miércoles, 19 de agosto de 2009

3-Nación: promesa y construcción.

La política si no es transformadora es politiquería

En un país pendiente de crecimiento y desarrollo, en todos los aspectos de la comunidad, la política que no es transformadora no es política, es politiquería: porque esta transformación imprescindible surge de la orientación de grandes objetivos, compartidos y buscados por todos, y no de la espera pasiva de un progreso espontáneo, ni de un voluntarismo ideológico carente de capacidad creadora y constructora.

Es todo un proceso a ejecutar por algo superior a un partido, e incluso a un gran movimiento; porque requiere trascender el concepto aritmético de la primera minoría, y aún de una mayoría que polarice la situación por mitades excluyentes de oficialismo y oposición, dado que esta polarización irreducible, en América latina, siempre provoca daños. Es decir, cae en los episodios lamentables del enfrentamiento, la inestabilidad y los perjuicios de un freno o declinación de la convivencia social y la actividad productiva; cuando no en las interrupciones constitucionales de los golpes, ayer militares y hoy principalmente civiles en su autoría intelectual.

Los medios masivos, como bien sabemos, cubren el rol represivo de un ejército de acción psicológica y manipulación, que destruye prestigios con facilidad, enjuicia y condena con impunidad, y agrava situaciones difíciles; inventando a la vez falsas antinomias y liderazgos dóciles a los círculos de poder económico. Esto, además, sucede por la falta de formación política y la ausencia de organizaciones de cuadros desplegadas hasta el último lugar: para promover la comprensión y el análisis de la situación, la crítica constructiva con opciones y propuestas, y la participación en la vida ciudadana; todo lo cual es necesario para vencer a la indiferencia, la frivolidad y el derrotismo.

Sin una amplia mayoría, pues, no hay fuerza real para sostener las reformas profundas que hay que implementar, y que requieren un consenso cierto, no cosmético, que sólo puede lograrse cuando los gobiernos concilian o restablecen la confianza más allá de los pequeños grupos que se cierran sobre sí; y entonces sí se abren al involucramiento de todos los dirigentes y militantes necesarios para un proceder coherente y abarcativo. Porque los pequeños grupos y los círculos de convivencia siempre terminan asediados, cercados y quebrados por una masa de problemas que se multiplican sin cesar, y llegan a ocupar todo el ámbito de acción.

Por eso la necesidad, insistimos, de la gran política, convocante natural de los frentes constituidos por los bloques históricos de fuerzas nacionales; a fin de consolidar la democracia, avanzando socialmente de lo homogéneo a lo heterogéneo, con actitud persuasiva, para evitar las tentaciones sectoriales o sectarias tras la idea superior de la unidad. Y por eso también, el carácter imprescindible de la educación, la formación y la capacitación para mejorar el funcionamiento institucional de las diversas corrientes, y la selectividad de sus mejores valores; puesto que si primero falla la selección de los dirigentes que nos representan, la elección posterior es ociosa. Los votos, meramente, no promueven idoneidad para los diferentes cargos en juego.


Momentos fundacionales de la historia

La Argentina nació como una promesa de nación irradiante, lanzada al continente y al mundo por obra de los próceres fundadores, y sus sucesores en las distintas etapas de su desarrollo histórico, aún con sus diferencias, opciones y luchas. Un compromiso que va más allá del ordenamiento formal de una burocracia estatal, porque afirma los valores indeclinables de soberanía, libertad y justicia, arraigados en los modos y formas de una cultura propia. Esto nos exige sintetizar lo mejor de cada etapa, y corregir lo necesario en la continuidad de nuestra condición nacional, ya que de persistir en la división compulsiva y la falta de autocrítica, regresaremos a la condición colonial.

Lo nacional, obviamente, es lo popular, en su acepción mas digna que excluye lo vulgar; dado que hace falta excelencia política y económica para solucionar los graves problemas sociales que son consecuencia de la dependencia y el atraso consentidos por la corrupción. Esto define un marco lógico y ético insoslayable, que no hay que confundir con la moralina, pero que se debe exigir como garantía de eficacia y eficiencia; sabiendo que el corrupto es inconmovible por el dolor y las angustias de la gente. Éste es el presupuesto, precisamente, de su mal proceder.

Los momentos refundacionales de la historia no son fortuitos, responden al menos a tres factores que deben coincidir: una fuerza de gran empuje social; un horizonte de posibilidad internacional; y un sistema estratégico de conducción capaz de aprovechar la oportunidad y realizar el proceso esencial de cambio. La fuerza social, compuesta por sectores productivos con reivindicaciones legítimas, son las que alientan, explícita o tácitamente, el impulso de avance en el desarrollo económico y sus consecuentes reformas estructurales. En la década del 40, por ejemplo, los trabajadores industriales y rurales, y los pequeños y medianos empresarios, representaron un gran contingente proclive a una presencia protagonista en la sociedad civil, y lo lograron.

El horizonte exterior de posibilidades, representa la ocasión para un resurgir del proyecto nacional, dada una neutralización mutua y temporaria de las potencias dominantes, por sus crisis internas o luchas en el nivel mundial. En el mismo ejemplo, son los países europeos embarcados en el enorme esfuerzo bélico de la II Guerra Mundial y una penosa postguerra. En ese entonces, la neutralidad argentina y la tercera posición subsiguiente, facilitaron la aceleración de grandes planes de expansión industrial y comercial, y los primeros acuerdos regionales de alcance continental con Brasil y Chile.

