miércoles, 19 de agosto de 2009

7-Política con método estratégico o improvisación permanente.

Hay otra historia, válida para una estrategia diferente

En el corazón de la alta política late la estrategia, que -proviniendo históricamente del arte militar clásico- se adopta, recrea y aplica en el arte civil. Por esta razón básica, tratar de dirigir y gobernar sin el auxilio de la estrategia como método de conducción, expone a una improvisación riesgosa, que signa etapas de poder vacilante y efímero. Un poder sin sucesión en un proyecto nacional que, por su largo aliento, debe armonizarse en la continuidad del tiempo.

Entre nosotros, un gran liderazgo creó esta fusión muy sólida entre política y estrategia, que -válida sin duda a nivel universal- tenía que identificarse necesariamente con nuestro pueblo y territorio; ya que representa criterio y destrezas que se manifiestan según sea el campo específico de acción. A diferencia de los sistemas “ideológicos”, la estrategia adapta exactamente sus principios y procedimientos a un determinado escenario o teatro de operaciones, para aspirar al éxito.

Los que tuvimos la oportunidad de recibir este mensaje como discípulos, dedicamos la vida a predicar la conducción política y social, con centro en la técnica especial de la estrategia; tanto en la formación de cuadros -que llamamos “cuadros integrales”- como en las organizaciones de base e intermedias. Lo hicimos constituyendo proyectos generacionales, equidistante de las vías extremas del 70, y de las ingerencias de los centros dominantes. Fueron proyectos de lucha ardorosa, pero no por la violencia, sino por los valores e ideales de una juventud agradecida y leal.

Pero la historia no sólo es el camino recorrido por los hechos concretos, sino una determinada narración de ellos, que muchas veces se amolda a las modas, circunstancia e intereses de los años siguientes. Luego: hay otra historia; que en nuestro caso debe relatarse en cada lugar y momento oportuno, a requerimiento de quienes buscan la verdad. Así, dar respuesta a esa inquietud puede contribuir a un juicio ecuánime del pasado, para facilitar la recomposición del presente, el diseño inteligente de una nueva estrategia para la construcción del porvenir.

La teoría hecha práctica, crítica y técnica

La estrategia, en la acepción apropiada a la sociedad civil, se refiere a la conducción superior de grandes organizaciones. Ella traza el camino más adecuado para aproximarse al objetivo principal, y llegar a la situación decisiva en las mejores condiciones posibles. En ese momento le cede el mando a la táctica, para su ejecución en el terreno.

Como proceso intelectual la estrategia se recicla en forma permanente: parte de la práctica y, vía la crítica, llega a ajustar su teoría, resumida en ciertos principios fundamentales. Desde la teoría, a su vez vuelve a la práctica, por la vía de la técnica. Se destaca, en consecuencia, por su naturaleza pragmática, que se expresa en el espíritu crítico por la comparación constante de resultados hasta lograr la victoria; y también por la solvencia técnica con que exige sustentar sus procedimientos de detalle.

La estrategia requiere penetrar los hechos en su esencia; relacionarlos entre sí en una síntesis operativa; y percibir las principales tendencias en curso. De este modo, pueden preverse las oportunidades de avance y retroceso, sin perder coherencia en la continuidad de las operaciones y en la profundidad del dispositivo. Nacida, pues, de la meditación y el cálculo, la idea estratégica no se aparta nunca de la realidad, y despliega una gran energía para disponer todas las fuerzas y medios necesarios al plan imaginado que impulsa.

La alternativa regional de sobrevivencia y proyección

Por consiguiente, debemos volver al pensar y al decir estratégico, para reconstruir la política que esta en crisis en el teórico, en lo práctico y en lo organizativo. Esta crisis, claramente, es mundial, como lo evidenció primero la implosión soviética y después la gran crisis de capitalismo trasnacional cuyos efectos perversos se exportaran a los países dependientes; situación que por esta causa inédita, ofrece acicates geopolíticos más amplios y flexibles para avanzar con estrategias propias como alternativas de sobrevivencia y proyección.

Una serie de países grandes y medianos, que son conocidos por todos, están aprovechando ese punto de ruptura y apertura respecto de la etapa anterior,

-que transitó entre el poder bipolar y el poder unilateral-, rescatando con diferentes matices las doctrinas nacionales. Allí es preciso discernir: los nacionalistas expansivos de dominación; y los nacionalismos populares de emancipación. Ambos, sin embargo, afectan el rol del hegemonismo porque avanzan con propuestas de cooperación e integración.

En América del Sur, donde es menester recobrar una legitima influencia, hay países hermanos que están aprovechando estas condiciones propicias, cuyo planteo es atractivo en tanto supone una asociación estratégica que trasciende el juego menor de las relaciones exteriores de una diplomacia burocrática y anticuada. Pero esta asociación, para tener garantías, requiere el peso de un poder nacional que no desarrollamos por nuestras controversias internas; lo que es suicida dada la relación directa que hoy, más que nunca, existe entre la realidad de cada país y el ámbito regional y mundial.

Cuando nos referimos a la unión regional abarcamos algo más que la mera concepción economicista, que termina en la mesa de negociación del intercambio comercial. Este tipo de acuerdos no tiene destino si no va enmarcado en un concepto integral de política de integración y de defensa cooperativa; para que la fuerza y la vinculación dadas a partir de estas áreas, dinamicen la creación de grandes espacios de soberanía mancomunadas, con real impacto global.

Unir a las generaciones argentinas

Este desafío externo es el que nos exige, repetimos encontrar los términos de la unidad argentina según su propio modelo, que incluye salir de la mediocridad y alcanzar la excelencia. Dicho de otro modo, y aunque respetemos las tendencias llamadas “populistas” en otras latitudes, debemos trascender a lo realmente popular; que es una evolución política que implica concertar proyectos, formular doctrinas, formar cuadros y descentralizar tácticamente la conducción como sistema orgánico y no estructura discrecional. Porque la historia sanciona al líder populista que no supera su etapa inicial, masivamente justificada, y va gastando su capital político hasta el asilamiento.

Vivimos la transición entre épocas distintas y quizás opuestas. Es un tramo histórico difícil por el nihilismo de los intelectuales, la anomia de la gente y la codicia de los dirigentes: sea en el plano económico, político o social. Todo, en fin, facilita la corrupción, no solamente como actitud inmoral o anti ética de individuos, grupos y sectores, sino como descomposición organizativa general de las fuerzas políticas. Por lo demás ha desaparecido, al menos por ahora, la estirpe de los grandes conductores que -a partir del prestigio personal y el respeto que imponían- vigilaban las burocracias ambiciosas de sus propias partidas.

La juventud tampoco es hoy un factor dinamizador del proceso político, que otras veces cuestionó y desafió en demasía. Aquí el péndulo pasó de un extremo a otro, lo cual no resulta un buen presagio. La falta de interés juvenil en la política -que puede tener su justificación en el rechazo a la actual dirigencia- es, si se prolonga mucho, contra producente; porque inhibe la captación de la realidad a toda una nueva generación, y la aparta de su compromiso de participación en la comunidad de pertenencia.

La crisis es angustiosa de por sí, pero si además se la vive aisladamente, sin apoyo ni ayuda ni consejo, puede llegar a ser más destructiva. Por eso hay que reunir a las generaciones argentinas. Hoy, en el desorden total, el vínculo entre ellas es, quizás, por el lado malo: cinismo, burocracia y oportunismo. Mañana, puede primar el lado bueno: sabiduría, capacidad de gestión y mística.

No hay comentarios:

Publicar un comentario