La
democracia no es sustituible, pero sí perfectible
La verdadera política es el ejercicio legítimo
del liderazgo y su aplicación constructiva al logro de las aspiraciones
de la comunidad. Su motivación es la exigencia de solucionar los problemas
ciudadanos, sin perder el rumbo del destino nacional en las vicisitudes del
presente, que es la amalgama histórica de su pasado y futuro. Antipolítica, por
su parte, es lo contrario, porque significa obstruir el camino con la
combinación de incapacidad, corrupción e intolerancia.
La conducción política, sea del oficialismo o
de la oposición, no se improvisa y menos en períodos de ajuste económico y
malestar social. Allí naufraga el partidismo, el punterismo, el clientelismo,
el falso coopertivismo y la especulación electoral, aunque sean los
métodos que dieron “resultado” hasta ayer. Las meras combinaciones entre
distintas expresiones del naufragio, son igualmente frágiles y aleatorias, pues
carecen de estructuras reales de contención civil y participación social. Así
no garantizan fortaleza institucional sino debilidad, porque la conducción no
es un problema de cantidad sino de calidad, y ésta no existe cuando reinan la
ambigüedad, el descrédito o el ridículo.
Una sociedad
irreconciliable es una sociedad indefensa
Los desencuentros y divisiones permanentes
erosionan la democracia que tanto nos costó recuperar. Se arriesga entonces el
juicio despectivo del ciudadano de bien a todos los políticos, y aún a toda la
política, como si la mala praxis de ciertos dirigentes justificase el retorno
al autoritarismo y la represión. Tendremos que analizar cómo llegamos a esta
situación que parece increíble por la saturación de lo mediocre y la audacia de
las ambiciones desmedidas. Porque la Argentina no es el último lugar de del mundo,
sino un país de ingentes recursos naturales y humanos, con una singularidad
cultural reconocida en el mundo.
Los “discursos” ya no sirven para distinguir a
los dirigentes de tantas parcialidades, a quienes es más fácil reconocer por
los intereses que concitan sus círculos cerrados, distantes por igual del
pueblo. Olvidan que en el sistema republicano y democrático, el principio de
elección debe completarse con el criterio de selección; porque el voto
confiere legitimidad de origen, pero ésta se diluye con las gestiones y
acciones incorrectas.
La corrupción y el exhibicionismo como
antivalores potenciados
En nuestra crónica desigualdad social, que
ahora suma una década de posibilidades mal aprovechadas, tiene mucho que ver la
“ejemplaridad inversa” de los dirigentes asimilados a la “farándula”, que han
representado el “éxito” de la corrupción en el marco de la impunidad y el
exhibicionismo. La emulación de estas conductas antisociales, en la cúpula de lo tres poderes republicanos,
ha provocado, por caso, que en los saqueos a comercios y viviendas los
culpables hayan soslayado el ocultamiento propio del delito, subiendo a las redes
sociales sus imágenes de hurto y violencia.
Contra su propia seguridad han querido
demostrar que “el delito paga”, la impunidad otorga, y la publicidad de lo
inmoral vende “popularidad”. Conclusión masificante que pretende inculcar que
quien trabaja y no roba es un tonto y un anacronismo. Nueva versión de un falso
progresismo vulgarizado por un esquema de encubrimientos y mentiras. Luego, en
esta instancia, es imperioso exigir dirigentes éticamente aceptables,
políticamente idóneos y psicológicamente razonables para evitar que las conductas
irresponsables causen más daño (“la corrupción mata”).
Sin embargo, los criticados dirigentes no
emergen por generación espontánea. Somos nosotros, como pueblo, los
responsables de esta situación que, sin soluciones a la vista, puede seguir
largamente en el plano inclinado de la anomia. Y ella sí pondría en duda la
propia voluntad del ser argentino. ¿Queremos ser argentinos? Nuestro
individualismo parece negarlo. ¿Tenemos fe nacional? Es la pregunta que nos
debemos hacer, porque contestarla positivamente comprende la decisión
individual y colectiva de realizarnos integralmente como personas y como
sociedad.
