jueves, 27 de junio de 2013

EL PAPA FRANCISCO Y LA CONSTRUCCIÓN COMPARTIDA DE LA COMUNIDAD NACIONAL






EL PAPA FRANCISCO Y LA CONSTRUCCIÓN COMPARTIDA
DE LA COMUNIDAD NACIONAL


por: Emb. Julián Licastro y Dra. Ana María Pelizza



Una nación en movimiento, demorada por la desunión

La proximidad de un nuevo aniversario de la proclamación de nuestra independencia resulta propicia para reflexionar sobre el ideal que alumbró  aquella gloriosa gesta,  que hoy quizás aparece como una promesa sin compromiso. Es decir, un anhelo de protagonismo histórico, a la medida de nuestros grandes recursos geográficos y humanos, frustrada por la imposición reiterada de hegemonismos externos e internos que afectaron el principio superior de la unión nacional.

Lo hacemos sintiendo el apoyo providencial de un pontífice argentino que consagró su vida al pensamiento, la prédica y la acción pastoral en la afirmación de nuestra identidad cultural. Condición ineludible para sumar el aporte de una comunidad nacional integrada a los valores universales del mundo. Su alto magisterio actual nos permite analizar el presente a la luz de los preceptos esenciales de la Doctrina Social Cristiana, de modo concordante, en nuestro caso, con los postulados de la Comunidad Organizada, sin dogmatismo ni exclusiones.

Interrogarse, pues, sobre la realización necesaria y posible de una comunidad de destino, nutrida en la experiencia colectiva de vicisitudes y problemas, exige apelar al pensamiento reflexivo y diverso, y a la palabra persuasiva y clara en orden a la expresión de la verdad y el testimonio de la solidaridad. Esto implica la evolución de una conciencia plena, con memoria y proyecto. O sea: el recuerdo vivo de las raíces y tradiciones fundantes, a partir del cual debemos hacernos cargo, con humildad y firmeza, de una historia compleja, una realidad acuciante y un porvenir pendiente como obra de conjunto.

Por esta razón constituimos “una nación en movimiento”, pero aún demorada en el desarrollo efectivo de su gran potencial, por la debilidad y división de sus vínculos sociales. Situación que nos ubica de manera precaria y ambigua, frente a la incertidumbre del futuro que demanda el coraje y la participación activa de los pueblos por su propia dignificación.


La principal misión patriótica

El riesgo no es equivocarse, lo malo es no corregir errores evidentes y persistir en una inveterada intolerancia, como prueba de la inmadurez civil que nos muestra una sociedad desarticulada, fragmentada y polarizada. Una sociedad que, en vez de ponerse a trabajar de forma decidida en la resolución factible de sus problemas concretos, puede encaminarse hacia un nuevo y grave enfrentamiento.

Urge, entonces, proteger y potenciar nuestros vínculos sociales, y transformarlos paulatinamente en los verdaderos lazos solidarios de una comunidad que se reconstruye a sí misma como alternativa a su posible decadencia. Tarea que consiste básicamente en crear “espacios de encuentro” donde ejercer el “diálogo fecundo” superador de enemistades eternas y antinomias estériles. Ésta es sin duda la principal misión de una militancia política patriótica.

El Papa Francisco nos refiere a la enseñanza de Juan Pablo II: “una democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo visible o encubierto”. Cita ecuménica que señala el daño causado por una crisis global de la civilización impulsada por el “capitalismo salvaje”, el consumismo obsesivo, el relativismo ético y la manipulación de los pueblos masificados por falta de organización propia.

Es el reino de la corrupción en todas sus facetas y dimensiones, en países grandes y pequeños, donde los dirigentes hablan “el lenguaje de la hipocresía” y gobiernan con el recurso de la dádiva. Son los “relatos” engañosos que niegan la realidad e intentan disimular su indiferencia por el sufrimiento de la gente, y las “concesiones” otorgadas con actitud discrecional y arrogante, en lugar de cumplir las reinvicaciones equitativas instituidas por el derecho social.



El poder sólo a través del deber

Se trata de avanzar, con propuestas específicas y operativas, por el camino de una tercera posición de profundo sentido popular, no populista, entre los extremos de los “ultras” y los “anti”. Porque el simple populismo no tiene doctrina, ni programa, ni formación profunda de dirigentes con capacidad creativa. Así como tampoco respeta las “instituciones históricas” que, aún con defectos a superar, informan de nuestro esfuerzo por articular una democracia constitucional, como cauce para marchar sin violencia hacia una sociedad más libre y justa.

Es la amalgama en una “ética común” de las conductas, preferencias, principios y valores que han conformado, en el tiempo, “el modo propio de ser humanos” en la peregrinación plural de la Argentina. Lo cual implica la interacción de ideas y estilos pertenecientes a diferentes espacios políticos, pero sin absolutismos que persigan la extinción de los otros. De igual modo, nuestra  visión general debe mantener una perspectiva abarcadora y cuestionar nuestra propia razón para enriquecerla y ampliarla; porque la vanidad intelectual diluye el sentido de responsabilidad e instrumenta  sofismas en una “teoría justificatoria” del autoritarismo.

El individualismo extremo y el personalismo desbordado frustran el empeño de la organización política o la colapsan; puesto que para vencer al tiempo hay que tener un proyecto compartido, que sepa abrir siempre nuevas perspectivas para todos. Esta construcción de lo permanente y estratégico, no de lo fugaz y tactiquista, reclama un completo sistema de conducción, por equipos de trabajo, al servicio directo de una ciudadanía cada vez más consciente y comprometida.

Para ello hay que vencer la egolatría que desquicia lo público y comete los abusos de poder que provocan desconfianza y rechazo. Conducir, en rigor, es dar y darse, sin buscar la adulación inmediata del cortesano, ni la obsecuencia automática del súbdito. Los signos de los tiempos que corren advierten, en el continente y el mundo, sobre el choque inexorable que involucra el estallido de la indignación social frente a la combinación nefasta de corrupción y prepotencia.


Madurar por la cultura del encuentro

La prudencia es un arte que, hoy como nunca, exige liderar sin sectarismo, administrar sin soberbia y comunicar sin vanidad. Porque así como el poder es imprescindible para transformar la realidad al servicio del bien común, su naturaleza misma es reacia al exceso de los extremos, el rupturismo de los “entristas” y las “batallas” innecesarias que lo desgastan agónicamente.

