viernes, 9 de octubre de 2009

Las categorías referenciales del poder regional


Entre el nacionalismo aislado y la globalización asimétrica


El único argentino tres veces presidente constitucional formuló, hace más de medio siglo, la doctrina del continentalismo, ubicada a la salida de los proyectos nacionales del pasado, aislados y beligerantes, y a la entrada de un futuro orden universalista, más justo. La idea era acompañar geopolíticamente la dialéctica histórica que, sin los procesos equilibradores de integración regional, desembocaría en la actual globalización establecida asimétricamente. Es decir, desde el control de las redes financieras de los círculos dominantes, y por lo tanto definitivamente injusta respecto a los países dependientes de la periferia neocolonial.

Esta doctrina, expresada en la tesis de la integración precursora de Argentina, Brasil y Chile, tenía como antecedente la concepción diplomática del Barón de Río Branco, promotor del primer tratado del ABC y fundador de Itamaraty la eficaz cancillería brasilera, a principios del siglo XX. Este estadista, caracterizado por mantener y acrecentar la dimensión territorial del Brasil por medios diplomáticos y el conocimiento de la realidad de sus países vecinos, continuó -en el período de la república- la tradicional política exterior del imperio, pero sin dar prioridad a las soluciones militares.

Esta política tenía su acento en una articulación especial con la potencia emergente de EE.UU. al término de la Guerra Civil, y de modo paralelo una relación enfocada en los países suramericanos. Una diferencia notable con lo actuado simultáneamente por otras cancillerías, que -salvo excepciones- estaban de espaldas al continente, atentas a Londres y a otras metrópolis europeas en actitud de súbditas.

No es propósito de este trabajo realizar un estudio comparado del desarrollo de Brasil en relación con Argentina y otros países de raíz hispanoamericana; pero sí destacar las categorías referenciales de nuestro principal vecino, en el marco del proceso de unión, coordinación y fuerza regional que hoy encabeza. Tales categorías, que no se pueden desconocer en un análisis objetivo de esta dinámica integracionista, parten precisamente de una concepción geopolítica y estratégica propia que, sin perjuicio de buscar puntos de apoyo en el marco superior de las relaciones de poder, sabe claramente lo que ambiciona para sí, y trata de procurarlo consecuentemente.

Este fue el espíritu que captaron tres ilustres presidentes -Perón, Vargas e Ibáñez del Campo- para reeditar el ABC en una versión actualizada al resultado de la II Guerra Mundial. Ya no se trataba de continuar simplemente con la exportación marítima de alimentos y materias primas, sino de crear grandes mercados internos y regionales para sustentar un desarrollo integrado. Este nuevo modelo productivo tendría que priorizar el desenvolvimiento industrial y tecnológico de nuestros países, y prepararlos para competir en un mundo de alta concentración económica, comercial y de conocimiento.

Después de avances y retrocesos, bajo gobiernos constitucionales y anticonstitucionales, el acierto de este axioma geopolítico -la integración regional- constituye un rasgo relevante de la situación política y geoeconómica actual. Porque no es casualidad que Brasil haya impulsado la Unasur, para llenar un vacío estratégico con la participación horizontal del continente; y que -junto a Argentina y Chile- represente a los países que, en esta parte del mundo, mejor han resistido la fuerte recesión provocada por la especulación global de Wall Street.


El temple político de la diplomacia

Una correcta concepción geopolítica, que aspire a la grandeza nacional y no meramente a una rutina administrativa, excede el rol de la diplomacia profesional que conforma todo servicio exterior. Ella necesita imprescindiblemente del temple político que sólo puede proporcionar una buena conducción superior, capaz de amalgamar a los distintos factores de poder detrás de metas de importancia estratégica. El arte consiste en encontrar un ritmo armónico, que impida los excesos de cada uno de estos factores cuando piensan y actúan por separado, en el amplio arco que va de la extrema indefensión al militarismo craso.

La categoría de conducción que destacamos no corresponde, desde luego, a un elitismo de especialistas y altos funcionarios; porque sus objetivos no son burocráticos: ya que deben ser sentidos, comprendidos y apoyados por las grandes capas populares. Esto requiere un ordenamiento constitucional inclusivo, dinámico y expansivo que aliente y contenga la mayor participación posible. Por esta razón, se ha dicho acertadamente que, frente al golpe en Honduras, no defendemos únicamente al sistema democrático como una formalidad más o menos abstracta, accionada por aparatos partidocráticos cerrados en sí mismos, sino a una política abierta masivamente al cambio y la transformación económica y social.

Esta asociación entre conducción estratégica, proyecto nacional y movimiento social muy activo y organizado, se manifestó primeramente en la evolución argentina, con similitudes no casuales, por ejemplo, en la estructura sindical básica de la corriente de apoyo a una nueva doctrina y forma de hacer política. Al mismo tiempo que, respecto de una relación mutuamente provechosa, se lograba una identificación popular del carácter nacional de las fuerzas armadas, dando preeminencia a su misión fundacional, sobre su empleo ilegal, demasiado frecuente, como “partido” sustituto de los grupos de poder sin respaldo electoral de la ciudadanía.