La prolongación de la anomia y el riesgo de
anarquía
Las naciones como los individuos, en los
momentos difíciles de su vida, vuelven a las imágenes recurrentes de sus buenos
y malos sueños. Es una especie de pecado original político, que llama a la
reflexión de la comunidad desde su propio mito fundacional, recordándole sus
temores ancestrales, sus frustraciones angustiosas y los desafíos pendientes.
Es necesario comprender este proceso de la conciencia colectiva para poderlo
superar, evitando el pesimismo sistemático que nos cree condenados al fracaso
definitivo.
Es una cuestión fundamental que debemos
asimilar nosotros mismos, sin desconocer las especulaciones de quienes medran
con nuestra división. Estos problemas irresueltos, estas categorías agónicas de
la argentinidad polarizada y enfrentada, se repitieron y repiten en las crisis
políticas y económicas que impactan nuestra trayectoria. Por consiguiente, hay
que profundizar en todas las cuestiones, de forma y de fondo, donde las crisis
cíclicas se consumaron sin debatir ni consensuar las propuestas concretas.
Porque en el trance de conducir; “lo que no es posible es falso”.
No se trata de incurrir en la soberbia de
pretender originalidad, porque el arte es extraer lecciones de sabiduría
y prudencia; y aprender de los ensayos y fracasos que, bien analizados, se
constituyen en fuente de experiencia, comparación y rectificación. La tarea es
elaborar un pensamiento político estratégico institucionalizado, para que sea
patrimonio común y funcione normalmente en nuestra realidad, recordando que “la
política sin diálogo es violencia”.
La educación de los dirigentes
Quienes ejercen la conducción encarnan durante su
gestión el dinamismo de su comunidad. Este carácter integral es de naturaleza
cultural, porque abarca todas las actividades políticas, económicas y
sociales de la personalidad plena del país. Y además, porque las sintetiza de
modo operativo en una estructura codificada de lenguaje, ideas, instituciones y
procedimientos como un todo comprensible y efectivo de acción. Estos son los
conductores que conducen, y no se dejan conducir por los acontecimientos.
Los grandes sucesos renovadores de la historia
no han sido “puristas” ni excluyentes, y supieron engarzar a viejos y nuevos
protagonistas e incorporar a distintos sectores sociales. Lo nuevo, en rigor,
estuvo en el impulso con que se aceptó el desafío de actualizar propuestas y
proyectos. Reto político que hay que volver a encarar con coraje civil,
asumiendo las responsabilidades que implica, y arrostrando los sacrificios que
impone; es decir: saliendo del refugio del oportunismo y del encierro del
sectarismo.
La provocación de los extremos, disfrazados
ideológicamente, con la anuencia o no de círculos transnacionales, fomenta un
enfrentamiento civil. Lo conciben como el “empujón” que falta, ante una
situación conflictiva, para decidir uno u otro rumbo en nuestra inserción
mundial. El terreno está siendo preparado con la persistente crisis
institucional y el repudio ingenuo y frontal a toda la política, lo que
anticipa el horizonte de posibles colapsos. A esto se agrega la propuesta de un
“gobierno de los jueces” que es inaceptable, al igual que los amagos confusos
de una “democracia parlamentaria”. La nuestra es la tradición del
“presidencialismo”, pero dentro de una democracia constitucional que impida
claramente la arbitrariedad y el autoritarismo.
El sistema democrático funciona en una
concepción aglutinante, como un todo, sin perjuicio de disparidades
puntuales por asuntos específicos; y no como “partidos por encima de los
partidos” con propósitos de prevalencia o avasallamiento. Son poderes
circunstanciales no autosuficientes, lo cual no sólo consulta fundamentos
éticos y normativos, sino criterios simples y directos de sensatez. En tal
aspecto, debemos salir rápidamente de la discusión abstracta y capciosa, que ya
aburre e irrita.
