EL
PAPA FRANCISCO Y EL TRABAJO
En
la perspectiva de la justicia social
por: Emb. Julián Licastro y
Dra. Ana María Pelizza
La peor
pobreza es no tener la posibilidad de un trabajo digno
En su homilía del día del trabajo, el Papa Francisco destacó
la dimensión trascendente de esta actividad crucial en la vida humana, que
además de subvenir a las necesidades materiales, construye una sociedad justa y
unida por la dignidad del esfuerzo común. Esta definición clave, que enfrenta
la inmoralidad estructural del sistema causante del desorden social y mundial
de esta época de cambios asimétricos, permite percibir con claridad el “ser o
no ser” del trabajo en las categorías conjugadas de materia y espíritu, cuerpo
y alma en nuestro desafío existencial.
El trabajo, que nos da un lugar respetable entre
nuestros hermanos, no es el de la concepción del “capitalismo salvaje” [Juan
Pablo II]: una mera mercancía que se intercambia por una retribución, casi
siempre exigua, enajenando al hombre respecto de su labor. Y degradándolo a un
simple número de una economía explotadora y especulativa dirigida a la
acumulación desmedida de riqueza.
El trabajo tampoco es el “sacrificio” impuesto a los
pueblos para la construcción del colectivismo antidemocrático, que culmina de igual
forma en el poder ilimitado de los círculos estrechos de la nomenclatura.
Porque es cierto que todos nos debemos al “esfuerzo” del trabajo, pero nadie
puede inmolar su propia existencia personal regimentada en un trabajo forzado
para el futuro incierto del totalitarismo.
Finalmente, el trabajo no es su simulación en un esquema
populista que, más allá de un relato ideológico que desmiente cada vez más “la realidad que es la única verdad”,
conforma en rigor un modelo estructurado de desocupación. Sea por el trabajo
precarizado y en negro; sea por la subvención de un cooperativismo inexistente
que no produce nada; sea por el asistencialismo clientelar indiscriminado y
crónico que atenta contra la cultura del trabajo en la sucesión de las
generaciones sumergidas.
Gobernar es
crear trabajo
Por estas razones negativas, en nuestro país, la idea
pionera de Alberdi: “gobernar es poblar”, fue actualizada y completada en su
significación social por Perón, al afirmar que “gobernar es crear trabajo”.
Porque es evidente que los conglomerados humanos, asentados sin planificación
previa, ni dotación de servicios esenciales y carentes de fuentes de trabajo, patentizan
una comunidad al revés: sometida por los explotadores de la esclavitud moderna,
el narcotráfico, la trata de personas y todos los delitos derivados de la falta
de contención educativa y pacificadora.
En esta problemática, agudizada por un absurdo
“garantismo legal” y la mala praxis de autoridades políticas, judiciales y
policiales, la solución real e integral sólo puede provenir de la voluntad
conjunta, decidida y perseverante, de reorganizar la comunidad desde su misma base
por el trabajo fecundo. Factor imprescindible que no es permutable con dádivas,
ni con el incremento ocioso del empleo público partidizado y sin control de utilidad y gestión.
Sin embargo el neopopulismo pseudointelectual,
siguiendo el discurso anticuado del neomarxismo europeo, asesora equívocamente
a un gobierno centralizado hasta las adyacencias del autoritarismo. Pero en verdad,
el “modelo de desocupación” que establece y ha concentrado la pobreza para
hacerla funcional a un ordenamiento sin prevalencia institucional, sirve al
propósito implícito de la cautividad electoral, el mecanismo perverso de los retornos,
y la extorsión social latente como fuerza de choque en la división de la
sociedad.
