para aspirar a la categoría presidencial con una capacidad de estadistas. Es un proceso colectivo que no se debe ni se puede acelerar con artificios partidocráticos ni negociaciones de cúpula.

Esto no impide concertar leyes y medidas que beneficien directamente al pueblo. Pero sin perder identidad política, ni dejar de ejercer una profunda autocrítica; y realizar a la par una actualización de programas y procedimientos sin traicionar las raíces doctrinarias. Y menos, jugar a desestabilizar al ejecutivo de turno, que será sucedido, normal y pacíficamente,  “si se deja ayudar” por una oposición constructiva.

El regreso de la evolución participativa

Para una presidencia vacilante, que ve más el negocio que el poder y soporta en silencio las graves torpezas políticas de los CEO, el peronismo es inmanejable. Sea en la oposición frontal, o en la cooperación circunstancial, por la impericia dirigencial del PRO que no puede contenerlo.

Un factor perturbador del “quietismo” que desearía disfrutar el neoliberalismo que accedió al gobierno por la desviación ideológica y la gestión fallida del cristinismo, sumado a una pésima digitación de candidatos; y al rechazo de la Iglesia contra las cabezas políticas visibles del narcotráfico en zonas liberadas. Una advertencia para esta administración que aún no ha conseguido crear trabajo y premia la especulación financiera sobre la inversión productiva, dejando fuera de su “proyecto” a más de la mitad del país.

Esta “diferente pero no tanto” acumulación de presiones desde la base, impacta en el funcionamiento “armónico” de las élites que pasan a dividirse y luchar por sus intereses propios, constituyendo el peor enemigo de sí mismas. Luego, por la apertura de estas líneas interiores podrá volver a evolucionar la democracia participativa y no el formalismo vacío de una partidocracia residual al servicio de la codicia desmedida sin fronteras éticas ni territoriales.

Buenos Aires, 21 de septiembre de 2017.
Julián Licastro



lunes, 18 de septiembre de 2017

AMISTAD SOCIAL Y RECONCILIACIÓN NACIONAL



AMISTAD SOCIAL Y RECONCILIACIÓN NACIONAL


Tropezar y caer para descubrir

Los pueblos que llegaron al protagonismo predestinado por su gran potencial, antes de lograrlo insistieron con el método: “tropezar y caer para descubrir”; contrariando a aquellos sectores obsecados en presumir de sabios, negar errores y continuar en la ignorancia. La mayoría sin embargo, acepta voluntariamente este dolor del sentimiento de país frustrado, pero manteniendo el ideal pendiente como telón de fondo de las discusiones y enjuiciamientos políticos diarios.

La esperanza está así latente en tanto esencia de la condición humana, que no reniega nunca de la ilusión y acepta el tiempo de “maduración” que lleva elaborar pacientemente una verdad comunitaria. Pues acertar anticipadamente, por una capacidad individual sin acompañamiento del conjunto, equivale en sus  efectos prácticos a equivocarse.

El sentido final de nuestro proceder, entre contradicciones políticas habituales, se revela cuando la acción ha culminado y se difunde como parte de la historia. Porque toda historia es ejemplar, de lo bueno y de lo malo, en tanto se la escribe para eso, librada al juicio de la posteridad. Es la comunidad, en última instancia, la que tiene la posibilidad de reconciliar su pasado en una articulación justa, que apunte al porvenir para construirlo entre todos.

Vista en el prisma integrador del diálogo, ciertas diferencias políticas pueden representar diversas modalidades de acuerdo, si se descartan la descalificación del otro y la intolerancia. Esto excede la función restringida de un jefe partidario para apelar a la amplitud del estadista. Él debe incorporar los elementos del desorden en el orden para evitar, con habilidad, no con torpeza, que lo destruyan. Ignorar esta paradoja de la conducción potencia las formas traumáticas de la exclusión, alimentada por tendencias represivas, dejándole la iniciativa táctica a la provocación permanente que “marca la agenda” azarosa de la vida cotidiana.

Teorías imperativas o propuestas prácticas

Las ideas son “imperativas” en el marco frío de la teoría, mientras que en el seno de la práctica se suavizan en “propuestas”. Por esta razón, la mecanización no puede tomar el control de lo que no es mecánico, so pena del reduccionismo tecnocrático que envuelve el interés sesgado de sus negocios. En este aspecto, “Amistad Social” es el clásico término eclesial que refiere a la concertación productiva entre empresarios y trabajadores; aplicado hoy a contrarrestar la especulación desbordada del capitalismo salvaje, sin reglas. Y proteger a los más vulnerables de la sociedad por su emergencia ocupacional, alimentaria y habitacional.


