lunes, 21 de septiembre de 2009

Libertad de expresión sin censura ni monopolio

Los medios mediatizan las relaciones humanas y sociales

La presentación de un proyecto del ejecutivo para su tratamiento legislativo, dentro del funcionamiento normal del sistema republicano y el régimen democrático, propone cambiar y actualizar una normativa sobre comunicación social impuesta por la última dictadura. Este hecho de por sí justifica el intento, máxime considerando la innovación tecnológica tan notable que revolucionó aceleradamente el campo de la información y la transmisión de datos y noticias. A este debate parlamentario se ha sumado también toda una serie de sectores, empresas y ciudadanía en general, dada la relación directa que, en el mundo actual, tiene esta actividad respecto a las cuestiones políticas y económicas que afectan nuestra vida cotidiana.

Es conveniente intervenir en esta discusión con una solvencia conceptual, producto de criterios doctrinarios esenciales y reflexiones de sentido común, porque el fenómeno de la información y comunicación acontece en la propia estructura de las relaciones humanas y sociales, cuyos vínculos construye y modifica, muchas veces, por obra de grupos de influencia, presión y poder. Por esta razón, hay que partir del derecho fundamental, que es la libertad de expresión, sin la cual no existe ni la democracia representativa, ni su necesario perfeccionamiento por evolución de la participación comunitaria.

Esta “intermediación” del poder mediático, entre los diferentes agentes sociales y grupos humanos, es hoy más que nunca particularmente relevante, dada la crisis general de representatividad de todos los partidos políticos. De igual modo, este poder, en forma explícita o implícita, “mediatiza” la acción comunitaria participativa, transformando o sustituyendo las iniciativas, propuestas y movilizaciones de la gente. Esto sucede porque, al ocupar efectivamente un espacio social, que pertenece al conjunto de la comunidad, se apropia de dicho ámbito según dos extremos igualmente perniciosos: el estatismo y su burocracia, o el privatismo extremo y sus monopolios.

En consecuencia, es clave distribuir con equidad el espacio que materializa la muy amplia gama de vías y modos que corresponde a este campo, para que en él coexistan dinámicamente los medios pertenecientes al Estado -sin generar censura ni manipulación informativa-; los medios privados operados por empresas -sin constituir monopolios con intereses y objetivos desmedidos-; y los medios de las organizaciones comunitarias de todo tipo, que hasta ahora tenían negado acceder a esta herramienta clave del desarrollo social.


El valor de la reflexión y el análisis personal

Sin embargo, ninguna norma legal, por ecuánime que parezca, puede sustituir el desarrollo educativo que requiere el ciudadano común para reflexionar y analizar, con la mayor precisión posible, el cúmulo de noticias, datos y descripciones de hechos que, a veces, estimulan su desinformación e indiferencia, o agreden su identidad ética y cultural. Luego, es decisivo para el ejercicio correcto de la libertad de expresión, la capacidad personal de percibir la dinámica de toda situación en sus distintos componentes y factores de poder; y saber extraer conclusiones operativas del proceso informativo-comunicativo para mejorar su participación individual y orgánica en la vida de la comunidad.

Desde los tiempos fundacionales de la democracia, en la Grecia clásica, esta participación protagónica del ciudadano en la “polis”, implica una tensión conceptual y una lucha cultural entre un pensamiento filosófico que busca la verdad, y un pensamiento sofístico partidario de la apariencia. Tenemos así un esfuerzo por la persuasión, la elocuencia y la educación, en orden a alcanzar el ideal de justicia como fundamento de convivencia; y enfrente, un uso de la manipulación, el rebuscamiento retórico y la vulgaridad, según el caso, en función de relaciones de dominación y dependencia, sea a nivel nacional o social.

Con este juego de poder, se disimulan los instrumentos de especulación financiera y exclusión social que participan, por ejemplo, del “pensamiento único” del modelo de la globalización asimétrica; y se fomenta un pesimismo proclive a la pasividad, el desencanto político, el escándalo público, y una visión cínica del mundo sin principios ni valores; especialmente para evitar que las conductas éticas se vinculen al liderazgo de la cuestión social en sus diversas manifestaciones.