En consecuencia, hay que dejar atrás las discusiones banales y las interpretaciones sesgadas de la historia, para poner nuestra energía en el estudio y ejecución de las medidas más convenientes. Ello exige convocar y escuchar las voces del conocimiento, la moderación y la experiencia, no exentas del espíritu de decisión compatible a los grandes desafíos que nos esperan. Contrariando esta regla fundamental, el “pensamiento único”, por derecha o izquierda, es el obstáculo principal de la planificación como herramienta estratégica, porque la interfiere con los ideologismos y la quiebra con los intereses espúreos y la corrupción estructural.

Llegado a un punto letal del desencuentro, se impone la exigencia moral y política del acuerdo nacional, sin olvidar los golpes que sufrimos o infligimos en nuestras luchas internas. Ello impone memoria y justicia, pero también verdad y reconciliación. Sin estas virtudes, tan difíciles como necesarias, el dolor humano se degrada a un resentimiento extremo, que llama sin cesar al conflicto frontal y autodestructivo, que es lamentablemente como nos juzga el mundo.

Bergoglio recuerda a Perón en este trance delicado de nuestra dimensión espiritual. Y lo destaca con calidez también en este capítulo de su trayectoria. Un Perón que regresa ya “amortizado” como prenda de paz, para abrazarse con sus adversarios de ayer, luego de la lucha fratricida alentada por los imperialismos: porque sabe que el liderazgo de verdadera proyección trabaja, con sabiduría y paciencia, para los ciclos largos de la historia.

Buenos Aires, 1 de julio de 2013.
En el 39no. aniversario del fallecimiento del General Perón.

* Sugerimos leer “La nación por construir”, síntesis de la VIII Jornada de Pastoral Social, del Card. Jorge Mario Bergoglio, con prólogo del Rev.P. Carlos Accaputo. Buenos Aires, 2005.

EL PAPA FRANCISCO Y EL TRABAJO En la perspectiva de la justicia social



EL PAPA FRANCISCO Y EL TRABAJO
En la perspectiva de la justicia social


por: Emb. Julián Licastro y Dra. Ana María Pelizza


La peor pobreza es no tener la posibilidad de un trabajo digno

En su homilía del día del trabajo, el Papa Francisco destacó la dimensión trascendente de esta actividad crucial en la vida humana, que además de subvenir a las necesidades materiales, construye una sociedad justa y unida por la dignidad del esfuerzo común. Esta definición clave, que enfrenta la inmoralidad estructural del sistema causante del desorden social y mundial de esta época de cambios asimétricos, permite percibir con claridad el “ser o no ser” del trabajo en las categorías conjugadas de materia y espíritu, cuerpo y alma en nuestro desafío existencial.

El trabajo, que nos da un lugar respetable entre nuestros hermanos, no es el de la concepción del “capitalismo salvaje” [Juan Pablo II]: una mera mercancía que se intercambia por una retribución, casi siempre exigua, enajenando al hombre respecto de su labor. Y degradándolo a un simple número de una economía explotadora y especulativa dirigida a la acumulación desmedida de riqueza.

El trabajo tampoco es el “sacrificio” impuesto a los pueblos para la construcción del colectivismo antidemocrático, que culmina de igual forma en el poder ilimitado de los círculos estrechos de la nomenclatura. Porque es cierto que todos nos debemos al “esfuerzo” del trabajo, pero nadie puede inmolar su propia existencia personal regimentada en un trabajo forzado para el futuro incierto del totalitarismo.

Finalmente, el trabajo no es su simulación en un esquema populista que, más allá de un relato ideológico que desmiente cada vez más  “la realidad que es la única verdad”, conforma en rigor un modelo estructurado de desocupación. Sea por el trabajo precarizado y en negro; sea por la subvención de un cooperativismo inexistente que no produce nada; sea por el asistencialismo clientelar indiscriminado y crónico que atenta contra la cultura del trabajo en la sucesión de las generaciones sumergidas.
Gobernar es crear trabajo

Por estas razones negativas, en nuestro país, la idea pionera de Alberdi: “gobernar es poblar”, fue actualizada y completada en su significación social por Perón, al afirmar que “gobernar es crear trabajo”. Porque es evidente que los conglomerados humanos, asentados sin planificación previa, ni dotación de servicios esenciales y carentes de fuentes de trabajo, patentizan una comunidad al revés: sometida por los explotadores de la esclavitud moderna, el narcotráfico, la trata de personas y todos los delitos derivados de la falta de contención educativa y pacificadora.

En esta problemática, agudizada por un absurdo “garantismo legal” y la mala praxis de autoridades políticas, judiciales y policiales, la solución real e integral sólo puede provenir de la voluntad conjunta, decidida y perseverante, de reorganizar la comunidad desde su misma base por el trabajo fecundo. Factor imprescindible que no es permutable con dádivas, ni con el incremento ocioso del empleo público partidizado y sin control de  utilidad y gestión.

Sin embargo el neopopulismo pseudointelectual, siguiendo el discurso anticuado del neomarxismo europeo, asesora equívocamente a un gobierno centralizado hasta las adyacencias del autoritarismo. Pero en verdad, el “modelo de desocupación” que establece y ha concentrado la pobreza para hacerla funcional a un ordenamiento sin prevalencia institucional, sirve al propósito implícito de la cautividad electoral, el mecanismo perverso de los retornos, y la extorsión social latente como fuerza de choque en la división de la sociedad.


El lenguaje de la corrupción es la hipocresía

El papa Francisco, así como nos alerta sobre los límites del “asistencialismo social”, válido en la emergencia pero no como propuesta permanente, ha profundizado el grave concepto de la corrupción. Esta lacra sobrepasa al pecado, fomentándolo con la promoción de intereses espúreos y el narcisismo, que es una debilidad interior basada en la vanidad y la arrogancia. Una debilidad espiritual que exige la adulación y la obsecuencia para afirmar el rol que cumplimos en cualquier jerarquía, pero que es especialmente nefasta en el nivel de conducción, porque su lenguaje masivo es el de la hipocresía.
Un lenguaje de contenidos duales, que habla de distribución de la riqueza, pero la concentra más que nunca; que declama la movilidad social pero disminuye la clase media y deteriora la capacidad adquisitiva de los trabajadores; que critica a la banca que gana en forma record y no paga impuestos; que dibuja la inflación y con ello aumenta la presión tributaria que es la más alta de la historia; que combate al “campo” y vive de la soja; que proclama el federalismo y destruye a las provincias y las economías regionales  mediante una coparticipación inequitativa totalmente unitaria.

