miércoles, 19 de agosto de 2009

4-Reconstruir la polìtica con sentido histórico.

Superar la crisis con unidad estratégica

Del laberinto de una realidad política fragmentada y decadente, de la que todos somos responsables, sólo se sale con visión y altura, es decir: retomando los grandes objetivos vigentes del pensamiento nacional y popular, para aplicarlos a una nueva estrategia de construcción de poder con verdad y justicia. Porque la condición militante surge de la vocación y la experiencia, y no se improvisa; menos en los tiempos difíciles donde fracasan el clientelismo, el punterismo y el electoralismo vacíos de contenidos substanciales y ausentes de conducción real.

Tampoco sirve el sectarismo, que impide la tolerancia de la amplitud política; ni el amiguismo, que privilegia la falsa colaboración de los oportunistas, en vez de convocar a la lealtad y la excelencia que forman parte de nuestras reservas. De igual modo, la mera sumatoria de otras expresiones declinantes, sin estructuras de arraigo en los distintos sectores de la sociedad, no otorgan fortaleza sino debilidad, porque la conducción orgánica no es un problema de cantidad, sino de calidad, y ésta recusa al desprestigio.

Se forman así una serie aleatoria de polos partidocráticos sin conciencia de conjunto, que niegan la base comunitaria de toda fuerza auténtica; lo cual, trabajando solamente para candidaturas individuales, cansa a la gente, la disgrega y anticipa la derrota. Por eso la única posibilidad de reconstruimos es persuadir, unir y sincerarse; debatiendo francamente acerca de la situación presente y el futuro, con libertad espiritual y política, en forma responsable.

Movimiento o partido, desde ya, es una falsa opción, porque necesitamos la herramienta legal de la soberanía popular, sin la cual no hay democracia sino autoritarismo. Pero renegar del movimiento es frustrar aquello que nos destaca y distingue: ser una corriente inextinguible de participación y justicia social. Luego, queda claro que nunca nos reduciremos a la política-partido porque pertenecemos a lo esencial de la política-nación.

Existe una oportunidad histórica para volver a las grandes fuentes del Movimiento Nacional, ya que fuera de él y su inspiración doctrinaria, se ha puesto en evidencia una incapacidad total para ofrecer alternativas duraderas y sólidas. Por supuesto que la actualización es necesaria y urgente, pero dentro del marco de la soberanía, la independencia y la justicia, que constituyen banderas irrenunciables para lograr la liberación y la realización pendientes.

Reagruparnos, pues, unirnos nuevamente y fortalecernos con el encuentro abierto que presupone dialogar y efectuar la autocrítica, es así una cuestión de vida o muerte. El tiempo que se pierda, por falta de una reacción interna capaz de implementar decisiones compartidas que retomen la iniciativa, repercutirá en un agravamiento de la división y la desmovilización propia; ya que la naturaleza política aborrece el vacío y los argentinos están buscando ahora respuesta y contención.


Respetar las enseñanzas del liderazgo histórico

Antes que nada hay que encarnar y transmitir virtudes cívicas y sociales. Autoconvocarnos y hacernos cargo del problema de organización, encuadramiento y formación; porque nadie lo hará por nosotros; y menos si la situación se complica. Nuestra gran fuerza está en el rescate de la solidaridad que puede aglutinarnos, sabiendo que nadie se realiza en una organización política débil o inexistente.

El núcleo fundante es nuestra identidad cultural, en cuyo marco creativo un liderazgo histórico nació como mito y realidad, formulando un pensamiento estratégico de enorme proyección en el espacio y en el tiempo. Maestría de conducción singular, proyección regional y anticipación geopolítica, que imaginó la posibilidad de un mundo donde el avance tecnológico fuera orientado por la justicia social, y la paz entre los estados estuviera garantizada por los grandes equilibrios de las integraciones continentales.

Pensamiento vivo que hay que conocer y respetar, cuando una posición equidistante de los dogmas dominantes se ha probado eficaz, hoy más que nunca, ante la implosión del comunismo; y el posterior colapso del capitalismo transnacional, que no sabemos cuanto durará, porque se está manipulando la gestión de la crisis global desde la cúpula del poder hegemónico, para trasladar los costos al resto del mundo.

Se aduce la excusa de las crisis cíclicas, que sin embargo dieron oportunidad a presentar ideas propias; sobre las que ahora tenemos que reflexionar para recuperar lo rescatable, pero reconociendo donde quedó trunca la propuesta de lo nacional y popular plenamente posible. Porque fuera de todo dogmatismo, en conducción lo que no es factible es falso. Esto excluye las actitudes y discursos de extrema, que no muestran ejemplos prácticos de éxito en su estéril intelectualismo.

La dinámica de aquel proceso cultural-político es lo que debemos retomar, en nuestra propia etapa, con aplicaciones tácticas actuales y ágiles de aquella estrategia victoriosa, esperando activamente la ocasión oportuna: porque el mejor plan fracasa cuando no están dadas las circunstancias propicias a su implementación. Por tanto, tenemos la obligación preliminar de ir ayudando a crear las condiciones del triunfo, lo que comprende la preparación de cuadros y bases para una nueva iniciativa política.

No sólo en nuestro país, sino en gran parte del mundo, corre una época que inhibe la aparición de líderes y estadistas, aunque algunos confundan carácter con provocación y moderación con mediocridad; porque la verdad suele estar en el centro: “cabeza fría y corazón caliente”. Con este criterio, no sólo tenemos que mantener la esperanza, sino construirla a partir de la fe en nosotros mismos, para captar y ayudar en la génesis del liderazgo como obra del esfuerzo colectivo y orgánico de toda una comunidad.


No sentirnos importantes, sino útiles

Cuando se produce un contraste, no son los rencores ni las envidias las que deben primar, sino los principios teóricos y prácticos de la estrategia; primero, saber por qué se produjo; segundo, discernir las responsabilidades; y tercero, sacar fuerzas desde lo más profundo para salir rápidamente de la crisis. Porque la realidad política es modificable, bastante fácilmente, a condición de elegir las opciones correctas y las formas de llevarlas a cabo con los elementos idóneos.

Necesitamos una buena dosis de realismo, no de disimulo ni de revanchismo, porque no se requiere un ajuste de cuentas, sino poner todas las fuerzas propias en función nacional de consenso y reconstrucción. Aquellas organizaciones o grupos que así lo hagan, con sentido de conjunto y comunidad, también tendrán su premio político en cuanto avance y prestigio; porque continuar con la pelea absurda de los divisionismos permanentes, disgusta a quienes lo señalan como estilo subdesarrollado de hacer política.

La nueva etapa, repetimos, exige la emergencia de nuevas conducciones, con sus equipos políticos y técnicos, con sus planes de acción inmediata para lo urgente y con proyectos de fondo; y con sus líneas organizativas tendidas para articular todas las expresiones participativas actuantes en el territorio nacional. Y particularmente, en la capital, cuyo concurso es imprescindible como centro de enlace y comunicación para el andamiaje del modelo argentino.

Hay que decidirse a expresar, participar y organizar la nueva política, saliendo del estrecho molde de los códigos decadentes; porque reflexionar después de dudar, y corregir el error después de la crítica, es volver a captar la energía imbatible del acto inicial creador de los grandes movimientos argentinos. Ante esa historia, nadie se debe considerar importante, sino útil. Porque ser útil es escuchar a la gente, e interpretarla en sus reclamos y deseos, para servirla mirando al porvenir.

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