De modo paralelo, al énfasis en la ruptura de lo ético y lo social -que ignora las conductas correctas o las difama-, en la técnica periodística de esta concepción, se acentúan las tragedias humanas del esquema del capitalismo sin reglas, como si fueran producto anónimo de la casualidad, el caos o la desidia de algunos pueblos. Todo esto en el marco de la información-espectáculo; la distracción noticiosa; la información paga y las denuncias impunes que destruyen honras sin derecho a réplica.


Prevenir la imposición informativa

Sea por la vía estatista de los sistemas totalitarios, sea por la vía privatista extrema de los sistemas imperfectamente democráticos, el manejo inequitativo de la comunicación implica una verdadera dictadura expresiva, por la imposición de información controlada y dirigida. Para ello, las cadenas locales e internacionales se conducen por medio de primicias unilaterales que convienen a determinado interés político o económico, uniformadas en su interpretación y masificadas en su difusión. Tal es la forma en que se excluye el pensamiento diferente de pensadores, ideas y propuestas que no comulgan con los círculos centrales de poder.

Es importante subrayar el efecto demoledor que la imposición informativa, desde cualquier ángulo ideológico, tiene sobre el gran potencial de proyectos espontáneos o naturales propios de toda sociedad; debilitando y atrasando el desenvolvimiento humano y comunitario. Por consiguiente, la lucha por la realización personal, social y nacional, empieza en el derecho a pensar y a expresar ese pensamiento con libertad; evitando el establecimiento de redes inhibitorias de ideas y sentimientos imprescindibles al desarrollo, la solidaridad y la responsabilidad de la comunidad.

Es menester entonces participar, con nuestra propia opinión y nuestra propia acción, del acto refundacional de la comunicación social argentina, sabiendo que el plexo de principios y valores que sea capaz de asegurar en la práctica, trasciende toda coyuntura y discusión politizada. Aquí hay que superar la antinomia oficialismo-oposición, para extraer criterios comunes por el diálogo crítico pero constructivo; formulando así una verdadera política de Estado y no de partido o sector.

Lo contrario de la imposición es la participación, dando paso y acceso al espacio mediático, en una amplitud proporcional, al gran arco de organizaciones y emprendimientos libres o autogestionados por núcleos comunitarios. Esta apertura, bien diseñada, permitirá la descentralización de la “comunicación social”, para que ésta lo sea efectivamente y no sólo de nombre. Así todos podremos aprovechar la enorme diversidad de alternativas tecnológicas existentes, para interactuar en la transmisión de problemas y soluciones en cuanto a necesidades y aspiraciones fundamentales.

Comprobaríamos rápidamente la potencialidad del aporte teórico y práctico de tantos compatriotas, que quieren salir de la subcultura de la queja y entrar a la cultura de la acción. Esto implica, obviamente, cambiar el clima de confrontación de imágenes y palabras de combate, que a menudo están vacías de contenidos. No se trata, pues, de discutir por discutir, sino de profundizar los análisis para fundamentar aquellas medidas que expresen lo mejor de nuestra sociedad y sus reales motivaciones de progreso.


La concepción cultural de la expresión y la comunicación como diálogo

Para una concepción cultural del diálogo comunitario, hay que considerar que “las personas no comprenden porque escuchan, sino que escuchan porque comprenden”. No es un juego de palabras, ya que pone en primer lugar la categoría clave de la comprensión, que tiene al lenguaje común en el origen del nosotros social. Con él podemos alentar o desalentar determinados lazos de vinculación, que al manifestar distintas voluntades de participación, de organización y de conducción, van estructurando y actualizando las formas institucionales de la sociedad y el Estado.

En esta inteligencia, debatir, discutir y disentir no es opuesto a dialogar, cuando se acepta sinceramente un nivel superior de respeto y un código de entendimiento que puedan guiar las conclusiones comunes en lo esencial. Y este proceso, tarde o temprano, siempre se enmarca en una interpretación colectiva que reconoce puntos afines a una identidad y pertenencia, que no se pueden negar indefinidamente ante el sentido común. Esto hace que el ideal de convivencia no sea ingenuo sino factible, en la medida que establezcamos espacios de encuentro e intercambio, impulsando los modos de asociación y comunicación más reales y constructivos.

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