miércoles, 19 de agosto de 2009

2-De la cultura de la queja a la cultura de la acción.

El valor del lenguaje simbólico ausente

Hemos vivido un día de la independencia con una carencia de simbolismos patrios que llama la atención e invita a la reflexión; porque los símbolos no son decoraciones de un patriotismo pasado de moda: constituyen, en cambio, núcleos de significación simple y profunda que impulsan, contienen y vinculan a los miembros de una comunidad entre sí. Cuando ellos faltan, o no se activan, para asumir una identidad singular ante el mundo, se facilita la decadencia de la sociedad que parece no tener ni querer objetivos comunes.

Que estos emblemas y representaciones no son cosa del pasado negada por la modernidad, lo prueba el hecho de su actualización constante en los países más desarrollados, porque allí se sabe y se siente que son defensas culturales comunitarias, respecto de una globalización asimétrica que diluye todas las nacionalidades con la especulación financiera y la manipulación mediática. El centro de la cultura, precisamente, es el pueblo que la comparte, desde las raíces que protege y el proyecto de vida que cultiva.

Entre nosotros, lamentablemente, el lenguaje simbólico escasea, sin duda, por la falta de sentido histórico de la política, que se agrava junto a la falta de sentido heroico de la vida, que es su expresión individual e íntima. La sola enunciación de estos principios, suena en el vacío como algo abstracto o demasiado solemne para hacerlo parte de lo cotidiano, sobre todo en las nuevas generaciones. Y sin embargo, están allí en tanto orientación permanente, cuya contraparte nihilista es la desesperanza como rutina y el psicologismo de la transgresión porque sí.

Sucede que las ideas y los sentimientos se influyen y evolucionan mutuamente, lo que convierte la toma de conciencia de la realidad en la fuente de las inquietudes y emociones que hacen a una filosofía de la acción, con rasgos propios. Y a la vez, los sentimientos que de este modo surgen y se manifiestan, dan fuerza a las propuestas que necesitamos para salir de una crisis de anomia y desencuentro.
Preguntas básicas sobre la argentinidad

En fin, la decadencia del presente nos vuelve a las preguntas básicas sobre la nacionalidad argentina; y particularmente sobre el grado sensible de nuestra conciencia nacional, que fuera motivo de estudio y docencia de nuestros grandes pensadores del siglo pasado. Ellos no querían una nación inconclusa, extrañada de sí misma, ignorante de sus orígenes e infiel a la línea natural del despliegue de un gran destino.

Esta lucha por “llegar a ser” una nación substancial, implicaba e implica superar las formas inarticuladas de nuestra sociedad civil; y evitar las sugestiones de los hegemonismos mundiales, para no estructurar un país a medias en función de intereses extraños. Un país donde la democracia efectiva no puede funcionar, porque los poderes dominantes coaligados, de dentro y fuera, mediatizan la libertad ciudadana con un control económico arbitrario.

Se trata entonces de marchar hacia un futuro de país consistente, consolidado en su personalidad; cuya dirigencia sea capaz de ubicar la coyuntura en función de la estrategia y no al revés; para que el tactiquismo, vulnerable al corto plazo, no nos destruya el proyecto nacional. En síntesis, el problema es definir la acción principal, el qué hacer, con sus distintas opciones y la evaluación responsable de sus posibles consecuencias.


La conducción se distingue del dominio

La acción, obviamente, nos remite al arte de conducir sin el cual no existe una actuación orgánica y civilizada. La conducción, por lo demás, se distingue del dominio cuando atiende a una finalidad definida, vinculada al desarrollo social y al perfeccionamiento institucional. Esta es la metodología que se deriva de una filosofía humanista y popular; no de una ideología cerrada que estrecha la visión, desde cualquier ángulo político, y no enriquece la estrategia equilibrada de conjunto.

La arrogancia, tan común en nosotros, debe ceder a la humildad, que es un valor inestimable porque expresa abnegación en el servicio político de los cargos públicos. Estos tienen que considerar los aportes de los distintos sectores, y consultar a los proyectos de excelencia, cuyos núcleos de cuadros políticos y técnicos son la clave de la verdadera organización, impelida a trascender la cantidad con la calidad de la participación, para que no se agote la dinámica de las grandes corrientes nacionales.

