miércoles, 19 de agosto de 2009

6-Las virtudes civiles definen la cultura política.

Un esfuerzo continuado y conjunto

La relación directa que existe entre las virtudes civiles, sentidas y practicadas como tales, y el nivel de la cultura política de una sociedad, es simple de explicar pero no siempre fácil de realizar. Por el absurdo, en cambio, se perciben claramente sus ambigüedades y falencias; porque la comunidad, carente del principio de unión y solidaridad, se divide, aisla o enfrenta. Así el proceso evolutivo social se interrumpe y retrocede, afectando desde la vida cotidiana, hasta la conciencia colectiva de un destino que no presenta una finalidad común y comprensible.

Si no queremos compartir una nación -como hogar y patria de pertenencia- el “estar” sin “ser” agudiza las contradicciones sociales y políticas de una sociedad a medias; y disminuye las posibilidades de una prosperidad conjunta basada en el trabajo y la producción, porque el divisionismo se manifiesta como especulación e indolencia, a costa de la disciplina voluntaria propia de una comunidad organizada y creadora.

Por consiguiente, la educación o reeducación comunitaria demanda la acción de pensadores y predicadores con convicciones resistentes a toda desilusión; para avanzar, al ritmo posible pero constante, en la formación de mejores niveles de conciencia nacional: allí donde las ideas ideológicas ceden a los saberes culturales y donde el clasismo social se rinde a la categoría superior de pueblo.

Por lo demás, la lucha por la libertad, expresada como emancipación, y requerida para la realización de nuestra potencialidad como país, continúa; porque tiene una atracción irresistible en la sucesión de las generaciones que se renuevan y trasvasan sus contenidos más nobles. Siempre la fuerza de la juventud se impone en un momento de rebeldía que, para no ser efímero, tiene que encontrar sus raíces y su proyección, amalgamándose con las otras etapas históricas en su esfuerzo continuado y conjunto.

La organización política integral

En el mejor sentido de la palabra hablamos de una secuencia finalmente revolucionaria, no por plantear metas extremas acompañadas de violencia, sino por hilvanar las reformas posibles que produzcan cambios ciertos e irreversibles. En vez de violencia, pues, energía y capacitación para transformar los hábitos partidistas caducos, en orden a establecer una organicidad política integral: teórica, técnica y práctica, centrada en la formación de cuadros.

Difícilmente la reforma política vendrá por la legislación de formalidades dirigidas a los actuales rótulos electorales; ya que los supuestos dirigentes, constituidos en “clase política” o corporación profesionalizada para lucrar con los cargos públicos, no se atreverán a someterse a la crítica en serio de sus actitudes y procedimientos. La reforma, por el contrario, surgirá de un cambio de hecho por la aparición de lo nuevo, encarnado en aquellos líderes comunitarios que aspiren a conducir con dignidad y grandeza, y se preparan para hacerlo.

Conducción significa grandes logros obtenidos con grandes esfuerzos; porque los pequeños objetivos y las pequeñas acciones sólo refieren a la mera administración de las cosas, y un pasar sin pena ni gloria, cuando no ser responsables por inercia del agravamiento de la situación. Conducir, entonces, es extender la mirada y la presencia del liderazgo sobre la dimensión del tiempo y del espacio, para elaborar, proponer y sostener los proyectos estratégicos que demanda superar la repetición permanente de la crisis.

La formación de cuadros

Este tipo de proyectos de largo alcance, sostenidos -como dijimos- por organizaciones políticas integrales, y no sólo parcializadas en lo comicial, exigen la formación de cuadros auxiliares y de enlace en cantidad y calidad: cientos por provincia y miles en el país; ya que un trabajo de esta características, intenso y permanente, no puede encararse con simples círculos de confianza o grupos de acompañantes cortesanos.

Hace falta desarrollar inteligencias analíticas y creadoras, aptas para aplicar las líneas generales de acción a cada una de las realidades locales. Y promover un espíritu crítico-constructivo, tan alejado del divisionismo como de la obsecuencia, porque es tan malo interferir constantemente como opinar sólo aquello que se quiere escuchar. La clave es mantenerse en lo posible por encima de las rencillas internas y, sin dejar de ser leales, el udi r el personalismo excesivo y ramplón de los dirigentes improvisados.

El autodominio de la ambición de quien dirige evita que la conducción degrade a dominación. Esta última acaba con los valores civiles cuya naturaleza es conciente y voluntaria. La disciplina es necesaria, pero no a costa de un falso verticalismo que cercena la libertad de pensar, de expresarse y de relacionarse. El gregarismo y el caudillismo, que tuvieron en el pasado su justificación histórica, no pueden ser ahora excusas para el aprovechamiento personal del caos orgánico, cuando es imprescindible disponer de fuerzas bien estructuradas.

Es hora de que lo gregario se eleve a lo orgánico; y que la conducción deje de ser un hecho individual de intrigas y secretos, para constituir un sistema articulado y transparente, en todos los niveles que hacen falta, para orientar y contener a cuadros y bases. Todo esto se une en la concepción y en la ejecución, cuando se manifiesta la excelencia, y reina el prestigio, y no únicamente la popularidad, junto a los principios de identidad y pertenencia.


Ningún pueblo se realiza sin virtudes ni valores

Hay quienes dicen, con cierta razón, que los argentinos tenemos más cultura política que fuerzas políticas bien conducidas y organizadas. Prefiero completar el concepto con la afirmación que la cultura requiere conferir sentido a todo el ámbito que nos rodea; y esto se evidencia en un determinado lenguaje, estilo emocional e instituciones vigentes. En este aspecto hay mucho por hacer, dado los mensajes incoherentes, las pasiones desbordadas y los intereses sectoriales que se abalanzan sobre la comunidad y sus normas.

Estoy de acuerdo con que predicar virtudes en medio de la anomia puede parecer ingenuo o sospechoso, pero la conclusión es concreta: ningún pueblo se realizó sin valores. Al contrario, el apogeo de los países respondió al cumplimiento de sus grandes principios, en cada época histórica; y su caída obedeció a su extravío. Ninguno se realizó sin trabajo, sin unión, sin conducta y sin proyecto.

Recordemos que los centros dominantes, al inculcar la idea de su “modelo”, impuesto como el único válido, privilegian el poder económico y desdeñan la política como algo superfluo. Para ellos, los partidos son empresas precarias de administradores de gobierno a su disposición estratégica, porque postulan que -también en la acción política- la producción social debe apropiarse de modo individual. Para nosotros, sin embargo, ubicados en el ángulo opuesto de esta determinación, el poder político es el centro orientador indispensable, cuando pertenece al pueblo por medio de un verdadero liderazgo, que le da sentido, significación y utilidad en beneficio de las grandes mayorías.

En consecuencia, no hay que eludir el compromiso con la realidad y sí luchar para que las personas singulares que componen “el nosotros social”, no desaparezcan en el anonimato de una masa pasiva; porque la uniformidad desprovista de carácter no es unidad. Y lo que en realidad corresponde, es un hacer político relacionado siempre al seno de la sociedad, como ámbito de rescate y valorización del trabajo acumulado por todos quienes la integran, con voluntad de participar y vínculo de identificación cultural.

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