Precisamente, cuando nos adentramos en las vivencias de la actualidad brasilera, es imposible no percibir la ecuación nacional-popular-regional de un proyecto que, con las variantes y actualizaciones de rigor, parece recuperar la experiencia histórica de un desarrollo integral, soberano y sostenido. Recuperación que, lógicamente, tiene su natural repercusión en el campo de las relaciones exteriores, donde nadie puede incursionar sin muestras sólidas y evidentes de unión, consenso y acompañamiento nacional.


Desarrollo económico y cohesión social


La unidad nacional a la cual nos referimos no es algo declamativo ni exclusivamente político. Tal vez sea en el plano económico donde esta condición de la comunidad se pone más a prueba, porque la división y el enfrentamiento interno se expresan con fuerza en la distorsión de costos, precios y salarios; en la discriminación y exclusión laboral; en la especulación monetaria y financiera; y en los mensajes contradictorios y confrontativos que -vía su influencia mediática- los diferentes grupos de poder empresarial o gremial envían a la sociedad.

Aquí también Brasil, luego de una larga etapa de subdesarrollo y explotación -que incluyó formas antiguas y modernas de cautividad y esclavitud sobre base racial- ha realizado un esfuerzo encomiable en cuanto a trabajo, producción, innovación organizativa, avance tecnológico e inversión de capital. Su rumbo -también a favor de su mayor dimensión geográfica y demográfica- le ha permitido evolucionar, en el siglo pasado, de una posición de paridad con la Argentina, a triplicar nuestro producto bruto interno.

Esta dirección, valiosa por su coherencia y constancia en el largo plazo, ha buscado siempre la complementación entre el Estado y el sector privado; entre la producción agraria y la industrial; entre la gran empresa y las pequeñas y medianas; y entre el capital nacional y extranjero. Es importante su cuidado en la gestión tanto pública como privada, y su lucha contra la corrupción que es endémica allí como en el resto de la región. Este balance favorable en términos de relativa cohesión social, no desconoce los graves problemas de marginación, violencia y criminalidad organizada que también lo afectan, potenciados por su extensa y contrastante geografía.

De todos modos, vale la pena reflexionar sobre la situación actual de nuestro vecino y socio económico y político, con quien constituimos los núcleos fundadores de Mercosur y Unasur. En el espejo de un comportamiento de gran país que aspira a consolidarse como potencia, podemos extraer enseñanzas y emular experiencias que prometen éxito, si las sabemos asimilar y adaptar a una concertación nacional propia. Lo opuesto a este proceder, sería ignorar con arrogancia estéril sus logros evidentes; o persistir en una especie de autismo derrotista que niega las ventajas ostensibles de una integración mutuamente provechosa y prudente.


La modernización de la defensa nacional y regional

La modernización de la defensa nacional -dentro de un concepto claro y sincero de protección cooperativa regional de nuestra identidad cultural, orden democrático y recursos materiales e históricos- es la categoría referencial con la que culminamos este análisis para no prolongarlo demasiado, habida cuenta de otras observaciones pasadas y futuras. En los estudios estratégicos serios, la defensa -como deber y derecho comunitario cuyo sujeto es el Estado-, está en el principio y el final de las diversas consideraciones operativas, por su función indeclinable de garantizar la libertad y la vida.

En este campo, si hiciéramos un rápido perfil con los componentes necesarios para alcanzar el nivel de potencia regional, podríamos citar específicamente la disposición de una fuerza militar proporcional de disuasión creíble; la autofabricación esencial de equipamiento bélico para no depender totalmente de las compras al exterior, y el acceso “sin restricciones” a las tecnologías sensibles de última generación, en cuanto a capacidad espacial, nuclear y cibernética. En estos asuntos el Brasil estaba manifiestamente atrasado para su dimensión económica y presencia política, lo cual Lula -un líder popular y reformador que escucha y modera a los factores del poder nacional- se ha propuesto ahora corregir.

El mismo presidente ha dicho que, en tal desafío, no se escatimarán esfuerzos y, además de comprometer inversiones escalonadas en el mediano y largo plazo, suscribió un tratado de complementación con Francia que incluye grandes adquisiciones. Las cifras declaradas en estos convenios están proporcionadas a una real magnitud política y económica, aunque algunos medios las han tachado de constituir una “carrera armamentista”, que sólo resultaría ser cierta en la alternativa de posponer el desarrollo integral del país.

El Brasil es el quinto país en dimensión territorial, y su economía tiende a ubicarse entre las más fuertes del mundo. Hablar de él, con uno u otro enfoque para debatir, es imprescindible para los argentinos del bicentenario; especialmente si, además del estudio histórico, se proyectan visiones prospectivas para una dinámica de las relaciones regionales y mundiales, de gran aceleración a partir de una etapa continentalista y multipolar.

Ya dijimos -y conviene repetirlo- que los liderazgos regionales no se ignoran ni discuten, simplemente se construyen. Entonces, si hemos perdido varias décadas, por nuestras permanentes luchas fraticidas, quizás haya llegado el momento de unirnos en un programa estratégico vital, con políticas de Estado resultantes de un diálogo amplio, para avanzar hacia el futuro participando plenamente del poder regional.

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