Es indudable que toda visión retrospectiva admite matices y conclusiones diferentes, pero eso no es lo principal porque “lo útil mira al porvenir”, y es allí donde crece la incertidumbre que afecta la edificación del futuro. La falta de planificación estratégica ha sido indiscutible, entre la improvisación reiterada y la venalidad sistemática. Y el impacto demoledor para la infraestructura vial, ferroviaria, marítima y energética; comprobando que “la corrupción mata” por los fondos que desvía, malgastando una década de condiciones inéditas de crecimiento no traducido en desarrollo sustentable.

Y es el desarrollo, como lo anticipó Karol Wotyla, el nuevo nombre de la paz en el orden social e internacional. Desarrollo nutrido en la reintegración del humanismo por la cultura del trabajo, según principios y valores universales que anteceden y motivan a las diferentes corrientes políticas y sindicales. La ética de la solidaridad y el trabajo no es una ingenuidad acrítica denunciada por las ideologías extremas, sino una potencialidad del “nosotros social” que se realiza con la toma de conciencia de una comunidad de destino, frente al flagelo del subdesarrollo y la pobreza.


El peor error es no corregir el error

La prudencia no delibera sobre los fines, sino sobre los medios [Aristóteles], y puesto que a menudo estamos de acuerdo con los aspectos generales de los grandes objetivos nacionales, es imprescindible debatir, con apertura y sinceridad, sobre los mejores procedimientos y métodos para alcanzarlos. Es decir, superar los errores y los vacíos de un ciclo oficial que aún se prolonga y donde la oposición hasta ahora no ha ofrecido mayores alternativas.

El lenguaje que nos pide el Papa para el diálogo sobre temas donde se juega nuestro destino personal y comunitario, es el de la “palabra de verdad y con amor”, dejando de lado el decir edulcorado de la relatividad ética, la adulación política y la manipulación pública. Un consejo sabio que nos recuerda nuestro axioma: “la verdad habla sin artificios”.

Esto nos permitirá recuperar a todos el protagonismo incluyente en un proyecto nacional compartido; fuera de los monólogos recriminativos, la agresión mutua y las estridencias mediáticas. Los grandes movimientos y partidos no perduran por el simple enroque de dirigentes con acentuadas apetencias individuales, sino que son sostenidos por una gran franja de militancia honesta y consecuente, con inserción territorial y social. Esto representa el verdadero motor del recambio y la reconstrucción de poder, que ciertos analistas e “intelectuales” no visualizan o desprecian, porque sólo difunden el laberinto de una escena de ambición.

Honrar al trabajo, pues, es destacar también al militante comunitario como sujeto político pensante y actuante. Él aumenta su potencial de liderazgo cuando es leal a sus principios y  valores, y sabe que su acción que coordina convicciones y responsabilidades es un trabajo abnegado al servicio del bien común. Un trabajo sin egoísmo, ni entrismo, ni oportunismo: un trabajo de equipo.

Buenos Aires, junio de 2013.




SER POLÍTICO Y HACER POLÍTICA CON EL OTRO



SER POLÍTICO Y HACER POLÍTICA
CON EL OTRO



 Lo propio de la autoridad es proteger, no agredir

Desde el punto de vista individual, los sistemas de convivencia siguen la tendencia del interés particular y la defensa de la seguridad personal y las aspiraciones propias. Desde el punto de vista colectivo, son la posibilidad de conformar una comunidad bajo el factor relacional y organizador del trabajo. Entre ambos términos, distintos y complementarios, de la ecuación social, sólo la voluntad amplia y manifiesta de compartir un destino de pertenencia, integra la unidad indivisible que constituye la comunidad cívica nacional.

Esta constitución paulatina, de hecho y de derecho, se desenvuelve en paralelo con los principios  y valores que entretejen nuestra idiosincrasia singular. En las crisis de época, la omisión reiterada de los principios lleva a grandes errores, y la destrucción de los valores provoca graves daños contra la integridad y coherencia del país. Sin comunidad de percepción ética es imposible la comunidad de normas jurídicas y legales, porque desaparece la esperanza aglutinante que motiva la factibilidad de una justicia ecuánime.

La decadencia del lenguaje y de las instituciones, que plasman la identidad cultural, regresa a fojas cero el trámite esforzado de edificar una nación, haciendo imprescindible empezar de nuevo, intentando antes que nada “conducir el corazón del hombre”. El desafío de un gran diálogo, que parece lejano, se plantea pues entre nosotros, porque el espíritu y el sentimiento de una reconstrucción moral de la argentinidad será posible sobre la base ineludible de miles de conversaciones que partan del respeto mutuo y la atención recíproca.

Volveremos así a un lenguaje acuñado en la tradición de la amistad y del compañerismo, cuya finalidad afectiva, no exenta de diferencias y discusiones necesarias, prevalecerá sobre el suicidio moral de la censura, la intimidación y el silencio. El autodominio y la persuasión vencerán, del modo conocido y con el método que aprendimos, a los escarnios del descontrol, el agravio y la sumisión, porque el conjunto político es mayor que la parte enferma de un sectarismo anacrónico.



El pensamiento hace la grandeza del hombre

Esta ejemplar definición filosófica [Pascal], coloca desde un comienzo las cosas en su lugar, para evaluar las consecuencias prácticas, no abstractas, de vulnerarlo; y en cambio, penetrar profundamente las perspectivas positivas de ejercerlo, especialmente cuando logramos delimitar el escenario inmediato de acción, distinguiendo la apariencia de la realidad.

El punto de perspectiva, al menos en el justicialismo, es un concepto acendrado de equilibrio, siempre equidistante de los extremos de la polarización y la beligerancia. Nuestro propósito es realizar los grandes acuerdos y las grandes alianzas de un frente histórico que se plantea el proyecto nacional; y que no pretende destruir la democracia jugando a una “revolución” imaginaria y facciosa, sino perfeccionarla con la más plena participación social y popular.

