EL PAPA
FRANCISCO Y LA
CONSTRUCCIÓN COMPARTIDA
DE LA COMUNIDAD NACIONAL
por: Emb. Julián Licastro y
Dra. Ana María Pelizza
Una nación en
movimiento, demorada por la desunión
La proximidad de un nuevo aniversario de la
proclamación de nuestra independencia resulta propicia para reflexionar sobre
el ideal que alumbró aquella gloriosa gesta, que hoy quizás aparece como una promesa sin compromiso. Es decir,
un anhelo de protagonismo histórico, a la medida de nuestros grandes recursos
geográficos y humanos, frustrada por la imposición reiterada de hegemonismos
externos e internos que afectaron el principio superior de la unión nacional.
Lo hacemos sintiendo el apoyo providencial de un
pontífice argentino que consagró su vida al pensamiento, la prédica y la acción
pastoral en la afirmación de nuestra identidad cultural. Condición ineludible
para sumar el aporte de una comunidad
nacional integrada a los valores universales del mundo. Su alto magisterio
actual nos permite analizar el presente a la luz de los preceptos esenciales de
la Doctrina Social Cristiana,
de modo concordante, en nuestro caso, con los postulados de la Comunidad Organizada,
sin dogmatismo ni exclusiones.
Interrogarse, pues, sobre la realización necesaria y
posible de una comunidad de destino,
nutrida en la experiencia colectiva de vicisitudes y problemas, exige apelar al
pensamiento reflexivo y diverso, y a la palabra persuasiva y clara en orden a
la expresión de la verdad y el testimonio de la solidaridad. Esto
implica la evolución de una conciencia plena, con memoria y proyecto. O sea: el
recuerdo vivo de las raíces y tradiciones fundantes, a partir del cual debemos
hacernos cargo, con humildad y firmeza, de una historia compleja, una realidad
acuciante y un porvenir pendiente como obra de conjunto.
Por esta razón constituimos “una nación en
movimiento”, pero aún demorada en el desarrollo efectivo de su gran potencial,
por la debilidad y división de sus vínculos sociales. Situación que nos ubica
de manera precaria y ambigua, frente a la incertidumbre del futuro que demanda
el coraje y la participación activa de los pueblos por su propia dignificación.
La principal
misión patriótica
El riesgo no es equivocarse, lo malo es no corregir
errores evidentes y persistir en una inveterada intolerancia, como prueba de la
inmadurez civil que nos muestra una sociedad desarticulada, fragmentada y
polarizada. Una sociedad que, en vez de ponerse a trabajar de forma decidida en
la resolución factible de sus problemas concretos, puede encaminarse hacia un
nuevo y grave enfrentamiento.
Urge, entonces, proteger y potenciar nuestros
vínculos sociales, y transformarlos paulatinamente en los verdaderos lazos solidarios de una comunidad que
se reconstruye a sí misma como alternativa a su posible decadencia. Tarea que
consiste básicamente en crear “espacios de encuentro” donde ejercer el “diálogo
fecundo” superador de enemistades eternas y antinomias estériles. Ésta es sin
duda la principal misión de una militancia política patriótica.
El Papa Francisco nos refiere a la enseñanza de Juan Pablo
II: “una democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo
visible o encubierto”. Cita ecuménica que señala el daño causado por una crisis
global de la civilización impulsada por el “capitalismo salvaje”, el consumismo
obsesivo, el relativismo ético y la manipulación de los pueblos masificados por
falta de organización propia.
Es el reino de la corrupción en todas sus facetas y
dimensiones, en países grandes y pequeños, donde los dirigentes hablan “el
lenguaje de la hipocresía” y gobiernan con el recurso de la dádiva. Son los
“relatos” engañosos que niegan la realidad e intentan disimular su indiferencia
por el sufrimiento de la gente, y las “concesiones” otorgadas con actitud
discrecional y arrogante, en lugar de cumplir las reinvicaciones equitativas
instituidas por el derecho social.