Nosotros, a su vez, consideramos que su significado más trascendente es su paso preconstitutivo de la “Reconciliación Nacional”, pues aquí aparece el sujeto histórico, que es el conjunto de la comunidad. A ella le competen las decisiones estratégicas, como pueblo llano, rechazando el mando discrecional de viejas o nuevas hegemonías que se sientan dueñas del país; alentando la “grieta” mediática, verificada en realidad en la fractura social y territorial de la Argentina.

Las recientes reuniones de la Pastoral Social con la CGT, instituciones que como todas las del país son afectadas por la crisis cultural profunda que nos preocupa, parecen prologar el primer viaje a la patria, como pontífice, del Papa Francisco. Las citas y conceptos de los religiosos y de los gremialistas estuvieron centradas en sus discursos y encíclicas, para que su pronta presencia aliente la adhesión de todos los sectores, oficialistas y opositores, a la voluntad de tender puentes sobre compartimentos cerrados, beligerantes y por ello sin salida.

Cultura del encuentro o arrogancia autoritaria

Cuando la milenaria experiencia vaticana ha percibido conflictos internos o externos de magnitud, no ha dudado en acudir a sacerdotes jesuitas para altos cargos tradicionales del clero secular. La excepción se convierte en regla al buscar “conductores” en una forma especial de ”santidad” ligada a la pacificación por el dominio del arte de la estrategia. Rasgo impreso a la Compañía por su fundador, el coronel español, luego San Ignacio de Loyola (1491.1556), desde sus “ejercicios espirituales” de claras reminiscencias castrenses.

Y el Padre Bergoglio lo ha ratificado con su presencia orientadora en las zonas de conflicto geopolítico más intenso, intercediendo por la paz mundial. Es un prestigio reconocido del que no puede prescindirse para evitar una encrucijada de violencia, de incalculables consecuencias nacionales y continentales. La cual no es una afirmación confesional sino histórica, abierta a todas las personas de buena voluntad.

Desde la campaña de 2015 postulamos “entre todos o nadie” cuya síntesis argumental se publicó en un libro. Allí la palabra “nadie” no quería decir “ninguno” sino “caos”. La peor situación para resolver la grave crisis de identidad y fe nacional que sufrimos en nuestra trayectoria institucional. Por lo demás, la paz espiritual necesaria a la “Cultura del Encuentro” no suprime doctrinas ni programas, al realizarse democráticamente en el modelo de país que ansiamos, aceptando la diversidad de origen, el debate público y la polémica política. Es la manera de superar, por igual, los autoritarismos “prehistóricos” y “posmodernos”, neutralizando las ambiciones desmedidas de cualquier signo. ¿Será posible?

Buenos Aires, 18 de septiembre de 2017.
Julián Licastro

miércoles, 13 de septiembre de 2017

LA COMUNIDAD DEL AFECTO EN LA EDUCACIÓN POLÍTICA MUTUA



LA COMUNIDAD DEL AFECTO EN LA EDUCACIÓN POLÍTICA MUTUA


La dimensión espiritual del saber

El acceso al saber crea al maestro. El traza el primer avance sobre el conocimiento político y doctrinario acumulado en un largo proceso colectivo. La conclusión reciproca también es cierta, porque el maestro es ante todo guía espiritual, pues la dimensión superior de la existencia humana no es sustituible por la técnica. Luego, el verdadero maestro es un maestro de vida, sea por la palabra hablada que nos imprime su energía, sea por la palabra escrita que profundiza la reflexión, consolida la enseñanza y facilita la polémica enriquecedora.

Con su ayuda comenzamos a percibir nuestro camino con los ojos de la filosofía y de la historia .Porque la “vida se entiende mirando hacia atrás y se realiza mirando hacia adelante”. En esta paradoja nos encontramos con nosotros mismos para construir nuestro destino irrevocable. Si elegimos mal y edificamos una vida falsa, el tiempo actúa como vengador y nos pide cuentas en el momento más inesperado. Si elegimos bien, al menos en las cuestiones importantes, y corregimos nuestros errores, la duda existencial, que siempre habita la conciencia individual, se alivia con la esperanza de la “misión cumplida”.

