EL DESAFÍO DE GOBERNAR CON EL PUEBLO
La movilización
nacional del 17 de octubre trasciende históricamente, más allá de su vigencia
celebratoria en el tiempo, por resignificar la libertad política con la
inclusión de la base fundante de su expresión social. A la clásica fórmula de
una democracia “del, para y por” el pueblo, que explicitaba entonces una
representación distante, parcial e injusta, incorporó el concepto “con” el
pueblo, dando cabida a sus organizaciones propias, con peso insoslayable en el
concierto de las decisiones ciudadanas.
Desde entonces,
“gobernar con el pueblo” se convirtió en un desafío de nuestra evolución
institucional y, pasado el período de reacción ante el cambio, culminó en la
concepción de la comunidad organizada, respetada incluso por viejos opositores,
aunque no siempre realizada por ciertos dirigentes peronistas. Pese a ello,
esta creación doctrinaria que, con formación y capacitación de cuadros, ha
persistido a los defectos individuales, ha sabido canalizar el accionar
empresarial y sindical argentino, lejos de los modelos negativos del
internacionalismo.
Es cierto que no
hay doctrina sin práctica, y que la práctica incluye la ética imprescindible
para liderar, y también la capacidad democrática de actualizar la organización.
Porque sin conducta no hay conducción. Este imperativo nos lleva ahora de lo
corporativo a lo comunitario, para lograr, no la “autarquía utópica” pregonada
por el clasismo, sino la “autonomía responsable” en la defensa del interés
común.
Por tal razón,
nuestro país contiene un protagonismo social que puede superar los objetivos secundarios
y la puja de ambiciones personales. Porque lo histórico es lo estratégico, que
enmarca los grandes ciclos sucesivos de la lucha por la dignidad y la justicia.
En la compleja
realidad actual, que no sólo incluye problemas económicos, sino que expone
nuestra posición geopolítica austral enajenando soberanía, las fuerzas sindicales y
políticas pueden retomar y actualizar el legado visionario del primer
justicialismo.
Es una nueva
instancia que implica pasar de factor reactivo de “presión”, a factor proactivo
de concertación. Dicho de otro modo: dejar de actuar de contragolpe ante la
inflación, la especulación, la corrupción y la destrucción de empleo, para
marchar en conjunto con el rumbo puesto en la educación de calidad y la producción diversificada.
Si las metrópolis
internacionales, tradicionales o nuevas, nos ven únicamente como proveedores de
recursos primarios o geográficos, obstruyendo el proceso de industrialización
que supimos encabezar en América Latina, no habrá pleno empleo, ni gremialismo
unido, ni proyecto nacional de ningún tipo.
Por esta finalidad
superior, la comunidad organizada recusa la proliferación de presuntas verdades
que reducen la búsqueda de la “gran verdad”. Lo pequeño es la defensa
unilateral del interés de cada sector, sea como fuere y contra todo. Lo grande,
en cambio, es la suma persuasiva de fuerzas a una equidad mayor decidida por el
“bien común”. Allí nace la política en sentido estricto, que consiste en mediar
constantemente para evitar antagonismos facciosos y enfrentamientos estériles.
Ésta es la esencia
realista, no dogmática, de una democracia de trabajo cuya trayectoria se irá
reconstruyendo gradualmente. Porque trasciende el mero
oficio de hacer lo “posible” según una visión oportunista de la política, sea
estática o decorativa, pero siempre suicida ante conflictos que requieren
acción. Si así lo reconocen los distintos candidatos presidenciales, habremos
dado un paso importante hacía un nuevo ciclo, caracterizado por liderazgos
cooperantes, en función de un acuerdo de estabilidad política y transformación.
[13.10.15]
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