El poder sólo a través del deber
Se trata de
avanzar, con propuestas específicas y operativas, por el camino de una tercera
posición de profundo sentido popular, no populista, entre los extremos de los
“ultras” y los “anti”. Porque el simple populismo no tiene doctrina, ni
programa, ni formación profunda de dirigentes con capacidad creativa. Así como
tampoco respeta las “instituciones históricas” que, aún con defectos a superar,
informan de nuestro esfuerzo por articular una
democracia constitucional, como cauce para marchar sin violencia hacia una
sociedad más libre y justa.
Es la
amalgama en una “ética común” de las conductas, preferencias, principios y
valores que han conformado, en el tiempo, “el modo propio de ser humanos” en la
peregrinación plural de la Argentina. Lo
cual implica la interacción de ideas y estilos pertenecientes a diferentes
espacios políticos, pero sin absolutismos que persigan la extinción de los otros.
De igual modo, nuestra visión general
debe mantener una perspectiva abarcadora y cuestionar nuestra propia razón para
enriquecerla y ampliarla; porque la vanidad intelectual diluye el sentido de
responsabilidad e instrumenta sofismas en
una “teoría justificatoria” del autoritarismo.
El
individualismo extremo y el personalismo desbordado frustran el empeño de la
organización política o la colapsan; puesto que para vencer al tiempo hay que
tener un proyecto compartido, que sepa
abrir siempre nuevas perspectivas para todos. Esta construcción de lo
permanente y estratégico, no de lo fugaz y tactiquista, reclama un completo
sistema de conducción, por equipos de trabajo, al servicio directo de una
ciudadanía cada vez más consciente y comprometida.
Para ello
hay que vencer la egolatría que desquicia lo público y comete los abusos de
poder que provocan desconfianza y rechazo. Conducir, en rigor, es dar y darse,
sin buscar la adulación inmediata del cortesano, ni la obsecuencia automática
del súbdito. Los signos de los tiempos que corren advierten, en el continente y
el mundo, sobre el choque inexorable que involucra el estallido de la
indignación social frente a la combinación nefasta de corrupción y prepotencia.
Madurar por la cultura del encuentro
La prudencia
es un arte que, hoy como nunca, exige liderar sin sectarismo, administrar sin
soberbia y comunicar sin vanidad. Porque así como el poder es imprescindible
para transformar la realidad al servicio del bien común, su naturaleza misma es
reacia al exceso de los extremos, el rupturismo de los “entristas” y las
“batallas” innecesarias que lo desgastan agónicamente.
En
consecuencia, hay que dejar atrás las discusiones banales y las
interpretaciones sesgadas de la historia, para poner nuestra energía en el
estudio y ejecución de las medidas más convenientes. Ello exige convocar y
escuchar las voces del conocimiento, la moderación y la experiencia, no exentas
del espíritu de decisión compatible a los grandes desafíos que nos esperan.
Contrariando esta regla fundamental, el “pensamiento único”, por derecha o
izquierda, es el obstáculo principal de la planificación como herramienta estratégica,
porque la interfiere con los ideologismos y la quiebra con los intereses espúreos
y la corrupción estructural.
Llegado a un
punto letal del desencuentro, se impone la exigencia moral y política del acuerdo nacional, sin olvidar los
golpes que sufrimos o infligimos en nuestras luchas internas. Ello impone
memoria y justicia, pero también verdad y reconciliación. Sin estas virtudes,
tan difíciles como necesarias, el dolor humano se degrada a un resentimiento
extremo, que llama sin cesar al conflicto frontal y autodestructivo, que es
lamentablemente como nos juzga el mundo.
Bergoglio
recuerda a Perón en este trance delicado de nuestra dimensión espiritual. Y lo
destaca con calidez también en este capítulo de su trayectoria. Un Perón que
regresa ya “amortizado” como prenda de paz, para abrazarse con sus adversarios
de ayer, luego de la lucha fratricida alentada por los imperialismos: porque
sabe que el liderazgo de verdadera proyección trabaja, con sabiduría y
paciencia, para los ciclos largos de la historia.
Buenos
Aires, 1 de julio de 2013.
En el 39no.
aniversario del fallecimiento del General Perón.
* Sugerimos leer “La nación por
construir”, síntesis de la
VIII Jornada de Pastoral Social, del Card. Jorge Mario
Bergoglio, con prólogo del Rev.P. Carlos Accaputo. Buenos Aires, 2005.
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