Decían los clásicos que el hombre es “el ser que valora”, condición ineludible para crear y ejercer la voluntad de hacerlo, de donde surge la conducta adecuada. Ser, en consecuencia, implica formarse en el esfuerzo y defender la causa asumida para justificar la existencia. Actitud que desafía el sentimiento depresivo de la “nada”, genera un campo específico de acción y, al aceptar los peligros de una militancia honrada, forja el sentido heroico de la lucha.

La valentía exigida ante las pruebas de la adversidad se llama dignidad, más allá del coraje físico. Y el vínculo afectivo entre maestro y discípulo, en el taller apasionante del liderazgo, comienza en el principio de respeto. No hay educación sin voluntad de aprender; por eso, quien niega la consideración, debida, por su versión sectaria y no amplia de la juventud, niega su misma evolución y se condena perpetuamente a la ignorancia.

Conformación de la personalidad política

La autenticidad en la conformación de la personalidad política, reclama superar la exacerbación del individualismo para adquirir la fuerza de la pertenencia. Esto no demanda renunciar a la realización personal, sino concretarla plenamente en el seno de la comunidad, compartiendo vivencias, protagonismo y solidaridad. La comunidad, para serlo realmente, requiere organización y conducción como categorías fundantes y como criterios de convivencia. Es la decisión consciente de sus integrantes por constituir una ética pública práctica.



La formación de líderes en todas las disciplinas es una misión de todos, porque si los cuadros no demuestran sus virtudes, los valores no valen y la conducción no conduce. Por eso “poder” es una palabra vacía de verdadero contenido si no se basa en la autoridad moral y la eficacia directiva, algo que no surge del proselitismo vulgar o del acomodo y el reparto. Nace en rigor de un proceso intenso de “toma de conciencia” que reclama cada vez mayor entrega y responsabilidad. Quien elude este compromiso recusa el fundamento de su función referencial y la usurpa, mereciendo su revocatoria.

Tenemos una existencia anterior y otra posterior a nuestro limitado tiempo biológico. La anterior puede rastrearse en la herencia histórica que nos precede; y la posterior advertirse en la posible continuidad de nuestros pensamientos y obras. Estamos involucrados pues en el concepto de ”especie” con instinto de sobrevivencia; y también en la impronta de una cultura de participación determinada. Porque el horizonte de libertad y justicia se eleva mediante logros trascendentes que sólo se alcanzan de manera conjunta.

La “vida activa” más propia de la juventud y la “vida contemplativa” del veterano no antagonizan, al complementarse en el curso constante de la educación y la capacitación política mutua. Con la contemplación y la meditación juzgamos la actividad y la práctica en el marco de una doctrina no dogmática. Mientras que en el desempeño activo, donde la creación deviene a sus formas estratégicas y tácticas, estamos obligados a vernos cara a cara con la realidad, sin excusas ni justificaciones.

Significado, simbolismo y sentido político

Un pensar orgánico, capaz de mantener la coherencia de un movimiento multitudinario, se ordena según este tríptico. En principio, el “significado” de un acto es la manifestación de las propiedades políticas que entraña para realizar su propósito sin equívocos ni confusiones. El “simbolismo”, a su vez, prolonga la evocación inspiradora de las conductas ejemplares. Y el “sentido” permite asimilarlo en el contexto histórico, sintetizando los anhelos y sentimientos que le dieron origen.

Vías necesarias para la credibilidad de la prédica y la militancia, dentro del plan de contener y concentrar fuerzas, construyendo lo permanente, no lo efímero. De allí la maestría destacada por su facultad de enfrentar la anticultura            de lo “urgente” sobre lo “importante”. Y elucidar el culto mediático por lo instantáneo y lo fugaz para borrar la memoria colectiva. Su testimonio irrefutable evita la banalidad que no constituye recuerdo, ayudando a preservar el patrimonio público de la conciencia nacional.

Buenos Aires, 14 de septiembre de 2017.
Julián Licastro

lunes, 11 de septiembre de 2017

METODOLOGÍA DE LAS ALIANZAS



METODOLOGÍA DE LAS ALIANZAS

La voluntad de unión

Frente a la sombría exhibición de divisionismo inocuo, en la crisis cultural de nuestra sociedad, surge la respuesta de la razón como voluntad de unión. Pero no hacia cualquier forma de unidad, sino de aquella que manifiesta los rasgos de la verdad y la justicia, en tanto valores motivantes de los impulsos asociativos comunitarios. Luego, la alianza es la proyección de una identidad significante, que desea ampliarse para crear una “cadena de potencial” por la diversidad complementaria de sus propuestas y medios.

