Frente a la dispersión y las
vacilaciones que surgen de una “crisis de conducción”, no hay más alternativa
que encarar socialmente la “conducción de la crisis”, partiendo de la unión posible
tras grandes objetivos en la diversidad
de expresiones políticas y sectoriales. Con esta intención, comprender y hacer
comprender el daño que causaría aumentar la fragmentación actual, y estimular,
como remedio, los reflejos asociativos y cooperativos subsistentes en la
comunidad, si ésta apela a sus lazos solidarios en la difícil emergencia que la pone a prueba.
Organizar, entonces, es predicar y
seguir la palabra orientadora que indica el rumbo entre los extremos y elude la
tentación de discutir sobre cuestiones secundarias y “cortinas de humo” cuando
está en juego lo primordial. Por eso, esta orientación no la produce la
publicidad populista, ni el espectáculo vulgar, ni el ilusionismo de aparentar
logros donde persisten falencias flagrantes. Como tampoco las viejas mañas proselitistas
de consignas caducas y folklore partidario para captar incautos.
El peso
de las organizaciones vitales con cuadros idóneos
Porque en el tramo
más arduo de la crisis no operan las estructuras inertes de ningún
sector o tendencia, sino las organizaciones vitales, dirigidas por cuadros idóneos
y enraizados en las bases, para hacer valer su “sentido de pertenencia”, y el
peso decisivo que éste otorga en los momentos de riesgo. Hablamos de “cuadros
protagonistas”, aptos para el dispositivo táctico sin interferencias, y ágiles
para confluir oportunamente en la línea estratégica central.
Organizar es persuadir, educar,
capacitar, reunir voluntades pensantes; y no “juntar por juntar” ni servir de
coro a referentes circunstanciales. Y es también defender lo creado, como obra
común, cuando desde cualquier facción ambiciosa se lo quiere destruir con
manejos arbitrarios, descalificaciones irresponsables o actitudes pedantes.
Porque la libertad y la dignidad exigen verdad y humildad como virtudes de la
conducción en todos sus niveles, incluyendo el más alto.
Cuando priman estas virtudes, los
obstáculos no constituyen límites sino incentivos para la acción; ya que nadie
engaña ni se deja engañar; y el entusiasmo brota de la confianza en nosotros
mismos y en los compañeros por adaptarse al cambio y vencer la inercia que
demanda la transición. Mal que le pese a la rutina del desgano, el planteo
realista no es el de las falsas ilusiones, sino el ejemplo de buena gestión y
administración, y una amplia convocatoria a la cultura del trabajo y el mérito.
La tarea empieza en cada una de las
entidades libres y autogestionadas que hacen honor a la categoría evolutiva de
“pueblo organizado”, superadora de la masificación populista que concentra todas
las decisiones sin debate. Porque estos nucleamientos del despliegue
territorial, productivo y gremial, pueden concertar equitativamente con el
estado, pero conservando su propia función e iniciativa. Especialmente en el
concepto genuino de un estado soberano, presente y eficaz, en la ejecución de
políticas públicas consensuadas; pero sin los excesos ideológicos del
intervencionismo extremo, que históricamente terminan favoreciendo a corruptos,
oportunistas y mediocres.
La república, como instancia de realización
mancomunada del potencial nacional, y no sólo de convivencia declinante en el
letargo, implica algo más que votar cada tanto con creciente apatía y memoria
sesgada, a la “menos mala” de las candidaturas encuestadas. Ella necesita la
vigilancia y el control del poder en tiempo real por la actitud activa de los
ciudadanos. Junto a la presentación de exigencias y propuestas de base, bien
formuladas, para asegurar una democracia participativa, integral y moderna.
[3.11.14]
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