Los que no aman la verdad han levantado un cúmulo cerrado de mentiras, frágil como un castillo de naipes. No pueden retirar de allí la menor de las cartas porque se caería al unísono todo el andamiaje del “relato. Se niega entonces lo elemental de los problemas de la gente [“inflación, inseguridad, corrupción, ineficiencia y falta de planificación en áreas vitales], cayendo en el riesgo imprevisible de “fugarse hacia adelante” sin respetar ningún código, regla ni límite.
 
El orgullo desmedido llevado a la arrogancia impide el balance sincero y las enmiendas urgentes, y la inoperancia llevada a la obsecuencia frena el trabajo serio que la gestión reclama. Como vemos la mejor evaluación política no se aloja en la profusión mediática del “blanco o negro”, y se reduce sencillamente  a conceder la importancia que merecen las necesidades apremiantes del pueblo. Cuando esto ha ocurrido en la historia del mundo, se han producido los milagros económicos  y políticos que nacen de este secreto a voces.
 

Saber oir, saber hacer, y saber explicar
 
La política es una arte que, como tal, tiene una teoría y una técnica, es decir: una doctrina. Ella exige formas auténticas de acción para  transformar la realidad y no sustituirla por la mera “actuación” retórica o mediática sin resultados concretos. De igual modo, la participación política es lo inverso de la pasividad y la distracción, porque exige seguir atentamente la dinámica de los hechos y estar a la expectativa de la ocasión propicia para intervenir en ella con convicciones propias.
 
La clave es la “comunicación personal” que se establece por la presencia directa y a la vez persuasiva de un rol militante ante las dudas y problemas reales. Por cierto, el carácter especial de la comunicación política marca muchas veces un estilo polémico, porque comprende el debate de asuntos complejos y opiniones divergentes. Esto sin embargo no justifica la actitud premeditada de extrema confrontación y exclusión de quien piensa diferente, porque “diálogo” significa precisamente: ser político y hacer política con el otro.
 
Hace falta, como afirman los pensadores clásicos que fundamentaron la democracia, una “vocación pedagógico-política”, para saber oír, saber hacer, y explicar bien lo que se hace. Si aceptamos como principal virtud del liderazgo la búsqueda de un desarrollo ético-político, debemos saber que éste comienza y se sostiene en el reconocimiento sincero de lo bueno y de lo malo en las conductas y los procedimientos. Criterio inequívoco de autocrítica, corrección y maduración de la personalidad con capacidad de orientación y guía.
 
El principio Socrático de “conócete a ti mismo”, que Perón tanto nos repetía, incluye la exigencia esencial del autodominio  y la armonía de la cual se derivan la persuasión y la humildad del liderazgo. Mientras que el anti-valor del dominio como imposición y mando, desplaza la conducción a una estadística falaz de factores materiales, sin considerar la dignidad de las personas que se descartan o se humillan con gesto distante y altanero.


Evitar la resignación y unir fuerzas

La militancia auténtica es un modo de entender la existencia y una manera de vivir. Una vocación, con visión histórica, para involucrarnos en una participación democrática efectiva que requiere organización y estrategia. Es una intervención planificada en los asuntos públicos, políticos y sociales, por vía del pensamiento, la palabra y la acción, abrazando la libertad con todas sus consecuencias y pruebas que cambian con la situación.

Como en el ejemplo bíblico de los padres primordiales, que quisieron acceder al conocimiento por sí mismos, “tomar conciencia” de la realidad cancela la inocencia y nos hace responsables de un nuevo comportamiento. Éste nos otorga la palabra que nombra las cosas del mundo, junto al tributo del trabajo y la generación de la familia. El hombre pues debe dignificar el trabajo organizando con él a la comunidad; y arraigarse en los afectos del hogar y la solidaridad de sus semejantes como exigencia espiritual y práctica de supervivencia. Éstos son los principios y valores que vemos peligrar por los abusos de un poder político que se cree eterno y excluyente.

Luego, sin libertad de expresión no hay libertad de pensamiento, porque las voces libres son las que acuerdan las acciones que establecen la convivencia colectiva. Cuestión elemental para entender como se destruye la libertad con el envilecimiento del lenguaje, sea  por artificios retóricos o ignorancia crónica; y como se desarticula la sociedad cuando se niega o se denigra el trabajo. Operación de pinzas que agreden los criterios básicos del derecho a la equidad y la justicia, y nos hacen retroceder a la anarquía y la violencia más allá de todo argumento ideológico.

El desafío de sortear la encrucijada del caos y el autoritarismo, funcionales entre sí para perpetuar una aventura irresponsable de dominio, implica reforzar, por la educación de la razón reflexiva, el sentido de lo justo y lo injusto que es innato en cada persona. Fuerza interior que evita la resignación y facilita la unión de los ciudadanos de buena voluntad detrás de objetivos y propósitos concertados. Una orientación, en fin, propositiva y activa que deslinde el campo con la falsificación del “populismo”; que no es la fase superior del peronismo, sino al revés: ya que no hay distribución social perdurable sin potencia productiva y eficacia administrativa.


La razón reflexiva y la formación imprescindible de cuadros

Es evidente que la democracia se contrae bajo el peso arbitrario  de la plutocracia, que maneja el dinero para sustituir el prestigio con la popularidad impuesta por el comercio mediático. Una serie de mecanismos de divulgación y propaganda  que, con abundancia de medios económicos y tecnológicos, se atreve a manipular multitudes. Para ello emite consignas triviales e imágenes de captación elemental, que no exigen concentración  ni esfuerzo, descartando la discusión, el análisis y la elaboración de un marco sustentable de capacitación política.

Esquemas publicitarios en la expresión más primaria del término, que al provocar el consumo masivo de consignas endebles, desprecian el protagonismo de la militancia, la filiación y la adhesión política pensante. Esto no significa el descarte de las formas más o menos sofisticadas de comunicación electrónica, incluyendo las llamadas “redes sociales”, utilizadas como complemento del proceso de información, pluralismo y transparencia – si  logramos detectar su manipulación rentada – pero nunca a costa de eliminar la lectura y meditación de los textos de conducción y doctrina en sus distintos contenidos programáticos.

Sin cuadros no hay organización, y sin ella no hay construcción que brinde permanencia y eficacia a la acción política, la cual vale realmente cuando puede acumular efecto para lograr sus objetivos sucesivos. De igual manera, la falta palpable de idoneidad y especialización en los funcionarios a cargo de gestiones específicas, afecta la legitimidad de los gobiernos que resultan de una elección proselitista sin selección previa, por sus listas amañadas de candidatos.

