ALGUNOS CRITERIOS DE
PRÉDICA PARA CUADROS
La falta de credibilidad
de la prédica política
La palabra de la vieja y nueva partidocracia ha
perdido toda credibilidad, anulando la función ordenadora de la concepción,
organización y acción política; y complicando aún más, el divisionismo y caos
actual. Cualquiera dice cualquier cosa y promete lo que no va a realizar, en el
festival de engaños, consentidos por la llamada “opinión pública”, de un juego
electoral superficial que excluye cínicamente los principios y valores
esenciales.
Todo lo contrario de trabajar motivando creencias
positivas, expectativas razonables, ideas factibles y tareas realizables. Surge
entonces la exigencia de una conversión profunda que limite la retórica y
suprima los contenidos fingidos, aportando la creatividad y la experiencia que
cada uno puede sumar, cultivando un estilo realista de convivencia, sin
exagerar los defectos ni las virtudes de quienes postulan intereses definidos y
aspiraciones concretas.
La historia señala que en la etapa preparatoria de los
movimientos transformadores actúan “grandes escritores”, que influyen
selectivamente sobre los líderes con talento para emerger de la crisis. Pero
que, ya en la convocatoria multitudinaria de estos mismos movimientos, la iniciativa
es de los “grandes oradores”. En ambos casos, se trata de pensadores nacionales
que reflexionan sin colonización mental y se dirigen directamente a objetivos
bien señalados para facilitar su logro.
De igual modo, deben actuar los “grandes cuadros” de
la base social, sintiendo que su principal acicate es la situación de su
comunidad. Y en esa pertenencia, escuchar los reclamos crecientes de trabajo,
justicia y seguridad elementales para hablar luego de un plan de desarrollo.
Son cuadros del orden territorial, cuya misión dura toda una vida, lo cual los
inclina a una conducta equilibrada: sin fanatismo ideologista ni pragmatismo
conformista según el péndulo tan habitual y dañino del acomodo coyuntural.
Diferencia entre dogma y
doctrina
La doctrina es una línea coherente y sistemática con
criterios probados para comprender los problemas que nos afectan, y ayudar a
proponer soluciones prácticas. Se
diferencia claramente del dogma cerrado sobre sí, que pretende inculcar
preceptos obligatorios, fijados en un tiempo determinado y que se anquilosan
por persistir aislados de la dinámica permanente de la realidad.
De allí que la doctrina deba actualizarse por etapas,
sin traicionar las pautas filosóficas que la sustentan, para atender las
contingencias de la evolución. Esta actualización abarca hoy los procedimientos
orgánicos que incluyen nuevas estructuras de agrupamiento y representación. Métodos
de acción que asumen tácticas novedosas surgidas de una gran amplitud social, y
no sólo del tradicional ámbito partidario y gremial. Y también caracteres de
mayor participación y protagonismo compartido en el sistema de conducción y su
pleno despliegue geográfico contra la rémora del caciquismo.
Todo aquello que no signifique naturalmente “capacidad
de adaptación” pesará en contra de la autocrítica constructiva que hay que
explicitar, no murmurar, con el agregado de propuestas acordes para salir del
laberinto, suturar heridas, y moderar las ambiciones. Causas que suman a la
incredulidad popular y violenta la conciencia de la unidad como factor de
triunfo.
Conocer la naturaleza
humana
El liderazgo en la base debe profundizar su
conocimiento de la naturaleza humana. Es decir, tomar distancia de quienes
exaltan el optimismo o el pesimismo, no fundamentado, de una situación, sin que
esto conlleve caer en la indiferencia o el escepticismo. Contra tales extremos,
son famosos los recursos del liderazgo persuasivo de Perón, y su ejercicio del
humor y la ironía para desarmar las trampas de las falsas antinomias.
Necesitamos avanzar en la organización participativa
del Movimiento según sus propias indicaciones sucesorias, en vez de inventar
verticalismos que correspondieron a
momentos históricos fundacionales y por ende irrepetibles. Por eso hay que
expresar liderazgo; sin arrogancia, entusiasmo sin triunfalismo y prestigio sin
ficción. Y en el nivel de la militancia: respeto sin temor, adhesión sin
obsecuencia y lealtad sin sumisión.
Lo mejor de la naturaleza humana es el rescate de su
dignidad, fuente del plexo de derechos y deberes, que pueden construir una
comunidad de realización a partir de una búsqueda sincera de sentido y
trascendencia. El mejor enlace con nuestra gente tiene esta dirección
espiritual, lejos de la predicción lúgubre o catastrófica, para acentuar la satisfacción
del hacer común. Un planteo esperanzador, sin desconocer por ingenuidad los
obstáculos que provenientes del odio, el prejuicio y la codicia.
Poder seleccionar para
saber elegir
Observar con discernimiento la vida, especialmente en
el plano pasional de la política, debe servirnos para afirmar o para dudar, según nuestro
libre albedrío. Y para asumir las consecuencias de nuestros aciertos y errores;
salvando el “principio de responsabilidad”
de la genuina voluntad de conducción. Si los partidos del sistema han
burlado la finalidad de las primarias, para concentrar en pocas manos la
designación discrecional de miles de candidatos, habrá que implementar otros
mecanismos. Porque lo fundamental es que la “selección” la haga el pueblo
votando y no la manipulación de los círculos de influencia y presión.
Este proceso evolutivo no se reduce a la juvenilia, irrespetuosa de la sabiduría, que hoy campea
como apología de la antipolítica “posmoderna”. El trasvasamiento no es la sustitución
banal de la experiencia por el esquematismo, sino el consenso sobre los grandes
objetivos nacionales y vías de ejecución eficaz.
Buenos Aires, 1 de agosto de
2017.
Julián
Licastro