El lenguaje de
la corrupción es la hipocresía
El papa Francisco, así como nos alerta sobre los
límites del “asistencialismo social”, válido en la emergencia pero no como
propuesta permanente, ha profundizado el grave concepto de la corrupción. Esta
lacra sobrepasa al pecado, fomentándolo con la promoción de intereses espúreos
y el narcisismo, que es una debilidad interior basada en la vanidad y la
arrogancia. Una debilidad espiritual que exige la adulación y la obsecuencia
para afirmar el rol que cumplimos en cualquier jerarquía, pero que es especialmente
nefasta en el nivel de conducción, porque su lenguaje masivo es el de la
hipocresía.
Un lenguaje de contenidos duales, que habla de
distribución de la riqueza, pero la concentra más que nunca; que declama la
movilidad social pero disminuye la clase media y deteriora la capacidad
adquisitiva de los trabajadores; que critica a la banca que gana en forma
record y no paga impuestos; que dibuja la inflación y con ello aumenta la
presión tributaria que es la más alta de la historia; que combate al “campo” y
vive de la soja; que proclama el federalismo y destruye a las provincias y las
economías regionales mediante una
coparticipación inequitativa totalmente unitaria.
Es indudable que toda visión retrospectiva admite
matices y conclusiones diferentes, pero eso no es lo principal porque “lo útil
mira al porvenir”, y es allí donde crece la incertidumbre que afecta la
edificación del futuro. La falta de planificación estratégica ha sido
indiscutible, entre la improvisación reiterada y la venalidad sistemática. Y el
impacto demoledor para la infraestructura vial, ferroviaria, marítima y
energética; comprobando que “la corrupción mata” por los fondos que desvía,
malgastando una década de condiciones inéditas de crecimiento no traducido en
desarrollo sustentable.
Y es el desarrollo, como lo anticipó Karol Wotyla, el
nuevo nombre de la paz en el orden social e internacional. Desarrollo nutrido
en la reintegración del humanismo por la cultura del trabajo, según principios
y valores universales que anteceden y motivan a las diferentes corrientes
políticas y sindicales. La ética de la solidaridad y el trabajo no es una ingenuidad
acrítica denunciada por las ideologías extremas, sino una potencialidad del
“nosotros social” que se realiza con la toma de conciencia de una comunidad de
destino, frente al flagelo del subdesarrollo y la pobreza.
El peor error
es no corregir el error
La prudencia no delibera sobre los fines, sino sobre
los medios [Aristóteles], y puesto que a menudo estamos de acuerdo con los
aspectos generales de los grandes objetivos nacionales, es imprescindible
debatir, con apertura y sinceridad, sobre los mejores procedimientos y métodos
para alcanzarlos. Es decir, superar los errores y los vacíos de un ciclo
oficial que aún se prolonga y donde la oposición hasta ahora no ha ofrecido
mayores alternativas.
El lenguaje que nos pide el Papa para el diálogo
sobre temas donde se juega nuestro destino personal y comunitario, es el de la
“palabra de verdad y con amor”, dejando de lado el decir edulcorado de la
relatividad ética, la adulación política y la manipulación pública. Un consejo
sabio que nos recuerda nuestro axioma: “la verdad habla sin artificios”.
Esto nos permitirá recuperar a todos el protagonismo
incluyente en un proyecto nacional compartido; fuera de los monólogos recriminativos,
la agresión mutua y las estridencias mediáticas. Los grandes movimientos y
partidos no perduran por el simple enroque de dirigentes con acentuadas apetencias
individuales, sino que son sostenidos por una gran franja de militancia honesta
y consecuente, con inserción territorial y social. Esto representa el verdadero
motor del recambio y la reconstrucción de poder, que ciertos analistas e “intelectuales”
no visualizan o desprecian, porque sólo difunden el laberinto de una escena de
ambición.
Honrar al trabajo, pues, es destacar también al
militante comunitario como sujeto político pensante y actuante. Él aumenta su
potencial de liderazgo cuando es leal a sus principios y valores, y sabe que su acción que coordina
convicciones y responsabilidades es un trabajo abnegado al servicio del bien
común. Un trabajo sin egoísmo, ni entrismo, ni oportunismo: un trabajo de equipo.
Buenos Aires, junio de 2013.
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