Los movimientos nacionales históricos, a la muerte de sus líderes carismáticos, enfrentan un determinismo estructural que se repite siempre: o engendran una nueva oligarquía de dirigentes corruptos, alejados cada vez más del pueblo, o establecen un sistema amplio de orden institucional que sabe incorporar y premiar a la excelencia. Ésta es la fórmula capaz de vencer al tiempo desde la movilización orgánica de genuinas bases territoriales, laborales y municipales, a despecho del despilfarro de fondos públicos que tratan de comprar voluntades con la impostura de falsas cooperativas y planes asistenciales. [14.3.13]



GIRO ESTRATÉGICO EN SURAMÉRICA, NEOPOPULISMO Y RENOVACIÓN ECLESIAL: COINCIDENCIAS Y CONTRADICCIONES



GIRO ESTRATÉGICO EN SURAMÉRICA,
NEOPOPULISMO Y RENOVACIÓN ECLESIAL:
COINCIDENCIAS Y CONTRADICCIONES


Nuevos ejes en la integración subcontinental

Inaugurando una nueva etapa estratégica se ha producido un drástico giro en el largo y ambiguo proceso de la integración suramericana, con repercusiones regionales no tan inmediatas como profundas, e implicancias no menos importantes en la totalidad del continente americano, Europa e incluso las regiones de Asia y África pertenecientes al llamado tercer mundo.

Uno de estos ejes lo constituye el proyecto populista, después del colapso del “Consenso de Washington” que potenció la explotación neocolonial del “capitalismo salvaje” (Juan Pablo II), vaciando el espacio de la política de partidos y creando las  condiciones para la irrupción democrática y luego la expansión autoritaria de una nueva forma de caudillismo.

El otro eje, más próximo, se expresa en la sorprendente elección de un Papa argentino, formado desde muy joven en el peronismo doctrinario, no partidario, para conducir a la iglesia universal en uno de los momentos más álgidos de esta institución clave en la evolución del mundo; ubicada además en el centro de una Italia paralizada políticamente por el desgaste y el dispendio de sus dirigentes tradicionales, y en una Unión Europea en grave crisis económica con riesgo de estancamiento y división.

No es fácil hacer una síntesis de este escenario geopolítico y geoeconómico que recién se estrena, pero es ineludible para efectuar un seguimiento de su dinámica potencial, porque de ella dependerá la creación de numerosas situaciones nacionales y regionales, incorporando sus propias circunstancias y modalidades en los juegos de poder localizados específicamente. Por esta razón es preciso reconocer que apenas entrevemos el perfil de un fenómeno de gran alcance, destinado a presidir, con variadas secuelas de coincidencias, contradicciones y antagonismos, toda una nueva época cultural y política.

Corresponde pues focalizar brevemente el análisis en cada factor protagónico, para evaluar su capacidad de acción y transformación intrínseca y los principales problemas que enfrenta, y luego hacer una apreciación comparativa de sus ubicaciones relativas y relaciones de cooperación u hostilidad.  Decimos esto porque el pontificado del Cardenal Bergoglio procedente del extremo sur latinoamericano, aunque fuere prematuro calificarlo, ya ha sido comparado con el de su mentor el Cardenal Karol Wojtyla de origen polaco y relevante rol en el reordenamiento geopolítico de la Europa Oriental, que  anticipo el fin de la Unión Soviética.

Resta por ver si un rol equivalente, aunque obviamente distinto, puede desempeñar el Papa Francisco, tratando de unir la inteligencia jesuítica con la humildad franciscana, para evitar la ruptura social, el desinterés institucional y la autosuficiencia política que la docencia neomarxista ha irradiado desde su decadencia en Europa plantean la “lucha cultural” sin formar una fuerza política propia, sino por “inserción” en la movimientos nacionales de nuestra América. Todo lo cual presupone una contienda por las ideas, que no debería llevar necesariamente a la reiteración de la violencia setentista, sino al rescate de los principios y valores de la “tercera posición" que, debe reconocerse, es un contenido esencial del justicialismo.


El populismo: origen histórico y relato ideológico actual para su inserción masiva

El populismo, en tanto esquema ideológico, surgió en la Rusia del siglo XIX como variante heterodoxa del marxismo y alternativa de organización de masas excluidas. En su visión económica rechazaba la progresión de las etapas del desenvolvimiento capitalista, optando por saltos e improvisaciones de cariz utópico. Como sujeto social descartaba el protagonismo del trabajador industrial sindicalizado, reclutando sus adherentes en el campesinado emigrante a la periferia de las grandes ciudades, a quien, “por su bajo nivel cultural”, se proponía conducir por círculos vanguardistas de “intelectuales revolucionarios”.

La denominación “populista “ fue retomada cien años más tarde por los intelectuales de adhesión inicial stalinista, que ayudaron a promover el movimiento estudiantil del mayo francés (1968) contra el gran estadista que fue el general Charles De Gaulle. El desplazamiento hacia el neomarxismo ocurrió en forma paralela al desencanto político con el partido comunista, iniciado con la represión soviética, en agosto de aquel año, de la “Primavera de Praga”, que duplicó las tropas que invadieron Hungría en 1956. Siempre en actitud elitista, fluctuaron después por el maoísmo, las revoluciones africanas y el guevarismo, con las  conclusiones negativas que ellos mismos explicitaron en sus manifiestos públicos y cátedras universitarias.
Desde la década del 80, aproximadamente, estos intelectuales especializados en la abstracción teórica y no la praxis concreta [caracterizados por ello como “sabios ignorantes”] produjeron una profusa literatura, que encontró eco en sus discípulos latinoamericanos. Estos eran militantes de una izquierda difusa, caracterizada por su oposición a los proyectos políticos nacionales, siendo el caso más notorio el peronismo en la Argentina, por su ideario político desarrollado a partir de la Doctrina Social de la Iglesia y la participación política activa del mundo del trabajo.

Pero esta vez el populismo, convertido en neopopulismo, no se ubicó como oposición sino como “superación” del movimiento nacional, aunque con notable coincidencias con aquel fenómeno surgido tan lejano en el espacio y el tiempo: instrumentación de la desocupación masificada; visión utópica de la economía, desinterés por la eficacia administrativa; descarte de todo tipo de organización gremial y sindical; negación de la concertación y el diálogo, e intento de conducción mediatizada por intelectuales encargados de interpretar la realidad  ( el “relato”).