Ser un factor de decisión nacional resulta algo
distinto a especular en la política como profesión especulativa. Porque la
política en esencia no se limita a la faz cuantitativa como el aparato, la
caja, la encuesta y el proselitismo. Es necesaria también una faz expresiva con
contenidos conceptuales y simbólicos de ideas, sentimientos y valores para
construir un compromiso de participación. Por lo demás, la verdadera crítica
será la de los nuevos hechos políticos cargados de significación sincera, para
recuperar el prestigio perdido. Hay que proponerse objetivos y tareas; y no
sólo artificios retóricos y mediáticos que no conceden sentido ni dignidad a
las fuerzas carentes de una línea doctrinaria y programática.
A la unidad por la razón y el diálogo con
fundamento
En el quehacer político la razón profunda, no
el mero intelecto sin sabiduría, busca la unidad; pero no cualquier unidad sino
aquella en que percibe la verdad. Este principio elemental de filosofía de la
vida es válido para estadistas y conductores, ya que la reflexión y el diálogo
buscan siempre esclarecer el ser nacional y brindarle su prédica y su acción
para que éste prevalezca y salga renovado y fortalecido de la crisis. La
corrupción de la que hablamos aquí no se circunscribe a su aspecto doloso y
material, sino a la ausencia del Proyecto Nacional; porque sin él es imposible
consensuar un entramado de Políticas de Estado, no de partido o de facción. Y
sin el alma de este proyecto vertebral, todo el cuerpo orgánico del país se
frustra y se descompone.
La Argentina violenta no tiene remedio con simples medidas cosméticas. Necesitamos
ir al fondo de lo problemas que no se solucionaron, y aún se agravaron en estos
últimos años. Es imprescindible concertar una lucha seria contra la inflación y
la especulación; instrumentar un plan integral de prevención y seguridad
democráticas con especialistas de fuste; recuperar el control de nuestras
fronteras; realizar la infraestructura energética y vial sin favoritismos ni
sobreprecios; acabar con el unitarismo fiscal y potenciar las economías regionales;
desarrollar un plan global de viviendas populares a ejemplo de quienes han
sabido hacerlo a escala de su jurisdicción, impidiendo aventuras y estafas,
etc. Sólo así se pacificará un país que sufre injustamente olvidos, desbordes y
maltratos.
Reflexiones útiles para la nueva generación
Por eso las preguntas que nos hacíamos no son
de orden “intelectual” sino práctico, porque el nuevo impulso presupone partir
de principios y valores y no escudarse en la indiferencia o el anonimato.
Tampoco hay que hablar porque sí, sin comprometerse en una participación
organizada. En la espera activa de las cosas nuevas que siempre actualizan la
militancia, la alternativa es construir formas de expresión y de acción que
liberen el potencial extraordinario de nuestro movimiento.
Toda interpretación de la historia está
determinada políticamente por el presente y referida a él, criterio que
relativiza la supuesta objetividad de la historiografía que pretenda imponer su
arbitrio sobre el pasado para condicionar el futuro por derecha o izquierda. De
ahí el mérito de un enfoque ecuánime donde van sedimentando las diferentes
capas sociales en la categoría “pueblo” y las distintas visiones ideológicas en
la categoría “cultura”, para la integración de una comunidad de destino.
Esta legitimidad a largo plazo, de una mirada
no sectaria ni excluyente, es crucial para los movimientos nacionales que, en
cada instancia histórica, deben abrir nuevas perspectivas para todos como
condición para perseverar en sus grandes objetivos. Actitud clave para
superar los periodos dolorosos, y extraer las enseñanzas correspondientes,
junto a las reflexiones útiles para la nueva generación, porque aquello que
moviliza socialmente de verdad no es el resentimiento sino la esperanza.
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