LA VERDADERA DEMOCRACIA
ES UNA CREACIÓN CULTURAL
PERMANENTE
La razón democrática
comunitaria
En una democracia comunitaria el valor principal es
la soberanía popular, incluso sobre los marcos restrictivos recibidos de la
vieja normatividad “conservadora”, que está obligada a reformar para cumplir
sus fines reivindicativos. Más allá de una retórica principista, lo que irrita
concretamente a los pudientes contra los carenciados es la aplicación de este
poder soberano a una mejor distribución de la riqueza nacional. Crece entonces
una rivalidad irreconciliable que orilla la polarización, el enfrentamiento y
la violencia.
Históricamente los sectores retardatarios, más
ligados al sistema de intereses externo que interno, promovieron al golpismo
cívico-militar con el argumento paradojal de “salvar la democracia”. La
conducción superior del Movimiento tuvo así que ubicarse dinámicamente en un
espacio central, ante el intento de desbordar por izquierda con un “marxismo”
liberal y la pretensión de obturar por derecha el avance reformista con un
democratismo falaz.
Obviamente, en unos y otros existió y existe la
“tentación hegemónica” que sólo podría moderarse en un largo ciclo de cultura
política, que exige la autolimitación consciente de la voluntad de poder. A tal
fin, habría que consensuar un régimen amplio de educación y protagonismo de la
civilidad, con instituciones acordes a una proyección de futuro no totalitaria,
pero sí de desarrollo compartido e integrado.
Hay aquí una lucha por conquistar el Estado como
factor de planificación y facilitación de nuevas estructuras políticas,
económicas y sociales. También equidistantes, tanto del viejo plan estalinista
de abrogarse la representación excluyente de la sociedad. Y, en el otro extremo,
de la ambición elitista de acaparar las facultades decisorias de la comunidad
nacional como sujeto histórico.
La tentación hegemónica
Ayer Alfonsín, e incluso De la Rúa, y hoy Macri tuvieron y
tienen su “momento hegemónico”. El primero con su propuesta del “tercer
movimiento histórico” superador de radicalismo y peronismo al que imaginaba
incorporado a su mando. El segundo con su intento fracasado de salvar una
gestión desastrosa con la implantación del estado de sitio y la represión
policial cruenta. Y el tercero, más agresivo, al pensar que disolvió
definitivamente al peronismo aprovechando la oportunidad de un “pejotismo”
dividido en varias partes. Como alguien dijo con acierto ”se ve que llevan en
su corazón un pequeño Perón”, por la tradicional habilidad de éste en abarcar distintos
sectores políticos y sociales, aunque el General resulte inigualable.
El propio presidente actual le inauguró un monumento
con reconocimiento explicito del “antes y después” que significó la aparición
de Perón en la historia argentina. Verdad evidente, al margen de su utilización
electoral en la inminencia del comicio. Pero el carisma, la obra y el
pensamiento nacional de su legado explican su perennidad, después de décadas de
acusaciones de demagogia y cesarismo.
El oficialismo se entusiasma ahora con un peronismo
que “provincialice sus intereses” como lo hizo el radicalismo en la década kirchnerista,
en busca de apoyos y prebendas del gobierno central. Pero el peronismo sabe que
perder su carácter de fuerza nacional implicaría ceder espacios irrecuperables.
El tema aquí es otro: cómo instalar figuras que no tengan las limitaciones de
hoy, para aspirar a la categoría presidencial con una capacidad de estadistas.
Es un proceso colectivo que no se debe ni se puede acelerar con artificios
partidocráticos ni negociaciones de cúpula.
Esto no impide concertar leyes y medidas que
beneficien directamente al pueblo. Pero sin perder identidad política, ni dejar
de ejercer una profunda autocrítica; y realizar a la par una actualización de
programas y procedimientos sin traicionar las raíces doctrinarias. Y menos,
jugar a desestabilizar al ejecutivo de turno, que será sucedido, normal y
pacíficamente, “si se deja ayudar” por
una oposición constructiva.
El regreso de la evolución
participativa
Para una presidencia vacilante, que ve más el negocio
que el poder y soporta en silencio las graves torpezas políticas de los CEO, el
peronismo es inmanejable. Sea en la oposición frontal, o en la cooperación
circunstancial, por la impericia dirigencial del PRO que no puede contenerlo.
Un factor perturbador del “quietismo” que desearía
disfrutar el neoliberalismo que accedió al gobierno por la desviación
ideológica y la gestión fallida del cristinismo, sumado a una pésima digitación
de candidatos; y al rechazo de la
Iglesia contra las cabezas políticas visibles del
narcotráfico en zonas liberadas. Una advertencia para esta administración que
aún no ha conseguido crear trabajo y premia la especulación financiera sobre la
inversión productiva, dejando fuera de su “proyecto” a más de la mitad del
país.
Esta “diferente pero no tanto” acumulación de presiones
desde la base, impacta en el funcionamiento “armónico” de las élites que pasan
a dividirse y luchar por sus intereses propios, constituyendo el peor enemigo
de sí mismas. Luego, por la apertura de estas líneas interiores podrá volver a
evolucionar la democracia participativa y no el formalismo vacío de una
partidocracia residual al servicio de la codicia desmedida sin fronteras éticas
ni territoriales.
Buenos Aires, 21 de
septiembre de 2017.
Julián Licastro
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