Este pensamiento alcanzó su vértice en  Caracas, transformando las posiciones iniciales del presidente Hugo Chávez, hasta llegar a la exaltación extemporánea del castrismo y el excesivo estatismo. Con todo, entre los logros importantes del neopopulismo debe registrarse la recuperación soberana de los recursos energéticos en Venezuela, Ecuador y Bolivia; así como su afán distributivo de la renta nacional en los sectores sociales más postergados y excluidos. Por contraste, entre su déficits evidentes están: la falta de productividad; el subsidio crónico sin contraparte laboral genuina; el aumento desmesurado de la burocracia estatal con fines partidistas; y el desgaste institucional del sistema republicano por la concentración total del poder.

En el plano de la Unasur, como propuesta de unión regional integral, que se creía factible, la creciente influencia del neopopulismo y su conexión con potencias medianas extracontinentales como Irán, por lo menos hasta el sensible fallecimiento del Comandante Chávez, ha resultado de hecho en una relativa pérdida del impulso inicial. Allí se conjuga, sin duda, las opiniones adversas  a este rumbo de países como Colombia, Perú y Chile y las fricciones irresueltas por viejas temáticas fronterizas entre algunos estados miembros [Perú-Bolivia-Chile].




La mirada de la iglesia universal vuelta hacia América y su impacto en la situación internacional

La elección del cardenal Bergoglio implicó un aserie de hechos y situaciones inéditas que bastan por sí para dimensionar su carácter histórico y alcance global. Es el primer Papa no europeo en 1500 años de trayectoria; el primero latinoamericano, es también el primer jesuita y a su asunción concurrió el patriarca ortodoxo griego ausente desde el cisma del año 1054.

Es evidente que la votación del colegio cardenalicio se encaminó contra los sectores comprometidos de la curia romana, con predominio italiano, afectada por escándalos sexuales y financieros de inusitada publicidad; y que en ese comicio tuvo un papel relevante el clero estadounidense representado en la fuerte figura del cardenal Timothy Dolan, Arzobispo de Nueva York.

Conviene reflexionar un poco sobre el nuevo rol del catolicismo norteamericano, tradicionalmente dirigido pro sacerdotes de descendencia irlandesa, pues se ha propuesto conducir la enorme masa de inmigrantes “hispanos”, especialmente mexicanos y centroamericanos que, conformando ya ampliamente la primera minoría del país no deja de crecer, manteniendo su creencias y rasgos culturales. Este rol trasciende la preocupación por la reforma migratoria prometida y aún pendiente, y enfila sobre los prejuicios raciales del conservadorismo protestante contra todos los pueblos al sur del Río Bravo.

La iglesia estadounidense, con más de 40 millones de fieles cotizantes, es la más rica del mundo católico y auxilia a otras necesitados de apoyo con la consiguiente influencia pastoral y política. Por esta causa, y según sondeos que señalaban la gran aceptación del Papa argentino, hijo a su vez de inmigrantes, superior a la del propio Barak Obama, éste lo calificó de “primer Papa americano” [englobando al norte, centro y sur del continente] y de “paladín de los pobres”, enviando a la celebración en Roma a su vicepresidente y a su flamante secretario de estado, ambos de filiación católica.

Queda así abierto un debate crucial sobre las implicancias geopolíticas y políticas de la nueva estructura de gobierno vaticana, especialmente la dedicada al orden internacional y las relaciones con otras religiones y cultos, en las que Bergoglio demostró su amplitud ecuménica. De todos modos, puede augurarse, de cara al futuro, que su influencia mundial y regional en esta etapa será la mayor que podrá ejercer un argentino. La esperanza está dada por una personalidad conocida y consolidada en 76 años de prédica, gestos y acciones coherentes con sus convicciones, en las que se destaca claramente su posición elejada por igual del neoliberalismo y del neomarxismo.

Sin embargo, toda su agenda de trabajo, que implica un “volver a empezar” para sacar a la iglesia de su autoreferencia burocrática y relanzarla al camino testimonial y misionero, debe comenzar por casa, realizando los profundos cambios estructurales y de dirección que se reclaman imperiosamente. Desde su conducta sencilla y austera, pero también entusiasta y firme, debe limpiar y reorganizar la intrincada curia vaticana, sanear su banco -el Instituto para la Obra Religiosa, IOR- acusado de lavado de dinero y otros fraudes; sancionar severamente los escándalos morales ya la jerarquía encubridora; además de alentar la vida eclesial en la comunidad parroquial como lugar de pertenencia religiosa y servicio social de contacto personalizado, como lo hizo en Buenos Aires enfrentando a todas las formas de explotación y esclavización.

Además de este impacto internacional y social, debe considerarse su calificación de la verdadera política, no la politiquería, como un servicio destacado e irremplazable del bien común, condenado la corrupción, la codicia y la violencia. Dicho lo cual, se comprenderá mejor el contexto regional y los tratados y alianzas que nos incumben para puntualmente actualizar y fortalecer Unasur y Mercosur. Habrá sin duda aquí un antes y un después del Papa Francisco, no por señales superficiales y directas que interferirían con el que hacer de los partidos, sino por la creación en profundidad de nuevos fundamentos para retomar paulatinamente el proceso integracionista sin interferencias ideológicas no intervenciones polémicas en la vida política institucional de los países [Paraguay].



LA CONSTRUCCIÓN POLÍTICA QUE FALTA



LA CONSTRUCCIÓN POLÍTICA QUE FALTA



La política verdadera exige una conducción persuasiva y sincera

La recuperación de la política como factor democrático recién constituye un logro cuando significa conducción, en tanto categoría doctrinaria de contenidos esenciales para transformar positivamente la vida de la comunidad. Por el contrario, pierde sentido y jerarquía social en la simulación, el retroceso o el estancamiento. Conducir es así equivalente a liderazgo persuasivo y efectivo en cuanto a planificación estratégica, trabajo sistemático de equipo y control de gestión; y no meros discursos de anuncios repetidos y relatos engañosos que, en nombre de una revolución imaginaria, frustran la evolución posible y necesaria del país.