Es la manera prudente de reducir riesgos, disminuir bajas, acceder a espacios de acción más influyentes y descubrir nuevas alternativas de movilización y desarrollo. Aquí el arte de la estrategia se combina con el oficio de la diplomacia para servir a la gran política, demostrando que el “todo cualitativo” es superior a la mera suma de sus partes. Hecho evidente que contagia el efecto sinérgico de la multiplicación de logros efectivos, que resultan imperdibles para un conjunto con ciertas expectativas unificantes.

La razón profunda, no el intelectualismo superficial, se enfoca entonces en la articulación de “alianzas tácticas”, como modo expeditivo de salvar dificultades. Mientras construye “alianzas estratégicas” que, sobre el ejercicio básico de lo urgente, aspiran a compartir líneas programáticas y operacionales de vasto alcance, visión panorámica y consistencia en los cuadros directivos.

La alianza es, a la vez, una herramienta de lucha y de paz, de resistencia activa y de gobierno estable, en la sucesión habitual de las etapas de un nuevo ciclo histórico. Porque aliarse con éxito, en una dimensión prolongada, es obligarse mutuamente a cubrir las falencias y debilidades de sus integrantes. La cuestión es elegir correctamente los aliados para sostener lo esencial de lo concertado, y superar las desavenencias frecuentes de la práctica cotidiana de la militancia. La prioridad se consustancia en un nivel elevado que define claramente los objetivos centrales y los lineamientos de ejecución apropiados a una serie de eventos decisivos.

La elección de los aliados

En el terreno concreto de las “fuerzas en presencia” hay poco margen para la retórica discursiva y la expresión gratuita de deseos, porque prima la disposición espiritual y física de asumir un gran esfuerzo. Aunque la persuasión no se interrumpa nunca, ya que no hay aliado perfecto, incondicional y definitivo. La evolución de las circunstancias beligerantes, sumará o restará fuerzas a la coalición; o podrá cambiar la naturaleza o el grado de la relación establecida inicialmente entre los concordantes.

La responsabilidad de conducción debe evitar desprestigiarse con fracasos en su política de alianzas, lo que implica no apresurarse en la elección del “quién” y del “cómo” de cada acuerdo a establecer. Y especialmente, no improvisar compromisos, descartar referencias ambiguas o consentir ansiedades oportunistas. Ser amable y ponderado siempre, porque las vinculaciones políticas suelen regresar, aún para incitar conflictos. Como la presencia irritante de los “falsos aliados”, campeones del rumor disolvente, y de la deserción instantánea ante el menor contratiempo.

Trabajar intensamente en reunir aliados exige coherencia y constancia. No subestimar a ninguno, ni tampoco permitir que nadie nos haga sentir dependiente de su “apoyo” especulativo. Por esta causa es primordial, como ya lo anticipamos doctrinariamente, dedicarse a crecer y organizarse en medio de la crisis, con prudencia para fortalecer nuestro propio despliegue y estructuras de contención. La clave es no caer en situaciones que desmerezcan la tarea necesaria de predicar con el ejemplo la recomposición nacional.

Liderazgo y posición central

Todo dispositivo defensivo tiene vanguardias, retaguardias y alas derechas e izquierdas. Fracciones especiales que existen en función de proteger al “grueso”, a la columna principal, y no al revés. Principio basamental que condena la ambición letal de algunas jefaturas que proponen “la misión invertida”, pretendiendo que el conjunto se inmole detrás de iniciativas parciales, pero serias y carentes de posibilidades reales de triunfo.

Perón fue un maestro en ejercer su liderazgo desde la posición central, equidistante de alas y flacos subsidiarios, para salvaguardar, precisamente, al Movimiento Nacional de los intentos extremos con inferencia ideológica. Una función nada fácil, porque significa lidiar constantemente con ideas contradictorias, antagonismos internos y tendencias facciosas, cuando ha llegado la instancia de inclusión y no de exclusión.

Las alianzas no se impulsan por la palabra “anti”, sino por la palabra “con”; eslabonando con flexibilidad los objetivos sectoriales legítimos que dinamizan, coordinadamente, toda nuestra actividad económica, cultural y política. En tiempos muy sensibles por la fractura social expuesta, la conducta personal incide más que nunca en la ley moral de la conducción pública como verdad de experiencia. Ella enfatiza la humildad sincera y la autenticidad, sobre la simulación virtual y el sofisma tecnocrático.

                                       Buenos Aires, 11 de septiembre de 2017.
                                                                               Julián Licastro