La corrupción vive de la ignorancia y la apatía de la base política que la tolera, sin reclamar honestidad a quienes dirigen en los diferentes niveles de la estructura estatal, ni apelar a los órganos de control democrático del poder, ni apoyar con valentía a las conductas dignas que se presentan como alternativas válidas. El voto “en contra de” no alcanza, porque carece de la carga positiva que reconstruye el liderazgo. Esto nos habla de la importancia que reviste la eticidad de las costumbres comunitarias, cuyas falencias en el ser y el parecer degradan la existencia social a límites impensables.

El poder como verbo significa hacer, crear y avanzar. El poder como sustantivo significa mandar, repetir y retrasar, jugando con el fuego de la provocación y el temor a los hechos ingobernables. Es el autoritarismo, ineficaz en todas sus versiones partidarias. En cambio, no hay nada más notable que ver la voluntad de conducción en la energía manifiesta de los cuadros constructores, haciendo la diferencia imprescindible respecto de la mera ambición electoral.

La palabra en acción cubrirá pues esta etapa de transición donde no hay liderazgos definitivos, en ningún lado de la escena nacional, marcando un tiempo útil para reflexionar, planificar y predicar. Necesidad de retomar la iniciativa, reafirmar identidades y recuperar ámbitos de pertenencia; porque luego volverá el turno de la publicidad comercial aplicada a la baja política, y será imposible construir prestigios verdaderos, dando primacía a la gran política del estadismo.


El dictamen histórico y ético

La transmisión de la experiencia de los “históricos”, como se denomina a cierta longevidad política, tiene que actuar como medio de acción en el presente, por los principios y criterios que hay que comprender para actualizarlos en una realidad igual y distinta, según las perspectivas. En otras épocas pudimos disfrutar la sabiduría de los grandes maestros, que hoy parece que faltan en su capacidad de testimonio, consejo y dictámen, tanto en lo político como en lo ético.

Es cierto que el progreso político no es lineal ni fácilmente acumulable. También es verdad que todas las fuerzas políticas del mundo han sufrido y sufren divisiones y luchas internas. Hay asimismo una crisis global que recién empieza. Pero existen oportunidades inéditas que en el marco internacional y regional estamos perdiendo, a causa de una crisis argentina bastante inexplicable a no ser por nuestra psicología destructiva. Por eso es urgente salir de la cultura de la queja y la desconfianza, de todos contra todos, y entrar en la cultura de la acción necesaria, el diálogo razonable y la unión posible.

Falta una arquitectura del pensamiento nacional y sobran maestros de obra que no pasan de la planta baja de una construcción sin diseño ni planos. La improvisación y la urgencia no pueden reemplazar lo importante; mientras los malos intelectuales, que trabajan para el “no se puede” se dedican a escribir la historia crítica de los fracasos, en vez de abrir perspectivas con el deber específico de imaginar el futuro y proponer proyectos: ya que el cinismo es el principio de la impotencia política, y no la culminación de la inteligencia y la razón.


El tiempo de la oportunidad estratégica es breve

El tiempo de la oportunidad estratégica, que con sus obvias diferencias tiene cierta similitud con las décadas del 40 y 50 -ayer por la II Postguerra Mundial y hoy por el fin de la Guerra Fría- no sabemos cuanto durará; en el sentido de una crisis imperial de reacomodamiento y apertura. Es la situación que expresa por ahora Barak Obama[1], dispuesto a convivir con una izquierda latinoamericana no totalitaria, pero que por mucho menos recibe los ataques del ala extrema republicana, jugada a persistir en el militarismo desbordado de la administración anterior.

En principio, el golpe cívico-militar en Honduras, más allá de la complejidad política local, es un mal presagio que sobrevuela el continente; habida cuenta del síndrome, ayer de Vietnam y hoy de Irak, con ejércitos de ocupación en retirada en el hemisferio norte, tentados de impulsar aventuras represivas en el sur, para una suerte de compensación geopolítica. Por eso la rehabilitación de la IV Flota no es casual, si la sabemos analizar en perspectiva, porque las potencias planifican a escala.

De allí la audacia, sin ingenuidad, que es menester aplicar al proceso de unión regional como filtro del colonialismo financiero, que hoy mismo está manipulando la gestión de la crisis para reforzarse. Y de allí también, la iniciativa en la coordinación de una defensa integrada, para proteger nuestros recursos, y que es preciso comenzar a delinear por el núcleo promotor del viejo ABC: un proyecto anticipado por la visión de aquellos conductores inolvidables de una época histórica, cuya vigencia hay que relanzar hacia el futuro inmediato.


[1] Discurso en la Escuela de Economía, Moscú, 7 de julio de 2009.

No hay comentarios:

Publicar un comentario