Es sabido que la simple “politización” no conlleva elevar la cultura política comunitaria que requiere otros ejemplos y actitudes, más allá del personalismo excesivo, la retórica saturante y polarizante y las mañas del viejo y nuevo sectarismo. La burda “masificación” que resulta de una costosa propaganda con fondos públicos, niega la educación cívica con consignas triviales, descartando el proceso metódico que convierte la masa inorgánica en pueblo organizado, con estructuras propias de participación consciente y activa en la concreción de sus aspiraciones.

Allí nacen las organizaciones libres del pueblo, que lo son precisamente por autoconvocatoria y gestión autónoma, y no por la manipulación de supuestos “planes” y “cooperativas” producto de la corrupción de malos funcionarios y punteros. Situación que exige ahora la construcción orgánica que falta para encuadrar a vastos contingentes de argentinos en unidades territoriales humanizadas, con condiciones de arraigo y trabajo digno, fortaleciendo la democracia real desde la base misma que la constituye.

Es decir, un régimen de gobierno que no sólo sea “del, para y por” el pueblo, como reza el postulado tradicional, que a veces resultan palabras vacías, sino un gobierno “con” el pueblo. Una vía genuina para el protagonismo sostenido de una ciudadanía esclarecida que demande superar la apariencia de un modelo “inclusivo”, haciendo finalmente realidad el desarrollo integral postergado de una Argentina plena de educación, producción y justicia.



Una fuerza legítima, alternativa y de consenso

La larga crisis de representación en las instituciones y de representatividad en los dirigentes, está provocando una pérdida de confianza en el sistema democrático que tanto nos costó recuperar. La pasividad del poder legislativo y las falencias del poder judicial, aumentan el vacío orgánico-funcional en el marco republicano. Vacío ocupado por la prepotencia del poder ejecutivo y su réplica en la desarticulación de la sociedad civil, expresada en la indiferencia disimulada como actitud independiente, la anomia en el comportamiento colectivo, y una tergiversación de la militancia, rentada por el oficialismo, como escenografía mediática.

Para revertir esta decadencia peligrosa, hay que aprender a pensar de un modo diferente: con percepción sólida y estratégica y no de manera oportunista o superficial. Partir de una posición definida y firme, sin embargo, no entraña exagerar la confrontación permanente, como lo  viene haciendo cierta dirigencia sin equilibro psicológico y con el asesoramiento nefasto de los “sabios ignorantes”. Mezcla explosiva de la arrogancia política con la estafa intelectual del neomarxismo y del neoliberalismo, que se combinan bajo cuerda para atacar al peronismo desde dos extremos alejados por igual del Proyecto Nacional.

Por lo demás, la tolerancia que todos debemos defender en la coexistencia política, no excluye la “lucha por la idea” que admite rivales ideológicos y adversarios electorales, pero no determina “enemigos” a desaparecer: ayer por la muerte física de los extremismos de distinto signo, hoy por la muerte civil de la discriminación, la censura y el abuso de poder con el aparto estatal y sus agencias. La política, entonces, para merecer su alto concepto, necesita explicar, discernir, debatir y llegado el caso saber acordar siguiendo siempre la razón del bien común.

Son algunas de las causas principales que obligan a retomar la acción política con principios, valores y modos de acción adecuados. El ciclo declinante de un “modelo” agotado que se prolonga demasiado sin abrir nuevas expectativas, no concluirá por sí ni por reacción espontánea. Hay que imaginar, convocar y articular una fuerza legítima, alternativa, con suficiente consenso e impacto para decidir la tendencia general a un cambio democrático. Si está claro el vacío que hemos descripto, tanto en el oficialismo como en la oposición, nuestra militancia tiene que comenzar a llenarlo, cada cual en la medida de sus roles y capacidades, que siempre serán complementarias en una construcción de conjunto.


El pluralismo de participación directa

El motivo para una renovación profunda de la democracia argentina, se incentiva con la irritación causada por el autoritarismo omnipresente, la mediocridad obsecuente, el caudillismo feudalista y el asistencialismo venal. Supone un esfuerzo que únicamente puede nacer de los anticuerpos existentes en las idiosincrasias territoriales y en los pueblos y gobiernos locales, para salir del maltrato de los círculos dominantes y potenciar la autodeterminación en la comunidad organizada. Especialmente, cuando es posible seguir la orientación de liderazgos exitosos, ya que el mensaje político, en la crisis de confianza, sólo es creíble por el testimonio de las obras concretas.

No hay tiempo suplementario para reiterar promesas incumplidas, adoptar dobles discursos y simular la falta de conflictos con expresiones de deseo banales y ambigüedades. La evaluación que podrá devolver transparencia a la política será la más cercana y solidaria con el terreno de acción, desde donde hay que reconquistar, hacia la dimensión tan vasta de país, los principios irrenunciables de la libertad de expresión y la igualdad ante la ley, para acabar con la sumisión del pensamiento y la impunidad de los infiltrados y corruptos.

En este aspecto crucial, el municipio representa la célula primaria del gobierno de las comunidades, que dio lugar a los primeros ensayos de convivencia regulada por normas comunes; y luego, con la evolución de la conciencia colectiva, a las experiencias iniciales de deliberación y participación del pueblo e instalación de los tribunales de justicia. El instinto gregario se perfeccionó con la reflexión social para relacionar, sin falsos intermediarios ni criterios abstractos, las necesidades cotidianas con las propuestas creíbles y las soluciones factibles, en un proceso descentralizado que rechaza por impropia la concentración discrecional del “mando”.

En la problemática presente, esta relación directa e intransferible es la única garantía de coordinación entre gobierno local y desarrollo real  apropiado a cada espacio específico. La democracia local, por otra parte, no rechaza la excelencia ya que debe promoverla porque se juega con ella el acceso a los beneficios de la economía y la tecnología modernas. Progreso  interferido perversamente por una globalización asimétrica, que aliada en lo interno a un simulacro de revisionismo histórico, niega en la práctica el federalismo político y económico más elemental.


Proyección zonal y regional de gran municipio

Nuestro enfoque destaca en principio las posibilidades del vecinalismo como sentido de pertenencia, que al fomentar las tendencias asociativas de los ciudadanos y las familias que habitan un mismo distrito, teje los lazos primordiales de conocimiento, amistad y solidaridad recíproca. De este modo, se hacen las cosas necesarias con la iniciativa de  todos y el apoyo comunal, realizando la imprescindible acción civil directa de la participación compartida.