Finalmente, la preparación y presencia de una conducción orgánica, con ideas estratégicas, planes de acción y equipos de dirección y ejecución para el liderazgo integral de esa etapa histórica. También en el 40, se dio este factor capacitado para canalizar toda una dinámica política, económica y social con repercusiones, además, en la política exterior. Hoy, en cambio, tendríamos que preguntarnos por la existencia de este tríptico que debe manifestarse en la escena nacional, con toda evidencia, para volver a marchar con energía hacia un futuro diferente.

Quizás la primera respuesta positiva recaería en el plano internacional, donde la crisis económica y el empantanamiento militar de EE.UU. han instalado como réplica la figura inédita de un presidente afroamericano, representante de una minoría étnica ayer cautiva y hoy movilizada políticamente junto a la juventud de ese país. Paralelamente, se han acortado las distancias con las otras potencias, delineando ya un nuevo mapa de equilibrios regionales que puede moderar lo más riesgoso de las actitudes hegemónicas y unilaterales. Este momento histórico existe y es una oportunidad que aprovechan otros países hermanos, mientras nosotros nos empeñamos en luchas internas tan mediocres como estériles.

De la misma manera, tendríamos que analizar si actuamos correctamente en la cuestión social, promoviendo las ansias de trabajar, estudiar y progresar de nuestros sectores populares y juveniles; o si estamos atrapados en el reclamo permanente, la protesta sin propuesta, el asistencialismo sin destino y la subcultura de la marginalidad. Porque hay algo evidente: la cohesión nacional, que de esto se trata, es imposible sin cohesión social y sin cohesión territorial; lo que implica salir lo más rápidamente posible de la exclusión laboral y educativa y del atraso persistente de zonas y regiones del país


Exigencias metodológicas del diálogo

Esta tarea enorme, como muchos lo han reconocido, desborda el esfuerzo individual y aislado de cualquier corriente política, alianza o acuerdo partidista; y sólo encuentra la posibilidad de canalizarse en los términos de una auténtica concertación. El diálogo civilizado e institucionalizado es el eje fundamental para recorrer este camino, que no es fácil, porque tiene exigencias inexcusables antes, durante y después de las conversaciones políticas y la participación imprescindible de los sectores sociales.

Previo al diálogo hay que tener la voluntad real de hacerlo, con sentido de unión nacional vía la síntesis de posiciones diferentes. Es preciso mostrar disposición a concertar sobre un núcleo común, sin mantener en forma cerril aquellas contradicciones antagónicas, de carga divisiva, que son inaceptables para los otros interlocutores. Es la única forma de dar validez a la imagen del diálogo, antes que éste se falsifique por desavenencias amplificadas mediáticamente. Se dialoga, sin duda, porque todos son conscientes que nadie puede hacerlo sólo y menos con la voluntad contrapuesta activamente del resto.

Luego, en el desarrollo en sí del diálogo, debe exponerse la línea matriz del esquema oficial, la “ingeniería”- digamos así- de la concertación que se busca; no para coartar los aportes de los opositores, sino para evitar los vacíos, las superposiciones y el caos en las deliberaciones. Dialogar no presupone dejar de gobernar, ni aceptar desaires, ni tampoco imponer razones. El ritmo puede ser progresivo, paso a paso, a condición de que sea irreversible; es decir, que lo acordado quede bien establecido y no se esté empezando todo de nuevo.

Por último, la concertación alcanzada debe reflejarse directamente en las políticas de Estado, enriquecidas por nuevos aportes que significan cooperación y colaboración para salir de la emergencia y trascender hacia grandes objetivos y lineamientos comunes. Las políticas así integradas tienen que confluir en un proceso democrático de planificación, lo que exige recuperar para el Estado Nacional la facultad estratégica de planificar – valga reiterarlo- que hoy se reservan las corporaciones transnacionales para sus propios fines particulares de lucro. O sea, sin políticas estatales racionalmente formuladas, y sin planificación insertada en la dinámica de un modelo argentino de país deseable y posible -área por área y acción por acción- el diálogo político no sirve para nada, y desdibuja o irrita los perfiles particulares.

Hay quienes dicen que el problema actual está provocado por “errores propios, operaciones mediáticas e intereses poderosos”; y tal vez esta conjunción sea cierta. En ese caso, es menester empezar por corregir nuestros errores, que es la forma de diminuir las otras presiones. La continuidad democrática es fundamental, para lo cual nadie debe dejarse provocar, confundir, ni dividir. Siempre lo que triunfa, aunque fuere a largo plazo, es la fortaleza de las convicciones, y máxime cuando éstas refieren a la construcción conjunta de la nación prometida.

La conclusión de la tarea nacional aún pendiente exige la reestructuración de un Estado fortalecido –aunque no estatista ni colectivista- para ejercer las funciones indelegables de agente social, promotor del desarrollo económico, industrial y tecnológico y garante de la justa distribución de la riqueza. Un Estado protagonista de un defensa integral, cultural y territorial, en la búsqueda decisiva de identidad de “pueblo continente” por su proyección a la integración regional. En este desafío, ni lo bueno que se hizo puede negarse con una crítica irracional, ni lo malo puede ocultarse tras el silencio y la pelea.

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