Pero el vecinalismo, como núcleo de origen, suele estar limitado para proyectarse como gran municipio, en los ejes de integración zonal y regional intermunicipal. Esto es así, a veces sin darse cuenta, cuando el vecinalismo primario queda encerrado en un criterio antiguo y fragmentario que, al sobreactuar el localismo, cae en el aislamiento y la falta de políticas públicas de aprovechamiento múltiple por varias localidades.

Estas herramientas de nivel estadista, y no la improvisación sobre la marcha, son las únicas metodologías que trascienden hacia las soluciones de fondo, abarcando todas las perspectivas y posibilidades que, armonizadas e integradas con inteligencia, pueden aumentar el peso de nuestra acción transformadora y mejorar la vida de la gente en forma expeditiva. Es un paso insoslayable, dentro de la defensa institucional de la democracia, despreciada por algunos tránsfugas, para restaurar el necesario equilibrio y ordenamiento territorial, cuyos graves problemas de servicios públicos, transporte ferroviario, provisión eléctrica y seguridad no pueden encararse sin planes operativos desplegados a escala adecuada de espacio y tiempo.

Entre compañeros de militancia, ansiosos de salir a la acción con probabilidades de éxito,  éstas y otras explicaciones que vienen de nuestra filosofía e identidad política, son una exigencia previa para incorporarse a un proyecto orgánico de gran alcance. Sea porque rechazamos las imposiciones que no persuaden ni convencen, sea porque desconfiamos de las estadísticas tecnocráticas que dibujan resultados ficticios y ocultan los grandes intereses y factores de poder que están en juego. Nuestra responsabilidad es encarnar una política grande que sea capaz de unir fuerzas, para asegurar la autonomía, el progreso y la tranquilidad que reclama la gente.




Unir poder social y poder territorial

La planificación democrática exige el concurso de voluntades mediante el diálogo que culmina en la concertación. Por eso no hay programa eficaz  de gobierno sin concertación social, que involucre con franqueza y equidad a empresarios y trabajadores para crear empleo genuino, aumentar y mejorar la producción y luchar contra la especulación, el subdesarrollo y la dependencia. En la nueva sociedad del conocimiento, donde es preciso acceder a las innovaciones tecnologicas, manteniendo nuestra identidad cultural, es importante reconocer los nuevos derechos económicos que dan actualidad a la lucha histórica por la justicia social. Ello también abarca la creación del mejor ámbito posible para la instalación y  funcionamiento de las empresas, junto al combate contra la precarización laboral y el trabajo en negro.

Por consiguiente, la marcha inexorable hacia la democracia económica tiene su plataforma territorial en los municipios bien gestionados que conocen en el terreno las prácticas empresariales, comerciales y laborales y las necesidades de los consumidores. Los líderes comunitarios saben, como dijo el General Perón, que “gobernar es crear trabajo”, porque de nada vale poblar para el hacinamiento y la miseria de la desocupación y la desidia.        

La buena gestión es la suma de la idoneidad, la dedicación y la honestidad de los conductores municipales y sus equipos, que representan y defienden con dignidad los intereses y metas de su comunidad. Cuando estas condiciones éticas, políticas y técnicas no existen, la indiferencia administrativa y la corrupción deben recurrir a mendigar las dádivas de la obsecuencia. Tal es el efecto moral o inmoral de un dispar ejercicio de la conducción, que es fácil de advertir al comparar y medir, con la misma vara, a tantos intendentes a cargo de  iguales funciones.

En la concepción justicialista, el valor del trabajo trasciende su precio en el mercado capitalista, porque es el eje cultural de la articulación y organización de la comunidad. Sin trabajo la comunidad no sólo se empobrece, sino que se vuelve decadente, insolidaria y violenta. Luego, se entiende porque el movimiento obrero es la columna vertebral del gran bloque histórico que creó Perón para siempre. La fuerza de su vigencia política y social reside en el secreto espiritual que compromete la alianza indestructible que, lejos del clasismo y la partidocracia, mantiene el avance de una concepción movimientista con proyección continental.



Trayectoria y vigencia del movimiento histórico

Así es como puede decirse que sin sindicalismo no hay peronismo y recíprocamente: que sin peronismo no hay sindicalismo nacional, porque nuestra doctrina le brinda los fundamentos que lo convierten, como en ningún otro país del mundo, de factor de presión y protesta en factor de propuesta  y poder. Tal el cariz teórico y práctico de un sindicalismo que se resistió  desde su nacimiento en la década del 40, a reducirse a un partido obrerista o laborista, ya que su razón  de ser se plasma en la organización del Movimiento Nacional, del cuál es parte básica e inseparable.

Con este espíritu se reafirma una alianza imprescindible entre el municipalismo articulador del poder territorial y el sindicalismo vertebrador del poder social, en un volver a las fuentes de las viejas luchas reivindicativas que, junto a cada fábrica movilizada, unía al vecindario de las familias trabajadoras que residían en los barrios. Paradigma de la defensa palmo a palmo de un despliegue progresivo abarcador de la nación en su totalidad. Obviamente, hablamos de organizaciones del pueblo que deben actualizarse, capacitarse y renovarse para enfrentar los desafíos del futuro, con el aporte de las nuevas generaciones argentinas, empezando por el bautismo militante de las campañas de estos años decisivos.

Ante la incapacidad de los partidos liberales, de derecha o izquierda, para ofrecer alternativas distintas de suficiente significación, el peronismo puede mostrar, al margen de propuestas individuales, la permanencia en lo substancial de su identidad colectiva, sólidamente diferenciada por la tercera posición en el espectro democrático. Es un tipo de unidad compleja, que amalgama ideas y sentimientos, vivencias y aspiraciones, símbolos y tradiciones, siempre con sentido histórico y vigencia contundente.

De este modo, la realidad que es la verdad, desnudó el prejuicio gorila que quiso ver en el justicialismo la obra efímera de una demagogia audaz con discurso efectista. Esto hoy sólo lo piensan los pseudointelectuales que dicen estar “superando” al peronismo con el populismo, mediante una caricatura de unidad y organización. Pero el llamado al corazón de los argentinos de buena voluntad se escucha claramente por encima del ruido de aquellos que no aprendieron nada, porque habla de demandas populares muy reales y sentidas, y sigue despertando la esperanza inclaudicable en un destino de felicidad y grandeza. [6.2.13]